A dos mil setecientos metros de altura, la mejor fotografía argentina abrió hace más de una década una puerta a las percepciones en el Museo en los Cerros (Mec). Umbral que empalma el río Huichaira, lecho de movimientos y cosmogonías ancestrales, con las visiones de los ojos intimistas de Guadalupe Miles, la memoria de Adriana Lestido o la vida technicolor de Alejandro Chaskielberg, entre cuarenta fotógrafos nacionales. Plena Puna, en Jujuy, el fotógrafo Lucio Boschi atracó una nave de los sueños en paredes de adobe y velas en forma de emulsiones sobre papel que iluminan ojos, y fundó de los primeros museos en el país que expusieron fotografía contemporánea de manera abierta e ininterrumpida. Y con su proyecto comunitario y social, en los alrededores de Tilcara, cumple aquella meta de Robert Frank: “Quisiera hacer algo que tenga más de verdadero que de arte”.
“La idea de los talleres abiertos a la comunidad es aprender juntos, inspirarnos, motivarnos, que la gente sienta que tiene un espacio para sus inquietudes, para lenguajes que por ahí no son nuevos, pero sí son distintos. En la Quebrada de Humahuaca hay un impulso cultural muy fuerte relacionado con el folclore, histórico, y en el Museo en los Cerros, sumando, hay talleres de fotografía iniciales, avanzados, con una vuelta de tuerca, con grandes maestros. Me parece que es una buena propuesta y yo creo que están funcionando muy bien”, se entusiasma Lucio Boschi, que ha girado y expuesto en cuatro continentes, pero finalmente se ha instalado en el terruño que lo llamó a fines de los 90, un abandonado campo de maíz y duraznos donde ahora florecen vides. Y un museo.
De los más comprometidos fotógrafos del Norte guiado por “fuerzas aliadas que nos hacen responsables de cada instante concedido”, aclara, Boschi además comenta que la premisa fue “hacer un espacio que fuera respetuoso del ritmo del lugar, que fuera construido en una comunidad andina, que fuera creciendo muy de a poco. Ese fue el plan inicial: que estuviera orientado a la fotografía, que fuera abierto a todos y que la entrada fuera gratis. Y que lo íbamos a tratar de hacer de una manera sencilla pero con la mayor delicadeza posible, y donde se unieran la belleza y la crudeza del territorio elegido, que es el noroeste argentino. En este caso, la Quebrada de Huichaira”, comenta quien ha logrado atraer la atención de la Colección Peggy Guggenheim de Venecia como de fotógrafos internacionales que se acercan a este santuario lleno de latidos rojos, morados y anaranjados.
Cerros inmemoriales que revelan otros tiempos distintos al sujeto reducido a la máquina y el algoritmo. Y optando por el camino a la inversa, afianzarse en la periferia y el que desee venir que siga el plano a mano que ofrece la página web del museo, avanzó Boschi con “este sueño de que hubiera un espacio de contención y de inspiración para los chicos de la quebrada. Y siempre con consignas y con pedidos que para mí eran muy importantes, como por ejemplo que no se interrumpiera el ritmo de la comunidad. Tampoco que se interrumpiera visualmente, que no hubiese ruidos, que no hubiese nada desubicado. Acá antes y ahora consensuamos cada paso con los lugareños, en su mayoría collas. Entonces por eso también tratamos de hacer un museo con los materiales de la zona, con la piedra, con el adobe, con la torta, con la caña, siempre tratando de respetar a la montaña, como hace la Cosmovisión Andina”, remata.
Es entre todos. Theodor Adorno repetía que aquel verdadero agitador cultural, aquel que cuestionaba las relaciones existentes, era el que servía a lo colectivo, ajeno a “los sometimientos de lo establecido”. En un medio fotográfico que suele valorizar el trabajo solitario, algo que el fundamental fotógrafo y fotoclubista argentino Alejandro C. del Conte despreciaba en 1950, “no hace ningún favor al arte fotográfico latinoamericano la absoluta ausencia de grupos… [necesarios para] que difundan algo más de lo que hacen todos y lo que se hace siempre”, Boschi también navega salmón con el Museo en los Cerros escuchando entre la diversidad. “Cuando vienen los otros fotógrafos, Facundo de Zuviría, Pablo Cabado y Julieta Escardó, o especialistas como Rodrigo Alonso, primer curador del Mec, todo el tiempo están dando una opinión sobre los rumbos del museo, y me parece que eso es un poco la fuerza comunitaria del Mec. Sebastián Szyd llega con propuestas encantadoras y desafiantes de exhibición, o Marcos López, con su impronta, y todos ellos dan ideas en conjunto que dialogan con mis impresiones iniciales”, advierte.
De agradecimientos y poesías. Becas para los fotógrafos primerizos financiadas por The Secular Society, que reúne en el board a coleccionistas de la obra de Boschi, fotolibros de edición artesanal, una acogedora biblioteca, “un lugar donde está el alma y el espíritu de muchísimos fotógrafos argentinos e históricos”, se emociona Boschi, y regulares visitas de escuelas aledañas multiplican las labores sociales del museo, que sumó una sala para fotógrafos jujeños. Y pronto vendrá la apertura de otra sala para muestras temporales.
“La respuesta a si es viable va de acuerdo a las ganas que uno tenga de perseguir el sueño. Por supuesto que es un proyecto delirante, y nos encantan los proyectos delirantes, y estamos en este mundo para hacer proyectos delirantes. Es un lugar complejo, que tienen que llegar las cosas, que baja el río y se corta el camino, que nos quedamos sin luz, que hay un montón de polvillo, que a la gente del mantenimiento le cuesta llegar, que a las chicas se les rompe el amortiguador del auto para ir, pero todo eso es encantador también, así que por eso estamos. Es un proyecto de sueños, de agradecimiento. Posiblemente, si uno lo evalúa con un consejo de personas idóneas, te va a decir, no, no, este es un proyecto no viable. Claramente no es un proyecto viable, pero a base de coraje y de sueños y de agradecimiento y de poesía, allá vamos”, promete Lucio Boschi, que reconoce el apoyo de mecenas extranjeros y locales en esta “ronda de fuegos, que al igual que las comunidades cercanas, es un espacio de aprendizaje colectivo”.
Y enciende un fueguito, un mar de fueguitos en imágenes de la argentinidad, para que quien se acerque a tocar el cielo en los cerros se encienda.