CULTURA
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La filosofía como invitación a la revuelta

La palabra que emplea el filósofo y poeta Lucas Soares en su libro “¿Qué es esa cosa llamada filosofía?” (Siglo XXI) es precisamente “revuelta” para responder a esa pregunta. Mejor dicho, entiende que delimita el núcleo de la práctica filosófica, el punto de quiebre en que esta se curva para tomar otra dirección y dar vuelta algo, hasta arribar a su procedencia. En el libro, además, florece una propuesta incómoda: sortear la velocidad extrema que proponen plataformas como Twitter para adentrarnos en lecturas y conceptos en los que el tiempo parece suspenderse; la experiencia sanadora.

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Palabras cruzadas. El filósofo y poeta Lucas Soares y la portada de su nuevo libro publicado por Siglo XXI; abajo, los “revoltosos”: Friedrich Nietzsche, Michel Foucault, Martin Heidegger y Ludwig Wittgenstein. | cedoc

Según la tradición de la filosofía, el estado de thaumazein, que se traduce como “asombro” o “admiración”, explica el origen del pensamiento filosófico. No es, sin embargo, de cualquier asombrarse o admirarse ante algo. El sentido de thaumazein se refiere a extrañarse, a inquietarse, a quedar estupefacto o perplejo, desconcertado, frente a una cosa o acontecer que, por más conocido que resulte, se vuelve desconocido o maravilloso (thauma significa “maravilla”, “sorpresa”). Si se atiende a esta peculiar afección de la que nace la filosofía, se hace más fácil comprender por qué la filosofía –al contrario que las ciencias– no tiene un objeto predeterminado de investigación y de reflexión. Se ha filosofado y se filosofa sobre muy diversos campos (el ser del ente, la política, el arte, la moral, la ciencia, la naturaleza, la historia, etc.) y, lo más importante, de diferentes modos. Algunas filosofías predominan durante una época, incluso siglos, otras permanecen en los márgenes, en latencia. En la actualidad, donde existen muchas cosas de las que asombrarse, está claro que el thaumazein también ha recaído sobre la misma filosofía, quizá y de un modo radical por primera vez en la historia.

Esta tendencia de la filosofía de la filosofía o “metafilosofía”, por demás interesante, porque todavía no se sabe qué está en juego, adquiere cierta vaga emergencia en 1970, en la revista Metaphilosophy, con la publicación de una nota del filósofo polaco-estadounidense Morritz Lazerowitz, en la cual afirma haber creado el concepto en 1940 para denominar la disciplina que investiga la naturaleza de las teorías filosóficas. El dato doxográfico, de todas maneras, solo indica que la filosofía como objeto de interrogación filosófica aparece a mediados del siglo XX. Si se busca antecedentes cercanos, un gran candidato es el Tractatus Logico-Philosophicus (1921) de Wittgenstein (“metafilosofía” se le ocurre a Lazerowitz hurgando en la obra wittgensteiniana). Pero, en rigor, la orientación metafilosófica, si existe como tal, no ha sido más que el anuncio de cierto ejercicio de la filosofía de la filosofía –basta mencionar ¿Qué es la filosofía? (1991) de Deleuze y Guattari o Márgenes de la filosofía (1972) de Derrida– que, después de todo, no procura sistematizar la teoría filosófica o descubrir cuál sería su esencia sino, más bien, girando sobre sí misma, busca provocar una insurrección, una insumisión o revuelta al modo de Nietzsche, Wittgenstein, Heidegger o Foucault.

La palabra que emplea el filósofo y poeta Lucas Soares (1974) en su libro ¿Qué es esa cosa llamada filosofía? publicado por Siglo Veintiuno, es precisamente “revuelta” –que alude a una colección que dirigió para Galerna– para responder a esa pregunta. Mejor dicho, entiende que delimita el núcleo de la práctica filosófica, el punto de quiebre en que esta se curva para tomar otra dirección y da vuelta algo, hasta arribar a su procedencia. Se persigue así, en este “revolver”, alterar, perturbar, subvertir o demoler los modos consolidados de pensar, desear, sentir y actuar –un modo de vivir, se diría– para abordar, con una perspectiva diferente, aquello que somos y cómo hemos llegado a serlo. Lo cual implica, para agregar otra vocablo afín, una revolución (del latín revolutio: vuelta o giro) y también una rebelión ante las definiciones canónicas de la filosofía y, en consecuencia, la asunción del pensamiento como aventura, experimento o, aún más, como horizonte siempre abierto. Para semejante empresa, que puede extraviarse fácilmente en un laberinto de dilemas y categorías, Soares propone algunas reglas: proceder por prueba y error, avanzar retrocediendo sobre los propios pasos o hacia los filósofos pretéritos, pensar a partir y contra alguien, dar vueltas en torno a unos cuantos conceptos cruciales, poner en cuestionamiento lo aprendido, sospechar de lo evidente y simple, indagar lo que se sabe y lo que no se sabe.

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Estas reglas o preceptos, que no ofician de método, por el mero hecho de que no saben lo que quieren (aunque aspiran a darse cuenta llegado el momento), y que por eso pueden llevar a todo tipo de aporías (lo que no estaría nada mal), no son de ningún modo caprichosas. Estrictamente se encuentran en línea con la filosofía como revuelta. Desde el thaumazein griego hasta la deconstrucción derridiana, desde Sócrates a Lyotard, desde la duda cartesiana al “estado de interpretado” del Dasein heideggeriano, la estrategia de Soares consiste en seleccionar revueltas filosóficas y mostrar, demostrando sobre esa base revoltosa, qué es la filosofía. Por otra parte, él mismo cumple, haciendo filosofía de la filosofía –o “metafilosofía”, si se quiere– con casi todas esas reglas: avanza retrocediendo, da vueltas alrededor de algunas temas (los efectos morales de la reflexión sobre el sujeto, la filosofía como therapia, el sentido de la vida, la imposibilidad de definir la filosofía, el pensamiento en la era digital), pone en entredicho lo asimilado (Platón y Aristóteles, siendo profesor de filosofía antigua), pero sobre todo –principio irreductible– sabe que no sabe.

En cualquier caso, la mayor influencia en la filosofía de la filosofía de Soares es Nietzsche, y no simplemente por citarlo más que a los otros, o bien porque la regla de pensar contra y a partir de alguien es de notoria impronta nietzscheana. De ningún modo: la revuelta, el alboroto, la insubordinación filosófica que lo maravilla está impregnada, bañada, de nietzscheanismo. Más todavía, la rebelión que propicia, aun incluyendo en ello al élenchos (“refutación”) socrático, se ubica en una franja histórica posnietzscheana. En última instancia, aunque Soares renuncia (o casi) a toda doctrina nietzscheana, no puede vencer la tentación de sugerir que la práctica filosófica apunta a la “transvaloración de todos valores” y de integrar, a esa gigantesca transmutación, al pensamiento de Foucault. Todo sucede, en ese sentido, de tal suerte que la última gran revuelta filosófica ha sido la de Nietzsche, cuya estela llega hasta nosotros poniendo en absoluto entredicho la filosofía y el orden del mundo bajo el que vivimos.

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