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Liberal clásico

Filosofía en 3 minutos: Alexis de Tocqueville

En la historia de la filosofía política ha sido Alexis de Tocqueville (1805-1859) sobre quien recayó tempranamente la responsabilidad de pensar el futuro de la democracia, como se muestra en su obra primordial, "La democracia en América", publicada entre 1835 y 1840 en dos volúmenes, luego de su viaje por Estados Unidos.

Alexis de Tocqueville
Retrato de Alexis de Tocqueville (Verneuil-sur-Seine, Isla de Francia, 29 de julio de 1805-Cannes, 16 de abril de 1859). | Cedoc Perfil - Wikipedia.org

No es un secreto para nadie que las democracias occidentales, al menos por el momento, se encuentran jaqueadas por partidos y movimientos de extrema derecha, algunos decididamente revolucionarios, cuyos principios e ideas, cuando no sus mismas acciones, cuestionan los fundamentos de las instituciones democráticas y del Estado moderno. Denominar a esas fuerzas políticas, como hacen algunos, “populismo” sencillamente significa confundir la estrategia que implementan con su ideología y, sobre todo, con sus objetivos. Más adecuado parece, en ese sentido, designar a esas nuevas derechas como “neorreaccionarias”, y sería fácil demostrar que el epíteto se ajusta en gran medida a sus propósitos de instaurar un orden social y económico anterior al que hoy existe y supuestamente mejor. El hecho, como se observa en el presente, es que estas ultraderechas neorreaccionarias han logrado, a diferencia de los viejos reaccionarios de los siglos XVIII y XIX, poner en crisis a las democracias desde dentro mismo de ellas, subvirtiendo sus valores tradicionales. La cuestión, por lo tanto, compromete al sistema democrático en forma integral, no solo respecto de las desviaciones y limitaciones sino también en cuanto a sus tendencias más profundas.

En la historia de la filosofía política ha sido Alexis de Tocqueville (1805-1859) sobre quien recayó tempranamente la responsabilidad de pensar el futuro de la democracia, como se muestra en su obra primordial, La democracia en América, publicada entre 1835 y 1840 en dos volúmenes, luego de su viaje por Estados Unidos. Por empezar, el régimen de gobierno democrático, en Tocqueville, distingue un tipo de orden social que se define por oposición a la sociedad aristocrática, basada en privilegios hereditarios y no en la igualdad, como la democracia. En esta, de todos modos, descubre una serie de peligros (tiranía de la mayoría, centralización administrativa, unanimidad de opiniones, materialismo, individualismo y, como resultado, un nuevo despotismo) en cuyo retrato la escuela liberal ha entrevisto la prefiguración del Estado intervencionista, lo que de ninguna manera agota las previsiones de Tocqueville. A partir de la relectura del filósofo y sociólogo francés Raymond Aron a fines de los años 50, en realidad, se abrió un horizonte más variado de interpretaciones, que se ha reforzado, si se quiere, con el advenimiento de las extremas derechas neoreaccionarias en las democracias occidentales. 

Tocqueville nació en el seno de una familia aristocrática (los Clérel, que adoptaron hacia el 1600 el nombre de la parroquia en donde poseían el feudo: Tocqueville) y su primera educación fue impartida por un clérigo. Realizó sus estudios secundarios en el liceo de Metz, ciudad del noreste de Francia, donde su padre había sido trasladado como prefecto bajo la monarquía de Carlos X. En 1823, retornó a París para cursar la licenciatura en Derecho. Luego, a fines de 1826, viajó a Italia y Sicilia en compañía de su hermano Édouard. Al año siguiente, de regreso, por disposición real, obtuvo un puesto como juez auditor en el tribunal de primera instancia de Versailles. En 1832 renunció al cargo en solidaridad con su colega y amigo Gustave de Beaumont, que había sido relevado de sus funciones por negarse a representar al ministerio público en el proceso contra Sophie Dawes, baronesa de Feuchéres, protegida del rey Luis Felipe, por la muerte del príncipe Luis Enrique de Borbón. Según los biógrafos, el violento cambio de dinastía en 1830 con la coronación del duque de Orléans, que puso fin al reinado de los Borbones, horrorizó a Tocqueville y acentuó el interés por conocer los Estados Unidos y la democracia. De modo que solicitó al Ministerio del Interior una licencia para llevar a cabo una investigación sobre el sistema penitenciario estadounidense, que era un tema discutido en Francia desde hacía algunos años.

