CULTURA
Entrevista a Jesse Ball

Palabras en silencio

Con la publicación, por parte de editorial Sigilo, de Autorretrato y El sueño, hermano de la muerte: una guía para niños que sueñan, se amplifican las traducciones y los potenciales lectores en nuestro país del narrador estadounidense. A su paso por Buenos Aires para participar de una nueva edición del Filba, PERFIL dialogó en profundidad con un autor que, pese al éxito que sus libros han alcanzado, descree de las grandes certezas sobre el oficio de la escritura y se toma su tiempo para pensar cada una de las respuestas.

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Estilo. Sus libros se reconocen por un modo personal de abordar la materia narrativa, descarnado y a la vez sutil, y si la crítica lo considera un gran escritor, no es tanto por cómo lo hace, sino por el lugar que elige desde dónde escribir, que le permite narrar escenas escabrosas, con el tono y la perspectiva de un alienado, fuera de sí. | Lin Woldendorp

Un nuevo festival de literatura, el 16º Filba, se llevó a cabo hace algunas semanas y entre tanto personaje vocinglero y prepotente, el tema que lo convocó fue el silencio que, como en la música, es la condición de posibilidad para que se recorte la palabra, la voz.

Y también fue la oportunidad de conocer en persona a un gran escritor, el norteamericano Jesse Ball, al que ya conocíamos desde Toque de queda cuando lo publicó La Bestia Equilátera, y cuya obra viene siendo traducida y editada por la editorial Sigilo.  

Dos títulos nuevos, Autorretrato (de una potencia y una honestidad brutal y, según cuenta su editor, escrito en solo un día) y El sueño, hermano de la muerte, se acaban de sumar a su catálogo, nutrido con Cómo provocar un incendio y por qué, Los niños 6 y Cuando comenzó el silencio.

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Lejos de la marca de estilo, sus libros, diferentes entre sí, se reconocen por un modo personal de abordar la materia narrativa, descarnado y a la vez sutil, y si la crítica lo considera un gran escritor, no es tanto por cómo lo hace, sino por el lugar que elige desde donde escribir, que le permite narrar escenas escabrosas (muchas de las cuales lo tuvieron como protagonista), con el tono y la perspectiva de un alienado, fuera de sí. Y en ese borde entre el adentro y el afuera, es donde se puede reconocer su apuesta literaria.

PERFIL habló con este autor que, a pesar del éxito que sus libros han alcanzado en su país de origen, descree de las grandes certezas sobre el oficio de la escritura y se toma su tiempo para pensar cada una de las respuestas.

—El tema del Filba este año fue el silencio. Vos escribiste Cuando comenzó el silencio, una investigación sobre un hecho real, una suerte de “non fiction” que, como tal, implica un narrador e investigador personalmente involucrado en la historia. ¿Qué descubriste sobre la naturaleza del silencio, sobre esa determinación radical que una persona puede llegar a adoptar? (El protagonista, Sotatsu, al perder una apuesta, firma la confesión de un crimen que no cometió y, a pesar de que lo espera la pena de muerte, decide mantenerse fiel al pacto de silencio que selló su destino.)

—Como dices, parte del libro es ficcional y parte del libro está basado en los eventos de mi propia vida. Hay ejemplos en la cultura, ya sea en el budismo o en John Cage, del significado o los usos del silencio, pero creo también que no sabemos cuán real es o cuál es el verdadero poder que tiene hasta que no toca el centro o el corazón de nuestras vidas. Y en este caso, de mi vida personal, cuando mi esposa dejó de hablar, cambió completamente mi comprensión del tema. Creo que hay muchos tipos de silencio, a menudo puede ser un tipo de tempo, como un tempo musical, puede ser una especie de flotación, puede sincopar o hacer que parezca más grande o más pequeña la próxima cosa que le sigue. Pero todo esto es parte de lo que podríamos llamar el arte de la comunicación humana.

Pero el silencio que había en mi vida en ese momento tenía que ver con la enfermedad mental, así que en un sentido, era lo opuesto. No era parte de la comunicación, era un hecho, como la existencia de una piedra. 

