Hay un secreto que todos los padres tienen que saber. Los humanos crecen y se desarrollan primero muy rápido, luego lentamente y luego rápido de nuevo. Es decir, si nos comparamos con los monos, ellos crecen a un ritmo constante hasta que alcanzan la madurez, momento en el que comienzan a reproducirse.
En los humanos es bien distinto. Nosotros crecemos muy rápido los primeros dos años desde que nacemos, luego ese crecimiento se ralentiza hasta que alcanzamos aproximadamente los diez años y luego tenemos otro arranque de crecimiento mientras vivimos la pubertad hasta que se detiene un tiempito después.
La explicación que dan los científicos a esta diferencia entre nosotros y nuestros “hermanos” los monos es que nosotros evolucionamos alargando la infancia porque nos convertimos en criaturas culturales. ¿Qué quiere decir? Que el ser humano, gracias al acrecentamiento de su inteligencia, fue modificando su entorno para protegerse y cubrir sus necesidades. Ya Charles Darwin a fin del siglo XIX consideró que en la evolución humana había muchos aspectos que hoy denominamos culturales: la fabricación y el uso de herramientas, un lenguaje articulado, la percepción de la belleza/fealdad o la sociabilidad, entre otros. Eso se produjo, sobre todo, porque los seres humanos tenemos la extraordinaria facultad de aprender. La cultura remodeló profundamente nuestro camino evolutivo. Por ejemplo, gracias al “descubrimiento” del fuego, a su poder para cocinar los alimentos, a nuestra dentadura, al poder de nuestra mandíbula y a nuestros intestinos, estos últimos redujeron su tamaño porque los alimentos cocinados se mastican y digieren de un modo mucho más fácil. Parece que, a medida que evolucionamos, nuestro cerebro aumentó de tamaño, porque sobrevivir ya no dependía de ser los más rápidos o fuertes, sino los más expertos en aprender. (…)
Es notable entender que el aprendizaje es tan, pero tan esencial a nuestra evolución que la infancia humana se extendió para dar a los niños tiempo para seguir aprendiendo. Entonces, la carrera evolutiva para aprender más hizo que el objetivo dejara de ser alcanzar la pubertad lo más rápido posible (como pasa con el resto de los mamíferos). Sorprende que, en nuestro caso, ralentizar las cosas es a propósito, y en esos años del final de la infancia el cerebro no crece mucho en tamaño justamente porque está ocupado haciendo nuevas conexiones neuronales (aprendiendo sin parar). En otras palabras, la evolución proporcionó a los humanos una infancia prolongada que permite un largo período de aprendizaje, hasta estar listos para presentarnos como adultos ante lasociedad.
Jonathan Haidt explica que la evolución no solo alargó la infancia para hacer posible el aprendizaje. También instaló tres fuertes motivaciones interiores para que el aprendizaje fuera lo que más deseen los “cachorros humanos”. Puso mucha motivación interior para tres cosas:
–el juego libre,
–lograr una fina sintonía con el entorno,
– el aprendizaje social.
(…) En los días de la infancia basada en el juego, había mucho tiempo de juego sin supervisión. Ese juego generaba mucha pasión por aprender. La norma era que, cuando terminaba el horario escolar, los niños se encontraban para jugar juntos, sin supervisión.
De distintos modos satisfacían esas tres grandes motivaciones.
Hoy estamos en una transición a la infancia basada en el teléfono y ahí los chicos ya no obtienen ese beneficio que les otorgaba el juego libre.
Peter Gray, psicólogo del desarrollo del Boston College e investigador del juego, dice que pasamos de considerar a los niños seres competentes, responsables y resistentes a verlos como seres que necesitan supervisión y protección para todo. El autor llama la atención diciendo que parece que las nuevas generaciones ganaron más autonomía en cosas como elegir cómo se quieren vestir o qué quieren comer. Sin embargo, han perdido mucha de la libertad que tenían para participar en actividades que implicaban un cierto grado de riesgo y responsabilidad personal, lejos de los adultos. (…)
Esta infancia de crecimiento lento significa un camino de adaptación para el aprendizaje cultural. La infancia se convierte en un tiempo para aprender las habilidades necesarias para el éxito en la cultura de cada uno y el juego es tan esencial para desarrollar habilidades sociales que cada hogar necesita ser una “pista de juego libre”.
Lo que muestran los estudios es que conservamos toda la vida la misma capacidad de aprender, pero lo que sí se “enfría” es la “motivación para aprender”. Entonces, es mucho lo que puede hacer la familia para sembrar la semillita del aprendizaje. Mucho antes de llegar a la escuela, solo permitiendo y fomentando el juego libre, nos convertimos en el Italpark de los aprendizajes. Es imposible creer que la escuela sola lo logrará. La escuela sola no puede. Y no creo que dependa de “la formación académica” de los padres y la familia.
*Autora de No aprendimos nada.
Editorial El Ateneo (fragmento).