Imitaciones de billetes de cien dólares norteamericanos con el retrato de la cara del candidato presidencial Javier Milei circulan entre los asistentes a los actos de la campaña electoral que lo llevó a la presidencia de la Argentina en el año 2023. El 30% del electorado argentino aprobaba la dolarización de la economía nacional. La masiva inmigración venezolana envía a modo de remesas dólares a sus familiares que intentan llegar a fin de mes y afrontan las penurias de una dura crisis económica. En Cuba, se le escurre al gobierno socialista ofrecer garantías de bienestar a su población a medida que una dolarización de facto avanza en la isla. En El Salvador, el gobierno de Nayib Bukele promete reemplazar la dolarización oficial impuesta en los años 2000 en el país centroamericano por un nuevo proyecto monetario: la bitconización. En Ecuador, donde también la economía está oficialmente dolarizada, los mercados populares son escenarios de transacciones donde se recibe, se paga y se guardan monedas y billetes del dólar norteamericano. En Vietnam, la dolarización no es oficial pero lo suficientemente presente en la vida cotidiana de los vietnamitas y en los modos en que estos aspiran a participar en la economía global. En Zimbabue, la participación en el mercado de cambios informal se convirtió en una fuente de empleo mayor que el generado por el sector público y el acceso al dólar norteamericano, una oportunidad para garantizar ganancias y riquezas. En Tiflis, capital de Georgia, las protestas se generalizan por las deudas hipotecarias nominadas en dólares que se han vuelto difíciles de pagar luego de la pandemia de covid-19.
Estas escenas de la vida pública y cotidiana de países diferentes, incluso lejanos entre sí, tienen como protagonista al dólar norteamericano. Es muy sabido el rol que ha tenido esta moneda para afianzar la hegemonía de los EE.UU. desde mediados del siglo XX.
Pero su conversión en una “moneda global” que circula en múltiples territorios más allá de las redes exclusivas de las elites, que desborda el comercio y las finanzas internacionales y que arraiga en repertorios monetarios en reemplazo o junto con otras monedas nacionales para convertirse en unidad de cuenta, pago o intercambio en el día a día de vastas poblaciones del sur global aún es un fenómeno que necesita ser comprendido.
Este libro es el primer estudio transnacional sobre cómo el dólar norteamericano ha devenido una moneda integrada legalmente o de facto en la vida política, social, cultural y económica en países de América Latina, África, Asia y Europa. Estas múltiples vidas del dólar suelen estar por fuera del radar de la dolarización, el término acuñado para expresar el reemplazo de las monedas locales por la moneda norteamericana. Si habitualmente esas narrativas miden la dolarización desde los indicadores financieros (cantidad de cuentas bancarias nominadas en dólares, por ejemplo), el movimiento aquí propuesto es comprender cómo las dolarizaciones se convirtieron en capítulos centrales de la historia y el presente de Argentina, Venezuela, Ecuador, Cuba, Haití, El Salvador, México, Zimbabue, Vietnam y Georgia.
En estos contextos nacionales, por un lado, el protagonismo del dólar alcanza un rol preponderante en la sociedad y la política, e incluso en la configuración de las identidades personales y colectivas. Por otro lado, este protagonismo es un lente para comprender fenómenos más amplios que han marcado el último medio siglo y configuraron las trayectorias de esos países: los procesos de descolonización, el derrumbe del bloque soviético y las transiciones postsocialistas, los procesos hiperinflacionarios y las grandes crisis sociales, la financierización de la economía y el debilitamiento de los Estados de bienestar, entre otros.
Desde hace al menos tres décadas, nuevos paradigmas de las ciencias sociales han colaborado en la comprensión del lugar del dinero en la vida social. Mirando en detalle cómo arraigan en la vida cotidiana de las personas, cómo interactúan con marcos institucionales y culturales, cómo contribuyen a la distribución del poder y de las jerarquías sociales, los fenómenos monetarios ocupan un lugar central en los modos en que las sociedades se configuran y reproducen. En un número muy importante de sociedades del sur global el dólar norteamericano no ocupa un rol accesorio en estos procesos. Es su clave de comprensión. En las páginas de este libro esta es la hipótesis que anuda la historia y el presente de países de América Latina, África, Asia y Europa.
