En el luminoso ensayo “Kafka y sus precursores”, Jorge Luis Borges redefine la palabra precursor por medio de la paradoja temporal, entre otras delicias de su prosa. De esta manera, premedita “un examen de los precursores de Kafka. A este, al principio, lo pensé tan singular como el fénix de las alabanzas retóricas; a poco de frecuentarlo, creí reconocer su voz, o sus hábitos, en textos de diversas literaturas y de diversas épocas. Registraré unos pocos aquí, en orden cronológico”. Esta organización, refuerza el sentido de dar vuelta la noción del tiempo, pero de manera ordenada. Porque lo que a Borges le interesa no es analizar de qué manera Kafka (incluso la propia obra del autor de Ficciones) influenció a los escritores que lo siguieron, sino encontrar a Kafka y su estilo en obras anteriores. Armar una genealogía, crear como hizo él mismo, como deberían hacer los escritores, a sus propios precursores.
Respecto de las imágenes, Georges Didi-Huberman en Historia del arte y anacronismo de las imágenes aborda una multiplicidad de problemas y debates de la historia del arte en relación con el tiempo. En este mismo sentido, la noción de anacronismo es decisiva para su postulación sobre que la imagen es portadora de memoria, de modo que la relación entre tiempo e imagen supone un montaje de tiempos heterogéneos y discontinuos que, sin embargo, se conectan. Para ello, el historiador del arte se pregunta, “¿Qué relación de la historia con el tiempo nos impone la imagen?”, y a continuación: “¿Qué consecuencia tiene esto para la práctica de la historia del arte?”
Estas dos intervenciones, primero, la de Borges para la literatura en el reconocimiento de la “voz”, los “hábitos”, incluso “imágenes” kafkianas en sus antecesores, en segundo lugar la del autor de Imágenes pese a todo: Memoria Visual del Holocausto que se basa en la ruptura epistemológica de Walter Benjamin, Aby Warburg y Carl Einstein contra la perspectiva de la historia del arte como disciplina humanista (de Vasari a Kant y a Panovsky) para postular que hay tiempos heterogéneos y superpuestos, más como un montaje que como una visión lineal, hacen posible una recorrida por Intermitencias, destellos y continuidades. Un encuentro inesperado entre Silvia Gurfein y Agustín Riganelli.
La que posibilitó esta reunión “inesperada” fue Teresa Riccardi, curadora y directora del Museo Sívori. De esta manera lo presenta en el texto que escribió para la muestra que está alojada en el exquisito Museo Larreta: “El tiempo, esa magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro, cuya unidad se traduce en segundos en nuestra percepción múltiple, es la que reverbera en las palabras de Silvia Gurfein sobre el parpadeo de su iris y sus círculos de monocopias cuasi-impresionistas. En otro universo paralelo, en devenir, de casi un siglo atrás, sale a la luz un conjunto de obras de la colección Sívori ensayando este mismo espíritu. Un escultor de pocas palabras, interno y atento al detalle intimista descansa de los días del bronce y rescata la misma técnica libre de estampación única.”
El hallazgo de las obras de Agustín Riganelli, nacido en Buenos Aires en 1890, hijo de inmigrantes italianos, escultor autodidacta que perteneció a la Escuela de Barracas, junto a José Arato, Adolfo Bellocq, Santiago Palazzo, Abraham Vigo y Guillermo Facio Hebequer, los así llamados “Artistas del pueblo”, dispara y promueve la posibilidad de pensar en sus monocopias y pinturas en relación con la obra de Gurfein, artista contemporánea, cuya obra se desarrolla mucho tiempo después. Ni Silvia, que nació en 1959, conoció a Riganelli, ni mucho menos, el autor de los murales “Blasfemia” y “Esfuerzo mental” que fueron rechazados por el Salón Nacional en 1914, llegó a saber de la existencia de esta artista, ya que murió en 1949. Justamente, el cruce es significativo cuando en las biografías los tiempos no coinciden ni hay intersecciones. Lo luminoso de este ejercicio imaginativo, la eficiencia del entrecruzamiento y la confluencia, es pensar a Riganelli a través de los ojos de Gurfein. Un acercamiento inicial a partir de la técnica: ambos realizan monocopias que es la estampación de una imagen por medio de materiales de impresión sobre una plancha de material conveniente. Gurfein usa un espejo como soporte de impresión que devuelve la imagen única y refleja, tal vez, más correspondencias.
Desarmar la línea de tiempo, proponer varias, ajustar el ojo para ver similitudes en los colores, formas semejantes, técnicas parecidas, un aire de familia, proximidad, analogías y distancias. En el caso de Gurfein, en las veladuras, en las borraduras, en la tela marcada por sus pinceles, están todas las reflexiones que se montan sobre las posibilidades de los materiales, el óleo y la tela. El paso de tiempo, aquello de la “vanitas vanitatum omnia vanitas”, (vanidad de vanidades, todo es vanidad), que, desde la Edad Media pasando por los bodegones barrocos, se empeña por medio de símbolos de recordarnos que vamos a morir. Porque ella pinta, al tiempo que reflexiona sobre la pintura. En la de flores y jarrones le sirve para la creación y postula una reflexión. O dicho de otro modo: los jarrones de Gurfein son práctica y teoría. De sus habilidades que involucran a la mano y el pensamiento. Un tratado sobre la sobre la tarea en sí, sobre su historia, su presente, el transcurso del tiempo entre el comienzo de una obra y su final, sobre la tradición de esta disciplina.
Una voz que resuena en el círculo, una geometría predominante en el universo de Silvia. El eco que reverbera y suena en “Pintura escondida. Nuevas conversaciones”, un cuadro de fondo muy azul y esferas como planetas de 2023. En su título está el presagio que busca en el pasado de la tradición de artistas argentinos retomar la charla sobre estos asuntos. Ahí donde la había dejado Riganelli, cuestionando, por ejemplo, el status quo del campo del arte, cuando formó parte de la creación del Salón de Obras Recusadas, una iniciativa que se oponía a los premios otorgados a obras adocenadas. O quizá, departir y tertuliar sobre estos cuadros más íntimos y personales de desnudos femeninos y paisajes. Coincidir y descubrir en ella la interlocutora perfecta para un legado de futuro insospechado.
Ficha de muestra
Intermitencias, destellos y continuidades.
Un encuentro inesperado entre Silvia Gurfein y Agustín Riganelli, muestra en colaboración entre el Museo de Arte Español Enrique Larreta y el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori.
Curadora Teresa Riccardi.
La muestra podrá visitarse hasta el 23 de marzo.
Museo Larreta, Av. Juramento 2291.