CULTURA
sorpresa y extrañeza

La escritora surcoreana Han Kang se quedó con el Premio Nobel de Literatura 2024

El Premio Nobel de Literatura a veces, depara sorpresas, pero hay veces que esas sorpresas resultan verdaderamente desconcertantes. La escritora premiada el martes pasado, escasamente publicada en español (solo cuatro libros, el primero de los cuales, “La vegetariana”, se tradujo y editó en la Argentina), es correcta, sí, pero tal vez uno espere más de un Premio Nobel. En cualquier caso, como se suele decir, “no es nuestra plata”, y cualquier puede hacer con la suya lo que quiera. La Academia Sueca creyó que Han Kang era este año la buena destinataria de un millón de dólares. Que los disfrute.

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Kang. La galardonada nació en Gwangju el 27 de noviembre de 1970. Han Kang es la primera Premio Nobel de Corea del Sur. | cedoc

La escritora surcoreana Han Kang nació en 1970, al sur de la península, en Gwangju. El jueves pasado recibió el Premio Nobel de Literatura a los 53 años, con una escasa obra publicada que consta de veinte libros que implican los géneros novela, cuento, ensayo y poesía. Hacia 1980, su familia se instaló en Seúl, la capital, donde completó la educación superior en Letras de la Universidad Yonsei. Durante tres años trabaja como periodista y hacia 1993 comienza a publicar, al menos un poema en una revista, y al año siguiente logra un premio por un cuento en un concurso organizado por un diario. En 1998 fue estudiante del Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa, Estados Unidos.

De regreso en Corea del Sur, su producción literaria recibe un empuje notable que combina publicación y premios locales. En 2000 obtiene el Premio Artista Joven del Año organizado por el Ministerio de Cultura, Deportes y Turismo de su país. Dos de sus ficciones llegan al cine, La vegetariana (2010, Festival de Sundance) y Bebé Buda (2011, Festival de San Sebastián). A partir de 2012, ejerce la docencia en creación literaria para el Instituto de Artes de Seúl. En 2016 recibe el International Booker Prize por La vegetariana, que se completan con sendos premios en Italia (el Malaparte) y Francia (el Médicis).

En la columna adjunta se reproduce un texto de Kang donde en plena vorágine de reconocimiento introduce en su método literario a los lectores internacionales, y lo hace a través de un folleto oficial que difunde la cultura surcoreana. Existen cuatro libros de Kang publicados en nuestra lengua, el primero lo publicó la editorial argentina Bajo La Luna –La vegetariana, 2012–, traducción de la coreano-argentina Sun-me Yoon, formada en Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Los otros tres títulos pertenecen a la misma traductora: Actos humanos y Blanco (Editorial Rata, España, 2018 y 2020 respectivamente); y La clase de griego (Random House, 2023).

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En el pasaje al inglés, por ejemplo, las traducciones de Deborah Smith fueron cuestionadas por ciertas omisiones y atribuciones al texto original. Un debate efímero que la misma traductora anticipa en una nota a la novela Actos humanos. Allí expresa cierta dificultad que enfrentó en un capítulo que está “escrito en un dialecto de Gwangju duro como un ladrillo, imposible de replicar en inglés; los dialectos coreanos están marcados principalmente por diferencias gramaticales en lugar de las palabras individuales. Para mí, la ‘fidelidad’ en la traducción refiere principalmente al efecto en el lector en lugar de ser una cuestión de sintaxis, por lo que traté de introducir un coloquialismo no específico”. 

Si bien la dificultad de la lengua de origen es evidente –hablamos de Oriente, del otro lado del mundo–, más que debatir las idoneidades editoriales resulta relevante centrarnos en la lectura de las tres novelas traducidas, dejando de lado Blanco, libro autobiográfico y de alguna manera epifánico, ajeno al género en que se centró Han Kang. 

La resonancia crítica, lectura, difusión y propagación de la figura de esta escritora es, sin dudas, La vegetariana, publicada por primera vez en 2007. Se trata de un tríptico bajo la condición narrativa de “punto de vista”. El marido, el cuñado, la hermana, dan tres versiones de la protagonista que deja de comer carne. No lo hace por moda, de ahí lo atractivo, sino por renunciamiento. De manera progresiva, en los tres narradores, trasciende ese proceso de abstención que, a la larga, lleva a lo inevitable. Una artista del hambre, emulando el breve cuento de Kafka, pero extendido en la sociedad coreana del consumo y desarrollo industrial.

