CULTURA
Los libros de la guerra

Todo eso que sangra

Las Malvinas y el conflicto de 1982 constituyen una zona específica de la literatura y el periodismo en Argentina. El aniversario del 2 de abril es el marco con que se presentan reediciones de títulos importantes y publicaciones de nuevos libros, y también una oportunidad para miradas, investigaciones y preguntas que exploran aspectos desconocidos y problematizan lo que parecían certezas.

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A cuatro décadas del conflicto armado entre Argentina e Inglaterra, nuevas publicaciones y miradas tratan de comprender un hecho decisivo en la conformación de nuestra historia reciente. | pablo temes

El Museo Malvinas ofrece al visitante una biblioteca vidriada colmada de libros sobre la guerra de 1982. “Debe haber más de trescientos, y me pregunto cuál es el sentido de intentar escribir aquí uno más”, anota el periodista santiagueño Ernesto Picco en el final de la crónica Soñar con las islas. El sociólogo Sebastián Carassai comienza el ensayo Lo que no sabemos sobre Malvinas con el mismo interrogante: “¿Hace falta un libro más sobre las islas Malvinas?”. La respuesta parece obviamente afirmativa a la luz de la bibliografía, pero lo significativo son los argumentos que en cada caso sostienen la necesidad de escribir.

Los autores de los libros sobre Malvinas podrían compartir la frase de Francis Ponge que Graciela Speranza y Fernando Cittadini citan como epígrafe de Partes de guerra, uno de los grandes libros de la historia reciente, y no solo sobre el conflicto de 1982: “Il faut parler”, “hace falta hablar”. Desde ese punto de vista, la bibliografía sobre la guerra y sus múltiples proyecciones hacia el pasado y el presente se despliega como una conversación incesante, interminable.

Desde Los pichiciegos, la novela que Fogwill escribió cuando la guerra no había terminado, las Malvinas y el conflicto de 1982 constituyen de hecho una zona específica de la literatura y el periodismo en Argentina. El aniversario del 2 de abril es el marco con que se presentan reediciones de títulos importantes y publicaciones de nuevos libros, y también una oportunidad para miradas, investigaciones y preguntas que exploran aspectos desconocidos y problematizan lo que parecían certezas.

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Entre las novedades que se agregan este año, Lo que no sabemos sobre Malvinas. Las islas, su gente y nosotros antes de la guerra (Siglo XXI) se propone investigar una cuestión que, según plantea Sebastián Carassai, permanece velada por los hechos de 1982, ese “año cero” en la actualidad de los malvinenses: la historia anterior y posterior al conflicto, “y en especial lo que se refiere a la relación entre las islas y el continente, entre los isleños y los argentinos”.

Carassai analiza las crónicas de argentinos que visitaron las islas en el siglo XX, a partir de Nuestras Malvinas, donde Juan Carlos Moreno relató un viaje realizado entre 1936 y 1937. “Estos viajeros ofrecieron en la Argentina las primeras imágenes e ideas informadas por la experiencia personal acerca de cómo era la comunidad que habitaba las islas y cuáles eran sus inquietudes y anhelos”, dice el autor. Si ese corpus puede resultar relativamente conocido, en otro capítulo avanza sobre un tema desconocido: el cancionero popular argentino dedicado a las islas entre la primera marcha compuesta en 1941 y el final de la guerra.

Exequiel Svetliza amplifica a su vez el punto de observación, pero con el objeto de examinar la literatura y el cine sobre Malvinas. En Tras un manto de ficciones, libro que publicará la Editorial de la Universidad Nacional de Tucumán, comienza por analizar la narración histórica de la usurpación británica de las islas en 1833 y los fundamentos del reclamo argentino de soberanía a partir del ensayo Las islas Malvinas (1936), de Paul Groussac, con el que, según dice, “emerge en nuestro imaginario la representación de la causa Malvinas como un litigio pendiente de resolución”.

La tradición literaria sobre Malvinas, plantea Svetliza, parte del antecedente célebre de Los pichiciegos y del mucho menos conocido de Primera línea (1982), cuento de Carlos Gardin, sobre un soldado mutilado por una explosión que se integra a una unidad de combatientes lisiados que son a la vez robots militares. En esos textos “podemos encontrar algunas de las marcas distintivas de las ficciones de la guerra, como la ausencia de una épica militarista y la representación farsesca”.

Clásicos y modernos. Autor central y prolífico en el corpus, Federico Lorenz publica un relato, Para un soldado desconocido (Adriana Hidalgo), y reedita Las guerras por Malvinas (Edhasa; primera edición en 2006), sobre las discusiones por la memoria del conflicto durante la guerra y la posguerra. La nueva versión del ensayo agrega un prólogo y el análisis de la “causa Malvinas” durante el kirchnerismo y hasta 2018, incluyendo el período en que Lorenz dirigió el Museo Malvinas.

