En Google Maps figura un sendero que alberga una promesa a ratos redentora, a ratos folclórica. Se trata de un camino misterioso y ondulante, llamativamente estrecho, como si quien lo trazó no quisiera que quien lo emprende muriera de ansiedad, y cuyo carácter público constituye una de las tantas curiosidades que encierra su universo: la chacra de José Mujica, más propia de la estelar ficción de Juan Rulfo que de la predecible penillanura oriental.
Pero nombrar a Mujica sin nombrar a Lucía Topolansky sería una temeridad. Si esto fue siempre así, mucho más lo es hoy, martes 16 de abril de 2024, cuando, en medio de un clima ominoso, intento eludir los abundantes charcos con que me recibe esa tierra extraña que es, así la hayamos recorrido ciento once veces, la casa del expresidente de la República.
Porque hay un hilo invisible que no figura en la biografía individual de ninguno de los dos: el que define la historia de amor –cómplice, tierna y honda– que los une.
Ese hilo atraviesa todo este libro, como si la consigna de Viglietti –“una gota con ser poco con otra se hace aguacero”– hubiese sido escrita para cumplirse religiosamente. Y se torna obvia, más que en lo que Mujica y Topolansky dicen, en la forma en que, complementándose con naturalidad bíblica, lo dicen.
—¿Sabés lo que me da impunidad? –pregunta Lucía.
—¿Qué?
—Estas canas –asegura, muriéndose de risa.
No hacía falta escuchar sus comentarios contraculturales durante las elecciones internas de 2024 para saber que hablaba en serio. Hija del ingeniero Luis Topolansky Müller y de la ama de casa María Elia Saavedra Rodríguez, Lucía es la segunda más pequeña de siete hermanos. Su hermana melliza –María Elia– fue, como ella, tupamara, pese a que, en un gesto coherente con la historia heterodoxa de este movimiento político, la haya criticado tantas veces en público.
Más humilde, alejada de cualquier aire patricio, pero no de la dignidad que atravesaba verticalmente las clases sociales del Uruguay, fue la infancia de José Alberto Mujica Cordano Terra, un hombre que, si se azuza el oído y se espantan los prejuicios, incomoda a propios y extraños.
En primer lugar, por su pasado herrerista, del que en cierto modo se siente orgulloso. En segundo lugar, porque no ha sido un líder militar, ni un seguidor ideológico acrítico, del ala dura del Movimiento de Liberación Nacional. En tercer lugar, porque se mostró suficientemente incorrecto en su discurso para espantar a la pequeña burguesía nacional. Y en cuarto lugar, porque su adhesión tardía al Estado de derecho al que había combatido aun antes del pachecato fue tan irreductible que, más que por ese espíritu, las críticas que recibió durante su gestión tuvieron que ver, sobre todo, con una manera idealista –y, por momentos, anárquica– de entender la vida y de gestionar la cosa pública.
Carismático, austero, auténtico y bien intencionado, Mujica, un intuitivo que no necesita títulos universitarios para enseñar comunicación política, se siente cómodo en medio de las metáforas, las bromas y las referencias populares que hilvana toda vez que, fiel a su estilo, recibe a un visitante en su casa, de brazos abiertos y con ese aire reñido con la solemnidad que clausura cada conversación.
Sentado frente a su alma gemela, ocupando cada uno la cabecera de la mesa de la cocina –donde los elementos más tentadores son una salsa de tomates casera y una colección de bebidas alcohólicas que figuras de todo el mundo le han regalado–, Pepe sabe perfectamente cómo administrar cada silencio, enlazar cada idea y narrar cada historia, un magnetismo cuya intensidad no ha mermado ni con el paso del tiempo –ya tiene ochenta y nueve años– ni con el crudo diagnóstico de cáncer de esófago que recibió a principios de 2024.
Rehén de la dictadura, referente de un sector político al principio extremista y minoritario, y más tarde democrático y mayoritario, el mismo sector por el que fue diputado, senador y presidente –y por el que su esposa fue, con un estilo bastante más cerebral, la primera vicepresidenta en la historia del país–, Mujica habla con la libertad propia de los sabios de la tribu, un valor que el Uruguay reserva para muy pocos.
Astuto, pícaro y provocador, comparte el protagonismo de este libro con la particularmente lúcida Topolansky, quien completa la escena como si se hiciera, sin que terminara de importarle del todo, aquella pregunta que José Donoso estampó con contundente belleza: “¿Cómo contar, desde este empobrecido presente, la experiencia de la ya lejana gesta?”.
