DOMINGO
libro

En nombre de la “familia”

Crónica de los inicios del Opus Dei.

22_09_2024_opus_dei_gianoli_gainza_juansalatino_g
En Te serviré, de Paula Bistagnino, cuenta los orígenes y gestores del inicio del Opus Dei y su plan de expansión en Sudamérica. En este contexto una familia uruguaya que vivía en Chile fue clave para que “la Obra” creciera en el Cono Sur: los Gianoli Gainza. | juan salatino

La primera vez que Elina escuchó nombrar al Opus Dei fue en Santiago de Chile. Tenía 13 años y era la menor de cinco hermanos. La muerte de su padre había desarmado una infancia serena en la ciudad de Viña del Mar y su madre, la empresaria uruguaya María Elina Gainza de Gianoli, decidió regresar a la capital chilena con sus hijos. Fue en Santiago donde, en 1954 y ya viuda, la matriarca María Elina se convirtió en una de las primeras mujeres del Cono Sur en entrar en la organización católica. Con ella comenzó la historia de una familia atravesada por “la Obra” que conquistó América Latina en la segunda mitad del siglo XX.

Para 1950, la familia Gianoli Gainza era parte de la alta sociedad chilena, un círculo pequeño que compartían con un puñado de apellidos. Los uruguayos tenían lo que hacía falta para pertenecer: linaje diplomático, una economía próspera y tradición católica. Por esas tres condiciones, cuando la primera misión de religiosos enviada desde España por Escrivá de Balaguer desembarcó en Chile, sus nombres figuraron en la lista de familias a presentarle. Los misioneros opusinos debían vincularse con el círculo católico empresario y político local. Los gestores y anfitriones de las reuniones eran el arzobispo de Santiago y primer cardenal chileno, José María Caro Rodríguez, y uno de sus consejeros, además de prorrector de la Universidad Católica, el sacerdote Raúl Pérez Olmedo.

“En el comienzo, el Opus Dei se presentaba como un llamado a los católicos del mundo. No a todos, sino a los mejores. Era un llamado a convertirse en parte de una élite que se preparaba para transformar el mundo”, explica un exnumerario mexicano que entró en los primeros años 60 con aquel “llamado” y se quedó en la organización durante más de cuatro décadas. Prefiere no decir su nombre, como la mayoría de los hombres profesionales que hicieron sus carreras mientras militaban en las filas opusinas en toda América Latina.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Según su biografía autorizada, Escrivá de Balaguer fundó el Opus Dei en 1928 “por inspiración divina” para “acercar la vida ordinaria de los hombres bautizados al camino de la santidad”. (…)

Cuando Elina llegó a Buenos Aires, el Opus Dei se expandía en círculos concéntricos. Eran los primeros años de la década del 60 y, según la institución, por entonces “los miembros en la Argentina no pasaban de 50, entre hombres y mujeres, casados y solteros, sacerdotes y laicos”.

Quienes lo vivieron dicen que recuerdan la sensación de un tiempo de entusiasmo, hasta de efervescencia, como cuando se está tramando algo con destino de grandeza.

No era un llamado universal ni público: era una expansión constante y dirigida. El reclutamiento, como lo definen quienes lo padecieron y lo ejecutaron, transcurría solo en determinados ambientes, por recomendación, siguiendo al pie de la letra lo prescripto por Escrivá de Balaguer en los primeros estatutos.

En Argentina, la Obra había dado sus primeros pasos en marzo de 1950, meses después de desembarcar en Chile. El sacerdote Ricardo Fernández Vallespín y los profesores Ismael Sánchez Bella y Francisco Ponz, todos españoles, aterrizaron en el flamante aeropuerto de Ezeiza, pero no permanecieron en Buenos Aires. Iban a Rosario, a 300 kilómetros de la Capital Federal, donde los esperaba el obispo y cardenal Antonio Caggiano, que en 1933 y 1934 había sido vicario general del Ejército Argentino y mantenía un fluido intercambio epistolar con Escrivá de Balaguer desde 1946, cuando el rosarino viajó a Roma para ser ungido cardenal por el papa Pío XII y el español estaba recién instalado en la capital italiana. Allí tuvieron un encuentro personal. Desde entonces, y en cada carta, Ca-ggiano le aseguraba que en el sur del mundo encontraría tierra fértil para su Obra de Dios.

