Vivimos en una época de turbulencias globales. Desde el cambio de orden geopolítico que señala el fin de la dominación unipolar y la propagación global del antiliberalismo político hasta la abrumadora amenaza planetaria, que supone el cambio climático y el estallido de una pandemia que trastornó las economías y la política en todo el mundo, la época actual es de tumultos y cambios constantes. El nacionalismo va en aumento, el multilateralismo está en decadencia y los movimientos de protesta estallaron en países de Asia, el norte de África, América Latina, América del Norte y Europa. La pandemia de covid-19 trajo la introducción generalizada de facultades de emergencia, el gobierno por decreto, el aumento de la vigilancia, la suspensión de las salvaguardias democráticas, el elogio del control autoritario y las derogaciones estatales de los compromisos internacionales en materia de derechos humanos.
Este libro aborda el papel y la relevancia de los derechos humanos internacionales en nuestra época turbulenta, en un momento en el que estos son objeto de ataques tanto políticos como intelectuales. El creciente antiliberalismo político, el autoritarismo envalentonado y la represión de la sociedad civil parecen sugerir que, justo cuando son objeto de represión, los movimientos de derechos humanos son aún más importantes y urgentes. Sin embargo, aunque se podría haber supuesto que los intelectuales saldrían en defensa de los derechos humanos en estas circunstancias geopolíticas, la realidad fue bastante diferente, porque algunos de los académicos e intelectuales más notorios y difundidos expresaron un escepticismo cada vez mayor acerca de la eficacia, la importancia y la conveniencia normativa de los derechos humanos internacionales. Si la corriente política parece, por ahora, volverse definitivamente en contra de estos derechos en tantos países, y si el apoyo intelectual se está desmoronando, ¿qué debemos hacer con el futuro, por no hablar del pasado, del movimiento internacional?
En cuanto a la tendencia política, un conjunto creciente de líderes autoritarios populistas y antiliberales de todo el mundo, apoyados por el continuo ascenso de la extrema derecha y alentados por las oportunidades que brindó la pandemia, impugnaron, distorsionaron y desestimaron de manera abierta la idea de los derechos humanos. En el ámbito nacional, promueven y fomentan políticas y prácticas cada vez más represivas contra sectores vulnerables de la población y contra los defensores de los derechos humanos, además de que capturan y controlan las instituciones independientes. A nivel internacional, tratan de socavar y debilitar las instituciones y los procesos relacionados con este movimiento. Y aunque, ante el ascenso del antiliberalismo, muchos estudiosos del tema optaron por mantener el mismo enfoque, algunas de las voces intelectuales más fuertes, tanto de sectores progresistas como conservadores, expresaron un profundo desencanto con esta cuestión. Destacados académicos e intelectuales tacharon el lenguaje, los ideales, las prácticas, los logros jurídicos y la defensa de los derechos humanos de defectuosos, inadecuados, hegemónicos, limitados, exagerados, apolíticos, periféricos o inútiles. Los enfoques de los derechos humanos fueron acusados de ser herramientas del imperialismo occidental, un paradigma jurídico elitista y burocrático, un discurso experto limitante que desplaza las alternativas políticas emancipadoras, que limita sus ambiciones y oculta su propia “gubernamentalidad”, una cultura “autista” en lo intelectual, una antipolítica y una alianza del neoliberalismo.
