CULTURA

Para el poder, la cultura siempre es un peligro

El autor rescata un cuento anticipatorio del espíritu de época. Cuando la ficción no sólo supera a la realidad, sino la deja en carne viva, la despelleja.

Milei x 3
Milei x 3 | captura de video

"La realidad supera a la ficción". Es una frase remanida y, en un gran porcentaje de los casos, acertada, como si no más mentarla remitiera, ante la evidencia, a una verdad superior, aplicable en todo momento y toda circunstancia. Sin embargo, más allá de que lo sea en cada caso puntual que se la refiera, no hay que perder de vista que su revés, el de esa frase, lo que vendría a ser su contraparte o la frase original dada vuelta, en el resto de los casos da lugar a su réplica, la de que "la ficción supera a la realidad", y este resto no es un porcentaje menor. Digamos que, en algún punto, una frase y la otra se equilibran, se funden, lo cual no quiere decir que se neutralicen, sino todo lo contrario: se potencian.

Ahora bien, observado el asunto desde un punto de vista menos contrapuesto, no es aventurado afirmar que la ficción siempre lleva las de ganar, porque la realidad es la realidad, sin más, ahí está, tómela o déjela, mientras que la ficción, la ficción sobre esa realidad, ejerciendo su efecto sobre ella –revitalizador o devastador, eso no importa, es secundario–, resulta, de modo inevitable, su metáfora, una síntesis, la quintaesencia de esa realidad, al convertirse en su interpretación fundamental, pormenorizada, genesíaca. La que la despelleja. Repetimos: la ficción despellejando a la realidad. Al deconstruirla yendo a su raíz, la reconstituye para que la veamos a la luz de una forma nueva, sorprendente, reveladora. En su verdad esencial, en carne viva, en su escondrijo, donde se incubó el huevo de la serpiente, y si uno afina el oído escucharía a la realidad confiarle a la ficción: "Tenés razón, ficción, lo que vos decís de mí es eso: que soy esto". Valiéndonos de aquel concepto tan significativo de Jean- Paul Sartre, lo parafrasearíamos así: "No importa lo que la realidad ha hecho del ser humano, importa lo que el arte hace con lo que esa realidad ha hecho de él". En este caso, lo que hace la literatura, expresión señera de la cultura, porque trabaja con el lenguaje y el lenguaje estructura el pensamiento. O sea, lo que hace un escritor, lo que hace el artista en general, lo que hubiera hecho un dios de haber existido alguno en el Universo.

La ficción del cielo

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Todo esto viene a cuento, justamente, por un cuento. Un cuento que le daría a entender, con lujo de detalles, a un jubilado, un discapacitado, un enfermo crónico u oncológico, un universitario, un trabajador, un desocupado, un argentino del montón, mucho de lo que pasa y está padeciendo con las políticas actuales. Porque para ellos la realidades como un cuento de terror, de horror, de no creer. Ficción pura, si alguien sigue creyendo que ficción y realidad, realidad y ficción son cosas distintas y no "realismo sucio" que el arte, con su magia, desbroza, tamiza, pasa en limpio. Y no después, como la historia, y no es culpa de ésta, sino antes. Es otra de sus magias, cualidad ínsita del arte, quizá la más notable, ésa de sospechar, en su lucidez, lo que se viene. La intuición artística es impagable, no se salda con oro, criptomonedas, dólares, no cotiza en bolsas, no la corrompen coimas ni prebendas, no le hacen mella los exabruptos en las redes ni los ¡bang! ¡bang! de un bobo en un polígono de tiro.

Inmune, el arte, pero, sobre todo, temible, porque presiente la realidad, la advierte, la anticipa, avisa que se cierne un peligro y alerta como alertaría la astronomía que un meteorito caerá sobre la Tierra o el cine fantástico que un extraterrestre de cabeza anormal y sonidos guturales vino a devastarlo todo o un cuento pergeñado a manera de una "biografía premonitoria" o una "biografía no autorizada" que presentara a una criatura monstruosa de movimientos esperpénticos y aspecto extravagante con un nombre extraño para esta época, el de Torcuato Olegario, por ejemplo, como pudieran ser extraños para otras épocas nombres hoy familiares como Juan Carlos, Carlos Saúl, Jorge Rafael, Emilio Eduardo, Orlando Ramón o Javier Gerardo, por tirar de la cuerda masculina o, tirando de la femenina, Ana María, María Estela, Liliana Adela, Lourdes Lilia, Victoria Elizabeth o Karina Eugenia.

Presidente de ficción

Es más, si se pusieran todos los nombres del mundo en un bolillero y a girar como una lotería –no el bolillero, sino el mundo–, saldrían combinaciones estrambóticas, como Gumersindo Pancracio, un "troll" gauchesco, o Bienamado Malquerido, el protagonista de la telenovela mexicana, e inclusive espantosos, como Mauricio Patricio o Patricia Mauricia, si no redundantes o contradictorios, como Alba Aurora o Blanca Bruna, y si se pusieran nombres defines de semana, saldrían seguramente Domingo Faustino y Juan Domingo o el incongruente Domingo Sabatino, y de agregarse los días hábiles, podría tocarle al hombre que fue Jueves y hasta pudo ser Viernes, Robinson Viernes, por qué no, o Jueves Santo y Viernes Santo, de ser dos chicos naciendo en la Semana, o Santos, si fue un nacimiento de mellizos, y si lo fue de un día para el otro, llamarse Jueves Viernes o Viernes Jueves, así se altere el orden de las cosas, y en un renglón más ordinario, u ordinal, mejor dicho, el de los números, uno podría llamarse Segundo Jueves, o Jueves Cuarto, ya en un carácter más monárquico, o Quinto Horacio el Flaco, de remitirnos a la poesía grecolatina.

En fin, que el cuento de que hablamos se titula Torcuato, la promesa e integra el libro "Víctimas diversas" de un autor, Pablo Mateu, su nombre y apellido, que se publicó en 2022 por la Editorial Paradiso de acá, en este país, es decir, un año y medio antes de que comenzaran, en la Argentina, a emitirse los decretos de necesidad y urgencia para matar jubilados, discapacitados, enfermos, trabajadores, desocupados y millones más de compatriotas amenazados por necesidades de toda índole. Un año y medio antes, la publicación, porque vaya uno a saber lo que llevaba de estar escrito el cuento, habría que preguntárselo al autor, y ése es el milagro, el gran milagro, lo que el cuento se anticipó a la realidad, para prevenirla, denunciarla, prepararse por lo que pudiera acontecer. Otra demostración de que, para el poder, instalado o a instalarse, la cultura es un peligro. "En eso acertó el Gobierno, fue en lo único", y ésta fue, también, la única frase final de un jubilado al que no le alcanzó ya no la mínima, sino la mediana que cobraba, para cambiarle la pila al marcapasos que ya se había gastado y, con un suspiro, echando una maldición, se fue del mundo. Lástima que no leyera antes el cuento. Para cambiar el voto, cuanto menos

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