CULTURA
muestra en proa21

Visión panorámica

En los últimos años, muchos artistas han elegido a la Argentina como su hogar, conformando una suerte de escena subterránea susurrante, alejada de los circuitos establecidos –galerías de arte, espacios oficiales–, pero que sin embargo se expande al ritmo de la intensa actividad artística local. Latinoargentina, la muestra que se presenta en Proa21 con curaduría de Rodrigo Alonso, pretende suturar ese hiato presentando el trabajo de veinticinco artistas provenientes de los más variados rincones de la América Latina, residentes en Buenos Aires. Sin un tema específico, celebra sus universos plásticos y visuales, sus observaciones críticas y sus imaginarios, como una guía hacia la expresión de una posible “latinoargentinidad”.

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| pablo temes

En el cogollo del retrovisor florecen dos manojos de pulsión propulsiva que se elevan por sobre el colchón de agua partida. El conductor, un ejemplar espléndido de lebrel afgano, mantiene coordenadas con la diestra firme al tiempo que cogotea con la intención acaso de capturar una porción considerable de lo que detrás quedará sin resolverse. En ese gesto de imperial displicencia asumen protagonismo los billetes que escupe el bolso mal sellado y rebosante que habita en el fondo de la embarcación que remonta altamar a velocidad de rayo. En un rincón del set, ungido de lava, el disco multicolor lentamente rueda hacia el milagro de la transformación en la hoguera del tiempo, develando el cielo un avance minúsculo de las estrellas que se escurren en ese momento del día en que se produce la última reserva de luz diurna, la fuga acelerada del friso. Con empuje elástico, coreográfico, la pareja de delfines ejecuta el salto con vallas que perfora los reflejos y el vahío que pervierte el sol como perlitas flash de intensidad vaporosa. A lo lejos se oyen los murmuros del ocaso que tiñen el entorno que, en un punto infinitesimal de la totalidad del momento, desean con toda su alma apagar la claridad del día. Atrás, decíamos mucho más allá de la tierra firme, en los playones informativos regurgitan las muertes inocentes que fabrica una nueva crisis, edulcoradas estas con los artificios plastificados de la estadística. Números que alimentados también por la expresión quimiométrica reparten paladas de certezas incomprobables. 

“The End (acrílico sobre tela; 70 x 130 cm; 2022) es una obra que representa perfectamente mi vínculo con Buenos Aires, tiene lo lúdico y el realismo mágico que me habilita esa libertad y diversidad cultural a la que he estado expuesta todos estos años. En un sentido más narrativo, el humor que heredé en estas tierras es el medio para hacer injerencia a un final de película al estilo Hollywood, en la que los conceptos de final feliz, de idealismo y de capitalismo participan desde un lugar provocativo. Así como también acerco desde un lugar más intrínseco la concepción de lo infinito al considerar los finales como nuevos comienzos y como ambos términos en un punto se desdibujan”.

Virginia Bello desembarcó en Buenos Aires hace 13 años, una joven estudiante recién graduada de publicidad en Venezuela, estimulada a la vez que apabullada por haberse lanzado a ejecutar un posgrado en dirección de arte a kilómetros de distancia de todo lo que conocía hasta entonces. Y la contenía. Encontró la ciudad intimidante y divertida, nutrida con energía nuclear, diversidad de culturas, de modos y de pensamientos que la hicieron sentir libre. Ese vínculo primitivo, un tanto adolescente aporta Bello, se fue desdibujando por prepotencia del trabajo en una agencia de publicidad. “Allí comenzó un viaje hacia la adultez descubriendo que esa libertad que sentí al enamorarme de Buenos Aires también trajo una valija llena de responsabilidades laborales, económicas y personales”.

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—¿Anclar en Buenos Aires benefició en algo tu búsqueda creativa?