(En relación al non fiction, hablamos sobre cómo Truman Capote pasó a la historia de la literatura como el creador del género con A sangre fría publicado en 1965, cuando ocho años antes, Rodolfo Walsh había publicado Operación Masacre, libro que desconocía y cuyo título anotó para buscar).

—En varios de tus libros aparecen personajes afiebrados, automarginados, conspiradores dispuestos a todo, y en el caso de este libro, con el claro objetivo de hacer un experimento social. En Cómo provocar un incendio, la protagonista lee y escribe sobre un libro que habla de los incendios provocados por campesinos rusos, en el siglo XIX. ¿Dostoievski es un referente para vos? 

—Definitivamente, amo a Dostoievski y Cómo provocar un incendio Los endemoniados es un antecedente, pero mi referencia rusa es más Gogol, especialmente los cuentos La nariz y El capote. Soy muy fanático de Gogol por su alegría, por su humor. (Y acá vino otra recomendación, la de leer a Roberto Arlt y Los siete locos, que por supuesto, desconocía, pero que prometió buscar).

—Otra constante de tu literatura es una apuesta por el mundo de la infancia en contra de los adultos. Niños maltratados por adultos predadores, con algunas pocas excepciones, como la tía en Cómo provocar un incendio. Y pensaba si Roald Dahl no estaría en tu horizonte literario. De hecho, Lucía, la protagonista anarquista de esta novela, una gran lectora además, podría ser la versión punk de Matilda.

—Creo que sí, que ese es el caso, de hecho, cuando era niño leí mucho a Roald Dahl. Somos niños y luego nos convertimos en adultos. Pero creo que gran parte de los adultos no se toma en serio la responsabilidad que conlleva el compromiso de tener hijos. Todo el trabajo que implica ser padres responsables. Y no creo que esa responsabilidad tenga que ver con prestarles más atención o llevarlos a una práctica de fútbol o comprarles la ropa más cara. Sí creo que los padres tienen que crear un ambiente, un entorno de amor y deben hacer lo mejor posible para explicarles a los hijos el mundo tal como es, contarles la verdad al respecto. Y, en general, los padres no quieren hacerlo porque no quieren asumir la responsabilidad acerca de lo que está mal en el mundo. Así que suelen saltear esa parte. Y con respecto a por qué escribo sobre eso, creo que los niños son personajes muy poderosos que siempre están listos para abandonar todo por lograr algo. Y también porque entran en lugares muy pequeños y eso siempre es muy útil para las historias. 

—Escribiste El sueño, hermano de la muerte, un manual para alcanzar el sueño lúcido dirigido a los niños, como una herramienta para protegerse de una realidad difícil, violenta, donde, más que a Freud encontraríamos a Calderón de la Barca. ¿Este manual puede ser leído también como un taller de escritura?

—Comencé a enseñar cómo soñar en la universidad donde doy clases. Y el motivo es el siguiente: tanto los artistas como los escritores se encuentran con dificultades cuando intentan construir un mundo ficcional. Y esto se aplica a todo tipo de artistas, ya sean directores de cine, escultores o actores. Su conocimiento siempre tiene que ver con la realidad de su vida interna, la cual no es total, está condicionada por la presión del mundo exterior. Entonces, cuanto uno más cree en los personajes, por ejemplo, de una serie de televisión, menos cree en los eventos de su propia vida y mucho menos en los que son internos, como las ideas que podemos formarnos en nuestra cabeza o los mundos que podamos crear, que tengan integridad verdadera. Entonces pensé que si podía mostrarles a los alumnos que en su mente tenían el poder para crear mundos vívidos y reales, sería mucho más fácil para ellos construir esos mundos ficcionales en sus novelas o en sus obras. Y pensé entonces que a través de los sueños lúcidos podían verlo por sí mismos. 

—¿Utilizás este método en tu propia escritura?

—No, no necesariamente intenté encontrar imágenes en los sueños a la hora de escribir, pero pongo el énfasis en la importancia que tienen o el papel que juegan los sueños en mi vida, porque creo que han tenido un efecto desestabilizador positivo, cosa que el psicoanálisis ya demostró, es verdad. Es muy importante que todos los artistas estemos como en las hendiduras, en las grietas, siempre entre distintos espacios, no comprometernos con uno solo, en un estar entre ellos. Y prestar atención o darles importancia a los sueños permite crear ese estado. Y creo que la atención y la fascinación por los sueños ayudan a crear este estatus liminal.