—“Pepe Mujica es uno de los grandes de Latinoamérica. Su mujer, Lucía, también. Es un poquito más ideologizada, pero seria”, dijo, entrevistado en marzo de 2023, Jorge Bergoglio, quien también se refirió a usted, Mujica, como “un tipazo”. ¿Alguna vez el viejo militante herrerista devenido tupamaro y luego presidente de la República, o la vieja patricia convertida en guerrillera, senadora y vicepresidenta pensaron que un papa se referiría a ustedes en estos términos?
J.M.: Honestamente, a mí no se me pasó ni por la cabeza. Sin embargo, cuando me enteré de las inclinaciones intelectuales de Bergoglio, y de que era muy amigo de Alberto Methol Ferré, un personaje singular, un intelectual muy independiente que, además, me acompañó en el último proceso electoral, me di cuenta de algunas cosas. Porque “dime quiénes son tus amigos y voy a tener una idea de cómo piensas”. Después, cuando lo fui a ver, le llevé algunos libros de Tucho. Y ¿ves ese reloj que está ahí atrás tuyo? Me lo dio el Papa y me dijo: “Mire, no sé quién me lo regaló, pero yo se lo voy a regalar a usted” (risas). Lo cierto es que no se podía ni soñar con que tuviéramos un papa del barrio. Un papa que, por otra parte, rompió una cantidad de moldes.
L.T.: Yo tampoco imaginé jamás que un papa hablaría de esa manera. Para mí, el papa siempre fue una cosa lejanísima, y Roma y el Vaticano, algo inalcanzable. La primera imagen que tuve de un papa fue la de Pío XII, respecto de quien siempre se dijo –y me quedó la idea, aunque no sé si es verdad– que tuvo cierto grado de colaboración con el nazismo, concretamente con nazis que huyeron vía Italia, a través de algunos conventos, hacia la Argentina. Pío XII era una persona que más bien podía ser una estatua del Vaticano, y la verdad es que no me generaba nada (risas). Sin embargo, hubo otro papa posterior, Juan XXIII, que promovió el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, trabajó mucho con algunos obispos brasileños que realmente eran tipos fuera de serie, y fue una especie de breve luz de la cual Francisco, según lo veo, viene a ser la continuidad. Pero uno está muy lejos físicamente de ese fenómeno, y de cierto modo, también espiritualmente. Porque si bien me eduqué en una escuela religiosa, tuve que preguntarme “¿cómo es esto?” cuando escuchaba, por un lado, a mi padre, un batllista que, entre otras cosas más fuertes, les decía “pollerudos” a los curas, y por otro, a mi madre, que era católica (risas). Como si fuera poco, mi abuelo paterno, también batllista, era totalmente anticlerical.
—Qué interesante. Seguramente Bergoglio se conciba como una continuidad de Juan XXIII, pero también de Pablo VI. ¿En qué pensaba usted, Mujica, cuando afirmaba que rompió moldes?
J.M.: Primero, hay una cuestión de nacionalidad, de que sea latinoamericano, porque la Iglesia tuvo, en general, una actitud muy conservadora en su cúpula y en ciertos procedimientos, ¿no? Y recuerdo que Bergoglio me dijo gráficamente: “Usted comprenderá que esta es la monarquía más vieja que existe, y que cambiar esto no es sencillo”. Eso me lo comentó la primera vez que lo vi. Entonces, cuando salí, me agarró un arzobispo y me hizo un interrogatorio poco menos que policial. Y fijate: la segunda vez que me reuní con Bergoglio, ese arzobispo ya no estaba. Quiere decir que el hombre había ido tomando medidas y cambiando cosas con las que no se sentía conforme. Es evidente que ahí adentro había una lucha entre lo conservador y lo abierto. Pero la Iglesia es muy sabia.
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—¿En Uruguay hubiera sido posible la solución a la que recurrió Alfonsín con el Juicio a las Juntas? Aun teniendo en cuenta que Argentina tomó ese camino al volver a la democracia luego de un fracaso militar…
L.T.: A los militares uruguayos, de otra manera, también se los terminó juzgando, pero la uruguaya y la argentina fueron dictaduras diferentes.
