CULTURA
ENTREVISTA

Rose Issa: ocupación y resistencia

Internacionalmente reconocida como la principal impulsora de las artes visuales de Irán y el mundo árabe, la curadora iraní Rose Issa habla desde Londres sobre los conflictos estéticos, sociales y políticos que atraviesan la obra de los artistas contemporáneos que representa. Matemática, historiadora, curadora, editora, madre de artistas, Rose Issa dice: “Y es mi propio hartazgo lo que me mueve a seguir. Mi desprecio por la doble moral, por los políticos corruptos y los terroristas asesinos”.

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Rose Issa. “Busco mostrar lo que me conmueve de esta parte del mundo, que es mi mundo”. | cedoc

Además de sus ojos –diáfanos, ni un dejo de turbación en la mirada–, se escucha su voz. Es el tiro de un fusil, un bombardeo de palabras –sin exhalación, ni pausa ni respiro–, agarrotadas en la garganta.  

“Hay un ras le bol político y ético. En Palestina y en Israel, en Irán, en América Latina, en Estados Unidos, en Bagdad. El hartazgo es global. Enough is enough.”

Rose Issa, Teherán, 1949. Matemática, historiadora, curadora, editora, madre de artistas, con la voz rota, dice: “Y es mi propio hartazgo lo que me mueve a seguir. Mi desprecio por la doble moral, por los políticos corruptos y los terroristas asesinos. Por la pésima interpretación que hace Occidente sobre Irán y el mundo árabe. Por eso me importa la belleza: la de los artistas y poetas. Quizás ésta sea mi respuesta a la tragedia.” 

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Considerada como la mayor representante de las artes visuales contemporáneas de Oriente Medio y el norte de África en el mundo, Rose I-ssa construyó una plataforma internacional que introdujo a los principales artistas de esta región a Occidente. Como curadora, en instituciones públicas y privadas, fue pionera en dar impulso a la carrera de artistas mundialmente reconocidos: el cineasta iraní Abbas Kiarostami, la fotógrafa iraní Shadi Gharidian, el escultor argelino Rachid Koraichi y el artista libanés Ayman Baalbaki, entre otros. Fue miembro del jurado del Festival de Cine de Cannes y de la 50º Bienal de Arte de Venecia. Es responsable de las exhibiciones más sólidas que existieron sobre Oriente Medio en los principales museos del mundo: Tate Modern, British Museum, Barbican Art Centre, Victoria & Albert Museum, Hermitage Museum, Smithsonian Institut, Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Es editora de una treintena de libros de investigación y catálogos que abordan temas como pintura, fotografía, caligrafía o cine: Signs of our Times: from Caligraphy to Calligraffiti (2016); Arabicity: Contemporary Arab Art (2019); Christine Khonjie: drawings, books and embroideries (2024) y el más reciente, Graham Day: Monoprinted paintings, que será publicado esta semana. En 2005, fundó en Londres, donde vive y trabaja, Rose Issa Projects: foco de expansión y desarrollo de propuestas artísticas y editoriales. 

“Lo fértil –dice– es darles espacio a nuestros artistas. Yo soy sólo un catalizador. Busco mostrar lo que me conmueve de esta parte del mundo, que es mi mundo.” 

Cuando el 6 de junio de 1982, el ejército israelí invadió la República del Líbano, Rose Issa cursaba un doctorado en Historia, en la Universidad de Sorbonne, en París. Mientras duró la guerra, no pudo volver al Líbano ni ver a su familia, que vivía allí. Frustrada, organizó un festival de cine, el primero de su carrera: Ocupación/Resistencia mostraba los trabajos de cineastas libaneses y argelinos, incluso los de muchos artistas israelíes que eran considerados oposición. 

