CULTURA
Después del colapso

Charly García y la historia de su peor cumpleaños: Palito Ortega, la enfermera y los ojos "muy lejos"

El ídolo del rock nacional estaba hundido en el desastre. Pero el creador de "La felicidad" le dio cobijo en su quinta, y lo ayudó a superar su peor momento. Cómo fue el particular cumpleaños de Charly en aquel momento.

Charly Garcia
Charly Garcia | CEDOC

"Acabo de llegar, no soy un extraño..." cantaba Charly García en uno de los temas más recordados de "Clics Modernos". En esa letra memorable, el ídolo del rock nacional nos expresaba la sorpresa, el asombro, la emoción intensa del descubrimiento, casi como en una declaración de intentos, diciendo "acá estoy, soy nuevo, recién llego, pero no soy un desconocido para este lugar, conozco esta ciudad, no es como en los diarios, desde allá...".

Asombro, shock, sorpresa, todo eso debió haber sentido Sergio Marchi cuando fue a "Mi Negrita", la chacra de Palito Ortega, para festejar el cumpleaños numero 57 de Charly un 23 de octubre de 2008, poco tiempo después del colapso del ídolo del rock nacional en Mendoza y su posterior internación, y se encontró con un ser humano débil, frágil, necesitado de apoyo y contención.

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Marchi, quien siguió al músico como si fuera su sombra entre 1993 y 1997, es el autor de "No digas nada", la biografía más detallada del músico. Publicada en 1997, actualizada diez años después, la historia que cuenta Marchi llega hasta este 2024, con la nueva actualización y una mirada mas alejada, distante y racional del autor para con el artista, permitiéndonos un nuevo enfoque en los 9 capítulos nuevos que se suman a los 7 de la edición anterior. 

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A continuación, un fragmento del libro nos cuenta como fue ese difícil reencuentro.

"Llegamos a la hora indicada, unos minutos después del mediodía; tal vez un poco temprano porque fuimos los primeros. Un enjambre de paparazis disparaba sus flashes sin demasiado entusiasmo en la entrada; el mío era un auto chico, común, no muy lujoso, con la medida adecuada de mugre.

"Esperaban celebridades y por el tipo de vehículo, yo debía ser un repartidor, un gasista matriculado, o a lo sumo personal de la finca. Se aproximó un oficial de la policía, me pidió el nombre, el documento, constató que estuviera en la lista y me dejó entrar. Ahí respiramos. Mi compañera de viaje, una indocumentada en tiempo y regla al menos en esa ocasión, no estaba autorizada por la justicia para visitar a Charly García el día de su cumpleaños número 57.

"Fernando Szereszevsky, mánager del músico en aquellos días, me había pedido que la llevara por pedido expreso de Charly. Traspusimos la tranquera de Mi Negrita, la chacra de Palito Ortega que sería la residencia de Charly durante lo que durase su recuperación, y recorrimos un kilómetro hasta llegar al segundo acceso donde había unos árboles para dejar el auto a la sombra: la primavera se hacía sentir ese 23 de octubre de 2008.

"Nos recibió una señora que nos indicó dónde esperar, que “el señor” ya venía. No fue el Segundo Advenimiento pero me sentí aliviado cuando unos minutos más tarde Palito Ortega salió a nuestro encuentro. Cálido y afable como siempre, nos invitó a pasar al quincho, nos preguntó si queríamos tomar algo y luego comenzaron a llegar los otros autos. El Zorrito Fabián Quintiero, Fernando Samalea, el Negro Carlos García López, León Gieco y otros nombres fueron poblando el área de festejo donde todavía el fuego del asado no se había encendido.

"El lugar era de sueño: constaba de una casa principal, no demasiado grande, con una suerte de vereda que conducía al estudio de grabación Los Pájaros, que se encontraba dando la vuelta; a pocos metros, pastito de por medio, se encontraba el quincho, un lugar amplio que Palito destinaba a los asados del domingo con su familia. Había verde por todos lados, y en esa zona intermedia entre la primera y la segunda tranquera, creo haber visto unas vacas aunque no recuerdo ningún perro: había casi un kilómetro hasta la ruta y la distancia eliminaba cualquier ruido automotor. La tranquilidad era total y absoluta; el lugar era austero, pero cómodo, nada faltaba ni nada sobraba: no había ostentación. El predio contaba hasta con una capillita que Palito se complacía en mostrar a sus visitantes.

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"Sospecho que fue el Zorrito quien procuró una pelota para amenizar la espera hasta que apareciera el cumpleañero. Pateamos civilizadamente, me dio calor y fui a dejar el abrigo al auto. Cuando estaba regresando advertí que Charly avanzaba hacia el quincho con suma dificultad, del brazo de una enfermera que parecía mayor que él. Verlo así, encorvado, con algún temblor y sin paso firme, me bajó el alma a los pies, y creo que fue una sensación compartida con aquellos que no lo habían visto en los últimos meses. Los corticoides lo habían hinchado y su piel delataba alguna exposición al sol, o una sensibilidad a la medicación expresada en un rojo intenso y los ojos muy lejos, chiquitos, detrás de sus anteojos. Yo no estaba preparado para esto, si bien estaba muy al tanto de cómo se encontraba Charly. Pero una cosa era saberlo y otra muy distinta era verlo. Fue algo muy fuerte.

"Me sumé a los amigos que lo saludaron y le desearon feliz cumpleaños en fila. Cuando llegué a su lado y lo vi bien de cerca le di un abrazo suave. No sé si me reconoció, pero lo traté como si fuera de porcelana y pudiera romperse tan solo con una mirada cargada. Lo solté rápido. “Me voy a buscar tu regalo al auto, ya vengo”, le dije. En realidad, lo que yo quería era poder recuperarme del shock de verlo tan vulnerable, tan medicado. Caminé rápidamente hacia el vehículo, me cercioré de que no hubiera nadie cerca, cerré con traba y me largué a llorar como un chico. O como un adulto que entendió perfectamente lo que representaba ese nuevo estado de cosas, el costo en sufrimiento contante y sonante de aquel cuerpo frágil, recuperado, pero a un precio infernal.

 

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"Los primeros meses de 2008 habían sido tremendos para Charly. Se habían acabado el dinero, el crédito, las sonrisas, los trucos: todo. Después de una cantidad de conciertos que terminaron en escándalo, o directamente no terminaron, sumado a un disco trunco, Kill Gil, que aparentemente se había filtrado por internet, hecho del cual García había acusado a su hijo, la demanda por el artista tendía a cero. Y sus gastos eran enormes. No había ni para el whisky. Y sin combustible, Charly encalló en una depresión que lo tumbó en la cama. La única que cuidó de él en esos días fue Adriana San Román, conocida como La Prima, que administró como pudo los pocos recursos existentes para la comida. Y nada más.

"Se acercaba el punto en que no habría dinero ni para eso, pero un llamado providencial hizo que Adriana pudiera conseguir unos fondos frescos con los que pagar algunas deudas que podrían destrabar el virtual bloqueo de los distintos proveedores y poner a Charly nuevamente de pie. Y apenas eso sucedió, García volvió al modo demoníaco, se peleó con La Prima y se quedó aún más solo.

"Ya casi no había prestamistas de última instancia y solo quedaban algunos resortes que tocar, los que ya tenían su mecanismo gastado por la repetición. Uno de ellos era Fernando Szereszevsky, que por aquel entonces había dejado de ser su mánager.

MR CP