La conversión al cristianismo de la filósofa y religiosa alemana Edith Stein no impidió que fuera asesinada, en 1942, por pertenecer a la misma estirpe que Jesús. Diez años antes, conmovida por las determinaciones nazis que habían excluido a los judíos de la vida pública y por el sufrimiento que esto causaba a los suyos, mientras pasaba unos días en la casa materna, se dispuso a escribir apuntes autobiográficos sobre su familia y ancestros. Fue así como, en 1933, a poco de ingresar al Carmelo, comenzó el manuscrito que lleva por título Los recuerdos de mi madre. Allí presenta aspectos de la vida de sus bisabuelos y abuelos maternos, y recuerda las ciudades alemanas en las que habían vivido y ejercido sus profesiones. Esta rememoración no es ingenua, surge del deseo de sacar del letargo a sus lectores con un discurso opuesto al del nazismo.
La producción filosófica de Stein era por entonces enorme; lo mismo que sus escritos antropológicos y pedagógicos que, junto con los espirituales, se reúnen en los cinco tomos de sus obras completas.
En 1998 el papa Juan Pablo II canonizó a Edith Stein. Supo de ella cuando era estudiante, a través de su profesor Roman Ingarden, en quien, se sospecha, en su juventud ella pudo haber estado interesada románticamente. La canonización encendió una serie de debates, en los que participaron sectores del judaísmo y sus propios descendientes, para quienes incuestionablemente Edith Stein había sido asesinada en campos de concentración por su condición de judía, como algunos de sus hermanos y parientes: para ellos no era sencillo asimilar que fuera presentada como mártir cristiana. Por su parte, Juan Pablo II la destacó en la homilía de canonización como eminente hija de Israel e hija fiel de la Iglesia, y agregó: “Edith Stein, por ser judía, fue deportada junto con su hermana Rosa y muchos otros judíos de los Países Bajos al campo de concentración de Auschwitz, donde murió con ellos en la cámara de gas. Hoy los recordamos a todos con profundo respeto. Pocos días antes de su deportación, la religiosa, a quienes se ofrecían para salvarle la vida, les respondió:¡No hagáis nada! ¿Por qué debería ser excluida? No es justo que me beneficie de mi bautismo. Si no puedo compartir el destino de mis hermanos y hermanas, mi vida, en cierto sentido, queda destruida.Quien busca la verdad, consciente o inconscientemente, busca a Dios, dijo Edith Stein. Y, justamente, lo que me interesó fue el camino que hizo en búsqueda de su verdad, una búsqueda que la llevó desde el judaísmo al agnosticismo, y de allí, luego de doctorarse en filosofía y ser asistente personal de Edmund Husserl,el fundador de la fenomenología, a la conversión. Una metanoia que, mediada por situaciones históricas concretas, de ninguna manera la llevó a renegar de sus orígenes. Y es esta actitud lo que la hace cercana, comprometida íntegramente consigo misma y, a la vez, contemporánea. (...)”.
Resultó determinante contar con la autobiografía de Edith Stein, que, no es un dato menor, se enmarca en un pensamiento filosófico signado por la empatía, pautado por la apertura a los otros y la necesidad de indagar en la estructura de la persona humana y en las propias vivencias. Sin embargo, ella sabía que, al ser judía, debía expresar sus pensamientos con sumo cuidado. Además, había transitado una conversión que la llevó, dadas sus características personales, a combinar indagación fenomenológica con contenidos dogmáticos de la revelación cristiana, y a confrontar la fenomenología con la filosofía contemporánea y la teología. Esto impactó en su vida y en su escritura autobiográfica, porque Stein hizo de la filosofía un hábito y lo combinó con un estilo de vida empeñando en ello su voluntad de la cual estaba convencida, que puede orientarse para acometer la tarea de autoconfiguración. No hay que perder de vista que, a esa altura, Stein llevaba desde hacía una decena de años una vida signada por un ideal que guiaba su proceso de autoconfiguración, como ella misma lo llama en Estructura de la persona humana. Proceso que la llevó del judaísmo al agnosticismo, luego a la filosofía, en 1921 a la religión católica y, en 1933, doce años después de su conversión, meditados y estudiados a fondo el dogma y luego de adentrarse en la filosofía católica, a las puertas del convento.
