CULTURA
borges y la biblia II

La metáfora y el misterio

El lenguaje es falso (dice Crivelli en este ensayo, segunda parte de uno más extenso, que seguiremos publicando por entregas, que versa sobre Borges y la Biblia). Es Babel –continúa–, porque con él no podemos entendernos. Y el conocimiento, como consecuencia, es una Biblioteca de Babel. Para Borges, frente al abismo hay solamente metáfora, misterio y perplejidad. Borges nos lleva al borde del abismo, la conciencia de la muerte y la total ignorancia de lo que hay más allá. Borges se pregunta si hay acaso un Dios detrás de Dios. Así es como se burla de los dioses inventados.

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Perplejos. A izq., Jorge Luis Borges; a der., Maimónides. | cedoc

Yahvé no es tan cruel y siempre que nos castiga deja algún consuelo, alguna esperanza, como les sucedió a los hombres después de la torpeza de Pandora. Y así nos permitió que la imagen y el concepto puedan producir algo más que la mera representación. Sabemos que es posible un “mensaje atrás del mensaje”: la metáfora. 

Se trata de imágenes y conceptos que poseen alguna magia inasible, como la que guardan los enigmáticos mensajes de Hermes, el mensajero de los Dioses; o los mensajes de Apolo mediante sus Musas, o los mensajes de los Ángeles que vienen de Yahvé. 

Es cierto que estos anuncios herméticos o angélicos son siempre un enigma, nos confunden porque están “cifrados”, como diría Borges, porque aunque eluden la falsedad de la razón, usan sus instrumentos, la imagen y el concepto, y por eso hay que “descifrarlos”. 

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Abulafia, durante el siglo XIII en España, estableció un sistema de combinaciones numéricas, utilizando los números que cada letra hebrea simboliza. Abulafia partía de la creencia de que las palabras de la Escritura estaban cifradas, que tenían un significado místico que sólo se podía descubrir mediante la matemática. Veremos que Abulafia y los cabalistas creyeron que podían descifrar el lenguaje adánico oculto en el lenguaje matemático de la Biblia.

Pero también es cierto que, oculta entre imágenes y conceptos, brilla en esas metáforas la única luz que nos quedó, una luz tenue, cansada, que apenas ilumina, la única y gloriosa luz que tenemos. Y así, con nuestras imágenes rudimentarias y nuestras vacías palabras, podemos construir metáforas, mensajes angélicos, enigmas herméticos que nos aproximan al Misterio y que, lejos de avivar el entendimiento, despiertan el espíritu. 

En esos instantes tan fugaces, todo nuestro ser parece flotar, o más bien flota en el espacio interminable, en el tiempo infinito, cerca de la eternidad. Pero este don no es de todos. Solamente algunos, pueden tejer estos mensajes detrás de los mensajes. Los llamamos poetas y artistas. Los veneramos, desde Orfeo y desde Altamira. 

La Biblia y Borges nos acercan también a ese lenguaje de metáforas, a esos mensajes herméticos que a ellos les fueron dados. En este trabajo intentaremos indagar la huella bíblica en Borges y también las construcciones de Borges, sus metáforas, que propusieron atravesar las murallas babélicas que nos rodean desde la Caída, una empresa tan apasionada y bella como inútil, símbolo del fracaso. También intentaremos revisar sus coincidencias, paralelos e indagaciones disidentes. Sus búsquedas perdidas y desesperadas, que también son las nuestras.

Borges y el misterio. Borges no cree en un Dios. Pero posee la humildad propia de los sabios. Siente que el cosmos no nos ha sido dado aquí, que todo lo que nosotros pensamos, que es un orden, es en realidad ilusión. Y participa del escepticismo, de la desilusión kantiana: tiene una absoluta desconfianza de nuestros juicios, tanto de nuestros juicios científicos –que son juicios de probabilidad solamente– como de nuestros juicios metafísicos o lógicos, o matemáticos, de los cuales piensa que son tautológicos, un mero tejer y destejer vanos ovillos, como los de Cloto o los de Penélope. 