Aun así, al mismo tiempo que los académicos, sobre todo en el Norte Global, se superaron unos a otros con críticas cada vez más mordaces y despectivas, los movimientos, protestas y prácticas de derechos humanos se multiplicaron y extendieron. Puede haber turbulencias por el aumento de la represión política y el antiliberalismo, y a la elección de líderes agresivos y deshonestos que tomaron el control de las instituciones del Estado, reprimieron a sus oponentes y se aprovecharon de la pandemia; pero también hubo turbulencias en los últimos años, en relación con las protestas por la justicia social, y las movilizaciones de base generalizadas. Muchos de los grupos y movimientos que se movilizaron por el cambio social en distintas partes del mundo invocaron el discurso o activaronlas herramientas de los derechos humanos en sus campañas. Durante 2019 y 2020, antes de las medidas de aislamiento por el covid-19, hubo multitudes que se concentraron y manifestaron alrededor del mundo, en países como Chile, Ecuador, los Estados Unidos, Hong Kong, Indonesia, Líbano y –como se describe en este libro–, la Argentina, Irlanda y Pakistán, entre otros, para hacer valer sus demandas, a menudo por medio del lenguaje de los derechos. Las protestas de Black Lives Matter, las masivas marchas de mujeres, las manifestaciones contra las violaciones y las huelgas y concentraciones por el clima en todo el mundo en los últimos años invocaron de manera regular los derechos humanos, además de que Greta Thunberg y un grupo de niños presentaron una denuncia por la falta de acción climática ante el Comité de los Derechos del Niño de la ONU. El discurso de los derechos humanos sigue siendo utilizado por muchos movimientos y campañas progresistas de carácter social, ambiental, indígena, laboral y de otro tipo en favor de la Justicia, incluso a pesar de que los académicos críticos y escépticos siguen desafiando e intentando desacreditarlo, y los gobiernos tratan de socavarlo y distorsionarlo.
¿Qué es lo que explica estos dos conjuntos de acontecimientos opuestos? ¿La aparente vitalidad del movimiento de derechos humanos y la convicción de los distintos actores de todo el mundo que los invocan en una búsqueda de justicia social, económica, ambiental y de otro tipo no son más que los restos de un movimiento que se acerca a su fase final, destinado a agotarse ante las fuerzas combinadas de la represión política generalizada y la desilusión intelectual, por no mencionar otros grandes retos contemporáneos, como el impacto de las nuevas tecnologías, las pandemias, las desigualdades fuera de control y el cambio climático? ¿O acaso los diagnósticos pesimistas, y a menudo mordaces, de los escépticos de los derechos humanos no dan el debido crédito a los impulsores de dichos movimientos, las razones por las cuales siguen surgiendo, creciendo y floreciendo, y a las condiciones en las que lo hacen?
Este libro sostiene que el movimiento de los derechos humanos sigue siendo atractivo e interesante de manera intrínseca, debido a los valores universales en los que se basa, a su continua vitalidad como uno de los diversos lenguajes y herramientas para desafiar la injusticia, y a la capacidad de adaptación y el potencial creativo de las ideas, las legislaciones y la defensa de los derechos humanos para generar legitimidad y ayudar a promover cambios positivos y reformas, incluso en condiciones nacionales y mundiales turbulentas y en constante cambio. Sin dejar de reconocer las numerosas deficiencias y carencias de la legislación y la práctica de los derechos humanos –como ocurre con cualquier práctica humana–, presento un desarrollo del movimiento internacional de los derechos humanos, movimiento que sigue siendo poderoso y atractivo, y que tiene una amplia tracción en muchas partes del mundo. Este desarrollo se basa en la práctica de los derechos humanos por parte de activistas y defensores, y sostiene que, lejos de ser ineficaz o marginal en su impacto, ha desempeñado un papel importante en muchos movimientos por la justicia social, política, racial, económica y ambiental en todo el mundo. Además, a diferencia de los relatos que presentan este movimiento como elitista, apolítico, verticalista o burocrático, el relato experimentalista del derecho internacional en materia de derechos humanos y la defensa que se presenta en este libro entienden, en cambio, los derechos humanos como el producto de una interacción y una disputa continuas entre una serie de actores, instituciones y normas: entre las reivindicaciones y las demandas de las personas afectadas e interesadas, las normas e instituciones internacionales que elaboran y supervisan su aplicación, y las instituciones y los actores nacionales que refuerzan y apoyan esas reivindicaciones.
La potencia y la legitimidad del proyecto de los derechos humanos se basan en tres fundamentos principales. En primer lugar, el proyecto se apoya profundamente en un discurso moral arraigado y atractivo en el que se integran al menos tres valores centrales: la dignidad humana, el bienestar humano y la libertad humana. En segundo lugar, estos valores y su elaboración más detallada en diversos instrumentos jurídicos internacionales obtuvieron un acuerdo generalizado (aunque escaso y desigual) entre los Estados de todo el mundo. En tercer lugar, el proyecto de los derechos humanos es un proyecto dinámico, que se activa, se moldea y adquiere su significado e impacto a través de la movilización continua de las poblaciones, grupos e individuos afectados, y a través de su compromiso iterativo con una serie de instituciones y procesos nacionales e internacionales a lo largo del tiempo.
