CULTURA
Operación Valquiria

Maten a Hitler

Este mes se cumplen 80 años del intento de asesinato a Adolf Hitler. ¿Quiénes y de qué manera lo ejecutaron? ¿Qué hubiese sucedido si la operación alcanzaba el éxito planificado? Aquí los detalles.

Operación Valquiria
Así quedó la sala de reuniones donde estalló la bomba que había colocado Claus von Stauffenberg con el objetivo de matar a Adolf Hitler. | Cedoc Perfil

Algunos hombres son capaces de incubar tormentas asesinas. Un ejemplo: Hitler. Ya hace ochenta años, el 20 de julio de 1944, un grupo de alemanes intenta matar al dictador y reinventar la historia. Mediante su asesinato, los complotados buscan la toma del poder por un golpe de Estado que imponga un nuevo régimen que negocie con las potencias aliadas el fin de la Segunda Guerra Mundial.

En la Guardia del Lobo, el refugio de Hitler en Polonia, Claus von Stauffenberg acciona una bomba en la sala de reuniones con la presencia del führer. El efecto del dispositivo explosivo es lamentablemente amortiguado por una gruesa mesa de madera. El líder nazi apenas es herido. Mueren cuatro nazis y el recinto queda destruido. Luego de un breve periodo de incertidumbre, Goebbels, el ministro de propaganda, anuncia que Hitler está vivo. La Gestapo arresta a miles de sospechosos. Son juzgados rápidamente por el Tribunal del Pueblo, presidido por el infame Roland Freisler. La venganza es atroz. Stauffenberg y muchos otros de los complotados dan su último suspiro ante un pelotón de fusilamiento, o colgados de cuerdas de piano por la osadía de atreverse a silenciar a la bestia de la esvástica.

 

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La sombra del mal

El 6 de septiembre de 1939 unos soldados alemanes levantan una valla e invaden Polonia. El comienzo de la Segunda Guerra Mundial. La locura imperial de Hitler se anuncia en su libro Main Kampf, en 1923. Finge por un tiempo moderación y pacifismo, mientras revela su verdadero rostro en la Noche de los Cristales Rotos, en noviembre de 1938, la Kristallnacht, el comienzo de la barbarie antisemita.

Ese mismo año, la crisis de los Sudetes, la invasión parcial de Checoslovaquia, alerta a altos oficiales de la Wehmarcht, y también a algunos civiles, sobre la necesidad de detener al “cabo austriaco”.

La Conspiración de Zozen o Conspiración de septiembre quiere cortar alas a la guerra que podría traer la destrucción de Alemania. Se planea arrestar o asesinar a Hitler, y luego restaurar la Monarquía bajo el nieto de Guillermo ll.

Los acuerdos de Múnich, por los que el primer ministro británico Chamberlain acepta el desmembramiento del Estado checoslovaco, suponen un fuerte logro diplomático para el dictador. Esto ahoga los primeros planes de un golpe de Estado. La hiena hitleriana disimula su salvajismo latente.

Los nazis habían subido al poder en 1933 mediante elecciones parlamentarias en la República de Weimar. Desde entonces, imponen el concepto de Volksgemeinschaft, una sociedad de homogeneidad racial y jerárquicamente organizada. La unidad por lazos de pureza racial y suelo depende del Führerprinzip, el «principio de autoridad», o «principio de supremacía del jefe». La obediencia absoluta al caudillo, al dictador, a Hitler,  al que impone el totalitarismo sin libertad.