—Al principio, el vínculo laboral se convirtió en el eje principal de mi vida por muchos años; una etapa un tanto contagiada de exitismo, competencia y al mismo tiempo mucha expansión de conocimiento artístico y cultural del mundo creativo. Esta etapa me permitió incorporar variedad cultural y de pensamiento al mismo tiempo que entendí la idiosincrasia del argentino. Aspectos que influyeron en la construcción de mi “yo”, tanto en el ámbito profesional como personal, enriqueciendo mi identidad como mujer, inmigrante y artista. Este país te permite reinventarte... Y yo tomé mi oportunidad. Dejé atrás mi trabajo en publicidad y con él una etapa que hasta ese entonces me definía por completo. Fue el punto de quiebre introspectivo para construir el vínculo que mantengo actualmente con mi vida en Buenos Aires. Soy venezolana y “argenta”: el vino es vida, lloré cuando Argentina salió campeón y esa noche en casa cenamos arepas para celebrar.

—Una observación: diría que en los últimos años muchos artistas latinoamericanos reproducen obra con algunos elementos en común: la violencia cotidiana, sí; pero también la intención manifiesta de visibilizar la violencia y voracidad extractivista ejecutada por los conquistadores españoles en los siglos de religión y machete. ¿Considerás que existen componentes moleculares afines (además de la violencia, el lugar periférico que ocupamos, y así) que nos permita hablar de un “arte latinoamericano”?

—Ciertamente, cuando hablamos de arte latinoamericano es inevitable que no nos interpele una latinoamericanidad, una conciencia colectiva incorporada en nosotros que viene cargada con nuestra historia que, sin entender muy bien el porqué, nos fraterniza. Posiblemente el elemento violencia que mencionas en tu pregunta pueda definir ciertos lugares comunes del arte latinoamericano; desde mi lugar, me interpelan elementos en común que celebran nuestra cultura, la remembranza a pueblos originarios y sus rituales como una forma de habitar nuestra sabiduría como pueblo en armonía con la tierra, la apertura a las creencias de la espiritualidad y lo mágico que abre paso a grandes artistas surrealistas, la sensibilidad a la condición humana y a la belleza en lo efímero de lo cotidiano, el rol de la mujer desde el dolor y la celebración. A todo esto es imposible no poder considerar elementos un poco más figurativos que inevitablemente nos transportan a esta periferia, como colores, texturas y formas que resultan con una riqueza visual que transmite nuestra multiculturalidad y nos transporta a casa; por más que sea una obra abstracta, tiene sabor latinoamericano.

La idea de que el conocimiento se fundamenta en la experiencia y la observación no es original: es la tradición del empirismo clásico que se remonta a Locke y Hume, si no a Aristóteles. La atención a la relación entre sujeto y objeto del conocimiento y la duda sobre la posibilidad de conocer el mundo como realmente es habían conducido, en el gran idealismo clásico alemán, a la centralidad filosófica del sujeto que conoce. La experiencia como sensación, o dicho mejor aún: sensaciones. No se trata de ver el conocimiento como la deducción o la conjetura de una realidad hipotética, sino como una forma luminosa de ordenar la ristra de sensaciones que se alimentan de fenómenos manifiestos en el universo. De manera que todo puede pensarse no desde la observación de partículas, sino en la interrelación que proclaman.

Cangallo y Canning es otra de las piezas que integran Latinoargentina. Un cortometraje experimental protagonizado por trabajadores en la calle, de la serie de films en los que la artista observa y registra las arqueologías urbanas. En este caso, Buenos Aires con un guiño, una complicidad en el desciframiento de códigos que quizá solo los que la conocemos entendemos, comenzando por el título, que define un punto de vista imaginario, en la esquina de dos calles que nunca se cruzan y que ya no se llaman más así. La autora es Azucena Losana, que a finales de 2006 abandonó Ciudad de México para estirarse hasta Buenos Aires a estudiar en la Universidad Nacional de las Artes (UNA). “Me tocó llegar a un país que, después de haber tocado fondo en 2001, se convirtió en un lugar optimista y políticamente comprometido”. Tres años después se sumó al Circuito CiN!CO, un grupo de artistas de distintas disciplinas que gestionaban casas como espacios culturales efímeros para hacer talleres, conciertos y proyecciones; una organización horizontal de artistas/gestores con roles intercambiables, siguiendo el modelo del teatro under que brotó en los albores de la democracia. “Esa primera década del 2000 fue un momento clave para la nueva escena de cine experimental argentino. Fue en el taller de cine experimental de Claudio Caldini, cineasta fundamental de los años 70, donde coincidimos muchos de los realizadores interesados en los formatos reducidos y comenzamos a mostrar nuestros trabajos en varios espacios”.

