CULTURA
fútbol y literatura

Se juega como se vive

El fútbol enseña muchas cosas, ya se sabe, pero por sobre todas las cosas genera escritura, reflexión, ética y estética. El escritor mexicano no solo sabe esto, sino que se ha convertido en uno de los principales autores latinoamericanos capaces de engendrar una densa bibliografía sobre el tema, que a la vez que es objeto de atención y reflexión produce sentido. O si se quiere, que a la vez de producir, es producido, pensado, comunicado, disfrutado. Una conversación acerca de “No fue penal”, que acaba de llegar a las librerías.

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Villoro. El autor mexicano, nacido en 1956, regresa a uno de sus temas predilectos: el fútbol. | cedoc

Bill Shankly, el humilde minero escocés que consiguió ganar todo con el Liverpool, afirmaba que “el fútbol es solo cuestión de vida o muerte, pero es mucho más importante que eso”. En esa banda cósmica y cercana a la vez, con héroes de medias caídas y villanos no tan en las sombras, Juan Villoro relata jugadas secretas, en el misterio de la dinámica de lo impensado que es el fútbol, en No fue penal. Una jugada en dos tiempos, que edita en la Argentina el sello Gog & Magog. Si el fútbol ya es una novela, define el mexicano Villoro a este juego, éste aspecto lúdico que lo fraterniza a la buena literatura, queda seguir contando nuestra historia en tiempo de descuento.

En un efecto cinematográfico a lo Woody Allen, había un penal que decide si uno entra en el cielo, y el otro, al infierno. Así Juan Villoro pone a dos viejos amigos a replantear un momento fatídico del pasado sufriendo la fatalidad del presente, todo y en todas partes. “Los afectos se modifican con los años; a veces el cariño que depositaste en una persona se revierte en odio. En No fue penal, más que abordar una traición abierta y declarada, me interesaba la posibilidad de que eso sucediera. Un amigo lastima al otro sin querer, lo cual es grave, pero lo más grave es que tiene fuertes motivos para lastimarlo. En cierta forma, el destino actúa por él. Con los años, esa acción involuntaria comienza a pesar de otro modo. Cuando los amigos se enfrentan en otra jugada decisiva, eso ya tiene un aire de revancha o reparación de cuentas. El pasado sigue siendo el mismo, pero la forma de mirarlo ha cambiado”, en una operación que Villoro desplegaba también en Materia dispuesta (Interzona), cuando resignificaba el pasado de los paisajes emocionales esparcidos en los capítulos.

Roja el VAR. Sabido es que Jorge Luis Borges detestaba el fútbol. Pero al igual que Roberto Fontanarrosa en Fútbol y ciencia (1990) se anticipó de cierta forma al VAR, de los malos no nombrados de la nouvelle de Villoro. En un cuento de H. Bustos Domecq afirmaba, a cuatro manos con Adolfo Bioy Casares, que el último partido real se jugó el 24 de junio de 1937 –¡día del cumpleaños de Messi!– debido a que todo se redujo a las decisiones “de un cameraman, en una cabina”. “La injusticia es parte de la vida y eso hacía fascinante al fútbol. Ningún otro deporte tenía una jurisprudencia tan dependiente del error humano. El VAR ofrece mayor justicia, pero no siempre”, reflexiona el escritor de Balón dividido (2014), y salta en el tablón: “En ocasiones el error no se anula, solo se difiere, lo cual es peor, pues no es lo mismo que se equivoque una persona que corre con desesperación detrás de la pelota a que se equivoquen los analistas que tienen varias cámaras. Por otra parte, los árbitros han bajado su rendimiento en las jugadas decisivas porque saben que, en caso necesario, revisan el VAR. Y el fuera de lugar se ha convertido en una locura juzgada por la inteligencia artificial. Antes, el abanderado debía juzgar si el jugador estaba adelantado, y lo hacía con un criterio humano. Ahora basta tener un centímetro de piel por delante del defensa para que eso califique como offside, aunque todo mundo sabe que eso no da ventaja”, comenta el mexicano fanático del Necaxa. 