La puesta a prueba de proyectos políticos y de construcción de autoridad estatal, la revitalización de memorias del pasado en el presente, el desarrollo de dinámicas de estratificación social y distribución de riqueza, modos de construcción de ideas de nación y nociones de libertad y progreso, son todos procesos enlazados con las múltiples vidas del dólar. En esta introducción presentamos la caja de herramientas que permite comprender este rol y que suele estar fuera del marco de interpretación habitual cuando se lo narra como moneda global dominante.
El ascenso de una moneda global
Pese a que fue a partir de la Segunda Guerra Mundial que la moneda norteamericana alcanzó su hegemonía a nivel global, su ascenso comenzó en las décadas previas. El peso de los EE.UU. en el comercio internacional marcó la competencia con la libra esterlina y la expansión de su sistema bancario en diferentes partes del mundo irradió el mercado financiero de bonos nominados en dólares. En la década de 1910, la denominada “diplomacia del dólar” gobernó la agenda del Departamento de Estado hacia los países de América Latina y Asia, supeditando la política exterior de los EE.UU. al crecimiento de las corporaciones privadas norteamericanas, incentivando su rol en el comercio internacional y las inversiones en el extranjero. En estos contextos, la “diplomacia del dólar” implicaba la promoción no solo del comercio y la inversión, sino del propio dólar, una práctica que podríamos denominar “diplomacia de la dolarización”. Sin embargo, con la excepción de Puerto Rico, los responsables políticos estadounidenses no [...] fomentaron la adopción del dólar como moneda exclusiva de los países extranjeros. Por el contrario, simplemente presionaron para que se utilizara junto con la moneda nacional en el extranjero.
En las primeras décadas del siglo XX, en países como Panamá o Cuba la moneda norteamericana fue de uso corriente junto a monedas locales así como en otros países del Caribe y América Central donde los EE.UU. tenían una fuerte injerencia militar y económica.
La salida de la Primera Guerra Mundial colocó a los EE.UU. en una posición de liderazgo como país prestamista frente a los países europeos maltrechos por la guerra y los de América Latina afectados por la caída del comercio con los protagonistas de la contienda. No sorprende, por lo tanto, que durante la década del 20 en muchos bancos del mundo las reservas nominadas en dólares empezaran a opacar a otras monedas fuertes como la libra esterlina. Durante el período de entreguerras, New York rivalizó con Londres como centro financiero, y el dólar con la libra esterlina como moneda internacional. En América Latina, el liderazgo ascendiente de Estados Unidos también se expresó a través del desembarco de expertos que contribuyeron a dar forma a los sistemas monetarios, financieros y fiscales locales. De la mano de estos “money doctors”, el dólar también se abría camino.
La crisis del 30 pondrá entre paréntesis el reequilibrio entre las monedas internacionales dominantes alcanzado en los años previos. La casi autarquía de la economía de EE.UU. durante esa década, aumentando el proteccionismo y disminuyendo el comercio exterior, marcó un período de transición hacia una nueva etapa del orden monetario internacional que llegará a mediados de la década del 40, con el acuerdo de Bretton Woods. Si bien este acuerdo estaba fundado en el patrón oro, el dólar aparecía como la única divisa convertible y los bancos centrales poseían dólares antes que oro, de modo que en el sistema funcionó como un patrón dólar.
Sin embargo, el equilibrio alcanzado al final de la guerra no duraría para siempre. Veinticinco años más tarde, bajo la presidencia del republicano Richard Nixon, Estados Unidos tomó la decisión unilateral de cortar la convertibilidad directa de sus dólares en oro, poniendo así fin al patrón oro. La decisión, lejos de minar su rol como moneda global, lo terminaría consolidando. El dólar como una “moneda salvaje” fue la figura que acuñó el antropólogo australiano Chris Gregory (1997) para describir esa nueva fase internacional de la moneda de la mayor potencia económica global.