 

El largo intento

La exigencia de obediencia absoluta y la oratoria exaltada del führer enceguece a millones de alemanes. Pero no a todos. Uno de ellos es un humilde carpintero suabo, George Elser. Elser sabe que Hitler es el demente dictador que traerá las tormentas asesinas, la devastación de Alemania y parte de Europa. Por eso tiene que actuar, aun en soledad. Y lo hace. El 8 de noviembre de 1939, Hitler acude a la cervecería Bürgerbräukeller, de Múnich, en la que comenzó su fallido intento de golpe de Estado (el Putsch de Múnich), en noviembre de 1923. En el aniversario de este evento Hitler siempre da un discurso. Con sigilo y esmero, durante dos meses, en las noches, Elser coloca una bomba. El führer se va trece minutos antes de lo esperado. La detonación mata a ocho personas y deja muchos heridos, pero el líder demencial se salva. Elser dice:  “Quería evitar un derramamiento de sangre aún mayor por mi acto», y convence a sus interrogadores de la Gestapo de que todo lo hizo solo. Le creen. Pero esto no lo salva de morir por un tiro en la nuca en el campo de concentración de Dachau.

Desde entonces, los intentos de matar a Hitler se multiplican: más de 40 planes malogrados, antes del complot del 20 de julio. El deseo conspirador se aviva con el extermino de los judíos en el Frente Oriental, que luego se extiende a los campos genocidas.

La derrota de Stalingrado es coadyuvante fundamental del descontento. Luego del inicio de la invasión alemán de la Unión Soviética, la Operación Barbarroja, en junio de 1941, en julio de 1942, el führer ordena la conquista de Stalingrado. La ciudad sobre el Volga que homenajea a Stalin se convierte en un remolino de sangre y dolor que devora la vida de alrededor dos millones de personas. Entre la nieve, los escombros y la metralla incansables, alemanes y soviéticos y de otras nacionalidades  combaten por cada centímetro de terreno. El Sexto ejército de Von Paulus recibe la orden de combatir sin rendiciones. En una lenta hemorragia, su fuerza es demolida: casi 900.000 mil bajas entre alemanes, rumanos, húngaros e italianos. Contraviniendo las órdenes de Hitler, von Paulus pide la rendición el 2 de febrero de 1944.

En la gestación de los complots para detener a Hitler intervienen muchos oficiales de alta graduación con la participación de civiles del círculo de Kreisau, que se reúnen en torno al conde Helmuth James von Molke. En 1943, solo armado con su pistola, el mariscal de campo Ernst Busch planea asesinar al dictador en su residencia en Obersalzberg, el Berghof, pero es detenido en la entrada. Otro intento es aniquilar a Hitler durante su vuelo, el 13 de marzo, hasta el cuartel general del Grupo de Ejércitos Centro en Somolensk, Rusia.

El general Trescokow asegura: «Hitler no es únicamente el archienemigo de Alemania, sino el archienemigo del mundo». Trescokow ensambla dos explosivos que camufla en un par de cajas bajo la excusa de saldar una apuesta perdida con la entrega de dos botellas de Cointreau, el famoso licor francés a base de cáscaras de naranjas. El detonador no funciona a causa de su congelamiento en la bodega por las bajas temperatura en la altura.

Pocos días después, el oficial del Ejército Rudolf-Christoph Gersdorff, quien había preparado los explosivos en el intento anterior, planea un ataque suicida durante otra visita de Hitler a las tropas, pero su visita es tan rápida que todo se malogra. Antes, en abril de 1943, Gersdorff descubre las tumbas masivas de la Masacre de miles de soldados polacos en Katyn, perpetrada por los soviéticos. Por su parte, el Barón Axel von dem Bussche-Streithorst, héroe de la resistencia anti-nazi, acepta portar una granada en una inspección militar de Hitler para hacerse detonar junto al asesino, pero el evento se cancela.

 

La gran oportunidad

El 20 de julio de 1944 es el día del Plan Valquiria, el intento para conseguir lo que antes se tornó esquivo. Matar de una vez por todas al psicópata dictador.

El Plan Valquiria es punto cumbre de la resistencia alemana ante el nazismo, y que es muy compleja, trasciende en mucho el atentado del 20 de julio. Involucra a militares y civiles de muy diversas procedencias y posturas ideológicas, que involucran las distintas clases sociales desde obreros comunistas hasta la aristocracia prusiana; grupos prácticamente sin ninguna interacción en las diversas acciones de resistencia.