“Recuerdo que fui a la embajada de Libia y les dije que necesitaba alquilar un teatro. Preguntaron cuánto, les dije diez mil francos, me dieron la plata en un sobre y nunca me pidieron ni un logo a cambio. Apoyaban cualquier cosa que fuese anti-colonia. Así que, gracias al régimen de Gadaffi hice aquel festival, que fue un éxito. Y así empezó todo, como una necesidad.”      

En 1986 fundó la galería Kufa en Londres: la primera en mostrar la obra de artistas tales como, Mona Hatoum. Y luego vino Cannes y los festivales de la troupe de cineastas iraníes y luego, llegó el reconocimiento de las grandes instituciones y, desde entonces, no hubo otra referencia. Hoy, Rose Issa es la intelectual consagrada y la que marcha por las calles de Londres con pancartas en las manos: Stop ExpanZionism; Free Assange. Porque Issa, no sólo mira hacia el interior del arte como narrativa plástica, sino también, como narrativa política. 

“Me inspiran las preocupaciones estéticas, sociales y políticas de nuestra región. Yo elijo esto. Otros, están interesados en la pintura abstracta; algunos galeristas son decoradores fantásticos. A mí me interesan los artistas que tienen cosas para decir. Esa es, para mí, la fuerza del arte.”   

En febrero de 2003, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, el entonces secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, justificaba la invasión norteamericana a Irak asegurando que Saddam Hussein y sus aliados ocultaban armas de destrucción masiva. El telón de fondo de aquel discurso era un manto azul. Lo que aquel manto ocultaba, intencionalmente, era la famosa réplica en tapiz del Guernica de Picasso: emblema antibélico de la cultura occidental. Powell, incapaz de pronunciar su discurso junto a los horrores retratados por Picasso en 1937, confirmaba el poder político de la obra artística: la imagen y su potencia discursiva. 

Rose Issa suspira. Se lleva la mano a la frente y dice con amargura: “Nuestros artistas están entre la espada y la pared: sufren los regímenes políticos de sus países y los de Occidente. La única salida que tienen para competir es ser originales y auténticos. No es una novedad si te digo que la mayor parte de los países de Oriente Medio no tienen universidades, ni bibliotecas ni galerías de arte decentes.” 

Se saca los anteojos con fastidio.

“Tampoco es una novedad si te digo que los regímenes políticos son los responsables de esta crisis mundial. Por eso tenemos a todos estos criminales frustrados disociados de la religión: Isis, Nosrat, Al Qaeda… Y a los católicos y judíos fundamentalistas. No creo en los complots, pero los intereses de los corruptos prevalecen. Occidente puso a Hussein en el poder y después, cuando el precio del petróleo subió a las nubes, se libró del Shá. Dos semanas antes de invadir Libia, Tony Blair le vendía rifles a Gadaffi. Creo que, mientras haya dinero en los bolsillos de los políticos, todos se llevan bien con los dictadores. Cuando los dictadores dicen “fuck off”, los aniquilan. ¿Entonces?”

Hace un largo silencio y sigue: “Los medios también son responsables. Sólo les importa reproducir a cualquier criminal y no lo que nuestros intelectuales y artistas tienen para decir. Hace treinta años trabajo en Londres y muy pocas veces los medios escribieron sobre mi trabajo o el de mis artistas. ¿Será que los artistas que represento no reflejan la perspectiva que los diplomáticos británicos, americanos e israelíes quieren mostrar? ¿Cuál es la representación que Occidente hace de la cultura de Oriente?”

Con la cabeza apoyada en una mano dice que busca mostrar otras cosas, otra verdad u otra parte de ella. Dice saber que junto a la destrucción también existe la belleza, lo radiante, lo humano y su dualidad. Que la expresión artística es un camino para entender mejor la cultura. Que a esto ha dedicado su vida y que, ahora, le importa recordar.

“Porque necesitamos archivos y memoria. Porque los políticos y los periodistas se compran y se venden. Porque tal vez las publicaciones y las obras de los artistas perduren más que sus agendas.”