A partir de entonces, el dólar dinamizó el proceso de liberalización y financierización de la economía, asociado al neoliberalismo. Pudo moverse sin restricciones en su búsqueda de ganancias de manera “salvaje”: aprovechando tasas de cambio volátiles y sin control. A diferencia del período anterior, la supremacía del dólar no resulta de acuerdos entre gobiernos, sino de elecciones individuales de los Estados y de los actores privados. Algunos cálculos estiman que los activos y deudas estadounidenses aumentaron anualmente un 15% desde la declaración de inconvertibilidad del dólar con el oro, incrementando la dolarización financiera en la misma proporción.
Esta nueva fase del dólar como moneda global dominante estuvo acompañada por otras transformaciones que modificaron los paisajes monetarios de las élites y de los sectores subalternos en muchos países de África, Asia, América Latina y Europa.
Si el proceso de descolonización africano, entre los años 60 y los años 80, había sido un primer escenario privilegiado para observar la compleja trama de intercambios, regulaciones y actores que suponía la convivencia de monedas distintas, el derrumbe del bloque socialista ofrecía otro. A partir de la década de 1990 el mundo capitalista había entrado en una nueva fase de monedas múltiples, similar a la que África ya había conocido en el pasado. Pero en este caso, dos fenómenos se superponían: por un lado, la multiplicación de las monedas nacionales (22 nuevas monedas creadas en el período poscolonial, 15 nuevas monedas en la era postsocialista); por otro, la proliferación de los circuitos de una moneda nacional –el dólar– utilizada como moneda común.
Este segundo fenómeno hablaba de una nueva configuración económica y monetaria, que había comenzado a observarse en el mundo desde los tempranos años 70: desde el punto de vista de la teoría económica, la identificación de la función de reserva de valor como función primordial de las monedas; desde el punto de vista de la configuración de los sistemas monetarios y de las prácticas económicas a escala local, la consolidación del dólar como moneda utilizada no solo en el comercio exterior a escala global, sino también como unidad de cuenta y cambio común en distintos escenarios regionales y nacionales.
Esta desagregación de las funciones monetarias, encarnadas ya no en una moneda nacional unificada sino en diferentes monedas que conviven entre sí, se expresa en la distinción habitual entre soft money y hard money, donde solo aquellas que operan como reserva de valor son consideradas “fuertes”. En naciones muy diferentes, el paisaje monetario resultante expresa un vínculo duradero entre una moneda fuerte (el dólar estadounidense) y una moneda local débil.
Entre el reemplazo y la imposición:
narrativas estrechas sobre la dolarización
En países donde las personas han atravesado el colapso de los mercados, la caída de regímenes políticos, guerras, múltiples reformas monetarias y de divisas, devaluaciones bruscas e hiperinflación, qué activos conservan valor es una pregunta vital que la dolarización viene a resolver.
La definición corriente del término “dolarización” es la adopción legal o extralegal del dólar estadounidense como moneda de curso corriente.
El uso recurrente del dólar puede ser de facto (como en la mayoría de las experiencias) o consagrado por la ley (como en Ecuador, El Salvador o Zimbabue, o el período del currency board system en Argentina entre 1991 y 2001). Este vínculo entre la moneda estadounidense y las monedas locales más “débiles” puede en algunos casos implicar un reemplazo total de las segundas por la primera (Ecuador desde 2000 o El Salvador desde 2001).
En otros, solo supone la sustitución parcial de la moneda local para determinadas funciones monetarias (como en Israel en ciertos períodos). A la vez, pueden ser situaciones que se extiendan durante décadas (como el caso argentino) o que ocurren por un período acotado de tiempo.
Por un lado, el pasado colonial o de intervención militar por parte de EE.UU. (como en Panamá, Haití, Vietnam, Cuba) o la incidencia de inversiones directas en la economía local o de las remesas de inmigrantes provenientes de este país (como en El Salvador o Vietnam) son condiciones favorables para las diferentes experiencias de dolarización en sus diversos grados.