Sentimos a Borges vibrar junto con Anaximandro frente a lo que no conocemos, frente a ese caos señalado por el Griego, ese caos que tiene calificaciones tan duras y a la vez tan emocionantes, como lo desmesurado, el abismo, el precipicio, en las que Anaximandro denuncia lo provisorio de nuestra conciencia, cuyas “verdades” flotan como las de la matemática, entre postulados indemostrables, como el cero y el infinito, puro misterio, inconcebibles, incomprobables. 

La verdad existencial de ese caos esencial, su inaceptable significado, es el temor a la muerte, al cesar de la vida, a la absoluta ignorancia de lo que está más allá. El miedo de ser un animal más, como veremos en el Eclesiastés, el miedo a no haber sido creados a “semejanza de Dios”.  

Cada vez que puede, Borges nos lleva hasta el borde de ese abismo, hasta el precipicio, hasta “el lugar hondo en que no se oye la voz de Dios”. Y nos deja allí, perplejos, sin posibilidad alguna de abordar el entendimiento, fascinados y horrorizados por el Misterio. Borges es una especie de seguidor de Maimónides, que escribió la Guía de perplejos. 

“Procura aclarar ciertas metáforas oscuras que se hallan en los Profetas, y que algunos lectores ignorantes y superficiales toman al pie de la letra. Aun las personas bien informadas quedarían perplejas y se confundirían si entendieran estos pasajes en su sentido literal; empero, se sentirán por completo aliviados de su confusión y perplejidad cuando les expliquemos las figuras o simplemente les indiquemos que las palabras se emplean en sentido alegórico”. Maimónides, Guía de perplejos. Según Maimónides la Biblia es un mensaje metafórico, un mensaje detrás del mensaje, que permite asomarse al precipicio del Misterio. Nada más.

Caminos poéticos. Los perplejos de Maimónides recorren caminos de la Escritura, a diferencia de los caminos poéticos que recorren los perplejos de Borges. Pero el final, el límite de estos caminos es el mismo, el Misterio, frente al cual no cabe otra emoción que la perplejidad. (¿Es la perplejidad una emoción? ¿Solamente?). 

Borges y también Maimónides nos muestran todo el tiempo que ni los sistemas de nuestro pensamiento, ni la razón, ni el intelecto, nos permiten entender el universo, si es que hay uno que no sea mera ilusión. Porque “universo”, para nosotros y “cosmos” para los griegos, significa orden, límite, forma. Y no sabemos si esto, el orden, existe. Solamente sabemos que necesitamos suponerlo para sobrevivir. Lo único que hay es Misterio. Y Borges nunca, salvo alguna vez que veremos, propone que pueda haber un camino hacia ese misterio, solamente la quietud de la perplejidad.  

Borges, igual que un gnóstico, se burla de los dioses inventados, se pregunta en el poema Ajedrez si hay un “Dios detrás de Dios”, o sea que el infinito orden causal también afecta a este ídolo que hemos inventado y que llamamos Dios. Tiene plena coincidencia en una desconfianza radical en el saber humano y en cualquier cosmos, en cualquier orden o universo inventado por la razón. Y así se van formando ciertas “categorías borgeanas”, que surgen o replican categorías bíblicas: 

Para Borges, el cosmos, un supuesto orden manifiesto que niega el caos y que afirma una ley natural, es pura ilusión. Si hay ley, es secreta, es Misterio. Está en la “memoria eterna de Dios” (Everness, Borges.)

Y la conciencia, la razón, puro laberinto, porque en el centro está dominada por el deseo, escondido y vital, como un minotauro. El lenguaje es falso. Es Babel, porque con él no podemos entendernos. Y el conocimiento, como consecuencia, es una Biblioteca de Babel. Para Borges, frente al abismo hay solamente metáfora, misterio y perplejidad.