CULTURA
Rechazo editorial

Señor escritor, lamentamos informarle…

Entre los gruesos monumentos a la infamia, se destaca como pocos el de los editores que no pudieron ver en el momento la naturaleza de obras geniales. La lista de los descartados es en sí misma una historia del fino arte de la impugnación.

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Muchos escritores han sido rechazados por una o varias editoriales. De eso está hecha la historia de la literatura o, como dice Ezequiel Alemian en su libro de relatos Una introducción, de anécdotas entendidas como “la forma de la síntesis máxima de una narración”. ¿Rechazaron tu libro? ¡Ah!, entonces es malo. ¿Lo publicaron? Eres un genio. Lo cierto es que detrás de una aceptación o un rechazo hay mucho más que eso: hay criterios editoriales que determinan que un libro, por bueno que sea, no sea publicable por razones de catálogo, de mercado, de colección. André Gide, asesor editorial de la prestigiosa Gallimard, rechazó a Marcel Proust sin siquiera haber leído completo el primer tomo de En busca del tiempo perdido, cosa que en la correspondencia entre él y Proust queda en evidencia, ya que con el libro impreso Gide reconoce que se deleita con él, se sobresatura de él, se revuelca en él. Proust le había enviado dos años antes el original para su consideración, cuando Gide trabajaba en lo que en ese entonces aún era la Nouvelle Revue Française. El mismo Proust le recuerda que “para poder sentir mi libro ubicado en la atmósfera que a mi juicio le convenía, hice caso omiso de mi amor propio y, sin dejarme desalentar, teniendo ya un editor y un diario los dejé para solicitar de usted un editor y una revista, que de ninguna manera me quisieron”. Pese a ello el autor de En busca del tiempo perdido no guardó rencor hacia Gide, sino todo lo contrario: admiración, e hizo todo lo posible para publicar los demás tomos con Gallimard.

La familia Proust era vecina de la del escritor Raymond Roussel, cuyas “obras inocentes”, como escribió John Ashberry en uno de los ensayos de La gran licencia, “fascinaron a los surrealistas”. Ambas familias, como era de imaginar en la época de ese París a fines del siglo XIX, tenían amigos en común. La pintora Madelein Lemaire era uno de ellos: Proust debutó en sociedad en su salón y Roussel fue retratado por ella cuando niño. Al igual que Proust, el joven Raymond fue rechazado por el mundo editorial en más de una ocasión. Su primera novela La doublure fue financiada por él. A Matías Rivas, editor de Ediciones Universidad Diego Portales, el rechazo a Roussel es algo que le llama particularmente la atención, porque no sólo pagó para evitar la humillación del rechazo, sino que más tarde “recibió toda clase de rechazos del mundo editorial y cultural, pese a lo cual continuó escribiendo y publicándose con sello prestado”. Para este editor, la importancia de Roussel es “radical en el arte y la literatura del siglo XX y en su tiempo eso jamás lo notó el mundo de los editores”. Rivas explica que la no aceptación para publicar un título depende de múltiples factores, incluyendo la suerte. Uno de estos factores es que los libros deben encontrar su propio sello, de ahí que admita que “muchas veces no he publicado libros pese a que me gustaron”. En la decisión de publicar un libro, quiérase o no, hay razones extraliterarias: “Hay que asumir que como editor uno no trabaja para sí mismo, sino para un sello determinado. A veces, ojalá fuera la mayoría de las veces, se cumple eso de editar lo que uno cree. Pero en otras ocasiones no”.

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Que un texto no sea aceptado puede no significar mucho en la obra de un escritor. Vladimir Nabokov, por ejemplo, con su célebre novela Lolita, primero recibió una educada recomendación del célebre editor de Viking Press, Pascal Covici, quien, como consigna Brian Boyd en su biografía sobre el autor ruso, le dijo que “el libro era brillante, pero el editor que lo comprase se arriesgaría a pagar una multa o a ir a la cárcel”. Seis meses más tarde, en julio de 1954, los editores de Simon and Schuster decidieron lo mismo, aunque esta vez la calificaron como “pura pornografía”. Pese a ello, Nabokov en una carta confesaba que Lolita la había escrito por motivos artísticos, “y la verdad es que no me preocupa mucho lo que ocurra a partir de ahora”. En agosto, sin embargo, le escribió a la agencia literaria que había conseguido la publicación en francés de sus libros en ruso y en inglés, “y le pidió que encontrase en Europa a alguien dispuesto a publicar Lolita en inglés”. A los meses sumó otro rechazo y luego otros más. Así en algo más de un año a Viking Press y Simon and Schuster se agregaron Farra, Strauss y Doubleday. Y es más, al igual que hizo Gide con Proust, el crítico y escritor Edmund Wilson leyó muy por encima el manuscrito de Nabokov. Al final la novela encontró editorial en Europa: Olympia Press, una editorial de libros pornográficos de escritores de poca monta contratados para tales fines que, como contrapartida, contaba con una serie de autores buenísimos y de gran prestigio, como Samuel Beckett, Henry Miller, William Burroughs y Jean Genet.