Por otro lado, los desencadenantes de los reemplazos totales o parciales de la moneda local pueden estar asociados a contextos inflacionarios (como en muchos países de América Latina), asociados a restricciones del sector externo (como en Argentina o Nigeria) o a eventos políticos disruptivos como guerras o caídas de régimen políticos (Georgia o Vietnam).
A principios del siglo XX la dolarización había sido una política impulsada por la diplomacia norteamericana pero que fue perdiendo gravitación en las décadas del 40 y 50. Con las crisis en los países de América Latina, Asia y Rusia en los años 90 resurgió esta agenda apoyada por organismos internacionales de crédito como el FMI (Lin y Ye, 2010). Este retorno se enmarcaba en la concepción neoliberal de búsqueda de estabilización de precios como uno de los principales objetivos de la política monetaria. Como señala Ia Eradze (2023), la literatura sobre dolarización ha sido dominada por la economía. Tanto en términos prescriptivos como descriptivos, la caja de herramientas de estas perspectivas tiene algunas propiedades a destacar.
Las narrativas expertas sobre la dolarización encierran las causas y razones del reemplazo monetario en una definición estrecha sobre el rol del dinero en la vida social. Son las fallas en cumplir las funciones monetarias las que operan como causante para el reemplazo de las monedas nacionales por el dólar, las monedas “débiles” o “enfermas” por las “fuertes” o “sanas”.
La dolarización como reemplazo trae consigo el déficit epistemológico de concebir las monedas como idénticas a sí mismas y apuntalar la unidad monetaria como norma y la pluralidad como patología. Sin embargo, la idea generalmente aceptada de una moneda nacional unificada es más una norma política que un hecho de las sociedades modernas (y sus predecesoras, podríamos agregar), que siempre presentaron algún grado de multiplicidad de monedas. Esta emerge de una variedad de medios de pago (emitidos por distintas entidades), en continua tensión con una unidad de cuenta unificada. Jerôme Blanc ha mostrado que los bancos centrales son las entidades que usualmente aseguran la coherencia de este conjunto de medios de pago heterogéneos, mediante la garantía de su convertibilidad en una única unidad de cuenta. Por estas razones, lejos de una anomalía, la pluralidad de monedas identificables dentro de una misma nación debería ser considerada como un rasgo normal (y no patológico) de los sistemas monetarios modernos.
Se corre un riesgo de otro tenor cuando la dolarización es considerada una prolongación natural del poder imperial de los EE.UU. Las perspectivas sobre el “imperio del dólar”, el “imperialismo informal” o el régimen “dólar-Wall Street” tienden a ignorar las condiciones sociales y económicas que explican la legitimidad de la moneda estadounidense más allá del mundo de los expertos, las élites o las instituciones financieras internacionales. “El dólar global por sí solo no puede explicar la dolarización (en Vietnam)”, escribe Allison Truitt en este libro. Lejos de considerar el papel del dólar estadounidense como una imposición unilateral en territorios nacionales heterogéneos, este libro contribuye a restaurar las dinámicas y procesos sin los cuales el dólar estadounidense nunca habría abandonado su papel de moneda exclusiva de las élites para convertirse en una moneda de la vida pública y ordinaria fuera de las fronteras de los EE.UU.
La socioantropología de las dolarizaciones
“El zahir”, de Jorge Luis Borges, es un fascinante cuento publicado en su enorme libro El Aleph. En sus pocas páginas la historia que nos cuenta el gran escritor argentino pone en manos del personaje, también llamado Borges, una enigmática moneda cuyo nombre es zahir. El hecho fortuito de recibir esta moneda como vuelto por el pago de una caña en un almacén del bajo porteño cambia de lleno la suerte del personaje. A medida que se pierde en la oscuridad de la noche va también perdiéndose en la hondura de su memoria que, de manera creciente, solo empieza a retener una imagen, la de esa extraña moneda que recibió al cancelar el pago por su bebida. Borges conjura esos pensamientos con otros que repasan las propiedades del dinero. El personaje hace un inventario que podría encontrarse en muchos manuales introductorios sobre las propiedades y funciones del dinero. “Insomne, poseído, casi feliz, pensé que nada hay menos material que el dinero, ya que cualquier moneda (una moneda de veinte centavos, digamos) es, en rigor, un repertorio de futuros posibles. El dinero es abstracto, repetí, el dinero es tiempo futuro”. Pero el zahir no encaja en este listado. Es una moneda-memoria: una vez que se entra en contacto con ella no puede dejar de pensársela. Para Borges, quien encuentra la pista en un viejo libro de los sufíes no tiene otra opción más que “gastar” esta moneda y, como era de prever, solo hay una forma para hacerlo, pensar en ella una y otra vez. Borges, el escritor, termina su enorme cuento con la siguiente frase: “Tal vez, atrás del zahir esté Dios”.
