Son pocos los equipos que pueden jugar en el Monumental de igual a igual. O lo que es más o menos lo mismo: plantear el partido no escondiéndose en el área, sino con una estrategia que implique defender (obvio) pero también atacar. Estudiantes es uno de esos equipos. Y anoche, en un estadio que siempre está lleno, que siempre intimida, validó esa teoría desde el inicio. A apenas ocho minutos del arranque del partido, el Pincha se puso en ventaja con gol de Alexis Castro, que solo empujó la pelota a la red casi desde la línea, luego de una asistencia de Tiago Palacios. Sorpresa. Sacudón. Desde ahí, el equipo de Eduardo Domínguez tuvo siempre la llave del encuentro para abrir y cerrar la cancha, para achicar o agrandar los espacios, y contó con la claridad panorámica de Guido Carrillo, un delantero que no solo sabe definir en los últimos metros.
Es cierto, River acumuló argumentos para empatar, y de hecho empató con un cabezazo de Paulo Díaz en el final del primer tiempo, pero la juez de línea vio offside –finísimo, pero correcto– y el VAR convalidó. Es cierto también que River pudo haber empatado varias veces más: con una pirueta de Driussi, con un tiro de Mastantuono que tapó Mansilla o con un tiro libre de Meza que se fue alto. Ninguna clarísima, ninguna demasiado elaborada: todo una síntesis de lo que sucede con este River de Marcelo Gallardo, un equipo que promete mucho más de lo que finalmente concreta en cada partido.
Todo se complicó mucho más cuando el árbitro Falcón Pérez expulsó a Enzo Pérez por una patada de atrás a Medina. Con diez, y con Estudiantes en modo cerrojo, a River se le hizo prácticamente imposible llegar con claridad. Y en el final, tras un córner, Ascacibar terminó un contraataque que selló el 2-0.