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El 2 de abril de 1831, junto con su amigo Beaumont, Tocqueville se embarcó hacia Estados Unidos, y llegó el 11 de mayo a Nueva York, en época de la primera presidencia de Andrew Jackson, fundador del Partido Demócrata. A lo largo de nueve meses, emprendieron un forzado itinerario por varios estados de la Unión (la tuberculosis que terminará con la vida Tocqueville tempranamente fue contraída durante ese viaje), en especial por el norte y con preferencia por Boston, Filadelfia y Nueva York, durante el cual se entrevistaron con el presidente Jackson, el expresidente John Quincy Adams y con juristas, escritores y empresarios. Regresaron en febrero de 1832. De ello surgió en 1833 la publicación de El sistema penitenciario en los Estados Unidos y su aplicación en Francia – libro escrito en su mayor parte por Beaumont – y, más tarde, el primer tomo de La democracia en América, que alcanzó en breve tiempo un resonante éxito. En Inglaterra, John Stuart Mill celebró la obra en la London Review. En 1835, después de casarse con Marie Mottley, una inglesa seis años mayor que él, Tocqueville volvió a Inglaterra (había viajado por primera vez en 1833) y visitó Irlanda, donde fue recibido con honores. También tuvo oportunidad de conocer a Mill en persona, seguramente el lector más lúcido de la obra de Tocqueville en aquellos tiempos.

En 1836 La democracia en América fue distinguido con el importante premio Montyon otorgado anualmente la Academia de Ciencias de Francia y la Academia Francesa, y Tocqueville viajó a Suiza, donde permaneció entre julio y septiembre. Fue elegido miembro, en 1838, de la Academia de Ciencias Morales y Políticas y en 1841, con treinta y seis años, ingresó a la Academia Francesa.  Si el primer volumen de La democracia en América se focaliza en la influencia de las leyes y las costumbres políticas sobre la población, el segundo volumen, publicado en abril de 1840, se refiere a la influencia del Estado democrático sobre los sentimientos y las opiniones de los estadounidenses. El libro, a pesar de las criticas favorables, en primer término por parte de Mill, se vendió y difundió menos que el primero, quizá debido al tratamiento más abstracto y general (es decir, más filosófico) de su objeto principal de estudio: la democracia.  En 1837, Tocqueville fue nombrado Caballero de la Legión de Honor y lanzó su candidatura como diputado por la circunscripción de Valognes, sin suerte. En 1839 insistió y fue elegido diputado por el pueblo de Normandía que lleva su mismo nombre e integró una comisión que investigó la esclavitud en las colonias francesas de las Antillas (Beaumont y él, desde 1834, eran miembros de la Sociedad para la Abolición de la Esclavitud que presidía el duque de Broglie).  

Tocqueville se opuso a la revolución de 1848, que destronó a Luis Felipe de Orleans e instituyó la Segunda República, y asimismo al golpe de Estado de Luis Bonaparte (Napoleón III) en 1851-1852, que terminó con la Segunda República (de la que, por otra parte, Tocqueville fue miembro de la Asamblea Constituyente, breve ministro de Asuntos Exteriores y vicepresidente de la Asamblea Nacional) y fundó el Segundo Imperio.  El más célebre de todos sus discursos parlamentarios –al menos el que suele citarse como el más célebre– fue el que pronunció el 27 de enero de 1848, un mes antes del estallido de la insurrección popular, en el cual prevenía sobre una inminente conmoción, políticamente regresiva, que no consistía en un mero cambio de régimen político sino de organización social. Después del establecimiento del Segundo Imperio, Tocqueville se retiró de la política y se dedicó a la que sería su última obra, que no llegó a concluir, El Antiguo Régimen y la Revolución (1856), en el cual vuelve de un modo u otro a su preocupación central respecto de un movimiento histórico que juzgaba inexorable: el futuro de la democracia. 