Para un soldado desconocido se presenta como la reconstrucción de la historia de un conscripto que murió en la guerra a través de múltiples voces. Padres, amigos, soldados, oficiales, habitantes de las islas y personajes emblemáticos de la sociedad civil argentina (una maestra, un periodista, un político) convergen en un retrato que se instala entre la ficción y la no ficción, ya que también son aludidos Lisa Watson, editora del periódico malvinense Penguin News, conocida por su posición antiargentina, y Geoffrey Cardozo, el oficial británico que recogió los cuerpos de soldados argentinos y sentó las bases del actual Cementerio de Guerra de Darwin.

La otra guerra, de Leila Guerriero (Anagrama), relata la historia del cementerio de guerra y el complejo proceso de identificación de los caídos, que realizó el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y estuvo signado hasta hace poco por polémicas entre las diversas agrupaciones de veteranos de guerra y de familiares.

“El primer paso fue contactar a la gente del EAAF –cuenta Guerriero–. A partir de ellos entrevisté a Geoffrey Cardozo, aprovechando que estaba de paso en Buenos Aires por un reconocimiento que le hacían en el Congreso. Avancé con la investigación bibliográfica y entrevisté a todas las personas que habían trabajado con las identificaciones y recién entonces empecé a entrevistar a los familiares. En muchos casos los familiares estaban saturados de hablar o de dar información y no tener ninguna respuesta de parte del Estado”.

En Partes de guerra, Graciela Speranza y Fernando Cittadini reunieron testimonios de oficiales y soldados del Ejército Argentino destinados a la zona de Darwin-Goose Green. Publicado por primera vez en 1997 y ahora reeditado por Edhasa, el libro es una exhibición de destreza narrativa, ya que los autores narran la historia comprendida entre la convocatoria al frente de batalla y el regreso al continente exclusivamente a través de los testimonios.

Entre los entrevistados se encuentran Juan José Gómez Centurión –candidato presidencial en las últimas elecciones– y Oscar Poltronieri, el soldado que obtuvo la máxima condecoración militar en Argentina, la Cruz al Heroico Valor en Combate. Más allá de los personajes conocidos, Partes de guerra logra una intensidad tal vez única en la bibliografía sobre Malvinas al documentar a través de los protagonistas traumas y valores de la experiencia bélica: la muerte de amigos, las solidaridades forjadas en la batalla, las pequeñas incidencias de la vida cotidiana en las islas y el rechazo de la sociedad que celebró la ocupación y olvidó a los combatientes.

Desde el periodismo de investigación, Felipe Celesia aborda en Desembarco en las Georgias (Paidós) un hecho conocido pero poco indagado aunque importante ya que se trata del “misterioso incidente que desató la guerra”: la irrupción de un comando dirigido por Alfredo Astiz con un grupo de obreros y técnicos metalúrgicos que iban a desguazar instalaciones balleneras abandonadas.

“Todos los hechos y circunstancias que vertebran este relato de no ficción están respaldados por una fuente primaria o, en su defecto, secundaria. No hay licencias fácticas ni literarias. Las voces que se reproducen fueron escuchadas por uno o más testigos. Los pensamientos y emociones que se refieren fueron transmitidos por sus dueños”, advierte Celesia. En el mismo estante de la biblioteca pueden ubicarse otras ediciones recientes, como La guerra invisible, de Marcelo Larraquy (Sudamericana), sobre una misión británica secreta en el continente.

Debajo de la superficie. “Cuando pienso en Malvinas y la literatura argentina –dice Patricia Ratto– vienen a mí, entre muchas otras, la mirada subterránea de Los pichiciegos de Fogwil, la memoria polifónica y colectiva de Las islas de Carlos Gamerro, el absurdo llevado al límite de Una puta mierda de Patricio Pron, el después menemista de la guerra en Segunda vida de Guillermo Orsi, las Malvinas sin guerra de La construcción de Carlos Godoy, las vicisitudes de la heroína transexual de Nicolás Correa en Heroína: la guerra gaucha, o la maravillosa obra de Lola Arias, Campo minado, que reúne a quienes fueron enemigos en un intento por recuperar la memoria, con todas las pesadillas de la guerra y la posguerra, por citar solo unas pocas obras”. Pero ella misma aporta una obra fundamental para el corpus: Trasfondo (2010), novela basada en la historia de los tripulantes del submarino ARA San Luis, que pasaron más de un mes sumergidos en el Atlántico sur durante la guerra.

