Allí está en el fondo del escenario, gigante, proyectado, sentado a la sombra de los árboles en un patio que definitivamente no es parisino, pero que con seguridad se trata de Colastiné u otro rincón santafesino. Está mecanografiando Responso, la foto es de 1963. El Festival Internacional de Poesía de Rosario cumplió 22 años la semana pasada y abrió declamando la elección de Juan José Saer como figura y eje de esta última edición. Tal vez una elección compleja, ¿cómo funge acaso la singularidad de Saer, de su obra mayoritariamente en prosa, en el mundo poético? “Fue una especie de señal, cuando se publicaron los poemas inéditos y los borradores suyos. En la tapa aparece un poema manuscrito en un papel membretado del viejo Palace Hotel de Corrientes y Córdoba (N. de R.: esquina céntrica y tradicional de Rosario) y pensamos por qué no traerlo de nuevo a Saer al Festival, donde había estado como lector en el año 2000”, dice Martín Prieto, director y creador del –hoy– certamen de poesía más importante del país.
La apertura entonces contó con una exposición inaugural de María Teresa Gramuglio, la ensayista que ha volcado buena parte de su vida en abordar la obra de Saer, y que se abocó en esta oportunidad al análisis de los “borradores” (la idea de un borrador, y Gramuglio lo dio a entender, en un procedimiento tan acabado como el de Saer, es algo filosa) recientemente editados. Le sucedió una mesa más dialógica, también en torno al de Serodino, compuesta por Fabián Casas, Francisco Bitar y Jorge Isaías. Para Casas, Saer “es esencialmente un poeta cuya respiración lo ha llevado a que fuera prosa, pero es poesía en realidad. Todas sus novelas tienen el eje en la poesía. Creo que es un escritor imperialista, porque te invade, y tiene una escritura muy intensa y radical”. Bitar coincide en que “la poesía estaba incorporada a su narrativa, que era concretamente su laboratorio. Parecía que los poemas eran como notas al margen de algunos textos que a él le interesaban. Saer decía que para entrar en calor o traducía o escribía un poema breve; me parece que los guardó en una caja y ahora aparecieron”.
Después Saer quedó observando tranquilo y el Festival siguió su curso; las lecturas, la feria de editores, las trasnoches y el otro eje del encuentro, la poesía en lengua española del siglo XXI que fue el móvil de la antología editada especialmente para la ocasión, 1.000 millones. En cierto modo retoma el Festival así el éxito de su elección pasada, con la antología 30.30, y sigue en la línea de atender las voces de la poesía treintañera. Esta vez, el volumen abrió el juego fronteras afuera, hacia España y el resto de Latinoamérica. Julio Balcázar (Colombia), Pamela Romano (Bolivia), Martín Batallés (Uruguay), Kevin Castro (Perú), Luis Eduardo García (México) y Pablo Fidalgo Lareo (España) fueron algunos de los invitados a leer su obra y a presentar dicha antología de la que forman parte.
Las lecturas de trasnoche son un espacio nuevo, pero ganado por este Festival. Con una atmósfera felizmente algo viciada y la impronta de otro tipo de audiencia, los poetas ensayan en la madrugada un estilo quizás más atrevido, o dispuesto a interpelar. No obstante, y sobre todo en los recitados diurnos, cierto talante isócrono y monocorde se apodera de las interpretaciones. ¿Herencia de esa suerte de displicencia en el tono de los 90 que combatía las formas tradicionales? Entre los que escaparon a esa impronta estuvo el mendocino Tomás Fadel: “Me parece que hay que ensayar si uno va a leer en vivo. No es lo mismo leer para uno, incluso en voz alta, que leer al público. Yo esta vez ensayé con Oscar Fariña, en mi casa, un par de veces”, dice el bardo, en cuya lectura –una crónica poética de un esquiador– no faltaron puntos altos de entonación y llamativos soplos onomatopéyicos. “Tiene que ver con que lo escuchás leer a Casas y tiene esa onda, y es un referente total. Pero se trata de una estética suya, de la poesía de los 90”, agrega Bitar en referencia a esta tendencia que se mantiene en las antípodas de la declamación. Dice Casas: “No me gusta leer mis poemas. Cuando un poeta es bueno leyendo es increíble, me produce una gran conmoción”. Y sobre los que hoy tienen alrededor de 30, los que reconocen haber sido influenciados por él (y por otros como Bossi o Durand) asegura: “En los autores que son interesantes veo un trabajo para desarmar esa influencia, para metabolizarla y producir una voz personal. Los que son interesantes no toman la retórica de esa poesía sino que trabajan, en el mejor de los sentidos, en contra de la poesía de los 90”. Para Prieto se trata de “una tensión generacional, entre los nuevos nuevos poetas, frente a los viejos nuevos poetas. Gambarotta, Rubio, Mariasch, por ejemplo, son maestros de los nuevos poetas y como tales empiezan a ser fagocitados y destruidos. Toda tradición es una tradición de la que se huye. La historia de la literatura está construida por esas permanentes fugas.”