En mayo de 1935, Edith Stein interrumpió sus escritos autobiográficos. Se sabe que durante los seis meses del postulantado y en su año como novicia carmelita escribió la parte más extensa, Historia de nuestra familia: las dos más jóvenes, en la que relata la vida familiar y, como sugiere el título, se centra en ella y en su hermana Erna. Por encargo de sus superiores, alrededor de mayo de 1935, comenzó a elaborar su extensa obra filosófica, Ser finito y ser eterno, por lo que interrumpió la redacción de sus recuerdos, que retomaría una vez exiliada en Holanda, a principios de 1939. En esa oportunidad escribió apenas unas páginas en las que contó la buena impresión que le produjo Martin Heidegger cuando lo conoció, mucho antes de que se lo considerara uno de los filósofos más relevantes del siglo XX; relata su examen de doctorado y cómo se convirtió en asistente de Husserl. Se piensa que Edith Stein (por entonces Sor Teresa Benedicta de la Cruz) tenía intención de continuar con sus recuerdos, pero esos escritos no fueron revisados ya que fue apresada y asesinada en 1942.
El punto es que la escritura autobiográfica implica una serie compleja de desplazamientos. En el intento de englobar el abismo que hay entre las palabras y las cosas, surgen una infinidad de interrogantes. En lo que respecta a Edith Stein, si bien toda memoria es inconclusa, podría afirmarse que su caso despliega otros inconvenientes. En principio, que comenzó a escribir el mes anterior a su entrada al Carmelo, en su etapa católica, cuando ya era una mujer madura que pasaba sus recuerdos por el tamiz de un sinfín de desilusiones y que sabía que sus escritos pasarían el filtro de la censura nazi. Pero lo fundamental es que, después de la conversión, tenía una idea de la providencia como impulsora del destino. Desde esta perspectiva retoma la época de la niñez, cuando todavía practicaba la religión judía, y su período de agnosticismo, iniciado alrededor de sus 12 o 13 años. Además de los dilemas propios de todo escrito autobiográfico, en su caso, la persona que relata su vida ha experimentado una completa transformación, un cambio de sentido en la vida. Quien escribe la segunda parte de estas memorias es Sor Teresa Benedicta de la Cruz, una monja carmelita que retrata su época de estudiante universitaria, cuando estaba a punto de doctorarse: una joven que en 1916 desconocía su destino de conversión y cuyas expectativas pasaban por defender su tesis, porque llegara finalmente la paz y, probablemente, por encontrar y experimentar el amor. (...)
La importancia de los recuerdos
La familia paterna y la materna de Edith Stein provenían de lo que fue el límite oriental del Imperio prusiano, hoy Polonia. Sus ancestros maternos, fabricantes de jabón y de velas, no descuidaban la religión ni las tradiciones. Su bisabuelo, Joseph Burchard (1784-1874), que fue cantor y monitor, y contaba con una sala de rezos ubicada en su propia casa, tenía unos treinta años cuando se promulgó el Edicto de Emancipación que concedía la ciudadanía a los judíos, les daba derecho a elegir su lugar de residencia, a comprar tierras, a servir en el ejército y a casarse libremente. También fue fabricante de algodón quirúrgico. La vida familiar era central para él: tuvo once hijos y, a partir de su setenta cumpleaños, la mayoría de ellos se reunían para celebrarlo cada año.
Edith destacó el patriotismo de su familia, al recalcar que sus parientes habían participado en conflictos armados junto con otros alemanes. Alrededor de 1871, dos de los hijos de su bisabuelo habían perdido la vida en la guerra francoprusiana. Ella subrayaba estas cuestiones cuando la propaganda nazi ocultaba el heroísmo de los judíos galardonados con la cruz de hierro o por su accionar militar en los conflictos bélicos. La relevancia que otorgó a sus ancestros se conecta con los cambios radicales que se habían vivido en el siglo XIX y que impactaron fuertemente en la vida de los europeos en general y de los judíos y de su familia en particular.