—¿Por qué elegiste este país para seguir desarrollando tu oficio?

—Aquí tuve la oportunidad de estudiar en la universidad pública y laica de manera gratuita, como cualquier otra persona nacida en estas tierras. El intercambio con la gente que conocí durante y después de la facu me enseñó casi todo lo que sé hacer ahora. A pesar de todas las diferentes Argentinas que me ha tocado transitar, no puedo concebir una que le dé la espalda a la educación pública, a la cultura y al cine. Me queda claro que somos muchos aquellos a los que nos importa defenderlos y es parte de la deuda que tengo ante la generosidad recibida.

Lo sabemos de memoria: en la amalgama de culturas, modos de habitar, de ser, se solidificar la conformación de un ecosistema polifónico, efervescente que –no sin tensiones– se retroalimenta en la dinámica propia del sistema imaginado como hazaña de potencia narrativa. Las distintas sensibilidades así fusionadas enriquecen el nacimiento de un nuevo significado; en ese recorrido, un circuito artístico que se reproduce por fuera de los tradicionales establecidos. De manera que Latinoargentina acude al rescate de ese flujo silencioso y subterráneo para revelar lo que permanecía oculto. Pinturas, instalaciones, videos, dibujos de un conjunto de artistas latinoamericanos residentes en Buenos Aires u otras provincias. Con la curaduría de Rodrigo Alonso, la selección de obras presentadas no responde a una temática definida sino que propone en su diversidad abrir la mirada y las lecturas sobre la escena artística y sus protagonistas. La muestra, que puede verse en las salas de PROA21, contiene trabajos de Rodrigo Alcon Quintanilha, Bernabé Arévalo, Virginia Bello, Karen Bendek, Emilio Bianchic, Sebastián Camacho, Julián Camargo, Macidiano Céspedes, Alejandro González, Michelle Junop, Kenny Lemes, Azucena Losana, Tirco Matute, Juliano Mazzuchini, Carelyn Mejías, Paula Proaño Mesías, Yhomara Muñoz, Mercedes Oviedo Invernizzi (Mecha MIO), Guzmán Paz, Saúl Rivas, Germán Sandoval Silva, Dani Umpi, Juan Carlos Urrutia, Pablo Vera Solari y Piero Vicente. 

La imagen elegida para representar la exhibición es Titanic, obra del uruguayo Emilio Bianchic. En la imagen, un video casi improvisado filmado en una piscina de hotel, la canoa-sandalia de aspecto plástico ceroso navega sin rumbo al tiempo que insectos que se encuentran flotando son extirpados uno por uno por el artista. Esta acción es parte de una línea de trabajo sobre la fragilidad de las vidas no humanas y la relación entre la cultura y los medios con la naturaleza. Claro: cada ejemplar, cada etiqueta con datos biológicos, conserva el banco de información que representa la verdad funcional que, como todo arte genuino, florece en secreto.

Emilio Bianchic llegó a Buenos Aires impulsado por una residencia en una galería que cerró definitivamente en 2020. La intención era pasar aquí un mes, pero ya nunca más volvió. “Siendo de Montevideo, llegar a Buenos Aires es abrirse a un montón de personas y oportunidades, a una escena que no para de crecer y reinventarse. Recuerdo que apenas me mudaba escuchaba a muchos artistas quejarse de la ciudad y yo pensaba: ¡pero con todo lo que hay! Después te acostumbrás y te ponés a quejar también”.

—Por último: sentiste algún tipo de resistencia del ambiente local (galeristas, críticos, compradores de arte, espectadores, y así) por tener otra nacionalidad o pudiste amalgamarte sin tensiones?

—Me sentí muy bienvenido. Creo que eso es lo más interesante de formar comunidad en otro país, la gente de otras latitudes que se encuentra, y es ahí donde se ven las similitudes en vez de las particularidades.