Otra vez con Viggo Mortensen como estrella principal del elenco –como en Jauja, su largometraje anterior–, Lisandro Alonso gira por el mundo con su nueva película, Eureka, probablemente la más osada de su carrera. Dura dos horas y media y empieza como un western en blanco y negro protagonizado por Mortensen y Chiara Mastroianni –la hija de Marcello y Catherine Deneuve, cantante y actriz–, continúa en una precaria reserva india de Dakota del Sur y finaliza en el Amazonas. El guión que escribieron Fabián Casas y Martín Caamaño introduce al cine de Alonso en el terreno de lo fantástico y la apuesta realmente funciona. Eureka combina con mucha imaginación el homenaje a un género clásico del cine (el western, quizás el más clásico de todos), la radiografía social de un grupo social brutalmente discriminado en Estados Unidos y una idea de emancipación simbólica que el director transforma más que nunca en cine de alto vuelo.
Después de su exitoso paso por Cannes, el nuevo largo de Alonso –director de películas que también cosecharon muchos elogios en festivales internacionales como La libertad y Los muertos– fue aplaudido en Viena, Nueva York y hace unos días en Mar del Plata. Ahora prepara su desembarco en el Festival de Gijón (17 al 25 de noviembre), uno de los mejores de Europa por la calidad de su programación y habitualmente muy receptivo con el cine argentino. Pero esta vez Alonso estará más solo. En esta edición del festival asturiano hay apenas dos películas argentinas: Eureka y Las cosas indefinidas, de la cordobesa María Aparicio.
La idea de Alonso es estrenar en Argentina en marzo de 2024, en el marco de un ciclo retrospectivo de toda su obra que organizaría la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, un lugar cargado de significados para el director por ser un reconocido refugio para la cinefilia y también el escenario de Fantasma, otra de las películas de su filmografía.
“Tardé diez años en hacer Eureka. Es mucho... Pero también estoy muy contento con el resultado –asegura Alonso–. Ya ganamos un premio en Lima y hubo muy buenas críticas en medios de todo el mundo. Me parece que hay muchas aristas por dónde entrarle: el western, un actor de la dimensión de Viggo Mortensen, la presencia de Chiara Mastroianni, que al ser la hija de dos grandes estrellas es una especie de embajadora del cine europeo, ese mundo poco conocido de la reserva indígena en Pine Ridge de Dakota del Sur. Filmarla fue una experiencia total. Siempre busco la aventura, el romanticismo de hacer una película en un lugar que no domino para nada. Eso suele pasar en el cine de Werner Herzog, por ejemplo. La importancia del lugar donde filmás... Los escenarios de mis películas son tan importantes como los personajes”.
Uno de esos escenarios de los que habla Alonso –más allá de los imponentes paisajes naturales de Portugal, México y Estados Unidos donde rodó Eureka– es el famoso (y muy turístico) Poblado del Oeste del desierto de Tabernas, en Almería, en el caluroso sur de España. Allí filmaba Sergio Leone sus célebres spaghetti westerns. Y allí estuvo Mortensen interpretando a un cowboy que, igual que su personaje en Jauja, busca a una hija a la que no ve hace años. Si bien los argumentos son distintos, hay conexiones entre las historias que Alonso pergeñó en sociedad con Casas (Jauja y Eureka), un gran escritor argentino que acaba de publicar su esperada tercera novela, El parche caliente. Y también una idea aventurada, nueva para el cine de Alonso: la reencarnación de una jovencita en un pájaro que, además de darle paso a la magia en esta ficción afiebrada, requirió un trabajo con tecnología digital al que este director nunca había apelado antes.
Aunque su trama parezca a primera vista anárquica y derivativa, el puzzle de Eureka se va configurando de a poco y la película tiene un norte y un sentido. Su disparador fue la situación crítica de una comunidad marginada (la tasa de desempleo en Pine Ridge es del 90%) que sobrevive como puede en un entorno muy hostil (en Dakota hay seis meses al año de frío muy intenso, con vientos brutales y tormentas de nieve) que Alonso conoció cuando estuvo becado en Estados Unidos. Y su desarrollo se anima con la resignificación de un género clásico: “Yo me formé viendo westerns, no discuto el valor cinematográfico de las grandes películas del género, pero sí planteo que fue un cine de frontera, hecho por blancos para blancos y básicamente para ganar plata. Nunca representó a ninguna comunidad nativa en ninguna de sus formas, así como hoy las fórmulas algorítmicas tampoco representan a nadie. Yo quise hacer una película que represente a alguien. Acá los indios no son los salvajes que hay que exterminar, sino un grupo social marginado que busca vías de escape para su drama cotidiano”.
Otras luces de la competencia
Eureka no la tendrá fácil en la competencia por el galardón mayor de la sección Albar de esta edición 61° del Festival de Gijón, donde aparecen varias películas de directores con mucho prestigio en el circuito internacional.
El coreano Hong Sang-soo, un cineasta prolífico, siempre bendecido por la crítica especializada y premiado en Gijón el año pasado, presentará dos largos: Nuestro día, otra de sus melancólicas obras de cámara, ya exhibida con buena repercusión en Cannes, y una auténtica curiosidad titulada In Water, filmada deliberadamente fuera de foco en buena parte de sus 61 minutos.
El veterano director francés Philippe Garrel llegará con Le Grand Chariot, la historia de una familia de titiriteros que recreó con un elenco armado justamente con integrantes de su propia familia. Su compatriota Catherine Corsini, con Le retour, una historia familiar ambientada en las playas de Córcega. Radu Jude pisará fuerte con otra película que confirma la vitalidad del cine rumano, No esperes demasiado del fin del mundo, una sátira de contenido social y político sobre el trabajo. Una programación que continúa una línea que Gijón desarrolló con José Luis Cienfuegos en la dirección y que reafirmó con su reemplazante desde 2017, Alejandro Díaz Castaño.