“Lo que realmente importa, Montag, es que recuerdes que tu yo, y los demás somos los Guardianes de la felicidad, payasos del pueblo”.
Bradbury Fahrenheit 451
El capitán Beatty, es el jefe de Montag un hombre que trabaja, como tantos otros que cumplen la misma tarea, en el Cuerpo de bomberos, le dice a su subordinado: “Un libro es un arma en la casa de al lado. Quémalo”.
Hoy, parece que ya no lo es. Pero, nunca se sabe.
Montag le confiesa apesadumbrado a su mujer: “Hoy quemamos a una vieja con los libros”.
La utopía está afectada siempre por la temporalidad, a medida que se vuelven más modernas, esas medidas son casi inconmensurables. Todas las utopías van prolongando la vida, no sé si del hombre, si de la especie. Comienzan por los cientos de años y se prolongan en milenios y llegan hasta millones. Vasta citar la obra de teatro de B. Shaw: Regreso a los tiempos de Matusalén.
Es indudable que, si hablamos de utopías, un territorio futuro está en juego. También una política.
Hoy, nos ocupa la distopia que supone aun un mal mayor que la utopía, aunque estas no necesariamente auguraban un lugar mejor para lo humano. La novela de Huxley: Un mundo feliz es casi un oxímoron. Ni siquiera lo reduzco al futuro del hombre, sino que el apocalipsis bíblico siempre es Apocalipse Now.
Por eso quiero ir al punto: la utopía avanza sobre la lengua. Basta citar: 1984 la novela de Orwell donde se establece un diccionario para una nueva lengua. El título del apéndice del libro es perfecto: Los principios de la parla Nueva; “En esa lengua se escribían los editoriales del Times, pero se trataba de un tour de forcé que tan solo un especialista podía realizar. Se esperaba que la parla nueva, terminaría por imponerse a la parla antigua (o inglés estándar como deberíamos llamarlo) hacia el año 2050”. No falta tanto.
Leer ha cambiado. Cito este pasaje de 451, escrito en 1953: “Luego en el siglo XX, se acelera el movimiento… Los clásicos reducidos a una emisión radiofónica de quince minutos. Después, vueltos a reducir para llenar una lectura de dos minutos. Por fin, convertidos en un resumen de diccionario de diez o doce líneas”.
En Fahrenheit 451: la quema de libros está programada. Se comienza con la dramaturga estadounidense: Edna St Vincent Millay: “El lunes se quema a Millay, el miércoles Whitman, el viernes Faulkner, convirtiéndolos en ceniza, y luego quema de cenizas”. Esto último, responde a un “lema oficial”, que implica: no dejar rastros.
“¿Ha leído alguna vez los libros que quema?”. Le pregunta otro personaje a Montag.
El título de la novela de Bradbury mide la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde.
El jefe de Montag, ante las vacilaciones de su subordinado, le cita una frase de Alexander Pope: “Las palabras son como hojas cuanto más abundan, raramente se encuentran debajo demasiado fruto o sentido”.
Bradbury anticipa con claridad como hay que hablarle al pueblo para que olvide la guerra: Todo comienza y termina rápido. “Luego en el siglo XX se acelera el movimiento. Los libros más breves, condensados boletines tabloides. Todo se reduce a la anécdota, al final brusco.”
451 es tan actual: “Atibórrala de datos no combustibles, lánzales encima tantos ‘hechos’ que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información”.
Si están informados son libres, tienen la sensación de que piensan “se mueven sin moverse, y serán felices porque los hechos de la naturaleza no cambian”.
Hoy, con la catástrofe climática te atiborran de otros datos. Las imágenes televisivas de las inundaciones de Bahía Blanca contrastan con las imágenes que invitan al turista a visitar paisajes serenos y paradisíacos con playa y bodegas hasta embriagarnos. Las imágenes son casi simultáneas, solo es cuestión de cambiar de canal, y a veces ni siquiera es necesario. El infierno y el paraíso conviven familiarmente.
Al hombre moderno no hay que darles a leer ni sociología ni filosofía ya que confunden y conducen a la melancolía: “Así pues adelante con los clubes y las fiestas, los acróbatas, y los prestidigitadores, los coches de reacción, las motocicletas, helicópteros, el sexo y las drogas, y más todo aquellos que esté relacionado con los reflejos automáticos”.
Todo el debate entre la ciencia y la naturaleza tal como lo plantea Huxley: “Es el progreso de la ciencia en cuanto que afecta los individuos”. Como señalaba Heidegger: “La verdad de la ciencia es la técnica”.
Para referirme a la distopia, introduzco una breve cita de una novela de 1970 de Ira Levin: En este tiempo perfecto: “La acción se sitúa hacia el siglo XXIII, época en que el mundo unificado está sometido al control de un ordenador gigantesco”. A tal extremo, que con su memoria formidable vigila los mínimos gestos o hechos. Con lo cual, se organiza de esta manera “Uniformización de los individuos mediante el eugenismo, vida colectiva, medicación mensual que atenúa todo deseo y sobre todo elimina la agresividad, se trata del condicionamiento mediante las drogas elementos ya clásicos de la anti-utopía”.
Siempre hay uno que se sale. y encuentra una ciudad subterránea, una pequeña minoría que también dirige un ordenador y le ofrecen intégrese bajo el lema. “Humanidad, menos feliz pero más consciente, y más digna”
En un diálogo entre Montag y Mildred, su mujer, Ella le dice a su marido delante de su jefe: “Vaciar los teatros, excepto para que actúen payasos, e instalar en las habitaciones paredes de vidrio de bonitos colores que suben y bajan, como confeti, sangre, jerez o Sauternes ”. El nombre del vino francés en la lista, invita a vivir embriagados.
Unas páginas más adelante, Montag le pregunta a su mujer:
—“Millie ¿te quiere el payaso blanco?”.
La utopía y sus figuras: ectopia, distopia, son la representación ficcional de una sociedad futura con características negativas causantes de la alienación humana. Es posible que el payaso blanco sea uno de los nombres del Yo, cuando algún humano cree que puede encarnarlo hasta culminar en la megalomanía.
La historia nos ha demostrado que esa representación no es ni ficcional ni futura sino que sucede en la realidad y en presente. Prosiguiendo con el matrimonio inventado por Bradbury, Mildred muere cuando infelizmente se entera de que no hay: Un mundo feliz.
Volviendo al epígrafe de este recorrido, es parte de la condición humana que los payasos y guardianes de la felicidad en su trabajo con su grupo de tareas, deje, tras de sí, no obstante querer borrarlo todo, huellas de un largo camino de huesos. Por algo, en: Fahrenheit 451, un perro robot llamado “El Sabueso mecánico”, es el encargado de la trituración de los lectores. Montag, es quizás el nombre de “un último lector” que siempre seguirá existiendo.