CULTURA
intelectuales y ultraderecha

Territorio en disputa

Lo sabemos de memoria: la esfera digital es “la Sierra Maestra” de la época, fecundada al extremo por exponentes de la revolución libertaria. Sin embargo, en el proceso cultural –que va más allá del político–, también se acude a las armas de los intelectuales; el libro funciona en estos como el artefacto legitimador para dar la pelea con argumentos, a la vez que bien simbólico que ayuda a construir y ampliar el perfil de muchos de sus referentes. ¿Cómo y con qué se nutren? ¿Qué buscan? ¿Quiénes son los pensadores encargados de edificar una nueva narrativa que aglutine ideas nacionalistas, reaccionarias, libertarias? Opinan los especialistas.

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Lecturas. Sentencia Saferstein: “Laje y Márquez no provienen del mundo intelectual mainstream, en el sentido de que no participan de la academia ni del campo cultural tradicional, sino de las derechas radicalizadas con los temas que dan origen a ese nicho, como la revisión de los años 70 y de la llamada ideología de género”. | fotomontaje: verónica González

El mito de origen cuenta que en 2005, a poco de conocerse, Nicolás Márquez le dijo a Agustín Laje que la derecha no necesitaba militantes, porque los tenía, sino intelectuales. Veinte años después, aquel estudiante de la secundaria que pegaba carteles en la escuela contra los desaparecidos durante la última dictadura es uno de los pensadores más influyentes de la época, el ideólogo de la reacción contra el feminismo y la corrección política, el arquitecto del think tank del presidente Javier Milei. La pregnancia de Laje y de las ideas libertarias trasciende a su espacio de pertenencia y no solo impacta en los intelectuales sino que plantea contradicciones en ese campo y divide aguas entre los que adhieren, los que se mantienen en silencio y los que disienten.

Batalla cultural, cultura woke, marxismo cultural, entre otras expresiones difundidas por Laje, ya no son la contraseña para acceder a reductos extremistas sino cuestiones que ocupan a intelectuales prestigiosos y abren paso a una legitimación más amplia. El coautor del best seller El libro negro de la nueva izquierda es reconocido por la complejidad de sus argumentaciones, por la bibliografía en que se respalda y por las astucias de una retórica agresiva, que por un lado expropia formulaciones de la izquierda, desde la noción de hegemonía de Antonio Gramsci hasta el interrogante sobre la rebeldía y la derecha de Pablo Stefanoni (convirtiéndolo en una afirmación), y por otro construye una narrativa de la victimización y una no ficción paranoica que atribuye a poderes globales la perversión de los valores occidentales y cristianos.

“El libro negro de la nueva izquierda marca un antes y un después para todo este movimiento”, destaca el sociólogo Ezequiel Saferstein, que estudia las articulaciones de la edición de libros con la política de derecha en la historia argentina reciente. Coescrito por Laje y Nicolás Márquez, ese instrumento de combate contra la llamada ideología de género tuvo su primera edición en 2016, se publicó en España y en varios países de América Latina y acaba de ser reeditado por el sello Hojas del Sur, junto con La máquina de matar. Biografía definitiva del Che Guevara y El impostor. Evo Morales de la Pachamana al narcoestado, ambos de Márquez, y con Pueblos imaginarios. El libro negro del indigenismo, de Cristian Rodrigo Iturralde, otro intelectual de la extrema derecha.

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Estas ediciones tienen un sentido agregado, como ya señalaron Saferstein y Analía Goldentul en un análisis de las presentaciones de libros de Laje y Márquez y de la conferencia que compartieron con Javier Milei en el auditorio de Belgrano (2019): “Los libros aparecen como herramientas claves para dar la ‘batalla’ con argumentos, pero también como bienes simbólicos que ayudan a construir y ampliar el perfil de algunos referentes de derecha”. Se verifica el “efecto libro” descripto por el historiador estadounidense Robert Darnton: proyectar figuras de autoridad, generar relaciones sociales, ocupar posiciones en el campo intelectual. “El libro es un artefacto cultural y un ordenador de este espacio –agrega Saferstein, entrevistado para esta nota–. Hay una bibliofilia de las derechas vinculada con un espacio intelectual propio, y tiene cada vez más comunicaciones con el espacio cultural mainstream”.

