CULTURA
LIBROS EN BANDEJA III

Testigo y artífice de una época

Veinte años después del lanzamiento de “Verdad tropical” (Marea), el libro en que Caetano Veloso cuenta su propia vida y su obra, sigue sirviendo de pista de aterrizaje para comprender la influencia que la música de este bahiano ejemplar tuvo en la vida cultural y política del Brasil. Tal como declara Gustavo Álvarez Núñez en este artículo, la obra, testimonio de una travesía esplendorosa, “permite revisar cómo se armaron las bases de la refundación de la cultura brasileña, esa apuesta a descreer del servilismo propio de los conservadores y reaccionarios de siempre”.

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Caetano. Arriba, el artista bahiano fotografiado en la actualidad. Der., en su juventud. Abajo, el libro “Verdad tropical”, publicado por el sello argentino Marea. | cedoc

Se cumplen veinte años del lanzamiento de Verdad tropical, el libro en que el bahiano Caetano Veloso repasa no solo sus logros artísticos, sino también su pasión por la lectura, el cine y el arte. Además, muestra sus uñas de escritor y analiza cómo lo político está en todo lo que vemos y respiramos.

Veinte años atrás aparecía este Everest en el vínculo entre los recuerdos y las palabras que es Verdad tropical (Marea, 2004), un maremoto controlado de memorias, crónica cultural, análisis musical y literario; todo orquestado por una pluma exquisita y punzante. Con la traducción de la recientemente fallecida Violeta Weinschelbaum (Buenos Aires, 1973-2024) –no pierdan la oportunidad de dar con su Otros carnavales (Planeta, 2019), un buceo por el proceso creativo de los principales músicos brasileños–, el texto de Caetano Veloso (Bahía, 1942) es brillante y abrumador. Tan brillante y abrumador que genera dudas de la perfección hecha estampa que esgrime la figura del hacedor de gemas como “Voce e Linda” o “Baby”.

Pero no seamos tan previsibles. Menos envidiosos. Aunque es escalofriante la suma de información de primera mano que componen su modo de ver. Es escalofriante el acercamiento a distintos eventos artísticos y culturales que ejercieron una influencia en el rumbo del mundo en el momento exacto en el que sucedían. Es escalofriante asimismo, cómo siempre está del lado de la belleza a la hora de introducir cada uno de esos faros que le movieron el avispero o forjaron su identidad. Leamos escalofriante como algo saludable.

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En el principio estuvo la Tropicália, ese barco cultural y político –si bien Caetano y Gilberto Gil son distinguidos como sus principales representantes, el movimiento se difundió por distintas ramas artísticas como el teatro, las artes visuales, el cine y la arquitectura– que desembarcó en los años 60 en un Brasil atomizado, con la dictadura militar en el poder y una suma de conflictos –con la mayor de-sigualdad social y de rentas del planeta tierra– muy arraigados en los usos y costumbres de un país que es un continente en sí mismo.

“Los tropicalistas decidimos que nuestra materia prima sería una mezcla genuina de todo lo que sucedía en la vida cultural de Brasil, absolutamente todo: las aspiraciones ridículas de los americanófilos, las ingenuas buenas intenciones de los nacionalistas, la tradicional ‘retaguardia’ brasileña, la vanguardia... La autenticidad creativa podría redimir cualquiera de sus aspectos y volverla trascendente”, leemos al comienzo.

La raíz de la irrupción de Caetano y compañía traía a colación la irreverencia pionera de los antropófagos –la modernidad brasileña de los años 20 del siglo pasado, con nombres del calibre de la artista plástica Tarsila do Amaral y los poetas Oswald, Mario y Drummond de Andrade, entre otros– a la cabeza. Básicamente, el manifiesto antropófago de 1928 incita a los artistas, hasta ese instante influidos por los movimientos europeos, a que toda obra de arte nace por el hecho de devorar y no de imitar a sus modelos. Más tarde, en los años 50, serán los poetas concretos –Augusto de Campos, Décio Pignatari y Haroldo de Campos, para quienes el espacio gráfico era parte de la estructura del poema– los continuadores de esta gesta.

De esos primeros días del joven Caetano, João Gilberto ponderó la contribución que llevó a cabo como un “acompañamiento reflexivo”. Ese será el motor de este jugoso avistaje a lo largo de casi cuatrocientas cincuenta páginas de una existencia atravesada por opresión militar, muertes, exilios, logros locales e internacionales, un catálogo de canciones indestructible y futuro, amistades de primera clase. Como si cada palabra nueva, cada sonido nuevo, lograsen alejar ese miedo atávico.

Es sintomático su ojo estrábico. Cómo internaliza la respiración propia de una estela cultural previa a ser Caetano Veloso. Por eso podemos leer (y a pesar de sonar muy canchero): “Además de a Proust, entonces leía a Guimarães Rosa, Stendhal, Lorca y Joyce; vi películas de Godard y Eisenstein; escuché a Bach; contemplé las obras de Mondrian, Velázquez y Lygia Clark. Y llegó también el impacto de Warhol, el regreso a los filmes de Hitchcock que ya había visto, Dylan, Lennon, Jagger. Pero siempre, en todo momento, volvía a mi pasión por João Gilberto para encontrar una base y reestablecer la perspectiva”.

No obstante, más que descansar en un paseo por la vida y milagros de Caetano, Verdad tropical nos permite revisar cómo se armaron las bases de la refundación de la cultura brasileña, esa apuesta a descreer del servilismo propio de los conservadores y reaccionarios de siempre –uy, ¿les suena, una base estadounidense en el sur argentino con el beneplácito de la criatura sentada en el sillón de Rivadavia?–, por eso en el plano musical exhibe el rechazo al primer rock and roll y la apuesta por la ambiciosa bossa nova. Una manera de construir un nuevo mundo con las ruinas del anterior.

En un punto, Verdad tropical es de esos testimonios de una travesía esplendorosa, en la que convive el testigo de una época dorada y el artífice de otra. Donde quien recupera momentos vitales de su proceder, a los ojos de la lectura son instantes cruciales en una cultura. Pero a su vez, con un tono presto a la humildad. Supongamos, por citar alguna, la amistad que va a trazar en su juventud con la consagrada Clarice Lispector, un vínculo que se sostendrá en un llamado telefónico semanal.

En cuestiones más personales, Caetano no le escapa a hablar de su sexualidad ni tampoco revisar su adhesión a la izquierda y el papel de Brasil en el concierto internacional. Aunque también problematiza la herencia política del tropicalismo. “No se trata de atribuir intenciones grandiosas a gestos banales: un grupo de chicos que hacen música de entretenimiento deciden reivindicar un mayor sentido al desarrollo de sus carreras”, leemos.

Salmo final (con sabor argentino). Una de las tres personas a quien le dedica el libro es Silvina Garre. Hay una historia detrás. La vez que en 1984 la rosarina interpretó en televisión una pieza no tan popular de Caetano, quien estaba también de invitado en el estudio. “Cuando conocí a Caetano Veloso, canté una canción que no conoce nadie, ‘Peter Gast’, y él se puso a llorar. Pasaron cosas raras, porque él habla un español muy fluido y empezó a hablar en portugués, emocionado. Eso fue un impacto muy grande”, rememoró la cantante.