Entre 1933 y 1945, alrededor de tres millones y medio de alemanes, opositores del régimen son internados en campos de concentración. Unos 77.000 aproximadamente son víctimas de consejos de guerra y diversos tribunales civiles. Muchos son empleados del Estado o militares. Es especialmente destacable el grupo de estudiantes universitarios de la Rosa Blanca de Múnich, que inician una campaña de panfletos contra la guerra. De este valiente rechazo participan Hans Scholl, Sophie Scholl y Christoph Probst, que son, finalmente, detenidos y ejecutados.

La Operación Valquiria usa para sus fines un plan de movilización aprobado en julio de 1943 para la puesta en acción de grupos de combate en un estado de emergencia. Se pretextaría que el asesinato del führer supone una amenaza nacional que, para una respuesta defensiva, debe movilizar fuertes contingentes de soldados que ocupen los puntos estratégicos claves en todas las ciudades. Se aprovecharía este movimiento para desarmar a las SS, o ejecutar a sus líderes en caso de resistencia. El 1 de julio, Stauffenberg es nombrado coronel y jefe del Estado Mayor del general Fromm, por lo que puede acercarse a Hitler en reuniones en la cúpula militar. La consumación del Plan Valquiria apremia por el desembarco aliado en Normandía el pasado  6 de junio, y la gran ofensiva rusa del 22 de junio para envolver y destruir al Grupo de Ejércitos Centro alemán.

En el gobierno que se constituirá luego del golpe, Ludwig Beck sería el presidente del Reich. Al fracasar al complot, para evitar las torturas y el enjuiciamiento intenta suicidarse. En ese momento está presente el abogado y militar de carrera Fabian von Schlabrendorff, otro conspirador que salva su vida en circunstancias casi cinematográficas. Freisler lo procesa y le grita que «lo mandará directo al infierno», a lo que von Schlabrendorff, siempre desafiante, le responde que «con gusto le permito ir delante». Antes de dictarse su sentencia, un bombardeo lanza sus bombas furiosas sobre el tribunal y mata a Freisler, que queda debajo de una columna con el expediente de Schlabrendorff en su mano.

Cuando Beck intenta suicidarse no lo consigue a pesar de dispararse dos veces. Según von Schlabrendorff, testigo del hecho, un sargento accede a rematarlo. Al suicidio también recurre von Tresckow.

El mariscal de campo Erwin von Witzleben sería el comandante en jefe del ejército. Cuando es juzgado por Freisler, de forma visionaria, von Witzleben le advierte: “Pueden entregarnos al verdugo, pero dentro de tres meses el pueblo, asqueado y vejado, les pedirá cuentas y les arrastrará a todos ustedes entre la inmundicia de las calles”.

Y al coronel Claus von Stauffenberg sería el secretario de Estado del futuro gobierno. Tras la frustración, la navaja de la muerte se hunde en el pecho de todos.

Pero antes del fin de la ilusión, en la Guardia del Lobo (Wolfsschanze),  en un bosque de Prusia, ocurre el gran intento de partir la cabeza de la gran locura.

En la Guardia del Lobo de Hitler, se dirige la invasión a Rusia y la macabra ejecución del Holocausto. En unos 4 kilómetros cuadrados se esparcen 80 edificios, 50 de los cuales son búnkeres construidos con cemento y acero. El perímetro es protegido por alambres de púas, 54 mil minas, y árboles y pantanos como defensas naturales. Aquí viven y trabajan 2 mil personas. El lugar cuenta con dos pistas de aterrizaje, una usina eléctrica, y una estación para el Amerika, el tren personal de Hitler, quien llega al cuartel a mediados de 1941, inmediatamente después de la invasión a la Unión Soviética. Permanece aquí más de 800 días, hasta noviembre de 1944, cuando el fin muerde los talones del nazismo.

En esta virtual capital de facto del Tercer Reich, el coronel Stauffenberg prepara el gran golpe. Es el momento de liberar la furia de todos los leones. El coronel trae un maletín con dos explosivos.