Del nicho al mercado. Saferstein puntualiza esos vasos comunicantes entre la extrema derecha y el campo intelectual: el ascenso de Milei a la presidencia; el pasaje de publicar en Unión, una editorial de nicho definida como liberal, a Hojas del Sur, “con una dimensión no menos ideológica pero más integrada al mercado y posicionada activamente como la editorial mileísta, muy a favor de La Libertad Avanza”; la incorporación de Laje al catálogo del grupo editorial Harper Collins. “Estos hechos hablan de una inserción de las ideas de la derecha en un debate público que ha trascendido por mucho lo marginal o lo meramente programático”, destaca el también coautor del libro Está entre nosotros, coordinado por Pablo Semán, e investigador del Conicet.

Las presentaciones en la Feria del Libro de Buenos Aires a partir de 2018 se inscriben en ese marco, con un hito de convocatoria el año pasado. La edición de la hagiografía Milei. La revolución que no vieron venir, de Márquez y Marcelo Duclós, reunió a importantes figuras de La Libertad Avanza y permitió observar la tradición intelectual que estos autores revalidan, con sus reconocimientos al politólogo Vicente Massot y al exdirector de la SIDE Juan Bautista Yofre. En noviembre de 2024 se presentó la Fundación Faro, que organiza programas y capacitaciones “librando la batalla cultural” bajo la dirección de Laje; el subdirector académico, Axel Kaiser, contribuye a la bibliofilia con Parásitos mentales (Planeta, 2024), un texto en el que identifica “siete parásitos capitales progresistas”: justicia social, derechos sociales, Estado benefactor, neoliberalismo, responsabilidad social empresarial, diversidad, equidad e inclusión y el buen indígena.

Nicolás Márquez se inició como autor con La otra parte de la verdad (2004), libro de cabecera para el negacionismo de los crímenes de la última dictadura, y se presenta en la red X como “escritor conferencista internacional” con “17 libros publicados”. Pese a estas credenciales, sus afirmaciones homófobas en El libro negro de la nueva izquierda, la reposición del lenguaje de los represores de la última dictadura y de términos estigmatizantes contra gays y minorías y un discurso conformado como pastiche de citas bizarras y estadísticas de difícil verificación resultan mucho menos aceptables en términos intelectuales. Márquez parece llevado por el odio y la ira, en particular cuando se refiere a Michel Foucault, al que tacha de “promiscuo”, “enfermizo”, “drogadicto irrefrenable” y hasta “fumador empedernido”.

En un artículo sobre otro libro de Laje, Generación idiota, Gonzalo Garcés rememora que simpatizó con el actual director de la Fundación Faro cuando lo observó en una disputa con la actriz feminista Malena Pichot y explica su ambivalencia ante los intelectuales de la ultraderecha: los textos de Laje le resultaron atractivos e inteligentes, aunque resentidos por “las emociones”; Márquez le pareció “un desaforado”. Alejo Schapire, autor de La traición progresista, ha celebrado los cierres del Ministerio de la Mujer y el Inadi (“kiosquitos al servicio del kirchnerismo”) pero también dio cuenta de la “consternación” del campo intelectual ante el discurso de Milei en el Foro de Davos y de la posible emergencia de un “wokismo” de derecha. Schapire, por otra parte, pone en juego su biografía para validar su posición: según ha contado, proviene de una familia de izquierda, votó a la izquierda, publicó su primer artículo en Página/12, pero se descubrió estafado por esas ideas.