J.M.: Desde el punto de vista práctico, hay una injusticia con el propio Uruguay. ¿Por qué? Porque el grueso de los desaparecidos del Uruguay no desaparecieron en Uruguay, sino en Argentina y, en menor medida, en Chile y en Paraguay. En segundo lugar, los que aparecieron acá están empardando proporcionalmente con los que aparecieron en Argentina. Y en cuanto a los juicios, no sé, sobre todo con respecto a la cantidad de milicos que hay. Eso no quiere decir que hayamos hecho justicia, ni cosa que se le parezca. Pero tampoco la hicieron en Argentina.
—Aunque se acercaron más a ese principio, ¿verdad?
J.M.: Sí. Argentina hizo una cosa espectacular.
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—De todas maneras, la Comisión para la Paz fue un aporte valioso, ¿no? ¿Y cómo sigue su razonamiento, Lucía?
L.T.: Sí, es el primer aporte en ese sentido. Además, se organizó un poco el archivo y apareció Macarena Gelman. Muy bien. En el Congreso del Frente Amplio, antes de la victoria de 2004, se discutió qué hacer con la ley de caducidad. Fue una discusión realmente encarnizada y el Frente optó por no derogarla, ya que no había condiciones. En su lugar, prefirió utilizar al mango el artículo cuarto de la ley, que era el que mandaba a investigar. Algunos de los que patean hoy se olvidan de esa resolución. Así que el Frente empezó a aplicar el artículo cuarto. Y a lo largo de quince años se fue desarrollando, como se pudo, una investigación. Una investigación gracias a la cual empezaron a ir los primeros milicos presos, a pesar de que tuvo que lidiar con un pacto de silencio. Pero también hubo milicos que se boletearon: por lo menos tres, cuando fueron a detenerlos, no quisieron hablar y prefirieron matarse. En paralelo, fueron apareciendo niños uruguayos, pero en Argentina y en Chile, es decir otras dictaduras. Y en el medio de ese proceso hubo una ley que se votó en el Parlamento durante el período de Pepe. De todas maneras, lo que destrabó realmente las investigaciones fue un decreto. Porque el doctor Martín Risso Ferrand, que es un tipo conservador, dijo: “Acá se podría hacer un decreto de esta forma”. Es precisamente lo que hizo el gobierno de Pepe. Y con eso se habilitó la investigación y se realizaron las excavaciones. Después, por supuesto que vos sabés que estás frente a una sociedad dividida: no podés desconocerlo. Porque hay dos visiones del asunto, o tres o quince, no sé, no importa. Ahora, ¿por qué digo que la dictadura uruguaya es distinta, por ejemplo, a la argentina? Primero, porque el Ejército y la Marina uruguayos nunca tuvieron aristocracia, con lo cual nunca viste a un Gallinal milico (risas). Los militares eran capa media y capa media acomodada. Esa es una diferencia de clases. Segundo, cuando discutían en el marco del Plan Cóndor –y nosotros lo oímos, porque venían los milicos argentinos a la cárcel de Punta de Rieles– preguntaban: “¿Estas por qué están vivas?”. Los uruguayos preferían ir por el lado de enloquecerte y de que salieras hecha un trapo de ahí, y no de desaparecerte. En cambio, los argentinos y los chilenos evitaron las cárceles. Fueron métodos distintos, y tienen volúmenes de gente diferente. Acá, si hubieran desaparecido a todos los que estuvimos presos, el volumen hubiera sido otro.
—O sea que Uruguay tuvo una proporción de presos brutal.
L.T.: Brutal, porque decidió eso.
—Simplificando: “Metemos presa a la gente y la torturamos, pero no la matamos”.
L.T.: Claro. Ahora, en un momento dado –porque eso no iba a ser eterno– aparece el proceso de la amnistía. Entonces, vos ahí tenés expresos políticos y gente que vuelve del exilio. Y te quedan los desaparecidos en Uruguay, que son un puñadito chico. Hay muertos en Uruguay, pero niños desaparecidos en Uruguay no hay ninguno: son todos en Argentina o en Chile. Así que está bien reclamarle al Cóndor, porque el Cóndor no supo de fronteras. A mí eso no me ofende en lo más mínimo, aunque hay que saber ubicar las cosas en sus términos.
—¿A qué se refiere?
