DOMINGO
Psicoanálisis

Freud y las mujeres

Nadie había escuchado a las mujeres de tal manera hasta la llegada de Freud al campo del psicoanálisis. Decimos mujeres, pero tampoco se había escuchado así a los hombres; esa es la novedad freudiana. Fue Freud quien logró desentrañar lo que estaba en juego en el goce histérico. Nos referimos a esa paradójica satisfacción que un sujeto puede encontrar en sus síntomas, lo que en ese tiempo se llamó la ganancia primaria de la enfermedad: un sufrimiento como manifestación y, al mismo tiempo, ocultamiento de una satisfacción pulsional. Es cierto que, a pesar de su vasta labor con las mujeres, Freud no terminó de resolver la cuestión de la femineidad, pero se mantuvo lo suficientemente cerca de la problemática como para que, en adelante, quedara abierta la cuestión.

Poco antes de morir, Freud mantuvo un fluido intercambio epistolar con Marie Bonaparte a raíz de un libro suyo sobre la sexualidad femenina. En una de las cartas, el psicoanalista vienés reconoce que, a pesar de haberse dedicado más de treinta años a investigar sobre las mujeres, aún no había logrado discernir qué es lo que quieren. Fue aquella la gran pregunta que lo dejó sin respuesta; la incógnita que muchos sucesores intentaron posteriormente descifrar.

En 1923, a propósito de la organización genital infantil, Freud afirma: “Por desdicha, solo podemos describir estas constelaciones respecto del varoncito; carecemos de una intelección de los procesos correspondientes en la niña pequeña”. Nuevamente, el límite reconocido.

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Ahora bien, partamos de las siguientes premisas: el inconsciente no tiene sexo –en efecto, el primado del falo funciona de modo equivalente para ambos sexos–, la sexualidad humana no está determinada por el instinto y la femineidad se da a partir de una elección, una opción ante un conflicto irresoluble que Freud llamó complejo de castración.

Para abordar la cuestión de la inscripción de la realidad sexual en el inconsciente es necesario considerar el concepto de falo. Este dato resulta significativo, porque permite establecer la disimetría entre los sexos. En efecto, ya desde 1920 encontramos la afirmación de Freud acerca de que la reacción ante la castración no es la misma para un hombre que para una mujer. Dicha diferencia no refiere a la pulsión –aunque pueda haber opuestos–, sino al hecho de tener o no tener falo, y la relación que se establece con él. Desde esta lógica señala, también como antecedente femenino, la tan conocida envidia del pene, correlato del encuentro de la niña con un descubrimiento que la deja agraviada. Por último, están los rodeos que la mujer debe realizar para alcanzar su elección exogámica de objeto sexual, luego de haber partido, en el origen, de un estrecho vínculo afectivo con el objeto materno. Freud destaca el rodeo que la lleva a tomar otro rumbo en su elección, que implicará una renuncia que no será sin consecuencias.

Todas ellas vicisitudes significativas que nos acercan al enigmático campo de lo femenino.

(…)

En 1926 Freud concluye que la vida sexual de la mujer adulta sigue siendo un dark continent para la psicología. Años después, en su escrito sobre la femineidad, vuelve a señalar la importancia de la relación preedípica entre la madre y la hija. Incluso, llega a plantear una “femineidad normal” que se sostiene en la ecuación falo = niño.

Observamos que, en este punto, Freud no puede encontrar para la mujer una salida que no sea fálica, motivo por el cual la sexualidad femenina sigue representando un enigma sin significación, un verdadero continente negro.

Allí donde Freud había planteado un impase en sus conocimientos, Lacan encuentra un dato estructural por excelencia. En la lectura que hace de su obra, Lacan deja ver que Freud siempre sostuvo la necesidad de mantener la cuestión de lo femenino abierta, resistiéndose a cerrar el problema de una forma convincente o elocuente. Y, al igual que en tantos otros temas, también ante este interrogante Lacan dará otra vuelta de tuerca siguiendo la senda transitada por Freud, pero reabriendo la brecha dejada por él y declarando que muchos de sus discípulos procuraron cerrarla y clausurarla por completo.

La propuesta de Lacan es que la posición femenina es el resultado de una elección inconsciente que se deduce del complejo de castración. Pero su aporte más valioso al planteo radica en determinar un goce que sería propiamente femenino, un goce que iría más allá de su relación con el falo, no regulado por la castración.

*Autor de La mujer, entre Dios y el diablo. Unsam Edita y Pasaje 865 (fragmento).