El debate entre Garcés y Pablo Avelluto publicado por la revista Seúl en mayo de 2024 condensó las contradicciones que atraviesan a un sector importante de los intelectuales argentinos. El ganador del premio Biblioteca Breve se lamenta por la catarata de insultos dirigidos por Milei a Jorge Fernández Díaz, pero admite que el Presidente cumple con gran parte de sus aspiraciones: “Quería el fin de la hegemonía cultural del kirchnerismo, el fin del uso del Inadi o la AFIP para perseguir a disidentes. Quería que bajara el gasto público, quería en política exterior un alineamiento con las democracias”. Avelluto plantea en cambio un rechazo sin fisuras; su puntualización de que Milei “omite que en la Argentina hubo terrorismo de Estado, que se violaron los derechos humanos de manera sistemática por parte de una dictadura militar que tiraba gente viva al río” resulta más significativa si se tiene en cuenta, dicen Saferstein y Goldentul, que como editor de Random House/Sudamericana “descubrió” el revisionismo crítico de los procesos de memoria, verdad y justicia.

Las maneras de Nicolás Márquez en X no se compadecen con las de un intelectual clásico, pero esa es su función, agrega Saferstein (ver aparte). Por otra parte, no llega al presente como un soldado perdido: sus libros contaron con la difusión de Bernardo Neustadt y con prólogos de Ricardo López Murphy y Rosendo Fraga, figuras de autoridad en los medios y entre los historiadores, y por su parte reivindica como mentor a Vicente Massot, exdueño del diario La Nueva Provincia. Márquez se jacta además del suceso de la biografía de Milei, cuya traducción al japonés fue presentada en Tokio el 7 de marzo.

Vestido de seda. El primer paso lo dio Alejandro Rozitchner. Ante el escándalo de la criptomoneda, el exasesor de Mauricio Macri reiteró en X su adhesión a Milei; el discurso del Presidente en Davos ya le había parecido “una genialidad”. Pero el fenómeno es previo y más amplio, observa Ezequiel Saferstein: “Lo que sucede en el plano intelectual es lo que viene pasando en el plano político con la absorción de la derecha mainstream por parte de la derecha radicalizada y la articulación entre ideas nacionalistas reaccionarias e ideas libertarias, liberales y conservadoras. No solo en las presentaciones de libros de Laje y Márquez se habló de batalla cultural sino también en las de Jorge Fernández Díaz, Ceferino Reato y Juan Bautista Yofre. Más allá del armado político, hay un proceso cultural y en ese sentido el de Rozitchner es un paso lógico porque La Libertad Avanza representa las ideas de la derecha en la actualidad”.

Para Mariano Sverdloff, “habría que ir caso por caso” para analizar los posicionamientos de intelectuales ante el gobierno de La Libertad Avanza, pero al mismo tiempo identifica “la línea predominante” en el “apoyo crítico” que el historiador Luis Alberto Romero planteó en el artículo “La bosta y la seda”, publicado por la revista Seúl. “Desde esta perspectiva, el programa económico estaría bien, pero hay malos modales políticos y culturales. También hay quienes se han subido al ring de la llamada batalla cultural en clave pretendidamente irónica, como Mariano Cohn y Gastón Duprat; así se advierte en la serie Bellas artes, donde el personaje encarnado por Oscar Martínez ataca a ecologistas, feministas, sindicalistas e inmigrantes”, afirma el investigador del Conicet e integrante de la Red de Estudios Interdisciplinarios sobre Derechas.

Romero ha deplorado la forma de gobernar de Milei pero se manifestó convencido de que “las reformas económicas son necesarias” y expresó su admiración por el ministro Federico Sturzenegger, “un académico muy serio”. No obstante, en febrero circularon versiones sobre que el plan de Sturzenegger contemplaba o contempla sacar a las ciencias sociales del Conicet, donde por otra parte hasta enero de 2025 se registraron 1.422 despidos (entre 43 mil de la Administración Pública Nacional) según un informe publicado por el Centro de Economía Política Argentina.