Muchas de las críticas que se articularon se han dirigido a aspectos específicos de la legislación o la práctica de los derechos humanos. Los académicos escépticos de la izquierda, como Martti Koskenniemi y David Kennedy, se enfocan en lo que perciben como el elitismo gerencialista y especializado de las formas institucionalizadas de la práctica de los derechos humanos; filósofos como John Tasioulas abordan lo que consideran una extralimitación del derecho de los derechos humanos; académicos del Sur Global, como Makau Mutua, critican su imperialismo cultural; estudiosos del derecho y la economía, como Eric Posner, se enfocan en la aparente falta de aplicabilidad o eficacia de la legislación sobre derechos humanos, así como en su supuesta naturaleza verticalista; e historiadores, como Samuel Moyn, en la percepción de lo inadecuados que son para abordar la desigualdad económica. Aunque, hasta cierto punto, estas y otras críticas están bien enfocadas y señalan problemas reales que afectan aspectos del derecho y la práctica de los derechos humanos, muchas otras son caricaturescas, exageradas o pasan por alto dimensiones importantes del movimiento de los derechos humanos.
Además, incluso en la medida en que estén bien dirigidas, el bombardeo de críticas intelectuales no señala la muerte o la decadencia del movimiento de los derechos humanos, ni la conveniencia de la muerte o la decadencia de ese movimiento; del mismo modo, las críticas bien dirigidas a los sistemas democráticos y sus disfunciones actuales tampoco señalan por sí mismas el fin de la democracia o la conveniencia del fin de la democracia. Por el contrario, las críticas más convincentes pueden ayudar a señalar el camino hacia la reforma y la renovación –y, de hecho, como argumentaron algunos de los académicos de los derechos humanos más persuasivos y más conocedores del tema, hacia la alteración creativa– de las prácticas, las instituciones y las leyes de derechos humanos, con el fin de cumplir mejor las aspiraciones y la promesa de los ideales subyacentes del movimiento y fortalecer su capacidad futura para promover la Justicia.
Este libro no se une al coro académico de escépticos y críticos de los derechos humanos no porque no haya críticas válidas e importantes que hacer, sino porque después de años de supremacía de críticas cada vez más expansivas, prefiero unirme a escritores como César Rodríguez-Garavito, Kathryn Sikkink y Philip Alston en la opinión de que se necesita una reflexión académica constructiva sobre la tarea de los derechos humanos por parte de los interesados en la justicia social, y otras formas de justicia. En vez de comprometerse con los escépticos que piden a quienes se preocupan por la injusticia que abandonen el movimiento de derechos humanos y busquen otros caminos emancipatorios (que, por lo general, no especifican), creo que la tarea más urgente para los activistas e intelectuales de derechos humanos preocupados por la justicia socioeconómica, política, ambiental y de otros tipos es reflexionar acerca de las críticas más convincentes y constructivas. Esto, con el fin de aportar ideas y estímulos que permitan fortalecer y renovar un movimiento que ha logrado mucho en el pasado, para así poder afrontar mejor los retos que se avecinan. En el último capítulo considero los desafíos contemporáneos del antiliberalismo, el cambio climático y la digitalización, en el contexto de un mundo con una alta desigualdad que lucha con las secuelas de una pandemia, y las capacidades, herramientas y estrategias del movimiento de derechos humanos para abordar estos desafíos.
