CULTURA
crítica

Un cacho de carne

Una joven comenta la felicidad de haber conseguido trabajo en medio de la miseria. Y se escucha, “¿Mi laburo? Cuidar que nadie se tropiece con una cámara en un rincón de un pasillo”.

22_12_2024_amparo_cedoc_g
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El Muro en Berlín se estaba derrumbando y un escritor argentino, a mano y en posición horizontal, auscultaba el inconsciente de un mundo “desintegrado y mezclado, –que– le sería imposible volver a ser lo que era, y persistiría como vapor inerme”. En El amparo, Gustavo Ferreyra realiza sus primerizas lecturas escriturales de sujetos que buscan desesperadamente reconocerse en el otro para rehacer comunidad de cualquier tipo. Hombres y mujeres, los personajes de Ferreyra, que van perdidos como hormigas y que parecen solamente contentarse con “eso de insecto que bullía en su interior”. 

Si el mundo adopta un punto de vista delirante y paranoico, entonces el método se impone en el delirio y la paranoia. Así arrancaba en este mundo insensato, el mismo que Kafka y Henry James develaban en la novela moderna, el ciclo narrativo fuera de cuadro de Gustavo Ferreyra hace treinta años, los cuales celebra esta edición de Godot con prólogo de Elvio Gandolfo y dos posfacios del autor.  Y sobreviene que en esta novela, un cuento sospecha de la realidad a cada línea, con un hombre sin atributos llamado Adolfo, se tocan algunas de las puertas que entreabren aires de familia entre sus libros venideros. Así prefigura los largos monólogos interiores de Sergio Correa Funes de la mejor novela argentina del milenio, La familia, o las humanidades quebradas, que tienen en Piquito, el gran personaje ferreyreano a la manera de Frank Bascombe, en tanto ambos se mueven con pasos vacilantes. Que no significa oscuridad, todo lo contrario en una prosa que transparenta el lenguaje, la crueldad y la vacuidad de la dominación imperante, lectores arrodillados y con la boca bien abierta, receptáculo de carozos de señores de un futuro hiperbólicamente capitalista salvaje no tan lejano.

Vacila a cada rato Adolfo en su pequeño cuarto de servicio, solo esperanzado en recibir las salivadas semillas. Pero este dulce amparo se sacude con la llegada de un enano, que amenaza su estabilidad laboral, y las intrigas de los otros trabajadores de la mansión, que harán lo que sea para no caer en el desamparo –título de la siguiente novela de Ferreyra de 1999. Existencias humilladas agobiadas del fracaso inevitable, que en las novelas y cuentos del sociólogo y escritor, claman rabia de ser sujeto. Y sin embargo, a pesar del impulso de nuda vita que los hacen planear pequeñas revueltas, sus Adolfos terminan vencidos “ante la resignación que lo invadía y que le resultaba más cómoda y abrigada. Hasta que los arrebatos desaparecieron y ya no lo quedó más que la aceptación lisa y llana de su frustración”. Y buscar el calor de la manuela. 

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En las últimas páginas, mientras traquetea el colectivo atestado y el reseñista recolecta boyas de un derrumbe colectivo anticipado en El amparo, una joven comenta la felicidad de haber conseguido trabajo en medio de la miseria espantosa. Y se escucha, “¿Mi laburo? Cuidar que nadie se tropiece con una cámara en un rincón de un pasillo”. Y los Adolfos, la distopía que parecía delirante en 1989, hoy se multiplican.

 

El amparo

Autor: Gustavo Ferreyra

Género: novela

Otras obras del autor: El sol; El perdón; El mamífero que ríe; Gineceo; La familia; Piquito a secas; Piquito en los vientos; Piquito de oro; Piquito en las sombras; Vértice; El desamparo; El director

Editorial: Godot, $ 25.000