En La democracia en América se presentan considerables dudas acerca del sistema democrático. La igualdad en tanto tendencia, para Tocqueville, se bifurca en dos posibilidades de desarrollo: una impulsa directamente los ciudadanos hacia la independencia y puede llevarlos a la anarquía, y la otra los conduce por un sendero, más largo y más oculto pero más seguro, hacia la servidumbre. Por eso no creía que Estados Unidos había hallado la única forma posible de gobierno democrático y proponía algunas medidas (equilibrio de los poderes, virtudes asociativas, Justicia independiente, libertad de prensa, religiosidad, espíritu público, etc.) para conjurar esas tendencias a la anarquía y la servidumbre, las cuales hoy se revelan manifiestamente insuficientes. Tocqueville compara, con cierta dramaticidad, a la democracia estadounidense con los niños privados de cuidados paternos que se crían por sí solos en la calle. Observa que se menospreciaba la autoridad, y que los pobres y ricos se refutaban mutuamente, la ciencia se emancipaba de la religión, el bienestar de la virtud y el genio del honor, a la vez que lo verdadero y lo falso se confundían en los discursos y en los hechos. Pero, aun así, deposita alguna esperanza de redención para el futuro de la democracia, tanto con relación al despotismo como la anarquía.  

En todo caso, según Tocqueville, no se debe esperar que la libertad individual llegara a ser tan amplia en las naciones democráticas como en las antiguas aristocracias. Esto, a su vez, no le parece deseable, ya que piensa que en los regímenes aristocráticos se sacrifica frecuentemente la sociedad al individuo y la prosperidad del mayor número a la riqueza de unos pocos. La democracia que concibe es una sociedad en la cual las diferencias sociales no son rígidas ni basada en privilegios que se trasmiten legalmente sino frágiles y dinámicas, hasta donde sea posible como consecuencia del esfuerzo personal. Por supuesto, Tocqueville distingue claramente la inmigración de las colonias del Norte (Connecticut, Rhode Island, Massachusetts, Vermont, New Hampshire, Maine) de la del Sur, en cuanto esta introduce la esclavitud y la primera los principios de libertad, igualdad y soberanía popular (derecho a legislar y libertad municipal, en lo que se registra la influencia de Rousseau) que juzga la esencia de la democracia. Sin embargo, no deja de señalar que los prejuicios raciales en Estados Unidos son más visibles en los estados abolicionistas que en los esclavistas. De igual modo, valora la libertad de prensa estadounidense como ambigua, porque entiende que ocasiona tanto males como beneficios. 

En el segundo volumen de La democracia en América y en el prefacio de El Antiguo Régimen y la Revolución, Tocqueville argumenta que el aislamiento de los individuos de las sociedades democráticas –una característica de estas– es una de las causas del despotismo, en la medida que exacerba la inclinación a preocuparse solamente de los asuntos personales y a encerrarse en un individualismo indiferente a los intereses colectivos. El mero interés individual como finalidad de las acciones tiene como consecuencia la desaparición de la esfera pública, la despolitización de la sociedad y eventualmente la emergencia del despotismo. Otros de las causas que generan un gobierno despótico en las democracias reside en el afán de igualdad, porque si los individuos no la consiguen en libertad la prefieren en servidumbre. El concepto de Tocqueville de “tiranía de las mayorías”, quizá el más difundido de su pensamiento, define como un peligro extremo la dilatación del principio mayoritario de la democracia. Y no solo en lo político y legislativo (lo que no percibe en Estados Unidos) sino, más todavía (lo que sí percibe), en el pensamiento por la opinión mayoritaria, de cuyo predominio alerta como un despotismo de una nueva especie. Dicho de otra manera, la mayoría de la población no necesita de leyes para imponer sus creencias y costumbres a los disidentes. 

