CULTURA
crítica

La política verdadera

En lo que Agamben llama “la máquina ontológico-política de Occidente”, el ser se divide en esencia y existencia, posibilidad y realidad.

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Agamben combina una vehemente erudición con su libre movilidad entre los conceptos. El filósofo italiano abre surcos reflexivos en los que siembra ideas como, entre otras, el biopoder (lo que regula la vida del sapiens en su dimensión de la salud o la muerte); el Homo Sacer, aquellos expuestos en la antigua Roma a su eliminación fuera del refugio de la legalidad, o del ser sacrificado en un rito religioso; el estado de excepción, la intemperie política que rebulle en la suspensión de la ley y la Constitución; la distinción entre la vida natural (zoe) y la vida política (bios); o la nuda vida, la vida desnuda sin resguardos o derechos.

Y la meditación que distingue entre lo posible y lo real es otro hilo dorado en la red de ideas agambiana. Cuestión que Agamben desmenuza en Lo irrealizable, que además del ensayo Lo irrealizable, incluye La antigua selva Chora Espacio Materia y una lección que el pensador dictó en 1987 para un concurso de profesor asociado de Estética.

En lo que Agamben llama “la máquina ontológico-política de Occidente”, el ser se divide en esencia y existencia, posibilidad y realidad. Dicha escisión es hurgada por la lente conceptual de Agamben en diversos momentos del pensar antiguo, medieval y moderno. Pero, en especial, el origen de la separación amanece en Aristóteles. La ousía, la “sustancia primera” subyace, hypokeímenon, a las predicaciones. El “hombre” por ejemplo es sustancia subyacente primera sobre la que se predica “animal” como “sustancia segunda”.

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La sustancia es central en el léxico de la ontología occidental. Y la huella aristotélica asimila “la existencia con el acto y la esencia con la posibilidad o la potencia”. La existencia así “realiza” la esencia, la posibilidad. La posibilidad aquí aparece determinada a realizarse por una necesidad lógica y ontológica (lo propio de su ser mismo). Pero, en contra de esto, para Agamben la posibilidad como potencia “no tiene ninguna necesidad de realizarse y de pasar al acto”. Por caso, si digo que tengo la posibilidad o potencia de escribir, el decir “yo puedo escribir” no significa que deba realizar la potencia en acto, sino que “escribir es algo inmediatamente verdadero y real, es mi forma de vida y no una potencia de la que yo sería titular”. Es decir: escribir no es una posibilidad a concretar sino que ya es para mí algo real, una forma de mi experiencia que, en mi auto-afectación, ya siento como realizada.

Así, lo posible no es “la inclinación a realizarse” sino “lo que se resiste a realizarse”. El dispositivo ontológico occidental impone el pensamiento que pendula entre la esencia y la existencia, entre lo posible y “su proceso incesante de realización”, pero esa realización es “continua e interminable”, nunca termina por realizarse. En su transpolación política esto significa las promesas que no se cumplen. Por eso la “cosa” del pensamiento no es la posibilidad como aquello que debe hacerse real. La “cosa” mejor del pensamiento es la “cosa misma” como un cántaro que “es el cántaro mismo en su apertura”, en lo que está ahí para ser percibido y experimentado en su “pura visibilidad”, en su “pura cognoscibilidad”, de modo tal que lo posible es lo real y “puede lo que es y es lo que puede”. La posibilidad es aquí lo pensado como lo irrealizado o irrealizable. Otra forma de entender lo posible como lo que ya se da en su mostrarse, en su aparecerse que nos afecta, y toca y alcanza nuestra receptividad, nuestro ser sensible. Y para el pensador romano, la política que se remite a esta “posibilidad irrealizable es la única política verdadera”.

 

Lo irrealizable. Para una política de la ontología

Autor: Giorgio Agamben

Género: ensayo

Otras obras del autor: Homo Sacer; Profanaciones; El hombre sin contenido; Autorretrato en el estudio; ¿En qué punto estamos?; El lenguaje y la muerte; Signatura rerum; Estado de excepción.

Editorial: Adriana Hidalgo, $ 19.000

Traducción: Rodrigo Molina-Zavalía