Esta sentencia borgeana hace sentido con el modo en que la sociología ha tomado como objeto el dinero. La construcción literaria juega con el desborde de significados y usos con respecto a las expectativas normales que se tienen sobre las funciones del dinero. Ese “desperfecto” entre expectativas y modos reales de usos y significados no solo es aprovechado por el genial escritor argentino. En esa rendija también tiene su lugar un modo de construir preguntas, observaciones y análisis en la sociología. Este “desperfecto” nos lleva a considerar que el dinero en la vida social hace muchas más cosas, además de ser unidad de cuenta, medio de intercambio y reserva de valor. La sociología sigue esta intuición y postula, por lo tanto, la necesidad de descubrir los usos y significados del dinero que desbordan sus propiedades atadas a esas funciones. Al realizar este movimiento, por supuesto, el entendimiento sobre qué significa el dinero y cuál es su rol en la vida social queda alterado.
¿Qué aspectos de la autoridad política se perderían si no se la interpreta a la luz de la moneda? ¿Qué dinámicas de desigualdad social quedarían opacadas si no se las asociara a circuitos monetarios? ¿Cómo se apoya la producción imaginaria de la idea de nación en narrativas del dinero? ¿Cómo están enlazados los proyectos políticos a modos de concebir usos y significados del dinero? ¿Cómo son leídas las inflexiones de los procesos históricos a la luz de las historias del dinero? ¿Cuánto de esas historias quedaría silenciado sin evocar el dinero?
Este conjunto de preguntas es una guía para abrir la “caja negra” de las dolarizaciones.
El cierre epistemológico de narrativas en torno a las tesis del reemplazo y de imposición deja de lado el conocimiento de procesos históricos, políticos, sociales, culturales y, obviamente, económicos que son contenido y continente de las dolarizaciones. Por lo tanto, el objetivo de este libro que reúne estudios de diez países es comprender las dolarizaciones más allá de la narrativa de la sustitución o imposición. Este libro repone esos procesos invisibilizados cuando en las conversaciones públicas, expertas o académicas las perspectivas del reemplazo o la imposición dominan las interpretaciones sobre las dolarizaciones.
Parafraseando a Marcel Mauss, con el dólar circula mucho más que una moneda “fuerte” (circula poder, signos de estatus, pertenencias sociales, memorias, imaginarios colectivos y personales) y se producen muchas otras cosas diferentes a la lógica del reemplazo o la imposición como determinadas dinámicas políticas (la puesta en juego de la autoridad política), sociales (la puesta en juego de modos de estratificación, diferenciación y desigualdad), personales (la puesta en juego de ideas de libertad, estima, autonomía, bienestar) e históricas (la puesta en juego de relaciones con los legados del pasado).
☛ Título: Dolarizaciones
☛ Editor: Ariel Wilkis
☛ Editorial: Fondo de Cultura Económica
Datos del editor
Ariel Wilkis es doctor en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (Ehess) y la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Es investigador en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y profesor de Sociología en la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín (Idaes-Unsam), donde se desempeña también como decano.
Es autor de Una historia de cómo nos endeudamos. Créditos, cuotas, intereses y otros fantasmas de la experiencia argentina (2024). Es coautor de The Dollar. How the US Dollar Became a Popular Currency in Argentina (2023), entre otros libros.