Este aspecto de la “tiranía de las mayorías”, que ejerce una suerte de vigilancia y censura sobre el pensamiento, nivelando las opiniones y conductas, ha sido poco desarrollado por la tradición liberal, con excepción de John Stuart Mill. Se ha prestado más atención, mucho más, a las advertencias de Tocqueville en torno a un tipo de gobierno despótico que sería similar, según algunos intérpretes liberales, al del Welfare State, ya que se configura como un poder inmenso y protector. Sus rasgos consisten en hacer felices a los gobernados, cuidar de ellos, proveer medios de seguridad, resolver sus necesidades y placeres, conducir sus principales asuntos, dirigir su industria y, al fin, reducirlos a un rebaño de individuos tímidos y trabajadores, por entero iguales entre sí, cuyo pastor es el gobierno. Tocqueville considera que esta clase de despotismo, legitimado por elección, puede coexistir con ciertas formas de libertad, y al mismo tiempo subraya que la mayoría que lo sostiene se compone de individuos aislados, ajenos entre sí, privados de cualquier facultad para orientar y controlar al gobierno por sí mismos y, por consiguiente, exclusivamente dedicados a sus intereses personales y bienestar material. 

Este pastor despótico, queda claro, no es el reverso del individualismo, que para Tocqueville oscila entre la sumisión y la anarquía, sino su producto. En el segundo volumen de La democracia en América, en el capítulo titulado “El individualismo en los países democráticos”, aparece la distinción entre egoísmo e individualismo, donde el primero consiste en un amor apasionado y exagerado hacia uno mismo y el segundo un sentimiento reflexivo y pacífico que incita a cada ciudadano a aislarse de la masa y a mantenerse aparte con su familia y amigos, hasta que finalmente se transforma en egoísmo. El individualismo utilitarista es inherente a la democracia y se incrementa a medida que las condiciones se igualan. Incluso la ciencia, en los países democráticos, persigue lo útil y rentable, mientras el mercado impone los gustos, no da lugar a los innovadores y los comerciantes y mediocres descuellan por sobre los creadores auténticos. Por otra parte, el deseo de bienestar material y prosperidad económica, preponderante en la clase media y en individuos que quieren bastarse a sí mismos, comporta un serio daño para las democracias, y tanto que Tocqueville, en El Antiguo Régimen y la Revolución, llega a decir que allí radica la madre de la servidumbre. 

La democracia en América también incorpora, entre las causas del despotismo, la demanda de orden y seguridad, algo que las extremas derechas neorreaccionarias, y en todo el mundo, han aprovechado. No es que Tocqueville menosprecie la paz pública, por el contrario, pero afirma que el despotismo penetra en las sociedades a través del orden. La raíz de la exigencia de orden está en el temor de perder, ante los disturbios públicos, la protección y los pequeños goces de la vida privada. Según esto, cuando los ciudadanos lo único o lo principal que reclaman de sus gobernantes es el mantenimiento del orden, ya se encuentra dispuesto a declinar su libertad en favor del propio bienestar y, de esa manera, a aceptar la tiranía. Por lo demás, Tocqueville expresa un liberalismo político que confluye, como sucede en Mill, con la justicia social, y explícitamente ligada con la condición pauperizada y opresiva que reconoce en la clase obrera de la economía industrial, como un punto débil de la democracia. Los propietarios fabriles, para él, aunque no componen una aristocracia –carecen de tradición y de prestigio cultural, entre otras virtudes aristocráticas–, podían en el futuro llegar a convertirse en una plutocracia sobre la base de la desigualdad social. Tal la predicción de Tocqueville que la ola neorreaccionaria, todo lo indica, ha reavivado.  

 

*Doctor en filosofía, profesor de UBA y del Centro Cultural Rojas. 

Su último libro es La era del kitsch (Alción Editora 2021), Segundo Premio Nacional de Ensayo Artístico 2022 otorgado por el Ministerio de Cultura de la Nación. 

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