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Dios es redondo. En esta nueva exploración narrativa de las sintonías de la redonda, Villoro barrena un terreno que comprende a este deporte, “espejo que refleja acrecentada a la sociedad donde ocurre. El fútbol es el espectáculo mejor organizado y repartido en el planeta. Ahí se concentran, de manera extremada, las luces y las sombras de nuestros países. El narco ha invadido a las barras bravas, es un síntoma grave de los tiempos y me pareció importante incorporarlo a mi historia. El Tanque es un fanático del fútbol, tiene fe ciega en el deporte y pertenece a una secta parecida a la Iglesia Maradoniana. Odia que otros intereses se inmiscuyan en el juego. Se opone a la delincuencia con un fanatismo integrista que tiene peligrosas consecuencias”, coincidiendo Villoro con un rasgo que Marcelo Cohen distinguía en comparación a los futboleros europeos. Hablando de Diego Armando Maradona, y su elevamiento a santo popular, el argentino autor demiurgo del Delta Panorámico acotaba que el “héroe deber ser tan ingenuo como el país”. Y que eso conllevaba derrotas y malentendidos en ambos sentidos o, mejor, “una actitud que ronda con la boludez”, en palabras de Fabián Casas.

Y es que el Tanque y Valeriano llevan algo de héroes de barro, tinta y fe ciega, incluso el ladino periodista, El Murciélago, que dice de uno de ellos que “lleva las marcas del héroe que ha desafiado los elementos”. Descubrir las tramas “secreta” de estos desafíos, en las jugadas de carne y hueso de estas voces modélicas, representa una línea anticipada ya por el mexicano en las crónicas de Dios es redondo (2006), “Hay cosas que ocurren en la cancha por lo que sucede en la mente de los jugadores. David Beckham dio el peor partido de su vida en Francia 98. Le lanzó una patada discreta a Diego Simeone, que el Cholo agrandó en forma teatral. Eso le costó a Beckham la expulsión, y a Inglaterra, la eliminación. Después contó que su novia lo había llamado en vísperas del juego para decirle su embarazo. Beckham no tenía la mente en su sitio. Quería patear al destino, que apareció con el nombre de Simeone. Es la historia secreta de una jugada”, acota.

Un año particular el del Mundial de Alemania para el escritor, ensayista y periodista nacido en Ciudad de México, porque conoció al delantero blanquiceleste Gabriel Batistuta. Y futura fuente de inspiración de Valeriano Fuentes: “Me asombra que ciertos jugadores no sean grandes hinchas del fútbol. En México, Carlos Vela triunfó por sus aptitudes, pero prefería jugar basketball. Conocí a Batistuta en Alemania 2006 cuando compartimos transmisiones para la televisión mexicana. Él era un jugador súperdotado, que hubiera tenido éxito en cualquier deporte, pero no era un fanático del fútbol. El Tanque quiere al fútbol más de lo que el fútbol lo quiere a él; en cambio, Valeriano “es chingón sin querer”; triunfa por sus condiciones naturales, no por su voluntad”, refiere Villoro. Además, la apariciones de argentinos se completan con frases en boca del Tanque de Jorge Valdano y Ángel Cappa, deportistas devenidos en narradores, carne dispuesta de caracteres, y apuntes descosidos sobre la “negativa” argentinización del fútbol mexicano, en las tribunas y en el césped.

Villoro al pie. “Se juega como se vive”, del argentino César Luis Menotti, es otra de las memorables frases que ofrenda el paladar negro del fútbol a la literatura popular. Muchas insuflan la literatura “de fútbol/con fútbol” que viene asolando desde los años 90. Son esos los años neoliberales de la explosión comercial inusitada de este deporte que parece a punto de extinción, cada vez que bajan la edad de los talentos que emigran de la pobreza y la corrupción, o lanzan bases para robarle la alegría a los hinchas y socios. Villoro con el Tanque y Valeriano revitaliza en No fue penal, en diferente wing, con esa capacidad que distingue a su escritura de conferirle valencia testimonial a la ficción, aquel “milagro, porque a veces la amistad se parece al fútbol”. Y, claro Diego vestido de Antonio Porchia, la pelota no se mancha.