“La novela ofrece una lectura que se aparta voluntariamente de poner el foco en el heroísmo, en los valores del varón cifrados en la dominación y la violencia, desarrollados por la educación en general y el adiestramiento militar en particular, y puestos a prueba en la guerra”, dice Patricia Ratto ahora a propósito de Trasfondo. Su referencia era el análisis de Virginia Woolf en Tres guineas, acerca de la necesidad de la guerra en las sociedades patriarcales. “Esa perspectiva me permitió escarbar por debajo de la superficie, apartarme de lo que tradicionalmente muestran muchas películas y novelas y traer al primer plano otras cosas: el absurdo y el sinsentido de la guerra sí, pero también la vulnerabilidad, el dolor, la asfixia, la sensibilidad, el miedo”, agrega la escritora residente en Tandil.

Más allá de la mesa de novedades, otros títulos de publicación reciente son de consulta obligada. Entre ellos, Malvinas, mi casa (EME, La Plata, 2020) compila en dos volúmenes el diario de María Sáez de Vernet, esposa del comandante político y militar de las islas Luis Vernet, con apostillas y referencias que se extienden hasta el siglo XV. La obra fue preparada durante dos décadas por Marcelo Luis Vernet (1955-2017) y culminada por sus hijos Clara y José Luis.

En Soñar con las islas. Una crónica de Malvinas más allá de la guerra (Prohistoria), Ernesto Picco relata una investigación basada en viajes a Puerto Stanley –“de argentino no tiene nada”, dice, en relación con el nombre que prescribe incluso el gobierno actual– y a Londres. Las entrevistas con residentes y la observación propia le permitieron trazar un análisis sobre cómo la guerra cambió el estatus de los malvinenses desde la óptica británica y focalizar “un terrible punto ciego” en las narraciones argentinas: “Los isleños, su presencia incómoda y sus historias, desconocidas”. Picco cierra su crónica con una visita al Museo Malvinas. “Las islas donde ellos [los isleños] viven, aquí no existen. Tampoco existen, claro, las que nosotros nos imaginamos. Soñamos con otras islas”, reflexiona.

“No me fue indiferente pisar las islas –relata Sebastián Carassai en Lo que no sabemos de Malvinas, sobre un viaje que hizo en 2017–. No me sentí turista ni local. Ajenas y familiares a la vez, no creo que haya muchos argentinos con recuerdos de la guerra que puedan visitarlas sin experimentar algo parecido a un duelo”. Elaborar las pérdidas, reconstruir los lazos históricos que destruyó la guerra, reparar el dolor, reivindicar a los combatientes, escuchar a los isleños: hacen falta muchos libros sobre Malvinas.

 

La historia incómoda

O.A.

—En “La otra guerra” surgen posiciones enfrentadas entre los diversos grupos de ex combatientes y familiares entrevistados alrededor de la identificación de los soldados muertos en Malvinas. ¿Cómo te ubicaste en ese marco?

LEILA GUERRIERO: El criterio fue estar muy bien informada antes de ver a cada persona, como siempre. Era un mapa de trabajo muy complicado, yo sabía que había algunas personas con las cuales se planteaban cuestiones conflictivas. Llegar mal preparada o en un momento inadecuado podía cerrar puertas, en términos de levantar resquemores en gente que todavía no había entrevistado. La estrategia fue ir de a poco, paso a paso, y el texto refleja casi literalmente lo que fue el reporteo. Gracias a las personas del Equipo Argentino de Antropología Forense, obtuve los datos de los familiares e hice un trabajo previo de escoger distintos casos, más o menos complejos, del interior, y entre los que se resistían a las identificaciones y los que habían estado a favor. En el medio sucedieron cosas asombrosas, como sucede cuando te metés mucho en un tema, como una conversación con Delmira Cao [madre de un caído que en principio se opuso a la identificación de los restos], que dejó un poco a la luz una trama que me sirvió para las que siguieron. Y muchos familiares me ayudaron para ponerme en contacto con más gente.

—¿Cómo se explican los prejuicios y la resistencia que provocó entre muchos familiares la propuesta de identificar a los caídos?

G: Los mitos, los prejuicios, los fantasmas están en el fondo de la historia que recoge La otra guerra. Muchos de los familiares se negaron a la identificación de los restos porque les decían que iban a traer los cuerpos al continente, porque estaba aquella versión de que iban a hacer un carnaval de huesos. Básicamente, el asunto de la identificación de los cuerpos y los enredos que se generaron vienen en parte, pero no solo, de estos rumores, de mitos creados para impedirlo. Y más allá de eso, también estuvo la ausencia absoluta del Estado.

—¿Qué dicen esas historias falsas de la posguerra?

