El Diccionario de la Real Academia Española define la palabra “diversificar” como convertir en múltiple y diverso lo que era uniforme y único. Esta definición interpela directamente nuestras prácticas docentes respecto del hacer concreto y cotidiano de la clase. ¿Cómo convertir en múltiples las propuestas que diseñamos para nuestro estudiantado? ¿Qué diversidades ofrecer atendiendo a sus intereses, ritmos de aprendizaje y conocimientos previos? ¿Qué formatos adoptar para estructurar consignas y propuestas? No resulta sencillo diseñar la enseñanza diversificada cuando nuestra propia escolaridad consistió mayormente en un camino uniforme y único.
En los orígenes de nuestros sistemas educativos, la diversidad se percibía como un problema u obstáculo a superar. La concepción predominante sostenía que la función principal de la escuela era homogeneizar a la población. La diversidad se percibía como un obstáculo para el desarrollo “normal” de la actividad en las aulas, algo para lo que existían dos soluciones: la normalización o la segregación. En la base de ambas alternativas subyace el criterio de homogeneidad.
No obstante, tanto esta perspectiva homogeneizadora como la concepción de igualdad de oportunidades como principio ético se vieron sometidas a críticas. Una de ellas, enfocada en aspectos culturales, señalaba la parcialidad de imponer un modelo uniforme; otra, argumentaba que proporcionar a todos las mismas oportunidades no es lo más justo, porque el punto de partida no es el mismo para todos.
Investigaciones asociadas a las teorías de la reproducción evidenciaron que, si no se aborda contextualmente, la igualdad de oportunidades puede contribuir a la reproducción y amplificación de desigualdades sociales: la uniformidad en la enseñanza puede aumentar la brecha entre los estudiantes. Alicia Camilloni plantea que: “La educación inclusiva procura resolver, por tanto, la cuestión del tratamiento de la diversidad por dos caminos que, a partir de un mismo principio, se separan y conducen a destinos contrarios”.
Uno de ellos “incluye para uniformizar, diferenciando la enseñanza para aproximar a los alumnos, en lo posible, a logros semejantes”. El otro “incluye para diversificar, desarrollando al máximo esas posibilidades diferenciales de cada uno”. En ambos casos, la educación inclusiva tiene el propósito común de desarrollar en todos los niños y jóvenes las capacidades, los conocimientos y las actitudes para ser independientes y lograr mejores resultados escolares y para construir sus proyectos de vida en torno de aspiraciones elevadas y de la voluntad de alcanzar en su vida los logros que son importantes para ellos.
Estas reflexiones llevaron a una transición del principio de igualdad de oportunidades al de equidad en la educación. La equidad como principio ético implica dar a cada persona lo necesario para alcanzar resultados equivalentes. En la actualidad, la diversidad se percibe como un valor enriquecedor y tiene que ser respetada y estimulada. (...).
Los términos “multigrado” y “plurigrado” se suelen utilizar de manera indistinta aunque dependiendo del contexto. Ambos se refieren a situaciones en las que un solo maestro enseña a estudiantes de diferentes grados en una misma aula.
Enseñar en plurigrado implica buscar distintas alternativas de enseñanza, propuestas diversificadas, adecuadas a diferentes alumnos que trabajan juntos, y que pueden ser planteadas en la misma aula y en forma simultánea. Las escuelas multigrado son una buena referencia para observar cómo enseñan los maestros y cómo aprenden los estudiantes.
El aula plurigrado podría ser un referente pedagógico si se entendiera a nivel teórico y práctico que esa modalidad de trabajo es necesaria en todas las aulas y en todas las escuelas, tal como lo señalan Abós Olivares (2014), Bustos Jiménez (2010) y Abós Olivares, Boix y Bustos (2014). Los maestros necesitan encontrar formas de enseñar de modo simultáneo, contenidos que correspondan a distintos grados en el diseño curricular, a niños y niñas de diferentes edades.
La circulación de los saberes en un aula plurigrado permite el acceso y la construcción libre del conocimiento por parte de niños de diferentes grados por medio de las interacciones entre ellos y ellas. Decimos que se trata de un “aprendizaje contagiado”, porque ocurre mediante modos de colaboración entre pares, por ejemplo, a través de modelos de tutorías entre una variedad de prácticas de aprendizaje cooperativo.
La heterogeneidad propia de la escuela es una riqueza pedagógica incuestionable: los alumnos desarrollan niveles muy altos de autonomía. Por ejemplo, los mayores ayudan a los pequeños y, en este “enseñar a otro”, necesitan conocer el tema, adquirir capacidades para comunicarse y aprenden a autoorganizarse.
El aula plurigrado puede existir por necesidad o por elección, pero no es por sí sola garantía de una buena enseñanza. No obstante, se han encontrado muchos maestros en ambientes de edades múltiples que utilizan prácticas pedagógicas tradicionales, como enseñar para cada grado por separado.
*/**/*** Autoras de Abrazar la diversidad en el aula, ediciones Paidós (Fragmento).