CULTURA
La Cultura: ¡Afuera!

Feria del Libro: debate caliente

Con María O'Donnell en la moderación, y la participación de Martín Kohan, Alejandra Laurencich, Hernán Lombardi y Lucas Llach, tuvo lugar en la Sala Victoria Ocampo un encendido debate en torno a la política cultural implementada por el actual gobierno. Aquí los detalles.

Debate Final Feria del libro
La cultura en el centro de la escena. Sala repleta para escuchar a los disertantes. | Gentileza organización

Afuera se reunían los bandos desde temprano. Había un grupo de personas, pilotos y paraguas, arremolinadas para el ingreso conjunto por Plaza Italia. A la vuelta, unas chicas de mochilas y prendedores, consultaban agitadas la ubicación de la Sala Victoria Ocampo. Faltaban casi dos horas para el debate de cierre, “La cultura en el centro de la escena”, la novedad de la Feria del Libro 2024. “Una invitación al pensamiento crítico”, se anunciaba el pasado domingo, y que oficiará de balance de cierre a partir de esta edición. Y la conclusión de la Feria del Libro, que congregó casi un diez por ciento menos que el año pasado, tuvo más de la pé de “picante”, palabra que anticipaban los organizadores, que de “pensamiento”. Pé que también conforma polarización y partido. Como en la vieja política criolla, la política facciosa que la democracia de masas y el consenso pretendió dejar atrás, el salón de la Rural fue atrio de un campo de batalla. Con la Cultura, herida, confundida y afuera. 

Muchos esperaban a Beatriz Sarlo sentada en medio de Martín Kohan, Alejandra Laurencich, Hernán Lombardi y Lucas Llach. Hubo suspiros y sonrisas cómplices cuando se anunció su desafección por “motivos personales”. Así que no hubo otra, a los que iban por la palabra intelectual, que acomodarse en una sala repleta, y recinto listo, a brincar ante el menor detalle coyuntural. Algo que empezó temprano en la memoria a Victoria Ocampo, la intelectual que “quemó” fortunas por la cultura argentina, graficó la presentadora Gabriela Saidón, mientras denunciaba que el gobierno nacional reduce drásticamente el Proyecto Sur de traducción de la literatura nacional. Así dio paso a María O´Donnell, que poco pudo moderar, y apenas acotó, sobrepasada con las réplicas de los debatientes, a medida que subía la temperatura, incómoda y nerviosa en su rol.  

En un texto leído, la narradora y editora Alejandra Laurencich arrancó el debate aclarando que “quisiera plantear la necesidad de que no usemos más en la cultura palabras como batalla, dominación, combate. Palabras que sólo sirven a quienes buscan desatar una guerra. Dejemos de hablar de batalla y hablemos de encuentro cultural, de promoción cultural. Hoy el valor de la Cultura es atacado. Y un bien como la Cultura no se combate, se apoya y se protege”. Y amplió su postura comprendiendo la difícil situación económica pero que no se resuelve “desfinanciando la educación ni las artes”.  Tomó la posta al diputado nacional Hernán Lombardi e inició citando de memoria a John Stuart Mill, “quien decía que las opiniones de los otros son las que enriquecen a uno”. El mismo inglés, por cierto, que en otro párrafo de “Sobre la Libertad” estampaba “La peor ofensa (a la libertad) que puede ser cometida consiste en estigmatizar a los que sostienen la opinión contraria como hombre malos e inmorales”. 

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Destacó más adelante Lombardi el clima de debate de otras Ferias del Libro, varias ediciones que participó en importantes cargos ejecutivos municipales y nacionales, y un “punto que no deberíamos tocar: la Cultura como factor de convivencia y como construcción de identidad. Cultura como explorar otros caminos y el respeto al otro. Creo que en la Cultura como elemento esencial de las bases del mañana”, aseveró aunque no se escuchó del todo claro debido a que giraba una y otra vez la cabeza. Y lo hizo durante todo el debate.  