¿Este tratamiento literario está explorado en todas sus aristas dando por resultado una novela admirable para el lector? No. Y es más, se puede señalar que resulta escaso. Que al texto no solo le faltó elaboración, es decir, densidad narrativa, tanto en descripciones como en ideas expresadas, también le faltan páginas. Es decir, en el tono gastronómico que sugiere el título, le faltó tanto cocción como componentes. A medida que se lee la sopa crema termina acuosa. Tal vez escaso resulta el lector pues se trata de Oriente, con otros códigos, costumbres, lengua, también historia. Exacto, pero se trata de literatura, libros, mercado, por eso hay otras dos novelas más que contemplar.

La clase de griego llega a librerías en Corea hacia 2011. En ella –con claras intenciones de dar a su prosa un anclaje en la literatura académica entre lo universal, lo global, y por qué no, lo contemporáneo–, Kang toma como punto de partida a Jorge Luis Borges y su relación con María Kodama (ambos mencionados al inicio), pero también a la conferencia “La ceguera”, publicada en Siete noches (1980). La trasposición ofrece a un profesor de griego estableciendo una relación con su alumna, que pierde tanto el habla como al propio hijo. Y nuevamente, para el lector, queda expresa cierta sequía, o peor: ausencia de ideas. Con un homenaje de semejante talla, resulta una oportunidad perdida.

Pero en esta falla literaria aparecen otros síntomas. Nos encontramos ante una escritura irreprochable, medida, justa, con matices precisos, ningún exceso, ninguna duda o cavilación respecto a la lengua, a la expresión, al tono de una afirmación. Es tan prolija que ambos personajes apenas están descritos, como si fue-ran máscaras situacionales, o muñecos arropados con roles. ¿Son personajes o avatares de sí mismos? 

Y hay más: el pensamiento está escatimado. Kang escribe con un estilo justo: pedirle más es injusto, incluso inapropiado, ¿cómo la crítica puede entrometerse con la carnalidad de quien escribe? Por el resultado. Porque adviene el tedio, la purga por repetición, la anticipación de lo por venir de tan anunciado el gesto de ficción. Es todo tan trillado que el profesor de griego resulta víctima de una especulación romántica insulsa, que se pierde en sí misma, por descuido de la autora, o resignación...

Aquí es donde ingresa el campo político a través de la historia que, en esta progresión de obra, toma forma de novela en 2014 con Actos humanos. Tal vez éste era el paso que faltaba para obtener el Nobel de Literatura. La configuración poliédrica del texto reconstruye la masacre de Gwangju, represión llevada a cabo por la dictadura coreana, títere de la ocupación militar norteamericana. Es tal la dispersión de lo narrado que existe una especie de licuación anodina de los sucesos históricos, más allá del horror, más allá de las víctimas. Esto resulta sorprendente por su efecto general: la invocación de una condición superior de injusticia revoca el análisis de las condiciones materiales para que ocurra la masacre.

Otra vez la insuficiencia, en este caso, cardíaca. La carencia de pulso emocional en Actos humanos resulta sospechosa, la historia de Corea exclama una sumisión militarista de casi todo el siglo XX, donde su población, su lengua, está cruzada por la muerte y sumisión más allá de la inmolación laboral en pos de una reconstrucción económica y social. ¿Pero basada en qué modelo? ¿Nacionalismo, asimilación de Occidente o implantación de un bálsamo para que todo siga igual sin preguntas ni respuestas? Es evidente que esta novela no está a la altura de Vida y destino de Vasili Grossman, pero tiene un referente femenino, también ganador del mismo premio.

En el retrato de situaciones caóticas por revueltas sociales en Oriente durante el siglo XX, resuena vívida El patriota de Pearl S. Buck (1892-1973), escritora norteamericana que residió en Shangai durante más de cuarenta años, Premio Nobel de Literatura 1938. Pero Kang no tiene la visión religiosa, pionera del oeste en Oriente, de Buck, que conforma un prisma exótico y a la vez humanista. Muestra sí, un distanciamiento llamativo con los hechos, con buenos modales narrativos, de tan intensos más que evidentes, dando por resultado que la conjura criminal se diluya en la evocación melancólica de una culpa cuasianónima. ¿Cómo es esto?