Un argumento que suelen esgrimir los comentaristas escépticos –en lugar de los meros críticos–, con el proyecto de los derechos humanos es que las energías progresistas estarían mejor orientadas si apuntaran a otros medios para combatir la injusticia, que los enfoques de los derechos humanos desplazan u opacan. Hasta ahora la tesis del desplazamiento no se ha probado, pero, lo que es aún más importante, los escépticos rara vez proponen, si es que lo hacen, alternativas específicas, y suelen limitarse a señalar la política y la acción política como la vía emancipadora adecuada. En ocasiones se insinúa de qué naturaleza podría ser esta política –un socialismo indefinido o quizás una revolución–, pero rara vez se elabora una argumentación más detallada que la afirmación, al final de una larga crítica, de que el camino a seguir es la “política” y no los “derechos”. Sin embargo, en el desarrollo de los derechos humanos que se presenta en este libro –un relato del movimiento enfocado en el activismo que, en mi opinión, es más preciso en su descripción y más persuasivo en lo normativo que el de los escépticos–, la práctica de los derechos humanos no es un reemplazo ni un sustituto de la política ni de la redistribución. Por el contrario, y aunque las estrategias legales han sido y probablemente sigan siendo instrumentos importantes para los defensores de los derechos humanos, el derecho y la defensa de estos derechos es algo inevitablemente político.
Es cierto –y no sorprende– que las burocracias internacionales que gestionan partes del sistema internacional de derechos humanos a menudo operan de manera formalista o rígida. También es cierto que varias ONG norteamericanas destacadas se esforzaron durante años por presentar su trabajo como apolítico. Pero la realidad de la práctica de los derechos humanos para la mayoría de quienes participan en su defensa y ejercicio –las legiones de activistas, movimientos de base y organizaciones de todo el mundo– siempre ha sido política, en el sentido de que está dirigida a provocar un cambio político y social, por lo general a través de la disputa y la lucha. Y si bien es cierto que el derecho y la práctica de los derechos humanos están animados por valores, en lo esencial, universales, que no son ni partidistas ni particulares, como el respeto por la dignidad humana, el bienestar humano y la libertad humana, no cabe duda de que la práctica de los derechos humanos pretende reforzar, reorientar y desafiar otras formas de acción política y económica. También, actuar como catalizador o corrector de las disfunciones de los sistemas políticos existentes y ayudar a presionar para que se lleven a cabo proyectos de reforma social, económica, política y ambiental.
Mientras que algunos críticos argumentaron que los derechos humanos “no son suficientes”, la premisa de este libro es que la política sin derechos humanos no es suficiente. Sugiero que un sistema político –ya sea capitalista, socialista o cualquier otro– sin el tipo de apoyo moral e institucional que proporciona un marco de derechos humanos, con su conjunto explícito de compromisos con la dignidad, la libertad y el bienestar humanos, tiene menos probabilidades de promover una sociedad justa. Todos los sistemas políticos, tanto los democráticos como los autoritarios, tanto los capitalistas como los socialistas, descuidan, marginan y reprimen a una parte de su población en distintos momentos y grados. En el mejor de los casos, lo que brinda el proyecto de derechos humanos, en la medida en que mantiene la presión sobre los sistemas políticos y las sociedades para que se muevan en dirección a la Justicia, es un amplio conjunto de valores subyacentes con un atractivo universal, un conjunto de leyes acordadas en el ámbito internacional, así como instituciones nacionales e internacionales para ayudar a desarrollar y promover esos valores, y la libertad y los recursos para que los movimientos sociales y sus defensores activen, exijan y configuren la garantía de los derechos en la práctica a través de la defensa y la acción política, legal y de otros tipos.
