CULTURA
crítica

Mississippi era una fiesta

Cada uno de los doce libros en que está dividida Risa negra dispara a distintas escenas en simultáneo, una pintura cubista, y todos convergen en Old Harbor, desde las trincheras de la Gran Guerra a los Años Locos y la guerra civil norteamericana, que jamás acabó.

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De las orillas reaccionarias y retrógradas de Estados Unidos zarpó la renovación de la literatura norteamericana del siglo XX. Y si William Faulkner desperdigó ruido y furia, antes Sherwood Anderson prestó oídos y manos a un pueblo de Ohio que sería la casa maternal de la Generación Perdida. Risa negra, de Anderson, reescribe el Huckleberry Finn en 1925 para el mundo de quienes resisten el sueño americano y se lanzan a la carretera.

“¿Y qué haces tú? Tú tomas los papelitos, los lees y corres por las calles de la ciudad buscando algo que poner en el periódico con tanta impotencia que ni siquiera escribes tus propias cosas”. “¿De qué se trata todo esto? … La única cosa sobre la que yo podría escribir sería esto que siempre te estoy diciendo: la impotencia, toda la impotencia que nos rodea. ¿Crees que alguien quiere leer algo por el estilo?”, pregunta Tom, resuena en el viejo Sponge, y a la manera del esclavo Jim del clásico de Mark Twain, van iluminando el camino desviado de John Stockton, un periodista raso de Chicago que se transforma en Bruce Dudley, que “sugería solidez y respetabilidad”, vagando en Illinois y huyendo de la esposa rodeada de “escritorzuelos”. La misma fuga que emprendería Aline, de rica familia, una vez que siente el horror que sostenían los cadáveres y las orgías vacuas de la Era del Jazz. Ambos bajarán la colina del vacío existencial marcados por la derrota aunque con la irreductible dignidad que había sido bosquejada primero por Anderson en los personajes trágicamente humanos de Winesburg, Ohio, de 1919.

Dignidad que en la mente de Fred, el esposo engañado, prototipo del rapaz empresario norteamericano moderno, se corresponde a cierta idea de virilidad asociada al poder sobre la vida de los otros. Y que este libro del narrador del Medio Oeste, que defendía la vida en armonía con la naturaleza, aquí tendido al curso del Mississippi, descarna con ironía cruel.

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Al igual que sus contemporáneos, a quienes cita el escritor y periodista norteamericano, James Joyce a la cabeza, la preocupación en el argumento es mínima. Los cabildeos de Dudley, profundos y simbolistas, divergen en elementos extradiegéticos que dan cuenta de una novedosa forma espacial y, con una operatoria maestra, alteran la manera de lectura. Algo que entre nosotros constituiría una poética en Ricardo Piglia. Cada uno de los libros en que está dividida Risa negra dispara a distintas escenas en simultáneo, una pintura cubista, y todos convergen en Old Harbor, desde las trincheras de la Gran Guerra a los Años Locos y la guerra civil norteamericana, que jamás acabó.

Editado por primera vez en Argentina por la debutante editorial Palmeras Salvajes –que se dedicará a textos de ficción y no ficción angloamericanos e ingleses–, vigente y apropiada una risa negra que desenmascare fuerzas de cielo, “La corrupción de la mentira. ¡Adelante! ¡Hasta las últimas consecuencias! ¡Que nuestra mentira viva más! ¡Que se la coman! Matemos. ¡Matemos un poco más! ¡Sigamos matando! ¡Libertad! ¡Amor divino! ¡Amor por la humanidad! ¡Matemos! ¡Matemos!”. Sherwood Anderson nos atraganta.

 

Risa negra

Autor: Sherwood Anderson

Género: novela

Otras obras del autor: Winesburg, Ohio; Muerte en el bosque; Muchos matrimonios; La chica de Nueva Inglaterra; Tar: Una infancia en el Medio Oeste; La canción de las máquinas y otros artículos; El triunfo del huevo; Más allá del deseo. 

Editorial: Palmeras Salvajes, $ 25.900

Traducción: Márgara Averbach