Un primer mal presagio es que, por el calor imperante, el búnker donde se produciría el  atentado es remplazado por la sala de conferencias. Con sus gruesas paredes de hormigón, el búnker habría contenido y multiplicado la energía de la explosión.

Stauffenberg y los otros conspiradores se adaptan a la nueva situación. El maletín es colocado junto a la mesa de la reunión. El temporizador es ajustado para que la bomba estalle en 10 minutos. Con una excusa de atender a una llamada, Stauffenberg se retira e inicia la fuga hacia Berlín para asumir sus funciones en el nuevo gobierno. Luego de su retiro, un oficial alemán corre el maletín que queda detrás de una gruesa pata de madera.

El explosivo detona a las 12:42. En la sala hay 25 asistentes, entre ellos Hitler. Stauffenberg cree que el dictador está muerto, no pudo haber sobrevivido. Pero el cambio de posición del maletín, y las ventanas abiertas por el calor estival, amortiguan la detonación. Mueren algunos, pero el führer sale casi ileso. El anuncio de su supervivencia aniquila el plan Valquiria. Stauffenberg escapa de la Guardia del Lobo, pero no de una pared manchada con su sangre.

 

Los conspiradores 

Los conspiradores son de distinta procedencia, por ejemplo militares de distintas jerarquías: cinco generales, entre los que se encuentran Friedrich Fromm, comandante de las tropas de reserva de Berlín, quien tras el fracaso se desentiende del complot pero luego es ejecutado; también es conspirador entusiasta el mencionado general Henning von Tresckow, para la Gestapo el gran promotor y “espíritu maligno” de la intentona; o Friedrich Olbricht, temprano anti-nazi, y autor intelectual de la manipulación del Plan Valquiria a favor del complot. Y es destacable el almirante Wilhelm Canaris, jefe de la Abhwer, la inteligencia del ejército alemán, participe de la conspiración, aunque no como un protagonista principal. Canaris es detenido y enviado a un campo de concentración. Es ahorcado el 9 de abril de 1945.

La participación de Erwin Rommel, el famoso  “zorro del desierto”, es aún controvertida, pero tras el complot Hitler lo obliga al suicidio bajo la amenaza de acusarlo de traición. ​

No faltan los nazis antisemitas, pertenecientes a la Wehrmacht, a las SS o la policía, que ya no toleran a Hitler. Es el caso del jefe de la policía de Berlín, Wolf-Heinrich von Helldorff; o el ex comandante Arthur Nebe; antisemitas a favor de la expulsión de los judíos pero no mediante el exterminio; posición también del jurista y político Johannes Popitz, o del hermano de Stauffenberg, Berthold von Stauffenberg.   

Himmler, jefe de las SS, sabe de la intención de los conspiradores, pero no interviene bajo la expectativa de que cualquier desenlace podría beneficiarlo. También participan de la conspiración, civiles de diversas profesiones, comunistas, los miembros del círculo de Kreisau, ya mencionado, de tendencia social cristiana, nobles prusianos, y anti nazis desde siempre como el diplomático Ulrich von Hassell.

En la recepción futura del complot, el coronel von Stauffenberg funge como su más visible conductor. En la campaña del norte de África, pierde el ojo izquierdo, la mano derecha y dos dedos de su mano izquierda. Repudia la vacilación o condescendencia de los generales y mariscales de campo. No es social-demócrata a la manera de la República de Weimar; es monárquico; no blasfema contra el régimen desde su raíz. Es “nazi arrepentido” o temeroso de la derrota humillante e inevitable de Alemania. 

Para Peter Hoffmann, uno de los investigadores de la resistencia alemana al régimen nazi, en Stauffenberg: A Family History, 1905-1944. Cambridge University Press, 1995, observa que: "La transformación de Stauffenberg de un oficial convencional a un conspirador dispuesto a arriesgar su vida en un intento de asesinar a Hitler fue impulsada por su profundo despertar moral y político. Llegó a ver que solo eliminando a Hitler se podría salvar a Alemania de la destrucción total."