El libro busca presentar un relato descriptivo-teórico de la práctica de los derechos humanos –que elaboro con más detalle en el siguiente capítulo como un desarrollo experimental– a partir de ejemplos de campañas para promover los derechos de las personas en situación de discapacidad, los derechos de los niños, la justicia de género y los derechos reproductivos en distintas partes del mundo. Se podrían haber elegido muchos otros ejemplos y campañas importantes, como los derechos de los pueblos indígenas, las campañas por la justicia racial o los movimientos por los derechos de las personas migrantes, pero los estudios seleccionados pretenden ser, sobre todo, ejemplos de cómo ha funcionado la movilización por los derechos humanos en diferentes contextos. El objetivo es brindar una mirada más cercana a los modos en que la defensa de los derechos humanos contribuyó en el pasado a promover un cambio positivo y, al hacerlo, presentar un relato alternativo y, espero, más persuasivo del movimiento internacional de derechos humanos que aquel en que se lo describe como ineficaz, elitista, verticalista, burocrático o apolítico. El motivo de este desarrollo experimentalista de los derechos humanos internacionales no es sugerir que todas las acciones llevadas a cabo en nombre de los derechos humanos han sido positivas o benignas, ni negar que, como en todos los sistemas humanos, hay aspectos escleróticos, imperialistas y disfuncionales en el complejo del régimen internacional de derechos humanos en general. Por el contrario, el objetivo es presentar una imagen más completa e incluyente del movimiento internacional de derechos humanos y replantear cómo se percibe el funcionamiento del derecho y la defensa de los derechos humanos y qué elementos se incluyen y priorizan en nuestra comprensión. El relato experimentalista pone en primer plano, y en el centro del marco, lo que considero son los elementos fundamentales que animan y dan forma al movimiento de los derechos humanos, y que, en muchos casos, lo han convertido en un movimiento importante para quienes buscan la Justicia en todo el mundo: el compromiso y la interacción constantes entre las reivindicaciones y demandas de los activistas y defensores nacionales; los ideales universales que sustentan el movimiento y la amplia gama de instrumentos internacionales de derechos humanos acordados por los Estados, y el conjunto de instituciones internacionales y nacionales que los elaboran, supervisan y apoyan.
Sin embargo, aunque un desarrollo experimentalista del movimiento internacional de derechos humanos hasta la fecha parece plausible, cabe preguntarse si una teoría o un enfoque basado en los éxitos del pasado son adecuados para afrontar los retos de la época actual. Aun cuando muchas de las campañas de derechos humanos en el pasado surgieron y florecieron durante épocas turbulentas y en períodos de represión política, es posible que la naturaleza de los problemas a los que se enfrenta actualmente el movimiento sea diferente en cuanto a su tipo y magnitud. Aparte de la rápida propagación del antiliberalismo político y del cambiante orden geopolítico, la naturaleza transformadora de las nuevas tecnologías, la conmoción de la pandemia de 2020, las desigualdades cada vez mayores y la rápida aparición del cambio climático también plantean retos nuevos e importantes que quizás exijan a los defensores de los derechos humanos una reflexión urgente acerca de la reforma y la renovación de sus planteamientos tradicionales, así como a los Estados y organizaciones que se preocupan por estos retos que apoyen y refuercen esas iniciativas. Pero, aun así, y a pesar de los crecientes desafíos, la renovada protesta cívica y la adaptación creativa del activismo cívico que se ha puesto de manifiesto en muchas partes del mundo ha sido una fuente de esperanza y un motivo de optimismo en esta época de turbulencia global, dado que es la energía y el compromiso de los movimientos sociales lo que tan a menudo suministra el motor crucial para la defensa y las reformas más eficaces de los derechos humanos. En el último capítulo de este libro, se considera si un enfoque experimentalista de los derechos humanos podría facilitar y promover el tipo de reforma o cambio que el propio movimiento está considerando en la actualidad, y de qué manera. Para concluir, este libro brinda un relato de las muchas y variadas formas en que un movimiento de derechos humanos rico y diverso ha contribuido a combatir la injusticia y a promover el cambio progresista en el pasado. El objetivo es también replantear la presentación académica más típica de un movimiento monolítico. La principal lección que se desprende de los análisis de los capítulos siguientes es que los enormes desafíos de la turbulenta época actual brindan razones poderosas para reformar, innovar y fortalecer las herramientas y prácticas del movimiento de derechos humanos para el futuro, en lugar de abandonarlo, animar a otros a abandonarlo o anunciar su desaparición.
☛ Título: Los derechos bajo ataque
☛ Autora: Gráinne de Búrca
☛ Editorial: SXXI Editores
Datos de la autora
Jurista irlandesa, se especializa en derecho de la Unión Europea, derechos humanos y derecho público global. Actualmente es profesora de Derecho en el Instituto Universitario Europeo (EUI).
Fue coeditora de la serie de Oxford University Press Oxford Studies in European Law y la coautora del destacado libro de texto EU Law: Text, Cases, and Materials.
Su campo de investigación se centra en la intersección del derecho y la política, el derecho constitucional europeo y los derechos humanos. Es coeditora jefe de la Revista Internacional de Derecho Constitucional (I·CON).