Un camino similar a Lolita siguió En el camino, de Jack Kerouac. Su amigo, el célebre poeta Allen Ginsberg ayudó a ubicar la novela. En junio de 1954, Kerouac le escribía a Ginsberg para contarle que había sido rechazada por Seymour Lawrence del Atlantic Monthly-Little Brown y de paso anunciaba que la había retitulado como Generación Beat. En agosto de ese mismo año vuelve a mencionar ese rechazo: “Seymour Lawrence de Little Mierda Littlebrown lo tuvo la mitad de 1954 y no dejaba de decirle a mi agente que tenía muy buen aspecto y al final fue rechazado”. Su amigo le restaba importancia al asunto y lo alentaba a seguir intentando. Sin embargo, seis meses más tarde de nuevo Kerouac le escribe para decirle que Generación Beat había sido rechazada por Editorial Knopf (que también rechazó a John Fante), “después de todo el rollo de mecanografiarlo que me tuvo al pie de la máquina hasta las tantas de la noche durante el mes de diciembre, y la opinión del jefe de edición Joe Fox es más bien despectiva porque dice que ni siquiera es una ‘buena novela’”. Es decir lo que en Nabokov para Covici era sinónimo de multa o de cárcel, aquí ni siquiera alcanzaba los estándares mínimos de calidad. Curiosamente donde Nabokov encontró rechazo, Kerouac halló refugio: Viking Press no sólo publicó en 1957 En el camino, sino que además Las uvas de la ira, de John Steinbeck, la primera edición estadounidense de The Finnegans wake, de James Joyce, entre muchas obras y autores de renombre.

Joyce es lo que resuena en este punto. Quizá por eso Edgardo Russo, editor del Cuenco de Plata, dice que aún le cuesta explicarse la no publicación del Ulises, de parte de Hogarth Press, ya que los propietarios-editores eran Leonard y Virginia Woolf. Básicamente la oposición principal vino de la autora de Un cuarto propio: “Yo creo que no lo entendió, después cambió un poco de idea al escuchar las opiniones de T.S. Eliot. En verdad la determinación es un poco absurda, si tomamos en cuenta que su propia literatura toma un camino parecido a la de Joyce”. Agrega que incluso le faltó modestia para reconocer su error. Otro caso a tener en cuenta, para Russo, es el de Witold Gombrowicz: Seix Barral la editorial que publicó buena parte de su obra en español hasta hace ocho años rechazó Kronos, el cuaderno de notas que el autor polaco escribió a la par de los textos que incluyeron Diario. Aquí él tiene una explicación diferente, ya no referida a la persona, sino a la empresa: “En este caso hay que entender que por qué se iba a obligar Seix Barral a publicarlo si desde hace años que no publicaba nada nuevo de Gombrowicz; les dejó de interesar por equis motivos”. En la práctica, advierte, Seix Barral incumplió un contrato que establecía títulos y plazos, por lo que ahora El Cuenco de Plata publicará su obra. Edgardo Russo es un editor con trayectoria, por lo que además de los rechazos de otros puede hablar de aquellos que peleó para bien o para mal. Recuerda que cuando trabajaba en Adriana Hidalgo tuvo que insistir por la publicación de La asesina de Lady Di, de Alejandro López: “Esta señora [la dueña de la editorial] se lo llevó a la casa el fin de semana y luego me lo tiró por la cabeza y dijo: ‘¿Esta pornografía querés publicar?’”. La novela finalmente apareció. Un caso totalmente distinto ocurrió con una antología de poesía israelí, financiada por la embajada de Israel en Argentina, que él se negaba a editar: “Mi planteo era que no había una poesía israelí relevante, pero además los textos de la antología no me gustaron nada. Mas encima, querían que saliera en la colección donde estaban Kerouac, Pavese”. A veces los editores no rechazan lo que merece ser rechazado.

La no aceptación también puede llevar a la ficción, como en el caso de César Aira en La vida nueva, la novela donde cuenta las peripecias de una primera publicación de un autor joven, pero a esa altura toda una promesa de las letras argentinas. Aquí cuenta el rechazo que tuvo esa publicación en una editorial mediana, “por diversos motivos que me fueron explicados; el principal era que no publicaban ficción, salvo excepciones muy especiales; por imperio de los gustos y la demanda de la época, estaban concentrándose en política, sociología, psicoanálisis y estructuralismo. Aun así, mi novela podría haber entrado en el catálogo, aunque más no fuera como esparcimiento intercalar para los lectores de esas arduas materias; lo impidió la opinión, en la que coincidieron los informes, de que mi punto de vista respecto, precisamente, de esas materias, era un tanto frívolo e irresponsable; el público que compraba los libros del sello podía sentirse molesto, o en todo caso desconcertado”. Pero también el rechazo, si es persistente, puede afectar al autor y ya no llevarlo a la ficción sino, como sucedió con John Kennedy Toole, al suicidio. De hecho tras su muerte la madre deambulaba por las editoriales con el manuscrito de La conjura de los necios, su único texto terminado en edad adulta, hasta que cerca de 1980 encuentra en el escritor Walker Peacy alguien que acepta el desafío de leer el manuscrito con un doble temor: “Que no fuera lo suficientemente mala o fuera lo bastante buena y tuviera que seguir leyendo”. La conjura... se publica finalmente gracias a la lectura y al apoyo de Peacy.

Una editorial puede rechazar a un autor y a la vez publicar a quien ha sido rechazado en otra editorial. Este es el caso de Editorial Eterna Cadencia, que puede haber rechazado una o dos novelas que luego tuvieron cierta repercusión, pero a cambio reeditó dos importantes novelas que en su tiempo fueron rechazadas injustamente.

En 2013 publicó El desierto y la semilla de Jorge Baron Biza, que fue rechazada sistemáticamente por todas las editoriales. Baron Biza opta por pagar la edición, y un año más tarde aparece bajo el sello Simurg. En 2001 cierra el círculo de los suicidas, lanzándose al vacío desde su departamento en la ciudad de Córdoba. Un caso similar ocurrió con Salvador Benesdra con su novela El traductor. En 1998, dos años después de su suicidio, su familia y amigos hicieron una edición paga en Ediciones de la Flor. Benesdra, al igual que Baron Biza, saltó al vacío desde su departamento. Eterna Cadencia reeditó estas novelas, pero claro, las reediciones no resucitan a los autores, aunque sí reparan en parte ciertas injusticias.