Aunque representaban una minoría, la historia de los judíos de Breslau se remonta a muchos siglos antes de su nacimiento. En 1917 se descubrió allí la tumba judía más antigua de Polonia, fechada en 1203. En el medievo, además de un cementerio, la ciudad albergaba varias sinagogas y una casa de baños rituales.
Lejos de gozar de estabilidad, durante el siglo XIV los judíos sufrieron varias expulsiones. En 1453, cuarenta y uno de ellos fueron quemados en la hoguera, acusados de profanar la Sagrada Hostia, en tanto que los demás miembros de la comunidad fueron expulsados. Cuenta Suzanne M. Batzdorff, sobrina de Edith, queéste fue uno de los argumentos sobre los que se apoyó en sus esfuerzos su padre cuando Edith decidió convertirse al catolicismo, para intentar alejarla de sus planes de ser carmelita.
Conocedora de la historia de su ciudad natal, Edith sabría que, pese al decreto imperial de 1455 que impedía el asentamiento judío en Breslau, desde comienzos del siglo XVI se otorgaron permisos de residencia a los comerciantes que se desempeñaban en las ferias y, más adelante, permisos de visitas para otras épocas del año. Luego, a fines del siglo XVII, algunos miembros de su comunidad pudieron asentarse temporalmente.
Cuando Prusia conquistó la ciudad, en 1741, se concedió la residencia a doce familias. Veinte años después, pudieron establecer un cementerio. En 1776, alrededor de dos mil judíos vivían en Breslau.
Apenas una década después, los de mejor posición gozaban de los frutos de la emancipación cultural y social. Pero en el terreno político no se observaban avances significativos. Las autoridades prusianas reconocían la importancia de los judíos para comerciar con Polonia, pero no concedían suficientes permisos de residencia. Lo que resultó determinante para su integración fue la conquista de Prusia, en 1806. Napoleón, inspirado por lo sucedido en Francia, donde en 1791 la Asamblea Nacional había declarado a los judíos ciudadanos de la república, emitió un decreto que determinó la igualdad para los residentes en los territorios prusianos.
Finalizada la ocupación francesa, estas leyes fueron revocadas, nuevos actores modernizaron el Estado prusiano y lograron que el 11 de marzo de 1812 se promulgara el Edicto de Emancipación. Además, se abolieron los impuestos discriminatorios. Sin embargo, el Congreso de Viena de 1815 negó a los judíos prusianos plenos derechos políticos impidiéndoles alcanzar altos grados en el ejército, en la enseñanza y en la política. Ante esta involución, muchos de ellos, pertenecientes a la clase alta, educados y ricos, que se habían alejado de la religión de sus padres, optaron por adoptar el cristianismo. Esto acentuó la tensión entre judíos no tradicionalistas y judíos ortodoxos y, paralelamente con las conversiones, se produjeron divisiones internas. Muchos de los que no se convirtieron se aglutinaron en tono a Zacharías Frankel, representante del Judaísmo Conservador, o alrededor de Abraham Geiger, portavoz de lo que se llamó Judaísmo Histórico.
Para pensarse a sí misma, Edith Stein abreva en la vida de sus antepasados. Sus bisabuelos Samuel Stein y Jakob Courant fueron ciudadanos prusianos naturalizados en 1812, mientras que su bisabuelo Joseph Jehuda Burchard recién alcanzó ese derecho en marzo de 1837. Pero en la práctica la emancipación no se dio con la celeridad esperada; lo que decían los papeles no se hacía efectivo en la realidad, e incluso se emprendieron campañas para revocar el edicto. La segregación siguió de manera más o menos enmascarada, por lo que muchos judíos apoyaron la revolución de 1848 creyendo que, una vez reunificada y democratizada Alemania, alcanzarían finalmente la igualdad.