 

Libertad y carajo

Y allí empezó Lombardi con el candombe, ya que “no quiero rehuir ninguna polémica”. Y puso en público un disparador para los conferenciantes, que los organizadores habían hecho circular solamente entre ellos, “el protagonismo desaforado de la libertad. No. Bienvenido el protagonismo de la libertad”. Desde el fondo los “ajá” iban en aumento que se hicieron histriónicos con el “lamento que el presidente no haya venido a la Feria del Libro”. Hubo que esperar al final de la actividad para que Natalia Zito, una de las organizadoras junto a Gabriela Saidón, explique que el “desaforado” se justificaba con un presidente que firma cada twitter con “Viva la Libertad, carajo”. Según la Real Academia Española, que citó el mismo exministro para desambiguar el término desaforar, o sea quebrar los privilegios, carajo refiere al miembro viril. Poco se escuchó la salvedad de la mujer escritora y docente Zito.  

 

Los economistas toman el Poder

Quien había escuchado atentamente, tomando notas, quizá el único que punteaba meticuloso, fue el escritor y docente universitario Martín Kohan. Y a medida que hilaba sus frases, el color de su cara viraba al rojo. “Si se abre una batalla cultural, o disputa cultural, en torno al cine, estaríamos hablando del cine y de qué tipo de cine se quiere promover en Argentina. Ésa es una discusión que podríamos llamar batalla cultural. Reventar el Incaa no es ninguna batalla cultural. Es reventar el Incaa”, opinó el crítico literario, y desgranó las áreas estatales impugnadas en esta “arremetida contra la Cultura” y cerró con un “la Cultura, ¡Afuera!”, que recibió la ovación de un sector del fondo, y las muecas de los invitados delante. Uno de ellos aprovechó para una selfie, con los panelistas de decorado, en el instante que Lucas Llach recordaba sus épocas de estudiante de CBC de la UBA y a unos “alemanes que reunieron más de 160 definiciones de la palabra cultura”. Y como buen economista, “ahora que tenemos hasta un presidente economista”, se jactó, se enredó en la utilidad de las palabras. Pero la cultura, o la batalla cultural, parecen exceder la contabilidad o la utilidad, y “tienen que ver con cuestiones como la limpieza étnica, y no con el valor relativo de un discurso o una telenovela”, despejaría en los lejanos noventa Terry Eagleton, inspirado en los estudios culturales que cambiaron tantas lentes de qué entender y cómo entender el valor, civil, identitario y mercantil, de la Cultura. 

Estudios Culturales que señalaron que el fuego, o la bendita “polarización” o “batalla cultural”, no se inició en Argentina, que viene desde los lejanos tiempos del Estado de Bienestar y la reacción neoliberal, y el irresuelto conflicto entre igualdad y libertad. Esto flotaba en las palabras de Llach cada vez que comparaba con sentencias de alta pantalla y ponía en discusión el rol del estado financiando las universidades públicas o políticas culturales, a las cuales dijo asistían y disfrutaban “en su mayoría, no digo solamente, sectores medios-altos”, en un país que “los niños de Jujuy pasaban hambre”. Entonces las pretendidas discusiones conceptuales por la organización, amén del sambenito de pensamiento crítico, languidecían en el fragor de una tarde de perros afuera. Y adentro, hubo quien aseguró que Mario Vargas Llosa fue el primer nobel sudamericano en asistir a la Feria, que Bukele es un éxito en seguridad “aunque está violando algunos derechos, no sé”, que los libros eran para “gente rica, así que por qué se desgravan del IVA”, o que las universidades deberían celebrar porque solamente hubo una reducción presupuestaria del 25%, menos del diez porcentual que el resto de la sociedad. Aleluya. 

 

