CULTURA

Godard el anacoreta

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Jean-Luc Godard es el más admirado de los cineastas admirados. Y es, también, el más inaccesible de los cineastas inaccesibles. Godard el anacoreta. Godard el misántropo. Godard el solitario. En 1976, Deleuze decía: “Es un hombre que trabaja mucho, y por tanto está necesariamente en una absoluta soledad. Pero no se trata de una soledad cualquiera, es una soledad extraordinariamente poblada. Una soledad múltiple, creadora”. Ultimamente, ese retraimiento ha adquirido un aspecto más deshabitado y melancólico porque Godard parece saber que es el último individuo de su especie.
Como muchos de nosotros, Rubén Plataneo ama a Godard y ha cultivado esa devoción en sus propias películas. En 2012, se estrenó su documental El gran Río. Allí, la cámara sigue a un rapero africano que ha viajado escondido en el timón de un barco de ultramar desde Guinea hasta Argentina. En realidad, el joven Black Doh quería ir a Europa; pero, al cabo de un largo periplo, terminó en Rosario y desde allí ha continuado con su proyecto musical. El mismo año del estreno, Plataneo recorrió varios festivales europeos acompañando su película. De pronto, advirtió que estaba cerca de Rolle y –quizás inspirado por su propio film de polizones– decidió lanzarse a la aventura: sin mapa y sin brújula, se internó en la inhóspita Helvecia en busca de J-LG.
Plataneo hizo, en nombre de todos, lo que siempre quisimos hacer, pero nunca nos animamos. Ahora ya está: uno de nosotros fue y le tocó el timbre a Godard

*Ensayista.