—En tu autobiografía contás sobre el grupo de intervenciones callejeras que armaste con varios amigos, Poyais, con el que se proponían generar asombro, sorpresa con sus apariciones inesperadas y pensaba en el grupo para la investigación poética de los formalistas rusos, la Opoyaz. ¿En qué consistían las actividades de este grupo, tiene relación con tu escritura?

—Me gustan los futuristas rusos, aunque no era consciente de la existencia de este grupo que mencionás. El nombre de Poyais venía de un hombre que, en Europa, vendió tierras a muchas personas en un país inexistente, y ese país falso se llamaba Poyais. Era un fraude, tomaba mucho dinero de la gente para un país imaginado. Así que con mis amigos pensamos que era un buen nombre para ese grupo. Y en cuanto a la relación entre mi escritura y el grupo artístico, pensé que tal vez fuese una buena manera de participar en la vida artística de la comunidad y también una manera de darles un regalo a las personas, darles compañía y también mostrarles un poco que es posible vivir en un mundo más luminoso o mejor, si nos lo proponemos. Y algo de esto pienso que se filtra en el anarquismo de mis personajes. 

—Sotatsu, el protagonista de Cuando comenzó el silencio, se dedicaba a la compra y venta de hilos y termina enredado, como una marioneta, en la trama que arman otros, y sin embargo, decide en forma terminante no hablar, a pesar de que lo espera la pena de muerte. ¿Qué es lo que te convoca de estos personajes fieles a sí mismos, al borde la aniquilación, como la protagonista de Cómo provocar un incendio…?

—Creo que hay diferentes tipos de heroísmo. Y algunos de ellos son un coraje basado en una verdadera comprensión de la situación del mundo. Y luego, un deseo de actuar basado en toda la información que uno tiene. En Cómo provocar un incendio, creo que ella está llevando a cabo las acciones que son posibles en la Norteamérica de su época y además es muy consciente de lo que está haciendo. Pero siento que el coraje de Oda Sotatsu es un coraje muy diferente. Creo que está basado más en una herida. Ha sido herido de alguna manera, y permanecer en silencio es la única acción que puede tomar, ya que tiene muy poca elección. Casi como Bartleby, el escribiente, quien solo prefiere no hacer cosas. Y, al final, es un pez en el juego de alguien más. No sabe ni siquiera qué es lo que le está pasando. 

—¡Y además está enamorado! 

—Claro. Así que no le queda demasiada opción. Es parte de un juego, del juego de otras personas, y no sabe bien lo que está sucediendo. Y todo el tiempo, como seres humanos, vamos y venimos con respecto a quiénes somos realmente y qué lugar ocupamos en cuanto a nuestro protagonismo.

—Tu prosa es por momentos, descarnada, realista, pero a la vez tiene la atmósfera de los cuentos de hadas. (Lucía tiene 16 años, la edad de las princesas de los relatos maravillosos). ¿Cómo definirías tu proyecto literario?

—En las últimas décadas tuve distintos proyectos literarios. El primero tuvo más que ver con la sutileza, con la precisión. Más adelante, el proyecto se enfocó más en la ambigüedad y, en cierto grado, también en lo absurdo. En este momento, bueno, es difícil hablar del presente siempre porque hay barreras que son muy limitantes justamente o es imposible identificarlas estando en el presente. Se necesita tener una distancia. Pero es algo que está relacionado con una extraña mezcla alquímica, en la ecuación entre la experiencia y las perspectivas. Como el mundo es para nosotros familiar es imposible observarlo. Ese es el desafío.

—“Descubrir lo que existe para ver de qué se trata, no inventar”, dice algún personaje del libro sobre el silencio. ¿De eso se trata, finalmente, la literatura?

—Creo que cuando éramos jóvenes parecía muy importante hacer acusaciones contra otras personas o contra determinadas cosas y al volvernos más viejos, suele ser suficiente tener en nuestra mente y en el corazón la oportunidad de reconocer el mundo, y una manera de abordarlo y creo que la experiencia literaria más íntima tiene que ver con esta observación de una persona algo loca que es el autor, que está intentando escribir sobre un aspecto muy pequeño de la existencia.

