CULTURA
secretos inconfesables

Sale a la luz que Cormac McCarthy mantuvo relaciones con una menor

“Vanity Fair” publicó una entrevista con Augusta Britt, a la que denomina “la musa secreta de Cormac McCarthy”. No habría resultado más que la revelación de un secreto, si no fuera porque en aquella época, Augusta Britt contaba con solo 16 años. Sin embargo, el testimonio de Augusta dista mucho de una denuncia: “Lo amaba. Era mi seguridad”, afirma en la misma entrevista. Sin embargo, la confesión de Britt sacudió el mundo literario mundial.

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Mccarthy & Britt. Arriba: Augusta Britt, tal como aparece en la nota de “Vanity Fair”. A la der. junto a la joven Augusta, en los años 60. | cedoc

El pasado 20 de noviembre, la revista estadounidense Vanity Fair publicó una extensa entrevista (acaso crónica o novela corta, al mejor estilo Playboy) realizado por Vincenzo Barney. El mismo resulta semblante y confesión de quien fuera la amante del escritor Cormac McCarthy (fallecido el 13 de junio del año pasado), Augusta Britt, de 64 años en la actualidad, mantuvo silencio al respecto durante 47 años. El título elegido para la entrevista fue: “La musa secreta de Cormac McCarthy rompe su silencio después de medio siglo: ‘Lo amaba. Era mi seguridad’”.

Fue un escritor estadounidense ganador del National Book Award por Todos los hermosos caballos (1992) y del Premio Pulitzer de ficción por La carretera (2006). Su novela No es país para viejos fue publicada en julio de 2005 y llevada al cine por los hermanos Coen en 2007 (Sin lugar para los débiles). En 2012, vendió un guión original, The Counselor, a la misma productora que había estado a cargo de la realización de La carretera. El libreto, posteriormente, se transformó en una película homónima, dirigida por Ridley Scott (El abogado del crimen).

Desde los 11 años Augusta transitó por “hogares de acogida”, entre niños bajo tutela de padres sustitutos violentos y su familia real, en la que un padre alcohólico la sometía a palizas que casi siempre terminaban con ella hospitalizada. El recuerdo del encuentro con el escritor, que al momento contaba con 42 años, ubica a los dos en un motel donde la dejaban usar la piscina y las duchas sin correr riesgo de abuso alguno, y es el siguiente: “Un día estaba en la piscina del motel y vi a Cormac. Me pareció familiar, pero no podía identificarlo. Así que volví a la casa en la que me alojaba y me di cuenta de que el hombre de la piscina era el hombre de la foto del autor en la parte posterior del libro que estaba leyendo, El guardián del vergel (el debut literario de McCarthy, publicado en 1965, ndr). Era un libro de bolsillo viejo y destartalado. Creo que pagué cinco centavos por él en un contenedor fuera de una librería. Así que al día siguiente lo llevé al motel y él todavía estaba allí.”

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“Llevaba vaqueros y una camisa de trabajo, y también una funda con un revólver Colt que me había acostumbrado a llevar puesto. Se lo había robado al hombre que dirigía el hogar de acogida en el que me encontraba. Y Cormac me miró y dijo: ‘Señorita, ¿me vas a disparar?’. Y yo le dije: ‘No. Me preguntaba si firmarías el libro’. Dijo que le sorprendía que alguien hubiera leído ese libro, y mucho más una chica de 16 años. Pero dijo que estaría encantado de autografiarlo. Luego me preguntó por qué llevaba un arma”. 

Y ella le contó la descarnada historia de su peregrinaje entre situaciones violentas. “Fue la primera vez que a alguien le importó lo que yo pensaba, que me preguntó mi opinión sobre las cosas. Y tener a este hombre adulto que realmente parecía interesado en hablar conmigo fue intensamente tranquilizador. Por primera vez en mi vida, sentí una pequeña chispa de esperanza. De que las cosas podrían estar bien”.

Así nació una historia de amor a lo McCarthy: el escritor se convirtió en héroe de su propia existencia al rescatar a la adolescente, darle dinero, mantener contacto con ella a través de amigos (incluyendo el teléfono para emergencias de su editor en Random House durante veinte años, Albert R. Erskine). 

Al cumplir Augusta 17 años, tuvieron la primera relación sexual y, al no poder ocultar la relación porque su madre descubrió las cartas de amor de Cormac –lo que la llevó a la denuncia policial–, es que le propuso escapar a México. “Si te quedas aquí, te van a matar. Me voy a México y quiero que vengas conmigo. Al menos así estarás a salvo. Quiero que sepas que no quiero nada de ti. Si quieres volver a casa en cualquier momento, te pondré en un autobús. Tienes que entender que tu vida cambiará en el momento en que te vayas conmigo”. McCarthy falsificó la partida de nacimiento para cruzar el paso fronterizo, lo ayudó un amigo que había rescatado a su pareja de la cárcel.

La vida de ambos en México recreó el recorrido de la novela Meridiano de sangre: Chihuahua, Ciudad de México, Los Mochis, Baja California (donde probaron peyote, indudable prueba de la influencia beatnik), hasta que ella llegó a la mayoría de edad y el FBI dejó de hostigar a la madre de Augusta que ya aprobaba la relación. 

Al regresar a Estados Unidos mantuvieron el romance durante dos años más, hasta que ella descubrió que estaba casado y tenía un hijo de su edad. Sin embargo, nunca dejaron de estar en contacto. Ella sugiere que la ayudó económicamente y que, preocupado por su bienestar, la incluyó en su testamento.

Vincenzo Barney, el periodista de Vanity Fair, tuvo acceso a cartas de Cormac McCarthy a su amada. También sostiene que Britt fue la fuente de inspiración en la mayoría de sus veinte novelas y guiones para el cine. Más allá de eso, la cita de esas cartas resulta inquietante: “Por mi vida absoluta no puedo entender cómo alguien podría levantar la mano contra ti. Creo que hay algo en tu belleza y tu inocencia que indigna a cierto tipo de mentalidad. Su experiencia del mundo es amarga y cínica y no aceptarán que tu existencia la confunda y refute. Tu simple presencia es una especie de contradicción intolerable […] Personalmente creo que eres una especie completamente nueva. […] Muy fuertes punzadas de extrañarte esta noche. Pienso en lo poco que realmente sabemos el uno del otro y, sin embargo, sé que no me equivoco. ¿Qué piensas? ¿Y si tengo malos hábitos? ¿Morderme las uñas de los pies, envenenar gatos, acosar a los cachorros de explorador? Te prometo que si me aceptas, abandonaré estas malas prácticas. O la mayoría de ellas. […] Tuve sueños sensuales sobre ti toda la noche. Te había metido a escondidas en mi habitación (en algún lugar) e iba a tener que explicarte a alguien, creo que a mi madre, ¿es eso posible? Un sueño muy claro: llevabas un vestido de verano muy ligero y me arrodillé ante ti como un caballero en un altar y presioné mi cara entre tus muslos.”

Salvo por una nota en The New York Times, estas confesiones no trascendieron el círculo académico, con profesores y biógrafos reconociendo que sabían del romance y algún que otro escandalizado. Es que la violencia americana todo destiñe, hasta la moral más estricta del siglo XXI.