La posición del historiador expone discusiones que asoman entre los intelectuales que apoyaron a Cambiemos: el interrogante acerca de La Libertad Avanza como nueva expresión populista (aunque Romero también plantea que puede haber “un populismo positivo”), temor que también manifestó Santiago Kovadloff, y la posibilidad de que “la bosta” y “la seda” puedan separarse. El escritor y empresario liberal Iván Carrino es enfático al respecto en artículos donde celebra la política económica, la “austeridad fiscal” y la “liberalización privada”.

La esfera digital es “la Sierra Maestra” de la época, según expresión de Laje, pero la revolución libertaria también recurre a las armas de los intelectuales. “El libro es un artefacto cultural para quienes lo escriben, para quienes lo editan y para quienes lo leen y tienen en sus bibliotecas –destaca Ezequiel Saferstein–. La reedición de El libro negro de la nueva izquierda, en particular, es muy significativa por la relevancia del libro y porque apuntala la figura de los autores, posiciona a la editorial y da cuenta de una transformación en curso”.

“Laje se convirtió en el intelectual de Milei”

O. A.

“Hasta el momento se hacía una exclusión de la palabra intelectual para pensar a las nuevas derechas. Pero autores como Agustín Laje o Nicolás Márquez son intelectuales en tanto tienen una función y un rol en el sentido de productores privilegiados de visiones del mundo”, dice Ezequiel Saferstein. El sociólogo prepara un libro junto con Analía Goldentul en base a una investigación desarrollada desde 2017 en torno al proceso de la “batalla cultural”.

—¿Cómo analizás la interacción entre intelectuales y tuiteros alrededor del gobierno de Milei?

—Laje y Márquez no provienen del mundo intelectual mainstream, en el sentido de que no participan de la academia ni del campo cultural tradicional, sino de las derechas radicalizadas con los temas que dan origen a ese nicho, como la revisión de los años 70 y de la llamada ideología de género. Por más que se hayan hecho más conocidos a partir de las redes sociales, el libro como artefacto les dio legitimidad y ellos mismos se consideran a sí mismos como intelectuales, como autores de libros y luego como influencers, youtubers, activistas digitales. En esta última etapa, antes del ascenso de Milei a la presidencia, el activismo digital se ha tornado una clave fundamental que complementa el efecto de su rol de intelectuales. La “batalla” se da en las redes porque la conversación pública transcurre principalmente en ese espacio pero el apuntalamiento vino del rol intelectual, donde el libro fue decisivo. Como autores de libros, marcan una diferencia con activistas digitales como Fran Fijap, Palazzo y otros, y al mismo tiempo una convivencia con ellos.

—¿Cómo se inscribe el lanzamiento de la Fundación Faro en este proceso y en el devenir de Laje?

—Laje se ha construido como principal ideólogo de la batalla cultural desde abajo, a través de fundaciones y think tanks marginales. En esta nueva etapa pasa a posicionarse como el director de la Fundación del partido gobernante. Hay un cambio importante en el mundo de las derechas radicalizadas en el momento de acceder al poder y también una nueva etapa de la batalla cultural alrededor de los desafíos y las tensiones en el proceso de su institucionalización. Laje se ha convertido en el intelectual de Milei. Las reacciones frente al discurso en el Foro de Davos y al devenir del Gobierno pueden mostrar que, para estos autores, todavía queda mucho para disputar.

De la ayuda financiera a la ciencia ficción

O. A.

Mariano Sverdloff destaca la heterogeneidad y “las diversas familias de las derechas en Argentina”: integristas, liberales autoritarias, peronistas, antiperonistas. En su perspectiva, “se trata de ir más allá de ciertos autores transitados como Lugones”, incorporar una perspectiva interdisciplinaria y analizar el fenómeno “en la producción, en la forma y en la lectura” de las obras.

—¿Cómo se articularían hoy en la Argentina la literatura y la ultraderecha?