—Con respecto a tus futuros trabajos. ¿Estás trabajando en algo? ¿Estás por publicar algo nuevo? 

—Hace poco salió en Estados Unidos un nuevo libro que se llama The Repeat Room. Así que tal vez un día Sigilo lo publique aquí, no lo sé. Así que volveré la próxima semana a Estados Unidos y empezaré un poco a hablar de ese libro y hacer lecturas para promocionarlo. Y respecto a otros, tengo más libros que están escritos y esperando para ser publicados. Así que la vida continuará en todas sus formas extrañas.

—¿Estás escribiendo ahora? 

—No, solo raramente escribo, en muy pocas ocasiones.

 

Contra el arte como entretenimiento

M.E.V.

Dos nuevos libros de Jesse Ball acaban de salir del horno: Su Autorretrato y El sueño, hermano de la muerte, este último dirigido tanto a los niños como a los artistas, una distinción que carece de importancia. Como un “manual para onironautas” lo describe su autor, en el que enseña a sus lectores a dominar el arte de dejarse llevar por las imágenes que nos ofrecen los sueños, pero controlando ese viaje lisérgico, para lograr ese estado de ensoñación, el sueño lúcido, y para eso, sostiene, es imprescindible “un mundo de cosas que ver y sentir” y aguzar la percepción.

Es que para este autor, la vida es sueño, ilusión, y conviene no tomársela muy en serio. Salirse de sí, de la propia familia, leer mucha historia y viajar, nos dice, alimenta esos sueños (que algunos llaman literatura), fortalece el mundo interior de los pequeños y les ofrece una salida cuando la realidad se pone difícil. Y a la manera de su adorado Li-ttle Nemo, la genial historieta art nouveau de principios del siglo XX creada por Windsor McKay, embarcarse en un viaje que será pura aventura y riesgo.

Porque de lo que se trata es de conspirar contra los adultos, aquellos a los que ya nada los alegra, encerrados en la cárcel de la razón, los verdaderos enemigos que, en Los niños 6, son exterminados en masa quizás, por un virus desconocido, dejando a los infantes librados a su suerte. Escrita a los tropiezos, como un relato infantil, rápidamente la tragedia se convierte en broma, en puro juego, el único espacio de libertad real que los humanos logran alcanzar, y las adivinanzas con cadáveres devienen teatro del horror, cuando los relatos de los niños ponen en evidencia el peligro que puede encerrar el espacio familiar. Y si el mundo es puro festival de la muerte, el canto colectivo, como una nana, será la única balsa salvadora.

Lucía, la protagonista de Cómo provocar un incendio y por qué lo sabe bien: el mundo tal como lo conciben los adultos solo merece la destrucción. Hija de un anarquista quien le dejó como única herencia un encendedor que también es un legado, se dispone a acabar con la propiedad y la riqueza y hacer un llamado a través de la “sociedad del fuego” a vivir con austeridad y alegría, casi un manifiesto utópico. La escuela y los maestros serán el blanco de su odio programático, así como aquellos que hacen de la propiedad y el ascenso social su razón de ser.

Si cada libro de este autor tiene un procedimiento formal propio (En Cómo provocar un incendio… los blancos entre párrafos y capítulos le imprimen al texto un ritmo y una respiración propios de la poesía, tanto como la disposición de los títulos en la página) en Autorretrato, el texto no da respiro. Escrito de un tirón, pero siguiendo el hilo de su deriva cuidadosamente, convoca a los lectores (y a sus alumnos) a vivir sin miedo y a no perder el asombro frente a la inmensidad del mundo.

Y si el mantra de la incendiaria protagonista de Cómo provocar un incendio… es “si no te gusta el fuego no estás vivo”, el narrador de su Autorretrato aboga por el poder de destrucción de lo absurdo como motor del arte, un territorio que invita a luchar solo contra el mundo. Y en contra del arte como entretenimiento, insta a sus alumnos a desbordar las fronteras del texto y crear con los restos una literatura que haga del acto de leer la posibilidad de recibir con el cuerpo algo que nos cambie y nos haga conscientes de la vida que llevamos. Cosa que este autor parece haber logrado.