Cuando llegaron los enviados, el obispo en persona se ocupó de que así fuera: organizó reuniones, presentó a los españoles en el Círculo Militar y hasta pagó el alquiler de una casa para que abrieran allí el primer centro de varones del Opus Dei en Argentina. Dos años más tarde, con algunos lazos de los que se tejieron en Rosario, la Obra se instaló también en Buenos Aires.

Mudarse a un centro del Opus Dei es uno de los pasos más importantes en la vida de un numerario. Si el camino es el ideal –pitar a los 14 años y medio–, la mudanza ocurre a los 17 o 18, una vez finalizados los estudios secundarios. Elina lo hizo en Montevideo, pero su estadía en la primera residencia que pisó fue breve porque enseguida la destinaron a Buenos Aires. ¿Por qué no se quedó cerca de su madre y de sus hermanos? ¿Por qué no fue a su querido Chile, donde vivían su hermana Carmen y sus sobrinos?

“Elina adoraba su país, Chile. Lo decía siempre. Pero el Opus Dei no te da a elegir dónde vivir, como no te da elegir nada”, cuenta Isabel Dondo, quien fue numeraria durante 17 años y es parte de una familia argentina “atravesada por la Obra”, la define. “Una vez que entrás, tu voluntad está en sus manos en cuanto a tareas, lugar de residencia y muchas cosas más –añade–. Es una parte central del modus operandi: siempre te mandan lejos de tu familia ‘de sangre’”.

Los reglamentos se refieren a la “familia de sangre de los socios”, pero reservan la palabra “familia” a secas para referirse a la institución. Cuando alguien pita, quien lleva la dirección espiritual del nuevo socio se lo hace saber con claridad: “A partir de ahora tu familia es el Opus Dei”.

“Todos los que estuvimos escuchamos esa frase y muchas más”, recuerda Dondo. “Son cosas que ellos dicen en todos lados y en todos los idiomas –advierte–. Entonces Escrivá de Balaguer se convierte en tu padre, la hermana de Escrivá, en la tía Carmen… Te hacen poner la foto de toda la familia de Escrivá en tu mesa de luz. De tu familia de sangre no podés tener ninguna”.

Dondo conoció el Opus Dei a los 9 años, en 1962, solo un poco después de que Elina llegara a la Argentina. El primero en pitar fue Gabriel, uno de sus cincos hermanos. Entró como numerario y, tras la muerte de su padre, “arrastró a toda la familia”: los cuatro varones y las dos mujeres crecieron participando de actividades de la Obra.

También la mamá, supernumeraria, que empezó a llevar a Isabel a actividades para niñas en Sur, uno de los primeros centros de mujeres porteños, instalado en la calle Conde 1630, en el barrio de Belgrano.

La “rama femenina” recién empezaba. El primer centro había abierto en 1957 en Beruti 2926 “con el apoyo de un grupo de señoras, entre las que estaban Marta Ballester Molina, Lissy de Landry y Lucrecia Sáenz de Palma”, informa de manera oficial el Opus Dei. Dos años después, las mujeres se mudaron a otro centro en la calle Paraguay, y Beruti quedó para varones. La rama masculina, que había comenzado sus actividades antes, crecía más rápido.

Gabriel Dondo, hermano de Isabel, fue uno de los primeros curas argentinos de la Obra, fundador de la “labor femenina” en Bolivia y durante décadas autoridad máxima de todas las mujeres de Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay –sacerdote secretario dentro de la Comisión Regional–. Hoy, sigue “dentro”, pero por su edad ya no está en ese cargo.

Al Opus Dei no pueden entrar curas de “afuera”: las vocaciones religiosas, que son las que están en la cima de la pirámide, se eligen entre los numerarios (laicos) para garantizar que esas jerarquías tengan formación opusina pura desde la adolescencia. También en la vocación rige la obediencia: los numerarios elegidos para formarse como religiosos no pueden decir que no. Se los elige porque tienen características para el liderazgo religioso, pero nunca las necesarias para tener una carrera profesional descollante. “A esos los prefieren en el mundo público”, señala un exnumerario.

El clero constituye apenas el 2% del total de los miembros de la organización. Es una élite que dirige un ejército de laicas y laicos compuesto de manera particular: en promedio, tres de cada diez son numerarios (célibes) y los otros siete son supernumerarios, informa el Opus Dei.

El primer epicentro de la Obra –a excepción de una casa de varones en el barrio de San Telmo– estuvo en el cordón norte de la ciudad de Buenos Aires, y se extendió rápidamente en esa línea hacia la provincia, donde vivían las familias más ricas y católicas.

