CULTURA
vigencia y homenaje

Espejo de un futuro presente

A noventa años de la presentación de Manifestación, de Antonio Berni, el dúo Mondongo retoma el legado para hacer su cuadro como actualización de la obra del artista rosarino. La muestra, que puede visitarse en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires hasta el 23 de septiembre, pone en discusión el rol que puede asumir el arte comprometido con las cuestiones sociales de su tiempo. Además de la remake en plastilina de Manifestación, se exhiben un tondo, también en plastilina, de dos metros de diámetro y una gran instalación de sitio específico.

23_06_2024_antonio_berni_gzamalba_g
Antonio Berni. | gza. malba

En “Notas sobre Brecht”, Ricardo Piglia realiza un análisis de uno de los libros centrales del dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht que desde su título evoca El compromiso en literatura y arte. Minuciosa e inteligente lista de 17 puntos confecciona el escritor argentino para abarcar las extraordinarias consideraciones sobre las disputas centrales del siglo XX que relacionan arte y compromiso, arte y papel del artista, arte y función, arte y clase social, arte y mercancía, arte y realismo, arte e ideología.

En los ensayos escritos a lo largo de treinta años, el autor de Madre Coraje y sus hijos reflexiona sobre la cualidad mutable e histórica del arte, despojándola de la ilusión idealista inherentemente humana de permanencia y fuera del curso de la historia. Será imprescindible, para Brecht, “si el concepto de obra de arte ya no puede mantenerse para la cosa que resulta de transformar una obra en mercancía, entonces tenemos que suprimir ese concepto con cautela pero con denuedo, a no ser que queramos liquidar conjuntamente la función de esa cosa, pues tiene que pasar por esa fase”.

Asimismo, la nueva función de la literatura (lo podemos extender al arte en general, sobre todo, al teatro) se deberá emplazar en la sociedad a partir del enlace con una práctica fundamental: la lucha de clases. Según Piglia, “para Brecht la significación ideológica del arte, el modo de producción, las formas de distribución y de consumo, el público, los protocolos de lectura, la práctica del escritor, es decir el sistema literario en su conjunto, está determinado por los intereses de clase y son los intereses de clase los que en cada caso deciden qué cosa es el arte y a quién (para qué) “sirve”. 

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

La consideración del artista solitario (marginal, maldito, incomprendido), el imaginario “destructor” de los valores burgueses es lo contrario a la definición brechtiana, que es deudora de la crítica materialista. Brecht rechaza este robinsonismo literario: niega que la “separación poética” preserve y asegure a la literatura en el capitalismo. Descarta que un individuo marginado, libre de cualquier lazo social, pueda realizar la operación de poner en crisis a la sociedad. Más bien todo lo contrario, esa libertad ideal será un refugio imaginario, inofensivo, inoperante para algún cambio social.

Por su parte, no relega la función de la forma en la que el arte se expresa; no la somete al “contenido”. Más bien, la experimentación con la materia o con el lenguaje es primordial para la modificación de la experiencia artística y su impacto en la política y el cambio de la sociedad. La operación es sofisticada y deliciosa. Así la comenta Piglia: “El realismo brechtiano combina distintas técnicas e instrumentos de trabajo para producir un efecto de realidad. En este sentido, para Brecht no es realista quien “refleja” la realidad (y en sus ensayos no habla nunca de la teoría del reflejo) sino quien es capaz de producir otra realidad”.

Pinta tu aldea. ¿Cuáles habrán sido los interrogantes que se propuso Antonio Berni al considerar la realización de Manifestación en 1934? En ese cuadro, pintado con temple sobre arpillera, es probable que estuvieran presentes sus convicciones sobre hacer justicia con la realidad, su entorno, la denuncia y el delicado equilibrio entre esto y las posibilidades estéticas de la vanguardia. La preocupación por que el compromiso del arte con la revolución y con la lucha para la liberación de los pueblos no aplastara los criterios estéticos. No caer en el “retroceso forzado” del realismo socialista que, según el artista, no servía ni como denuncia ni como evolución estética

Ir a la realidad que le rompía los ojos con un pincel y la idea de que esos rostros anónimos que reclamaban en Rosario, obreros y trabajadoras que pedían pan y trabajo, servían como expresión de una causa, al tiempo que era una renovación para el sistema del arte. Que finalizado el conflicto desde un pensamiento utópico, esa obra atravesara los tiempos y fuera parte de una tradición. Podemos decir que la primera parte no se cumplió, manifestaciones, reclamos, desigualdades, incluso se incrementaron, pero el pensamiento y la realización artística del rosarino dieron sus frutos y fue valorada en la posteridad. 

