¿Cuán difícil puede ser llevar cajas de un lado para el otro? Una que viaja con libros, un bien barato y menor, pero con un impacto incalculable en la vida de las personas. De eso bien sabía Boris Spivacow, quizá el mejor editor argentino, quien sostenía que el talón de Aquiles de cualquier editorial, un proyecto cultural con mucho que perder en librerías perdidas y bodegas abarrotadas de papel, es la distribución. “Antes de comenzar a distribuir creo que estábamos en una relación con la distribución de sobresimplificación por un lado, e invisibilización, por el otro. No entendía su importancia ni su complejidad”, avanza Víctor Malumián, el editor y distribuidor que en El destino de una caja. Una mirada sobre la distribución de los libros y la importancia de la colaboración entre colegas (Gris Tormenta, 2024), presenta un útil breviario, en primera persona, de las condiciones para la sobrevida de la editoriales, la buena vida de los libreros y el placer de los lectores.
“Como todos los proyectos que encaramos comienzan con mucha energía y con poca plata, a una pequeña escala, y luego van creciendo de forma orgánica. A la distancia nos pone contentos el camino recorrido, no solo por los problemas que fuimos solucionando sino por todo lo aprendido. Aprendimos sobre el funcionamiento de las grandes y pequeñas librerías, su rol comunitario, de los volúmenes reales de venta del resto del sector del libro, que no es necesariamente el sector independiente. Aprendimos de las complejidades que tiene cada eslabón de la cadena de valor del libro”, señala quien arrancó con Ediciones Godot en 2008 junto a Hernán López Winne, y que unos años después, lanzó su propia distribuidora, Carbono. Una que empezó en una charla casual con un viejo distribuidor que “entre molesto y perplejo” se resistía en explicar cómo los libros llegaban a dónde llegaban “porque parecía desnudar una parte privada de su negocio”. Pero como enfatiza Malumián, los cambios tecnológicos, entre ellos la posibilidad de establecer la trazabilidad de un producto, hacen que “entendamos que, a mayor circulación, mejores decisiones toman las editoriales; por enriquecer el análisis de sus libros para que el título indicado llegue a la librería adecuada”
“La distribución es importante en todos los tamaños”, sostiene Malumián, autor de otro libro iluminador del fenómeno editorial argentino –y latinoamericano– de estos últimos quince años, Independientes, ¿de qué (Godot, 2016), “Pero las editoriales más chicas estamos dando vuelta un estigma grande a que no distribuimos tan bien contra el músculo de las grandes, a que no hacemos tanta prensa como las más grandes, y, sin embargo, en los últimos años pequeñas editoriales pegan fenómenos de venta. Para que ese fenómeno ocurra, más allá de la calidad del texto, el libro se tiene que dar a conocer, eso no es ni más ni menos que una prensa bien hecha, y luego cuando la o el lector lo va a buscar a la librería, el libro tiene que efectivamente estar ahí, eso no es otra cosa que una buena logística”, aclara el difusor cultural, también creador junto a López Winne de la Feria de Editores.
En este renglón brilla el rol fundamental del librero en el ecosistema y la necesidad de abastecerlo con la mayor esmero y respeto, “uno de los efectos más importantes que deseamos construir desde la distribuidora es cierta emoción en el librero al momento de abrir las cajas con nuestro envío de novedades. Esa emoción que ya está latente en el librero la tiene que despertar la expectativa que generan los libros”, redondea.
Y la caja, va. Quedan lejanos los días de 1938 cuando se realizó el Primer Congreso Nacional de Editores e Impresores Argentinos, que en entre otras iniciativas –una, la necesidad de regulares ferias de libros–, cuestionaba las trabas que tenían las editoriales para distribuir sus catálogos en el territorio argentino e hispanoparlente. O no tan distantes. “Los principales problemas son las distancias y los costos de mover esas cajas con un producto, que comparativamente con otros, es barato. Una caja llena de libros que viaja de una punta a otra del país tiene un valor comercial que es una fracción del valor comercial que tiene la misma caja llena de celulares. En relación a las distancias y los costos está la infraestructura que no abunda y tampoco es de primer nivel. Un sistema más amplio de trenes de carga y centros de distribución entre otros facilitaría mucho el traslado de bienes”, remarca Malumián. Y agrega: “Creo, asimismo, que el reclamo general de las editoriales apunta siempre en el mismo sentido: el IVA al papel, acceso a una oferta más grande de papel, y políticas públicas de fomento de la lectura”, éste último uno de los debates presentes en el congreso de los treinta, que reunió desde Constancio C. Vigil de Atlántida a Victoria Ocampo y Leónidas Barletta.
Del autor al lector en el siglo XXI. “Creo que hoy por hoy gran parte del ecosistema del libro está pensando en el recorte o la curación. Algunos hablan de publicar menos, otros hablan del eje temático que exhiben en sus locales, en el caso de la distribución elegir bien una editorial y la forma en que se va a distribuir implica menos devoluciones además de la identidad transmitida. Detrás de la curación o del recorte hay una serie de dimensiones que son simbólicas, estéticas y comerciales”, señala el editor, que instituyó con la editorial, la distribuidora, la feria, la librería Metonimia, y el Club de Lectura Carbono, diversas capas de un campo discursivo diferencial frente a la vida hiperbólica del algoritmo. Justamente en el prólogo la académica chilena Andrea Palet, además editora, discute la nueva propensión de proyectos de editoriales de crear comunidades lectoras con ferias, librerías y charlas, a lo que Malumián confiesa que “la creación de nuevos lectores necesita de una potencia y alcance que solo un Estado nacional, o una organización de este tamaño, le puede dar. Luego están los distintos actores como las ferias o las editoriales que trabajan para aunar a los ya existentes lectores o lectoras en un espacio, o a través de diferentes intereses. Pero esto no reemplaza las políticas de fomento a la edición, políticas de fomento a la lectura, centros de distribución. O los funcionarios con los cuales poder dialogar, algo que sería muy interesante”, remata.
En los setenta, años previos el destape español, circulaban como “biblias” libros “gamberros, caóticos, líricos” que estimulaban la imaginación al poder de la década siguiente. Eran las publicaciones argentinas de las editoriales de Santiago Rueda, Jorge Álvarez y Boris Spivacow. “Si entendemos que un libro es un soporte para la transmisión de las ideas, si entendemos que en esa caja esa idea no se comunica con nadie, no podemos tomar otra decisión que preocuparnos un poco más por el destino los libros”, escribe Víctor Malumián, parado sobre los hombros de gigantes.