El segundo epicentro comenzó en Bella Vista, una zona residencial de grandes casaquintas en el noroeste del Conurbano, a 25 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires.

En 1962, gracias a una colaboradora, las mujeres consiguieron una casa donde hacer retiros espirituales y convivencias religiosas. El Opus Dei cayó bien en el barrio, de tradición católica conservadora y con fuerte presencia militar, porque Bella Vista linda con Campo de Mayo, la principal guarnición del Ejército Argentino en todo el territorio nacional.

La Obra se dio a conocer en el círculo más exclusivo, en el que resaltaba una familia pionera y de la élite argentina, los Gallardo. La historia contada por el Opus Dei en un documento oficial dice que compró la propiedad a Beatriz Gallardo de Ordóñez y su esposo, quienes poseían cuatro hectáreas y la casona de la quinta que, en el siglo XIX, construyó el hacendado León Gallardo. La oferta llegó en 1966 a dos mujeres del gobierno regional del Opus Dei, Edith Sabolo y Evangelina del Forno, a través de Agnes Gallardo de Bosch. Luego, dice el documento, la familia Gallardo ofreció también el terreno lindero, cinco hectáreas más.

La decisión final sobre la compra llegó desde Roma en 1968, cuando la numeraria Sabolo viajó y pudo conversar con Escrivá de Balaguer sobre el tema. “Le contó que por fin en Argentina contaban ya con una casa de retiros cuyo terreno tenía cuatro hectáreas y que el terreno tenía cinco hectáreas más que quizá también se podrían conseguir”, dice el Opus Dei. El fundador respondió que nueve hectáreas estarían bien y “ante este comentario, [Sabolo] entendió que convendría conseguir esas cinco hectáreas; así, a su regreso, se pusieron todos los medios para adquirirlas cuanto antes”. En poco tiempo, con aportes de colaboradores y socios, la organización religiosa consiguió hacerse del terreno. Conservó el nombre que le habían dado los dueños originales: La Chacra.

Puertas adentro, la historia se contó distinta: que había sido donación de una de las principales herederas Gallardo y que la Obra solo debió pagar el terreno extra. De cualquier modo, lo que ocurrió fue que en 1966 la casona de estilo italiano, tradicional lugar de veraneo de varias generaciones de los Gallardo, se cerró para siempre a la “familia de sangre”. Fueron la mayoría los que nunca más tomaron el té en las galerías de piso de ladrillo en forma de herradura alrededor del patio central con aljibe o pudieron dar caminatas de tarde por el gran parque, perfecto para las travesuras infantiles y el disfrute de todos. Antes de que aquello ocurriera, una parte de la familia ya había quedado afuera por las propias internas del clan. La escritora Sara Gallardo –Drago Mitre, su apellido completo– lo contó en una entrevista. “Pasé mi infancia en la chacra de los Gallardo en Bella Vista, una casa maravillosa con un enorme parque lleno de árboles emocionantes y pájaros y citrus con azahares y todo eso. Era como el Paraíso –recordó–, y duró hasta que mi hermano y yo fuimos expulsados, por esas cosas abyectas que suceden en las familias”.

La Chacra se escrituró en 1968 a nombre de la Asociación para el Fomento de la Cultura (AFC), la primera de las más de veinte asociaciones sin fines de lucro que fundó el Opus Dei en el país y que forman un tejido jurídico que maneja instituciones educativas, clubes, centros de formación y propiedades. Ninguna está a nombre de la Prelatura, que es también otra asociación civil.

Elina se mudó a La Chacra apenas comprada la casa. En 1967 había regresado a la Argentina tras dos años de formación en Roma, en el Collegio Romano di Santa María, una institución creada en 1953 para instruir a las mujeres que se ocuparían de “tareas de formación y gobierno” en los distintos países del mundo. La enviaron en barco con otra numeraria de su edad, la argentina Gochy Sandoval, con la que convivía en La Ciudadela, un centro de mujeres ubicado en Avenida Alvear, en Recoleta. En aquel viaje, además de la formación jerárquica, pudo estar cerca de Escrivá de Balaguer. A la vuelta, ya estaba lista para convertirse en una de las mujeres más importantes de la Obra. Regresó por poco tiempo a La Ciudadela, después pasó por el centro Sur, en Colegiales, y desde allí fue enviada a la flamante casa de Bella Vista.