Fracasada esta revolución, quedó en suspenso toda expectativa democrática. En 1850, la constitución del Imperio prusiano prohibió a los judíos ser funcionarios del gobierno, profesores de la universidad y oficiales del ejército. Recién dos décadas después, tras la guerra francoprusiana de 1870-1871 y con la creación del Reich alemán, cayeron algunas prohibiciones, aunque apenas alcanzaron altos cargos como funcionarios y les resultó muy difícil obtener puestos en la enseñanza. (...).
La fuerza de una madre
En principio, Edith pondera la responsabilidad, seriedad y disposición al servicio de su madre, quien desde los seis añoshacía punto en competencia con su hermana Selma, mientras que a los ochoera ya tan hábil que los padres la enviaban como ayuda a casa de los parientes cuando estos estaban en necesidad. A los diez Auguste quiso aprender a lavar y tomó la decisión de levantarse de madrugada para ver cómo realizaban ese trabajo las empleadas de la casa. También era divertida, bromeaba, reía y cantaba mucho, especialmente cuando recibía en su casa a hermanos y primos,y en las grandes fiestas familiares, cumpleaños y bodas. Había aprendido algo de piano, disfrutaba de la música y siendo anciana todavía podíatocar de memoria algunos fragmentos del vals de Strauss:Vino, mujer y canción.
A los nueve años, Auguste conoció a Siegfried Stein (1844-1893), originario de Gleiwitz, a veinte kilómetros de Lublinitz. Se hicieron amigos, comenzaron a escribirse y, según Edith, estas cartas evidencian,poco a poco, por alusiones indirectas, cuánto deseaban formalizar las relaciones. Finalmente, cuando Auguste tenía veintiún años y Siegfrieda veintiocho se casaron y se instalaron cerca del almacén de madera de la madre de él, cuya empresa llevaba el nombre Viuda de S. Stein. Aunque suegra y nuera se respetaban, debió existir tensión entre ellas, sobre todo porque Auguste tenía ideas propias, como proteger a uno de sus jóvenes cuñados que, con oposición materna, quiso dedicarse al teatro. Este tipo de detalles completan la imagen que Edith brinda de su madre retratándola como una mujer seria y responsable, con aptitudes para el comercio, pero capaz de reconocer y apoyar una vocación artística. Una personalidad equilibrada y con sentimientos nobles, muy lejos del estereotipo de la mujer judía propagado por el nazismo.
Lo curioso es que, con el tiempo, el joven cuñado protegido de Auguste resultó ser el reconocido comediógrafo y director teatral Leo Walter Steinc, y algunas de sus obras, como La bailarina del rey y Liselotte del Pfalz, a causa de su contenido nacional fueron muy estimadas y representadas en los teatros del Tercer Reich. Al resaltar que la obra de su tío, un judío alemán, representaba sentimientos nacionales, Edith contradice la falacia nazi que presentaba a los judíos como un grupo que velaba solo por sus propios intereses. (...).
El 30 de octubre de 1944, el Carmelo de Colonia se incendia tras un ataque aéreo. Las religiosas se dirigen al Carmelo de Welden. También las carmelitas de Echt deben dejar su convento, y se llevan a Herkenbosch, con grandes dificultades, los escritos inéditos de Edith Stein. Luego de la derrota nazi, en 1945, Leo Van Breda y autoridades carmelitas se dirigen a Echt a buscar los manuscritos.Como no había nada que encontrar, prosiguieron su viaje a Herkenbosch, donde los recuperan entre los escombros y los entregan a la doctora Gelber, quien se encargó del archivo Edith Stein de Bruselas. Finalizada la guerra, se comunica a Erna Stein, en Norteamérica, lo que se sabe sobre la deportación de sus hermanas Edith y Rosa. Pese a todos los intentos para conocer qué fue de ellas, fue dificultoso reconstruir sus últimos días.