 

Las razones para matar a un dictador

Una motivación fuerte para matar a Hitler en la Guardia del Lobo es la falsa suposición de que, muerto el líder nazi, los Aliados aceptarían acordar la paz por fuera de su alianza con la Unión Soviética. Algo que nunca roza el ánimo de Churchill o Roosevelt, ya desde la Conferencia de Teherán estos aclaran que se exigirá la “rendición incondicional” de los alemanes.

A su vez, los Aliados están decididos a que Alemania debe ser derrotada con seguridad apabullante en el campo de combate para anular toda posibilidad del nuevo uso futuro del mito de la “puñalada por la espalda“, algo que Hitler usa hábilmente para encaramarse en el poder cuando usufructúa la creencia popular de que Alemania no había perdido la Primera Guerra Mundial a nivel militar sino que colapsó por un golpe interno de comunistas y socialdemócratas.

En su ilusión, algunos complotados creen que al liberarse de Hitler podrían concentrarse solo en su guerra abismal con los soviéticos. Muchos historiadores confirman que la verdadera intención de los conspiradores del 20 de julio se debe principalmente a la derrota inminente de Alemania. En este sentido, Joachim Fest, en su libro Plotting Hitlers Death afirma: «Muchos de los conspiradores, aunque horrorizados por las atrocidades nazis, solo actuaron cuando la derrota de Alemania era inevitable y sus propios intereses estaban en peligro. No fue tanto una cuestión de principios morales como una medida desesperada para salvar lo que pudieran de su país y de sí mismos.»

Otros autores, como Hans Mommsen, Peter Hoffmann, Richard J. Evans, o Ian Kershaw, también asumen posiciones semejantes.

En las últimas décadas se alienta la visión de los organizadores del atentado del 20 de Julio como exponentes de una valerosa conciencia anti-nazi abroquelada en resquicios de la compleja maquinaria del Estado y del ejército y el servicio secreto alemán. Esto no es totalmente así. Pero sí es cierto que la decisión de matar a Hitler implica un alto riesgo personal, la posibilidad cierta de pagar con la vida el intento, como ocurre luego en la feroz persecución y enjuiciamiento de los conspiradores.

Aunque fallidos, los numerosos intentos de acabar con Hitler evidencian la ilusión del control total sobre la población. Movidos sólo por intereses propios o sectoriales, o por un genuino desacuerdo moral, nunca faltan los disidentes, los que no son ni controlables ni manipulables. La lúcida mirada inquisitiva siempre percibe las mentiras de un régimen.

El modelo máxima pureza en la resistencia heroica contra Hitler acaso haya que buscarlo en Elser, el humilde y lúcido carpintero que él solo decide cargarse con toda la responsabilidad trágica de detener el abismo; o en los estudiantes, y unos pocos profesores de la Rosa Blanca. Todos ellos, siempre anti-nazis, actuaron fuera de toda estructura de encubrimiento y o de una red de cooperación y protección, para, en soledad, enfrentar, sin amilanarse, la rabia del monstruo. En su fracaso no pueden detener la propagación exponencial de la muerte.

Los militares y civiles que se involucran directamente en el complot son una pequeña minoría. Esa debilidad subraya la osadía del Plan Valquiria. Tras el fracaso de la operación, el régimen nazi acrecienta sus mentiras sobre armas milagrosas y salvadoras, y continúa sus asesinatos masivos en los campos del Holocausto. Y el oscuro resplandor de los bombarderos letales de los Aliados asola varias ciudades alemanas, mientras los soviéticos, ávidos de revancha, se acercan a Berlín entre el estrépito arrollador de su Gran Guerra Patriótica.

Nadie pudo matar al líder siniestro. Por eso, la locura del nazismo continúa hasta que la esvástica termina por despedazarse, tras la muerte inmensa.

 

(*) Filósofo, escritor, docente, su último libro es La red de las redes, ed. Continente; creador de la página web La mirada  de Linceo (www.estebanierardo.com).