CULTURA
biografía

Martha Argerich o el eterno presente

“Martha Argerich”, de Olivier Bellamy (Blatt & Ríos, traducción de Silvia Kot), explora la vida y la carrera de una de laspianistas más emblemáticas del siglo XX, si no la más. Es una obra imprescindible para los amantes de la música académica y para aquellos interesados en conocer la vida de una artista argentina cuya intensidad y genialidad continúan inspirando a nuevas generaciones. Contradictoria y genial, sus estándares artísticos son muy altos, pero con un sentido de la ética de igual altura.

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Argerich. La pianista argentina, nacionalizada suiza, en dos momentos de su vida. Su biografía fue publicada por el sello Blatt&Ríos. | cedoc

Un bello cuadro sin marco. Así define su amigo Daniel Barenboim a la mejor pianista del mundo según la opinión unánime del campo musical clásico: Martha Argerich. Y esta biografía, el producto de largos años de conversaciones entre su único biógrafo y ella, es un riguroso intento por captar en toda su dimensión a esa figura tan esquiva como deslumbrante que sigue convocando el fervor de los melómanos en todo el mundo.

Su autor, un periodista especializado en música clásica y admirador incondicional de la pianista, cuyo programa en Radio Clásica de Francia lo llevó a viajar por el mundo y conocer al top ten de esta disciplina, fue el único que logró, después de innumerables gestiones con su agente, colarse en sus viajes en tren y entablar una relación que le permitió entrevistar a este huidizo personaje que, cuando estaba de humor, respondía sus preguntas. El viaje que emprendió a la Argentina para captar la atmósfera del país donde ella nació logró conmoverla y seguramente ayudó a acortar distancias.

Enamorado, desde la primera vez que la escuchó, y no solo por su manera única de tocar el piano (al punto que reconoce que si no fuera pianista le interesaría igual), considera que no solo es un genio musical, sino diferente a todos en el plano humano, incluso en la vida diaria. Su naturalidad, que les resulta desconcertante a quienes la conocen por primera vez, la convierte a sus ojos en una de esas pocas personas que, siendo una gran estrella, es capaz de una gran humildad y empatía.

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Luego de ocho años de escritura, el resultado fue este trabajo polifónico, nutrido por una gran cantidad de voces de los principales músicos, amigos cercanos y familiares, así como por numerosos datos con los que reconstruye la vida musical de la segunda mitad del siglo XX, que el autor organizó con un criterio de divulgación.

Desde el momento en que sus maestras del jardín de infantes escucharon, atónitas, a la párvula de tres años reproducir en el piano las canciones que le cantaban a la hora de la siesta, hasta los conciertos que dio junto a la emperatriz de Japón, el país que la elevó a la categoría de semidiosa, esta adictiva biografía aun para legos traza el arco de una vida consagrada, a su pesar, a ese instrumento para el cual parece estar hecha pero del que se sintió esclava y con el que sedujo a los oídos más refinados de su generación, que encontraron en su interpretación una mezcla poderosa de erotismo y misticismo, y a una artista salvaje y exquisita que era pura naturaleza.

Como todo prodigio, careció de una vida normal, por lo que la escuela fue reemplazada por clases particulares donde gozó del raro privilegio de estudiar, durante toda su infancia, con el mejor y más severo maestro de piano de Buenos Aires, bajo la estricta mirada de una madre consagrada a la carrera de su hija, que se propuso disciplinar a este espíritu tan genial como libre y sin la cual, reconoce, no hubiera llegado adonde llegó.

Si bien a los 8 años dio su primer concierto en público, el pánico escénico nunca la abandonó, a pesar de ser, desde muy pequeña, una habitué del Colón, tanto en el escenario como desde el público, y de deslumbrar a los más grandes maestros que por esos años poblaban Buenos Aires, la ciudad que en la posguerra recibió a aquellos que huían de Europa.

A los 16 años, y con la ayuda del gobierno peronista (y el diálogo con Perón es una muestra de su dominio absoluto sobre los resortes del Estado de bienestar), partió junto a toda su familia a Viena, a estudiar con el maestro Friedrich Gulda, quien le había abierto el camino a una nueva forma de interpretar la música, liberada del acartonamiento que regía en esta disciplina, y con la que ella se identificó desde el primer momento. Y fue a esa edad cuando despegó su carrera internacional, al ganar los dos concursos más prestigiosos, el de Ginebra y el de Bolzano, donde, por primera vez en su historia, el público y el jurado aplaudieron de pie al ganador.

Convertida en una celebridad, empezaron a llover los contratos, pero el ritmo atroz de los conciertos fue demasiado para una adolescente que deseaba disfrutar de la vida y, contra la presión de su madre, se bajó de las giras programadas y puso en pausa su carrera unos años. La vuelta triunfal llegó con el concurso Chopin, a los 24 años, que la convirtió en una leyenda viva a la que nadie veía estudiar ni ensayar, que aprendía el repertorio leyéndolo una sola vez la noche anterior y que parecía tener incorporada la música en el cuerpo.

Sus amores tormentosos, el nacimiento de sus tres hijas, la complicada relación con su madre, sus posiciones políticas de izquierda en un medio tan elitista que la llevaron a tocar tanto en los principales teatros líricos del mundo como en una fábrica recuperada en Villa Martelli, durante 2001, los malabares de sus agentes para lidiar con las cancelaciones de sus conciertos a último momento (y el Teatro Colón lo vivó, una vez más, hace unos pocos meses), su humor cambiante, sus inseguridades y fobias que desaparecían en cuanto empezaba a tocar el piano (“Martha hizo lo imposible por destruir su carrera, pero nunca lo logró” llegó a decir uno de sus tantos agentes), las diferentes casas donde habitó, de las que entraban y salían amigos como en una comunidad hippie, los proyectos de promoción para jóvenes pianistas o el fanatismo que despertó en Japón y la recepción que tiene en Europa y EE.UU., le dieron el privilegio de ser nombrada y reconocida en el mundo de la música clásica solo con su nombre de pila. De todo esto habla su biografía. De una persona contradictoria y genial, cuyos estándares artísticos son muy altos, pero con un sentido de la ética de igual altura, algo que para su biógrafo es muy raro de encontrar en una persona de ese nivel.

En algunos idiomas, jugar y tocar un instrumento se dice de la misma forma. Quizá Martha Argerich siga siendo una niña que nunca dejó de jugar, con la seriedad de vivir ese momento como un eterno presente.