CULTURA
guerras santas de hoy

Paradojas de la religión en las revoluciones del siglo XX

Los movimientos del tablero geopolítico hoy obedecen a trasfondos espiritualistas, incluso la guerra en Ucrania. Las grandes revoluciones del siglo XX han sucumbido por su falta de visión y han sido opacadas en el presente por las contrarrevoluciones religiosas. Empero, el germen ya está plantado y en el futuro, si lo hubiese, tal vez presenciemos una síntesis rayana en un enfrentamiento que puede envolver nuestro mundo en una era oscura de proporciones apocalípticas.

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Guerras. Arriba, una escena de la Guerra de Ucrania. Der. arriba: Albert Camus. Der. abajo: Michael Walzer. Para el primero, el problema de la causa argelina no se solucionaría con la acción armada sino con el respeto a la vida y sus costumbres. | cedoc

Albert Camus, mucho antes que Samuel P. Huntington, habló por un medio radial sobre el “choque de civilizaciones”. El autor de El hombre rebelde tuvo el tino de entender que el verdadero problema de fondo de la causa argelina no se solucionaría meramente con la acción política armada; por el contrario, había que pensarla, igualmente, a través del respeto a la vida y a sus costumbres. Dicho de otro modo: estimando las necesidades tradicionales religiosas de los árabes. Cosa que los intelectuales del momento como Jean-Paul Sartre o el apologista de la violencia Frantz Fanon ni siquiera se les ocurrió analizar.

Caído el Muro de Berlín, el romanticismo revolucionario ateo quedó sepultado bajo sus escombros y las ideologías de izquierda entraron en crisis. ¿Por qué en la praxis fracasaron los intentos de aplicar las corrientes marxistas? ¿Por qué tantas veces trajeron más dolor y miseria que aquella que quisieron erradicar? Según responde el politólogo Michael Walzer en su ensayo The Paradox of Liberation (Las paradojas de la liberación): porque entre muchos otros factores se subestimó la raigambre religiosa de las masas a las que se procuraba emancipar. Contrario a lo que hubiese querido Karl Marx, los idealismos prevalecieron sobre la realidad como materia de la historia.

La frustración no fue exclusivamente de los socialismos, sino también de otros proyectos como en el caso del sionismo, más inclinado a las democracias occidentales. Para ellos no solo era imprescindible echar a los opresores británicos, sino crear asimismo un “hombre nuevo judío”. Ese menosprecio a la tradición cuando menos mostró una tendencia antisemita, pero además olvidó el fuerte arraigo ancestral de los sobrevivientes a la diáspora en su anhelo de retornar a Jerusalén. Las esperanzas bíblicas de habitar Tierra Santa eran su motor más potente, no ningún proyecto político humano. Por eso el Estado de Israel no podría habitar otro suelo que el que habita hoy siendo el conflicto actual de raíces claramente religiosas. David Ben-Gurión predicaba la igualdad y el establecimiento de un Estado para todos (incluyendo lógicamente a los árabes), pero, como los hechos mismos lo demuestran, esta ambición está a años luz de cumplirse porque va en contra de su naturaleza, puesto que esto no es la voluntad de Dios, sino la de los hombres.

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La misma respuesta puede darse con respecto del Partido del Congreso Nacional Indio. Jawaharlal Nehru veía a los cultos locales como un gran obstáculo para la liberación. Esta búsqueda de soteriología profana no solo pretendía expulsar a los ingleses, también había que excarcelar las mentes del vulgo del yugo de la ignorancia. No obstante, el ciego fue Nehru. Para los indios la nesciencia es justamente no ver a una divinidad absoluta (atman) detrás de lo aparente (maya). El tiempo demostró que obviar las tradiciones espiritualistas milenarias fue un grave error y puso al descubierto el fallo de aquel proyecto revolucionario. Error que previó desde finales del siglo XIX Helena Blavatsky en sus esfuerzos por reivindicar la filosofía oriental (tanto brahmánica como budista), únicamente para concientizar al nativo indio de su valía metafísica, al igual para que se difunda en Occidente y así crear una masa crítica que apoye sus consignas. Dilema que entendió muy bien Mohandas Gandhi siendo él en su juventud un miembro de la teosofía.

En Argelia, finalmente el Frente de Liberación Nacional (FLN) cedió para que se impusiera una tímida democracia islámica con Ahmed Ben Bella a la cabeza; sin embargo, no prosperó, ya que con posterioridad el país se inclinó a radicalizarse en los preceptos de la sharia. En el mundo árabe no funcionan los principios ateos marxianos ni los ideales liberales sino simplemente la ley divina. Es su mentalidad. Por eso es improcedente vincular la cuestión palestina con los movimientos de izquierda. Incluso ocurrió en Egipto, por tal razón el gobierno de Gamal Abdel Nasser fue excepcional, a pesar de la imposición socialista la población no dejó de refugiarse nunca en el islam.

Según entiende Walzer, los movimientos independentistas del siglo pasado pasaron por alto el hecho religioso de fondo. Estos fueron pensados dentro de una Europa moderna y secularizada siendo aplicados luego en una periferia que se legitimaba en una profunda percepción de lo sagrado. Por ello en el umbral del milenio las nuevas mentalidades están llevando al naufragio el antiguo paradigma de la polarización de la Guerra Fría en pos de un ataque civilizatorio de tintes míticos donde los contrarios pasaron a ser ahora el capitalismo judeocristiano versus la teocracia. Esto se vio ampliamente avalado el 11 de septiembre de 2001 con la caída de las Torres Gemelas. Fue el acontecimiento brutal que puso fin a la dialéctica hegeliana. De allí que George W. Bush hijo haya hablado de una “cruzada contra el islam” y de “una guerra de dioses”: una lucha entre las democracias capitalistas libres “cristianas”, donde había sido superada la unidad Estado e Iglesia en choque con los fundamentalismos sostenidos en la narrativa de la voluntad divina. En suma: una cruzada que envolvía en el fondo una “guerra santa”: el Dios de Occidente contra los dioses antiguos de Oriente, pero no combatirían con rayos desde el cielo, esta vez lo harían con misiles de última generación. No nos engañemos, los movimientos del tablero geopolítico hoy obedecen a trasfondos espiritualistas, incluso la guerra en Ucrania. Mucho de lo que vimos ya estaba predicho por el asesor del Kremlin, el ocultista Alexander Dugin.

Así pues, las revoluciones del siglo XX han sucumbido por su falta de visión y han sido opacadas en el presente por las contrarrevoluciones religiosas. Empero, el germen ya está plantado y en el futuro, si lo hubiese, tal vez presenciemos una síntesis rayana en un enfrentamiento que puede envolver nuestro mundo en una era oscura de proporciones apocalípticas.