Tenía veintipocos años y una primera gran responsabilidad: dirigir la administración del lugar, destinado a retiros. En el Opus Dei, la “administración” no es lo contable sino la organización de una casa, de las tareas domésticas y la limpieza, y la dirección de las numerarias auxiliares, las mujeres cuya única función es servir al resto de los miembros, religiosos y laicos, en primer lugar a los varones y en segundo lugar a las mujeres. Esas auxiliares, reclutadas entre adolescentes de familias pobres y lugares alejados, no son empleadas de la Obra sino “socias” con compromisos de castidad, pobreza y obediencia. En los reglamentos de 1941, Escrivá de Balaguer las definió como mujeres que “se dedican exclusivamente al servicio doméstico, en las actividades que llevan los socios del Opus Dei, y son y se las llama sirvientas”.

Isabel Dondo tenía 12 o 13 años cuando conoció a Elina, durante su primer retiro en La Chacra. Todavía no había pitado. “Elina era genial. Era joven, pero ya tenía autoridad y, a la vez, llevaba la responsabilidad con alegría. Transmitía algo lindo, era inspiradora para las nenas que estábamos ahí”, dice la mujer. De aquel retiro, recuerda una noche en la que un dolor de oídos salvaje la sacó de la cama. No sabe cómo, pero en medio de la madrugada, mientras el resto dormía, la única que apareció para asistirla fue Elina. No era quien tenía que cuidar de ella y, sin embargo, la contuvo “como una madre” y la acompañó hasta que se le pasó el dolor.

“Ella representaba una cara linda, amorosa, del Opus Dei, que lamentablemente no es la más usual y no es en absoluto la que yo conocí después”, dice Dondo. Otra exnumeraria que la conoció más tarde, Grace Roldán, la define con palabras de la Obra: “Donde la mayoría era milicia, Elina era familia”.

Mientras tanto, la “familia de sangre” de Elina crecía y se multiplicaba. Carmen, la hermana mayor, ya había dado a luz a la mitad de sus once hijos. Era entonces un ejemplo de lo que el Opus Dei espera de sus supernumerarias.

El primero de los hijos de Carmen con el veterinario Mauricio Gatica Becker había nacido en Francia. Apenas casada, la pareja se embarcó en un viaje pago por la matriarca a bordo del buque Queen Elizabeth. Allí, lejos, en 1953 nació Carlos. Cuando regresaron con el bebé en brazos, como cualquier pareja de clase alta que disfrutó su luna de miel europea y engendró un hijo sano como fruto del amor bendecido por Dios, algo se había roto entre la primogénita y su madre.

“No sabemos bien qué pasó [entre María Elina y Carmen], porque no era algo que se hablara en casa, pero desde ese momento hubo un quiebre en la familia”, cuenta Mauricio Gatica Gianoli, el segundo hijo de Carmen. Nacido en 1954 –un año después que Carlos–, dice que son muy pocos los recuerdos de la vida con la abuela en Chile, porque para 1955 María Elina ya se había instalado en Montevideo. Con ella se había ido también la tía Elina, quien era su madrina, y se abrió una distancia entre las dos partes de los Gianoli Gainza. Una distancia geográfica y económica. Para Mauricio “fue como un abandono”.

“Nos quedamos solos en Chile y a medida que nacían mis hermanos la situación económica se ponía más complicada”, recuerda. Desde Uruguay la abuela siguió presente, pero el vínculo nunca se recompuso del todo. María Elina viajaba cada vez que Carmen paría. Y eso sucedía bastante seguido: tuvo doce hijos en veinte años –dos fueron mellizos–, aunque el cuarto falleció a los seis meses.

Mauricio recuerda las visitas de su abuela como buenos momentos, porque era “divina y generosa”. Al llegar, siempre en autos con choferes, a veces en dos, les daba a cada uno un billete de cien dólares enrolladito sin que Carmen lo advirtiera. También le llevaba dinero a ella, como una especie de premio por cada hijo que traía al mundo. Carmen a veces aceptaba y otras, no. “Mamá era una mujer rebelde, pero estaba enojada también –señala Mauricio–. A veces cuando la abuela mandaba a los choferes con plata los rechazaba, aunque estuviéramos mal en casa”.

Con los años, hijos e hijas de Carmen descubrieron que su madre tenía problemas psiquiátricos no tratados y que, quizá, parte de ese comportamiento entre caprichoso y rebelde podía tener que ver con eso. Sobre todo porque en la casa de los Gatica Gianoli la economía apremiaba. Allí no llegaban noticias de la fortuna familiar, que en ese momento se multiplicaba en Chile. 