El Gran Ausente

No hablamos de Juan Bautista Alberdi, aupado al mármol neoliberal, y de quien no se sabe si se alaba el que pensaba que mejor el arado al alfabeto para los argentinos, o el que defendía al Paraguay civilizado de los tiranos Solano López, en la Guerra de la Triple Bárbara Alianza.  Alberdi el mismo que vivió gran parte fuera de la Argentina, encandilado desde la juventud romántica por los salones parisinos. No, el Gran Ausente fue Javier Milei en la mayoría de las reflexiones de los participantes, salvo en Martín Kohan que destacaba reiterativo la impronta y retórica violenta del presidente. “¡No sé cómo hacen para no pensar en él!”, exclamó Kohan. En distinta agenda, Lucas Llach lo mencionaba de manera subrepticia, destacando que es la “economía, el tema relevante de la Argentina”, y que la derecha, de la cual fue funcionario en gestiones radicales y macristas pasadas, alguien que se definió liberal-socialdemócrata, “es la que está proponiendo cambios y el ejército progresista es el que resiste. Hace mucho tiempo que no escucho una propuesta reformista del progresismo. Eso quedó para Milei, que es propiedad solamente, y menos Familia y Tradición”, curiosa reformulación del economista, que fue compañero de Ernesto Sanz en las PASO de 2015. 

Y que resulta más curioso que no se mencione al presidente porque fue el mismo Milei quien puso en duda, y no de la mejor manera, la continuidad de las entidades culturales y educativas nacionales. En otra ausencia en la mesa de pensamiento crítico, más bien se trató del diario de Yrigoyen -que no existió, digamos de paso- de cada panelista, a la pregunta de la segunda parte, “¿El Estado tiene que financiar la Cultura?”, faltó una bastante anterior, “¿Qué Estado estaría construyendo la ciudadanía?” Huelga la pregunta por esa posibilidad que emerge de una sociedad, de una Cultura, con individuos que  concuerdan un objetivo común mínimo, y que se esquirla más que en ideas gramscianas de batallas culturales, cumpliendo las sociedades agonísticas y delatoras de Carl Schmitt. El otro Gran Ausente para entender el estado de cosas del mundo contemporáneo.  “Basta de ruido y de bandos”, anhelaba nostálgica Alejandra Laurencich, reviviendo los días de goles mundialistas, y cinco millones en las calles, sin ningún incidente.  

 

Debate fallido

Para la segunda parte del encuentro quedó una discusión donde ninguna parte se vistió de la “mejor versión del adversario”. Todos los panelistas coincidieron en el “financiamiento público de la Cultura” aunque aumentaron el playlist de números y estadísticas, unos defendiendo un “modelo exitoso de la Ciudad de Buenos Aires donde el dinero llega a donde tiene que llegar”, y los otros, machacando con el cuestionamiento estatal de “financiar la Cultura, con un presidente que defenestra las prácticas culturales. Y que esa lógica de la violencia, de agravio y la denigración de Milei ha sido trasladada a la sociedad. Ese es el problema grave que tenemos y que a muchos les gusta y replican. Se llama curro a toda la Cultura y adoctrinamiento a la educación pública”, un inconveniente previo e “ineludible” a cualquier “chance de mejorar funcionamiento de los organismos de cultura”, recalcó Martín Kohan. Antonio Gramsci, a quien se cita y muy mal los que hablan de batalla cultural, pensaba en una cárcel fascista de Bari en 1931, “Comprender y valorar con realismo las posiciones y las razones del adversario significa precisamente haberse liberado de la prisión de las ideologías -en sentido de fanatismo ideológico-, o sea, situarse en un punto de vista crítico, que es el único fecundo”. Casi cien años después, en un Palermo que no era el italiano, volaban delante y en el fondo nombres de gestiones pasadas, Jaimes, Máximos, Cristinas y Mauricios, y no brotaba la discusión que soñaba el marxista peninsular afín al pensamiento crítico.  

Hacia el final todos querían dar la última estocada. Y aquel “enriquecer a todos del debate”, una hora y media antes, que prometió el presidente de la Fundación El Libro, Alejandro Vaccaro, fracasó en el ruido. Kohan seguía micrófono en mano, inquiriendo que “manden comida” a los niños pobres de Jujuy o Formosa y la “extorsión de enfrentar un plato de comida o una entrada de cine”; y Llach, sonrisa ganadora, tirando la cuerda, “entonces que regalen plata para todos”. Afuera de la Victoria Ocampo, la disputa por la verdad revelada seguía entre los acólitos de uno y otro, tirándose trenes y pestes bíblicas. Subidos en la escalera mecánica, algunos posteaban frenéticos frases en 140 caracteres, inclinados al aparato. Y la gente, muchos que habían arribado temprano para el debate, entraba y salía sin libros, o sea sin libertad.