G: Hablan de la incomodidad que produce Malvinas. Mercedes Salado, del EAAF, me contó que cuando llegó a Buenos Aires –ella es española, ahora se mudó a Suiza– se encontraba con ex combatientes que pedían limosna en el subte, en la calle, y la gente no les creía. Ese fue un paisaje que convivió con nosotros casi desde el fin de la guerra, en democracia. También estaba el mito en la ciudadanía de que los ex combatientes falsificaban el carnet, que no eran veteranos, que era mentira lo que contaban. Toda la guerra está rodeada de esta incomodidad: fue una guerra producida por la dictadura, tuvo mucho apoyo popular en su momento, hubo un nacionalismo chovinista exacerbado y poco después vino la democracia y tratamos de barrer bajo la alfombra todos esos recuerdos. La posguerra es la forma incómoda de lidiar con la catástrofe de la guerra, y en muchos casos la negación.

 

Un testigo posible para la literatura

O.A.

—¿Cómo descubriste la historia del submarino ARA San Luis y qué te interesó para escribir “Trasfondo”?

PATRICIA RATTO: Estaba escribiendo otra novela cuando, en el acto de un 2 de abril, de la escuela secundaria en la que trabajo en Tandil, me encontré con un brevísimo testimonio de un submarinista que, con 19 años, había sido parte de la tripulación del ARA San Luis, y había ido a Malvinas en ese submarino, que partió con un motor averiado y torpedos que no funcionaban, para enfrentar en esas deplorables condiciones a la Armada británica. Recuerdo que, mientras escuchaba ese testimonio, pensé: si hubiera sido hombre, hubiera tenido que ir a esa guerra. También pensé que mi hijo tenía, en ese momento, 19 años.

—¿Qué problemas se plantearon para escribir la novela?

R: Esto, que en principio quedó en mi memoria como una anécdota, comenzó a perseguirme hasta no poder quitármelo de la cabeza. Abandoné lo que estaba escribiendo y comencé con la larga tarea de ubicar a quienes habían formado parte de la tripulación del San Luis durante la guerra y convencerlos para que aceptaran que los entrevistara; sobre todo que los entrevistara una mujer, en un ámbito muy machista. Además, había otro punto de desencuentro: yo había escrito dos novelas que abordaban el tema de la dictadura y todos los tripulantes del submarino eran militares de carrera. Por otra parte, también tenía que dejar en claro que ese material de las entrevistas iba a ser para escribir una novela, algo que no les parecía tan prestigioso como una investigación histórica o periodística. A pesar de todas esas desventajas, poco a poco, en un proceso que duró tres años, fui entrevistando a más de la mitad de la tripulación, suboficiales todos. Fue una decisión que, por una parte, tuvo que ver con mi intención de reconstruir los hechos y tratar de aproximarme a esa verdad esquiva; y por otra, también con la verosimilitud. Cuando el lector no cree lo que está leyendo, lee como desde afuera y no termina de ingresar en el territorio de la ficción, eso es un síntoma de que esa ficción no funciona. Yo tenía que lograr que los lectores se sintieran navegando dentro del submarino, padeciendo y viviendo –con cierta claustrofobia incluso– todo lo que ocurría ahí adentro. Es más, el desafío más grande que me impuse fue que los propios tripulantes del San Luis, u otros submarinistas, leyeran el libro y creyeran la historia. Y eso no lo podía lograr si no conocía muy bien el territorio y a sus protagonistas.

—¿Qué podía agregar la ficción en ese marco?

R: Al cruzar las diferentes versiones que me ofrecían los entrevistados, pude hacerme una idea aproximada acerca de lo que había ocurrido dentro de ese submarino, en esos 39 días de inmersión que duró la campaña del San Luis. Pero no soy historiadora, ni periodista, así que tenía muy en claro que tenía que trabajar literariamente, y que eran justamente esas operaciones que puede hacer la literatura, o el arte, las que me iban a permitir bucear un poco más allá de la primera capa de los testimonios. Por ese entonces, mientras avanzaba con la indagación y las entrevistas, leía Lo que queda de Auschwitz, de Giorgio Agamben, para tratar de entender el papel de los testigos en situaciones extremas como lo son una guerra y un campo de concentración. Y me encontré con esta idea de que el testigo integral, el que tiene la experiencia completa, es aquel que muere –en la guerra o el campo– y, paradójicamente, aquel que, por estar muerto, ya no tiene voz para dar testimonio. A su vez, quienes sobreviven sí tienen voz para contar lo sucedido, pero poseen una experiencia parcial, incompleta. Queda entonces, siempre, una laguna, una zona gris, impenetrable, inaccesible, sin voz que la pueda narrar. Un poco arbitrariamente, se me ocurrió trasladar esto que Agamben dice del testigo integral a la experiencia de la Guerra de Malvinas. E imaginé que ese testigo, imposible para la historia, para el periodismo, para la filosofía incluso, era un testigo posible para la literatura. Eso fue clave para encontrar a mi narrador y su voz. El arte tiene sus maneras de penetrar en aquellos lugares a los que otras disciplinas no llegan. A mí me ofreció la posibilidad de adentrarme en esa zona neblinosa e inatrapable que siempre ha rodeado a Malvinas.