Mauricio y sus hermanos compartían la vida de sus tíos y primos solamente durante los veranos. Cuando terminaban las clases, la abuela María Elina enviaba pasajes desde Punta del Este para que los tres nietos mayores –los pequeños se iban sumando a medida que crecían– viajaran a pasar casi tres meses en Loreto, en la enorme y lujosa casa de Playa Mansa. Carmen los dejaba viajar sin peros, y para sus hijos “era como ir a Disney”. El paraíso infantil se traducía en “pasar el verano en una casa en la que se servían cuatro comidas, se comía carne, se tomaba Vascolet todos los días y cada uno tenía una cama individual y un colchón cómodo”, dice Mauricio. Había embarcaciones a disposición y equipos de buceo propios, además de empleados que se ocupaban de todo. A la distancia, durante el año la abuela también pagaba el club del Opus Dei en Santiago –con buffet incluido– y el colegio.

Hasta que Elina se mudó a Buenos Aires, al menos los sobrinos más grandes llegaron a compartir algún verano con ella. Como tía, era divertida y cariñosa, pero fue poco el tiempo de disfrute. A fines de los años 50, la rutina de numeraria ya era su compromiso cotidiano y el vínculo con su “familia de sangre” empezó a ser más distante.

Cuando en 1960 Elina dejó Uruguay para seguir su vida de numeraria, la distancia se profundizó. Las noticias sobre su hermana y sus sobrinos en Chile llegaban muchas veces desfasadas a sus oídos en Argentina, casi siempre trianguladas vía Montevideo a través de la matriarca María Elina. Aun así, Elina era una privilegiada, porque no a todas las numerarias les llegaban novedades de sus familias.

“El vínculo con la familia de origen se corta una vez que se ingresa al Opus Dei. Tanto numerarias como numerarios tienen limitadas las visitas a sus padres, así como la participación en cumpleaños, Navidades y hasta bautismos o casamientos familiares”, cuenta Dondo. El control busca evitar tentaciones de una vida distinta afuera, posibles contactos con varones o mujeres, o cualquier pregunta incómoda. También están limitadas las llamadas telefónicas y la correspondencia pasa por las directoras: las cartas recibidas son leídas antes de entregarlas a su destinatario y las respuestas, antes de ser enviadas. “Eso se aplica a numerarias y numerarios. Es probable que Elina, por su importancia, tuviera alguna libertad especial, pero no todas las libertades”, cree Dondo.

Elina estaba en otro plano. Abocada a su rol de directora, dedicada a las tareas de apostolado para conseguir nuevas vocaciones, se mantuvo al margen de los vaivenes de la relación entre Carmen y María Elina. Tampoco siguió de cerca las finanzas de las empresas familiares.

Es posible que no haya sabido, como no supieron Carmen y sus hijos, que en la década del 60 en los directorios más importantes del Grupo Gianoli ya había representantes del Opus Dei.

“Fue en Santiago donde el Opus se encontró con la plata de nuestra familia”, revela Tomás Gatica Gianoli, otro de los hijos de Carmen. Fue él quien se dedicó a rastrear la trama financiera de la fortuna familiar. “Muerto el abuelo, el único varón era el tío Sergio, que todavía era joven y él fue el que se encargó de las empresas”, reconstruye.

En realidad, había otro varón en la familia: Haroldo, fruto del primer matrimonio del abuelo Cirilo, era el verdadero primogénito Gianoli y, por lo tanto, el medio hermano mayor de Carmen, Sergio, María Luisa, Beatriz y Elina. De hecho, habían crecido todos juntos en Santiago, porque la mamá de Haroldo había muerto cuando él era un bebé y enseguida Cirilo se había casado con María Elina, que se convirtió en la madrastra del pequeño antes de tener a sus propios hijos.

 

☛ Título: Te serviré

☛ Autora: Paula Bistagnino

☛ Editorial: Planeta
 

Datos de la autora

* Paula Bistagnino (1977, provincia de Buenos Aires) es periodista y licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires.

* Desde hace veinte años escribe en diarios y revistas sobre temas de sociedad, política y derechos humanos. Sus artículos se han publicado en eldiario.es, eldiario.ar, BBC, Infobae, La Nación y Revista Anfibia, entre otros medios de la Argentina y el mundo.

* Su investigación sobre la organización católica Opus Dei fue nominada al Premio Gabo y recibió el premio de Mejor Investigación del año de Fopea en 2021.