L.T.: A que, cuando vos vas a un comité y decís lo que dijo Pepe –“¿Cómo les vamos a hacer decir la verdad si nosotros no vamos a torturar a los milicos?”–, la mayoría de la gente te entiende, pero hay tres o cuatro que sonríen cínicamente, como diciendo: “Si son unos hijos de puta, ¿cómo no los vas a torturar?”. ¡Pero entonces tú sos un torturador!
[…]
—¿A qué escena de la niñez les gustaría regresar, aunque sea fugazmente?
J.M.: No sé, a mí me gustaría… [hace una pausa]. Mirá, yo tenía una yegua bajita que me había obsequiado mi abuelo y que se llamaba Regalo, con la que corríamos carreras con otros gurises que tenían algún petiso, ¿viste? Me gustaría eso.
L.T.: Y a mí me gustaría volver al campo de mi abuelo en el que pasaba las vacaciones. Ahí tuve, por lejos, los mejores momentos de mi infancia. Nunca más quise volver, porque ahora sé que está todo forestado. Mis hermanos han vuelto y dicen: “Ah, lo estropearon”. Pero ¿pa qué volvés, para estropearte…?
—El corazón.
L.T.: Sí.
J.M.: Es como Borges, que habla de una esquina que él tiene en el alma y que, sin embargo, no existe más. Pero no importa: esa es su esquina.
—¡Es mi esquina!
L.T.: Esa es mi esquina, claro. Es la mía.
[…]
L.T.: El feminismo es una cuestión que tiene mucha polémica. El problema es que hay una izquierda más rígida, que es la que está conformada en partidos. Y cuando la izquierda está conformada en partidos, acepta una determinada estructura, que tiene dogmas y verticalidad. En cambio, un movimiento, y también un frente, es un lugar inclusivo, diverso, que contiene un abanico de posiciones. Cuando el Frente Amplio dice “unidad en la diversidad”, está diciendo una cosa fantástica, difícil de hacer, pero antiortodoxa: “Acá caben todos”.
J.M.: Y se da una realidad: el Partido Comunista nos tiene que bancar a nosotros, y nosotros tenemos que bancar al Partido Comunista. Aunque seamos como el día y la noche, ¿te das cuenta? (risas).
L.T.: Ahora, dentro de los feminismos también hay un abanico enorme. Aquellas sufragistas inglesas que salían con los carteles, las lanceras de Artigas, en fin… Ha habido muchísimas personas que hicieron historia desde su condición de mujer. Después, dentro de ese abanico hay fanatismos, y considero que en este momento del siglo XXI todavía no hemos llegado a un punto de equilibrio que permita incluir todas las posiciones. Y creo que se estigmatiza cuando uno dice determinadas cosas.
—¿Por ejemplo?
L.T.: Mirá, yo he dicho: “A veces uno se tiene que abrir los lugares a los codazos”. Y sí, no tiene nada de bueno ni de malo. Es descriptivo. Ahora bien, si vos te vas a quedar esperando que te caiga un beneficio, una cuota o lo que sea, obviamente que el proceso va a ser más lento, porque todo supone una acumulación de diversas luchas. Las mujeres que acompañaron a Artigas en el Éxodo, a quienes los maridos no quisieron seguir, rompían el documento de matrimonio, lo tiraban y seguían ahí, en una postura política y atrás de un caudillo. Eso, en aquella época, me imagino lo que habrá sido: totalmente rupturista.
—Cuando dice esto resulta inevitable pensar en Paulina Luisi y, por otra parte, en las hippies de la costa oeste de los Estados Unidos, que tanto lucharon por la igualdad real entre el hombre y la mujer, desde la esfera laboral hasta la sexual.
L.T.: Pero mucho antes de Paulina Luisi hubo otras en el Uruguay. ¡Y son olvidadas!
J.M.: Manuelita Sáenz fue impresionante. Como la Delfina argentina, una mujer que iba a la batalla y que fue el gran amor de Francisco Ramírez.
L.T.: O Juana Azurduy… Hubo una cantidad.
—El tema es cuando el péndulo, como dice Lucía, se va un poco para el otro lado y ya no se trata de luchar por la igualdad…
L.T.: Ahí entra, más bien, la lucha por el poder.
—O, al menos, por colocar en el papel de culpables a buena parte de los hombres.