Tanto es así, que los artistas de Mondongo, seguramente con otras cuestiones y diferente contexto, retomaron el legado para hacer su cuadro como actualización de la obra de Berni. La referencia directa se vuelve una parodia como homenaje que, en términos clásicos, sería lo que Don Quijote de la Mancha es, en muchos de sus pasajes, respecto de las novelas de caballería: la recreación de una fórmula, la reescritura del original, tan logrado como él mismo. Traer Manifestación al presente es, además, una operación borgeana. De nuevo, volver a escribir El Quijote como Pierre Menard, aquella proeza de letra a letra porque “no quería componer otro Quijote –lo cual es fácil– sino El Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran palabra por palabra y línea por línea con las de Miguel de Cervantes”.

Escape del realismo a la realidad. “No soy realista, soy un materialista; escapo del realismo yendo hacia la realidad”, decía Sergei Eisenstein con palabras que parecen de Brecht. En tantas ocasiones entrar a los museos fue un refugio, una alternativa para quitarse el día a día, para que el arte sucediera en su actividad terapéutica de “alma”. La visita suponía la restauración momentánea de la tranquilidad, que las “bellas artes” cumplan el papel, entre otros, de entretenimiento, distracción, placer y regocijo. 

Emplazados en lugares lindos y prósperos, con instalaciones confortables, intenciones educativas, estas instituciones desvían el decurso de la vida para un espacio de divertimiento: una suerte de pausa a la locura general. Muchas veces los contrastes están entre ese interior acogedor, grato, confortable y la miseria circundante, las situaciones poco auspiciosas, el caos, las necesidades insatisfechas. La cercanía entre barrios de diferente composición social, ingresos económicos y culturales es una barrera infranqueable para la comunicación entre mundos diversos. 

Pero algunas veces, tanto en la historia del arte como en los espacios que participan de él, se hacen permeables. Los poros se dilatan, las paredes se adelgazan y algo de lo que sucede extramuros se cuela y se instala en el centro del arte, menos como un contenido que como un problema de esos que atacan directamente a las preguntas por el sentido de esta práctica, de las nociones de artista. Interrogantes como flechas que sugieren respuestas precarias, alternativas, divergentes. 

La belleza que ofrece la incomodidad, el asunto inconveniente, engorroso y molesto. Nada más lejos, en este caso, que sacárselo rápido de encima. Por el contrario, hacer de él un doloroso trastorno. Un test de supervivencia para momentos en los que la realidad es más dura que la piedra. Para esto, Brecht como guía y vademécum que no nos deja solos, al momento de la entrada y nos colabora con la interpretación. 

De “villa tachito” al Malba. No es solo el cuadro de Berni de esos rostros cansados y dolientes. Tampoco el alto relieve de Mondongo, realizado con plastilina y técnica sobresaliente, espejo del futuro (y presente) de esa obra, confirmación de que la lucha continúa en las calles con distintos participantes, pero con las expectativas en suspenso. No es el ejercicio imaginario de una estetización de la pobreza, de la inclemencia. Ahí donde se entra en la casilla que recibe al visitante, como una alfombra roja de lo precario, para depositarlo en las contradicciones indispensables que recubren toda la propuesta, ahí, quizá suceda algo. Puede ser desde el descreimiento hasta la intolerancia; tal vez, el gesto inaugural de una “experiencia inmersiva” en la vida de los otros; seguramente la contemplación y una alternativa de toma de conciencia. Aunque leve y moderada en su transformación, la salida nos deja distintos. 

Una vez más, lo decimos con Brecht: “A través de los aparatos la sociedad absorbe todo lo que necesita para autorreproducirse”. Por lo cual el arte cumple una función orgánica: difunde y “estetiza” las costumbres, las creencias, los modos de vida. Una función que podría considerarse, también, en su costado positivo. Brecht lo ve de esa manera: “Viene a echar luz sobre la manera como hoy las cosas espirituales se convierten en materiales”. Por lo tanto, la función social del arte está definida no por las ilusiones ideológicas de los artistas, sino por la producción de mercancías. Ese momento “positivo”, nos explica Piglia en el luminoso análisis, será porque “se borra el aura romántica, espiritualizada, que rodea y encubre el trabajo artístico”. Se rompe la ilusión de un artista libre y desinteresado, la espontaneidad y la idea de igualdad entre artista y público, que se verá sometida “a la prueba de realidad de los aparatos culturales”. En las palabras memorables de Brecht: “La cultura burguesa no es lo que ella piensa de la práctica burguesa”.

 

Ficha técnica

Mondongo 

Manifestación

Malba

Av. Figueroa Alcorta 3415, CABA. 

De jueves a lunes de 12 a 20 y miércoles de 11 a 20. 

Martes cerrado.