—Hay que salir de las grandes cumbres y meterse con la “producción letrada” de la derecha, que incorpora elementos ficcionales y retóricos pero que no es “literatura” con L mayúscula. Estamos más acostumbrados a leer “grandes autores”, pero una historia de las ficciones de la ultraderecha supone analizar, por ejemplo, textos antisemitas como los Protocolos de los sabios de Sion, que es el modelo narrativo de tantos otros delirios conspiranoicos. En la situación actual, hay que buscar las fantasías de las ultraderechas sobre todo en dos géneros que tampoco son considerados “alta literatura”: la autoayuda financiera y la ciencia ficción. Sobre este último punto, hay que ir al ensayo de Michel Nieva Ciencia ficción capitalista. Al mismo tiempo destacaría el cruce entre ciencia ficción y paranoia: hay un subgénero, el de la distopía antifeminista, que narra futuros cercanos en los cuales ha triunfado el feminismo y el comunismo, y el “héroe” (siempre masculino) debe combatir por los valores tradicionales. No son textos interesantes en términos formales, pero ponen en escena este registro antifeminista típico de las ultraderechas. Pero las ultraderechas también miran hacia el pasado: hay que estar atentos a las apropiaciones kitsch de la tradición grecolatina, que se lee en clave identitaria para plantear una cierta “esencia de Occidente”.

—¿Por qué esas literaturas pasan desapercibidas para la crítica?

—La crítica literaria tiende a enfocarse en las “grandes obras”, es decir, en hacer una close reading de obras consagradas. Y Lugones es un autor consagrado, pero lo cierto es que hay vasos comunicantes entre el autor de El payador y un pequeño fascista olvidado que quizás escriba una proclama antiinmigración. Cuando analizás toda la producción letrada, te das cuenta de que hay continuidades entre “grandes escritores” y textos escritos por actores menores u olvidados. Esos textos “sin calidad” son analizados más bien por enfoques históricos, como el reciente libro de Marina Franco y Ernesto Bohoslavsky sobre la historia del anticomunismo, Fantasmas rojos. El anticomunismo en la Argentina del siglo XX. Otro ejemplo interesante es el de la narrativa de la decadencia: es un tópico utilizado tanto por autores de “alta cultura”, en Europa y en Argentina, como por panfletistas que están en el barro de la “batalla cultural”.

—En un artículo para el libro “Literatura y legitimación en América Latina” (Corregidor, 2023), mencionás a “los lectores contemporáneos liberal-conservadores de Borges”. ¿Qué interpretaciones hacen?

—Hay una apropiación liberal-conservadora de Borges que pasa por recortar ciertos textos como “Nuestro pobre individualismo” en los cuales Borges defiende al individuo frente al Estado. Hay que aclarar que Borges efectivamente retoma ciertos tópicos de las derechas liberal-conservadoras, y hay muchas expresiones de anticomunismo, de antipopulismo y de crítica a la democracia en sus textos. Ahora bien, la lectura de los actuales lectores liberal-conservadores interpreta que Borges es un defensor irrestricto del individuo, pero omite analizar cómo Borges atacó la categoría misma de individuo. Uno diría que estos lectores liberal-conservadores tratan de juntar a Borges con Ayn Rand. Básicamente, estas lecturas aíslan ciertas afirmaciones pero no piensan el trabajo con el lenguaje, que para Borges replantea de modo decisivo la categoría de individuo. Si al leer una línea de Shakespeare para Borges un lector “es Shakespeare”, desaparece la idea de identidad personal.

—¿Quiénes son esos lectores?

—Ejemplos de esta lectura liberal-conservadora son Borges y la economía, de Martín Krause, y La filosofía política de Jorge Luis Borges, de Adramis Ruiz, ambos editados por Editorial Unión. Estos recortes liberal-conservadores son, además, finalmente pobres: parten de un conocimiento parcial de los textos, no tienen idea de la crítica borgeana, no piensan la cuestión de la intertextualidad. Y agrego: para un abordaje serio sobre la crítica a la categoría de individuo en los textos de Borges, me permito recomendar los trabajos de Julio Premat, en particular Borges. La reinvención de la literatura, publicado por Planeta en 2022.

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