En junio de 1945, algunas de las carmelitas regresan a Colonia. Se decide reconstruir el monasterio, colocándose el 16 de junio de 1946 la primera piedra de la cuarta fundación del Carmelo María de la Paz. Poco después, Teresa Renata Posselt, priora y maestra de novicias, escribe la primera biografía de Edith Stein, que se publica en Alemania en 1948 y se agota en pocos meses. Este libro contribuye en gran medida a solucionar el problema económico de la compra y adaptación del convento. En 1947 también había aparecido un artículo sobre ella en L’Osservatore Romano. Pese a todo, durante varios años no hubo precisiones sobre los últimos días de Edith Stein y su hermana Rosa. Gracias a miembros de la resistencia, deportados y prisioneros que compartieron por un tiempo su cautiverio, y a otros sobrevivientes, se van articulando los datos y los testimonios que permiten precisar lo sucedido, pero recién en 1950 llega la confirmación, al conocerse las listas en las que figura el número de prisioneras y día en que las asesinaron. El Carmelo de Colonia recibe, en 1950, una carta en la que se atribuye a la mediación de Edith Stein la cura milagrosa de un enfermo. En Alemania se fundan escuelas e instituciones que llevan su nombre. Se realizan esculturas, vitrales, pinturas en su homenaje. Lo mismo sucederá en Echt. En 1957, bajo el priorato de Renata Posselt, el Carmelo de Colonia inicia el pedido de beatificación.
En 1962, se abre el proceso de beatificación. Ese mismo año, siendo cardenal de Cracovia, el futuro papa Juan Pablo II invita a Roman Ingarden a dar una conferencia sobre Edith Stein. En 1982, el Ccorreo alemán emite un sello con la imagen de Edith Stein. Se funda en Tubinga un carmelo con su nombre. Beatificada en 1987, Edith Stein fue canonizada por Juan Pablo II el 11 de octubre de 1998. El hecho suscita debate y cuestionamientos de algunos representantes de la comunidad judía. El 1º de octubre de 1999, Juan Pablo II nombra a Edith Stein,“Síntesis dramática de nuestro siglo, copatrona de Europa”, junto con Brígida de Suecia y Catalina de Siena.
Sin dudas, Stein ocupa un lugar entre las filósofas y pensadoras más relevantes de la primera mitad del siglo XX, algunas de las cuales han sido estudiadas otorgándoseles un lugar importante, de resistencia, poco estudiado hasta los últimos años.
El 18 de abril de 2024, en el marco de una audiencia otorgada a los representantes de las Federaciones de Carmelitas Descalzas de todo el mundo, en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico Vaticano, se presentaron al papa Francisco las Cartas Postulatorias para que se conceda el título de Doctora de la Iglesia a Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein).
Teresa de Ávila y Teresa de Lisieux son dos carmelitas proclamadas Doctoras de la Iglesia. Queda pendiente entonces el doctorado eclesiástico para Edith Stein, Teresa Benedicta de la Cruz. Tal vez, uno de los testimonios más conmovedores de Edith Stein como persona, como filósofa y como amiga lo brindó Fritz Kaufmann, retomando unas líneas que Husserl le envió cuando perdió a su padre: “No mueren propiamente aquellos a quienes veneramos con amor […]. Al pensar en ellos sentimos que estamos en presencia de ellos; sentimos que nos miran el alma, que se identifican con nuestros sentimientos, que nos entienden y que aprueban o desaprueban lo que estamos haciendo”.
☛ Título: Edith Stein
☛ Autor: Irene Chikiar Bauer
☛ Editorial: Taurus
Datos del autor
Irene Chikiar Bauer es doctora en Letras por la Universidad Nacional de La Plata, magíster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural por la Universidad de San Martín y en Literaturas Comparadas, Universidad Nacional de La Plata.
Es docente en la Universidad Nacional de San Martín y en la Universidad Nacional de San Antonio de Areco.
Es autora de la obra teatral “Virginia y Victoria, una amistad literaria”, que dirigió en el Teatro Payró en 2021. También dirigió la puesta en escena de “A puerta cerrada”, de Jean-Paul Sartre (2017). Ha sido columnista en radio, televisión y diversos medios gráficos.
Estuvo a cargo de la Comisión de escritoras de Pen Argentina. Integra la comisión directiva de la Asociación Argentina de Estudios Americanos (AAEA) y es presidente de la Asociación Argentina de Literatura Comparada.