L.T.: Bueno, esto surge de la ley de género, que probablemente se redactó de muy buena fe. Justamente por eso digo que es un movimiento pendular. Partiendo de mucha exclusión y de mucha cosa no resuelta, cuando vos lográs una ley que te va a amparar, podés haberte ido al otro extremo. Por eso digo que estamos en ese tiempo. Y no me enojo con los que redactaron la ley, cuyas intenciones, me consta, eran buenas.
J.M.: Históricamente, el movimiento feminista tendría que hacerle un monumento al viejo Batlle. Si lo ubicás en el contexto de la época que le tocó vivir al tipo y ves las cosas que hizo… ¡Por favor!
—Divorcio por la sola voluntad de la mujer, entre otras genialidades.
J.M.: ¡Claro! Para que el presidente de la República se juntara con una mujer que tenía dos hijos, ¡debía tener coraje político, eh!
[…]
—¿Ustedes pensaron ver no ya un dictador, pero sí un presidente democrático tan salvaje como Milei?
J.M.: No. No se nos pasó por la cabeza, lo que te demuestra que la historia, más que repetirse exactamente, presenta casos distintos.
L.T.: Es lo que vos preguntabas al principio, es decir: ¿qué está pasando con las democracias para parir este tipo de personajes? Bueno, alguna razón habrá. He leído cantidad de teorías, más en un mundo donde aparecen actores nuevos como las redes sociales, la inteligencia artificial y las noticias falsas. Por ejemplo, hace poco estaba leyendo los resultados de la elección parcial de municipales en Brasil. Y para el elector no importan los cargos de fraude, de esto o de lo otro que tengan los candidatos: se vota por otra razón. Entonces, en el estado de Río de Janeiro salen electos un par de hijos de Bolsonaro que tienen cargos por distintos delitos, pero eso no cuenta. Bueno, para muchos argentinos tampoco importó que Milei dijera que iba a blandir una motosierra, que iba a decapitar a este o al otro, o que el Parlamento está integrado por ratas. Se ha perdido una tradición, una cultura, y se ha impuesto otra. Y así como te digo eso, en Sri Lanka, otro punto de la Tierra, ganó el Partido Comunista, algo único en el mundo. ¿Vos cómo lo explicás? La verdad es que yo tengo más preguntas que respuestas. Es más: no tengo ninguna respuesta.
[…]
—Pepe, ¿qué es Dios para usted? ¿Su concepción de la trascendencia ha cambiado a causa de la enfermedad?
J.M.: No cambió. El Dios que yo conozco es un invento humano hecho por piedad y por amor a la vida. En el mundo hay aproximadamente cuatro mil doscientas religiones, lo que establece que el Homo sapiens es un animal utópico y creyente. Por lo tanto, tiene que inventar un más allá, porque no puede conformarse con que se va a morir y con que no va a quedar nada. Esta es la expresión del amor a la vida con la cual está hecho. Pero, como toda cosa viva, nace para morir. Justamente esa es la mayor contradicción de la vida: nacer, amar y pelear para vivir, sabiendo que inevitablemente vas a morir. Los animales quizá no lo sepan, pero lo sienten. Los humanos lo sabemos, lo sentimos y lo padecemos. Por eso, siendo más inteligentes, hemos construido un mecanismo que es todo ese mundo místico y religioso, un mundo que nos permite evadir la realidad cruel que nos toca, pero que no queremos aceptar. Entonces, yo tengo un gran respeto por las religiones, a las que veo como una necesidad humana. Y no soy ateo ni antirreligioso, tengo amigos de todas las religiones y los respeto. Aparte, creo que muchas veces no pueden dejar de expresar las propias limitaciones que tenemos como seres humanos. De todos modos, quisiera estar equivocado y que Dios existiera. Pero, como dice el poeta: “Y que naide le pregunte / si sabe dónde está Dios / Por su casa no ha pasado / tan importante señor / ¿Que Dios vela por los pobres? / Tal vez sí, y tal vez no / Pero es seguro que almuerza / en la mesa del patrón”.
☛ Título: Los indomables
☛ Autor: Pablo Cohen
☛ Editorial: Planeta
Datos del autor
Pablo Cohen (Montevideo, 1983) cursó la primaria y la secundaria en el Liceo Francés, y la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad ORT.
Trabajó en “O2”, la sección de espectáculos de El Observador, fue editor de cultura de Búsqueda y ha colaborado con algunos de los periódicos más importantes de habla hispana.
Actualmente escribe en El País, es columnista del diario argentino PERFIL y gerente periodístico de Tenfield y VTV.