“Vangall sabía bien que cualquier porteño como él, hecho a fuerza de barrio, donde la familia del vecino era la extensión inevitable de la propia, podía comprender la exacta dimensión que implicaba ser ‘hermano de cuadra’. Este parentesco territorial fue sin dudas uno de los rasgos de identidad más fuertes y venerables de los argentinos durante mucho tiempo, y en eso los inmigrantes dieron su aporte sin igual. Vangall sueña que haya un día en el calendario para honrarlo como corresponde, sobre todo cuando con tristeza reconoce que aquella Buenos Aires que los paría naturalmente desapareció para siempre”.
Esta novela de Claudio Avruj concentra su arsenal escénico en el terremoto social argentino del año 2002, porque los cambios que retrata son definitivos, brutales, también indolentes. El ámbito es el barrio de la Ciudad de Buenos Aires denominado Villa Crespo, refugio de una modalidad social a punto de caer en la desgracia inmobiliaria: la vida comunitaria. Y más todavía, la construcción cultural común entre inmigrantes judíos y los que no, ese lodo rico en diferencias donde crecieron los lazos de identidad en un bosque de malentendidos. ¿Peca Avruj de nostalgia por el arrabal cercano al arroyo Maldonado hoy oculto bajo tierra? Sí y no, porque la modernidad global nada perdona, ni a la memoria.
La excusa es el fútbol como la vida misma, azar de contradicciones y casualidades. Al comando de Elequipo del caos barrial judío, macabeo, áspero, diverso, hacha y tiza, cordón y esquina, llega el retornado Vangall. El centro de gravedad de la institución es el bodegón de esquina del gallego antifascista, un clásico como el del gordo dueño de la pelota al arco. En él se concretan las reuniones de directivos, jugadores, simpatizantes, incluyendo a ese técnico que ocupa el centro del “drama” deportivo. Porque Vangall no es el desagradable holandés de la historia reciente del fútbol, sino un cóctel simpático entre Timoteo Griguol, Patón Bauza, Carlos Bilardo y el legendario Bora Milutinovic.
Con el gurú de lo impensado en el azar de la esfera (Panzeri dixit), monje shaolin del tiempo y los cambios, Elequipo impone efectivos recursos técnicos y creativos, se consagra campeón pese a todos los pronósticos, como último gesto, saludo y ofrenda a un tiempo que no volverá. La intrusión del ídish en el fraseo aporta su cuota a este drama: como los violines en el tango, un llamado desde el oriente europeo que tampoco se escucha, hasta hoy. La caída de las torres de la integración argentina fueron esos dos atentados disfrazados de confusión postrera, para despistar sobre negociados infames. Nube tóxica confirmada con el asesinato de un fiscal federal judío.
¿Podemos superar el nazismo argentino de cepa delirante? Tal vez con el fútbol, hilo de otro cambio posible, y salvar el potrero, el respeto por los límites imaginarios de la buena fe; un idealismo necesario, acaso último recurso ante lo brutal y evidente. Eso advierte Avruj en su novela humanista, bienvenida sea.
Para siempre
Autor: Claudio Avruj
Género: novela
Editorial: Deldragón, $ 30.000