Narrar eludiendo las condiciones materiales para un exterminio humano no significa reclamo por realismo, sino respeto al tendal de víctimas. Por caso, la lectura que deriva es que la posición del escritor necesita de una distancia objetiva, acaso soberbia, despojada de toda abstracción y análisis pormenorizado de los hechos, o de sus consecuencias catastróficas. Entonces, esta narración de la historia, ¿qué culpas opaca o disimula? Interesante incógnita. Kang tiene un nuevo desafío ante sí: validar el premio recibido, el Nobel.

Su nuevo trabajo va sobre la masacre de la isla de Jeju, ocurrida en 1948, donde parapoliciales conformados por coreanos expulsados del norte mataron a más de 30 mil insurrectos. ¿Acaso estos abordajes literarios están blandiendo la responsabilidad política norteamericana como idealización de una disculpa? Toda esa melancolía y tristeza regurgitada tal vez hace de velo, mientras los culpables y sus cómplices envejecen, impunes, al igual que los familiares, conformando una casta, beneficiarios de semejantes aberraciones… Algo que los argentinos conocemos, más allá de toda lectura.

 

Mi estilo de escribir: el deambular con preguntas ardientes o frías
Han Kang

La vegetariana es mi tercera novela larga. La primera novela, El  venado negro, fue una novela de viajes (road novel) en la que un hombre y una mujer buscan a una mujer desaparecida siguiendo sus rastros, y la segunda, Tus frías manos, maneja un estilo de crónica que narra la historia de un escultor que trabajaba en el moldeado en yeso y que salía con dos mujeres. Luego de haber escrito La vegetariana, en la que deseaba hacer un cuestionamiento sobre la violencia y la salvación, la posibilidad de la inocencia y la belleza, escribí la cuarta novela del género de misterio, Pelea de aliento. Es la historia de un crítico que define la muerte misteriosa de una pintora como un suicidio y escribe una crónica para mitificarlo, y paralelamente la amiga de la pintora, quien se opone al crítico, redobla sus esfuerzos para escribir un libro con una versión diferente sobre el hecho. En esta novela quise describir el punto límite donde se encuentran la vida y la muerte; la verdad y la falsedad; la memoria y la realidad.

Confesándolo, Pelea de aliento, que me llevó cuatro años y medio escribirla, partió de la pregunta que había lanzado en la última parte de La vegetariana, si realmente nosotros podemos aguantar este mundo donde coexisten agudamente la violencia y la belleza. No era que quisiera buscar la respuesta a esta pregunta, sino que solo quería perfeccionarla. La protagonista de esta novela es una mujer débil con un estado inestable en su interioridad, pero llega a abrazar enérgicamente la vivacidad de la vida durante el proceso de perseguir las huellas dejadas por su difunta amiga y querer esclarecer que la muerte de su amiga no fue un suicidio. Escribiendo el desenlace de la novela me di cuenta de que el desvelo que conlleva la pregunta, a veces, por sí mismo nos puede conducir a la respuesta.

Después de aquel empeño, en la reciente y la quinta novela La clase de griego (2011), que he escrito en dos años, esta vez se inicia a partir de la última fase de la Pelea de aliento. Suponiendo que nosotros tengamos que vivir abrazando este mundo, si realmente fuera posible vivir de esta manera, entonces ¿cómo deberá ser esa vida? La clase de griego es una novela que narra el encuentro de un hombre que iba perdiendo la vista paulatinamente y una mujer que un día repentinamente padece afasia. A diferencia de las novelas como La vegetariana o Pelea  de aliento, que se desenvuelven en un medio violento, ésta es una novela tranquila. Los personajes son solo estas dos personas, sus vidas se superponen cortamente en el silencio, llegando al final de la novela. La escena de la conversación en la que la mujer escribe unas palabras con su dedo índice en la palma del hombre en la oscuridad, tal vez fue la escena más luminosa entre las novelas que he escrito hasta el momento.

Escribir novelas tiene algo de similar con el deambular. Con las preguntas ardientes o frías se avanza o se retrocede. A veces se vuelve al mismo lugar de donde uno había partido. Finalmente, luego de mucho tiempo, uno puede rememorar qué camino había venido recorriendo. Dentro de poco comenzaré a escribir mi sexta novela, pero todavía no sé de dónde debo comenzar a partir de la quinta novela ni qué camino debo tomar. Lo único que tengo en la mente es que la voy a escribir pausadamente. Continuaré deambulando por la vida que se me ha otorgado abrigando preguntas ardientes o frías.

Publicado en Acerca del mundo literario de Han Kang, Literature Translation Institute of Korea, Seúl (2012).