CULTURA
crítica

Ensayo con público

Hermana de las escrituras de sus compañeras de sello, Gabriela Bejerman y Vanina Colagiovanni, epigramas y candores, Martínez encuentra en los niveles de realidad un acercamiento de las maneras que somos con los otros. Y cómo los otros nos advierten la senda de la novela familiar con monstruos de sobra y pocos finales felices.

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En el gesto de Manuela Martínez en Días de estreno hay una necesidad y un temblor. La de convertirse en impostora de sí misma. Y en el cuenco de estas andanzas de mujeres que empiezan a clausurar puertas en la ventura de saber que “no me morí ahí porque tenían que venir más cosas”, escribe multiplicidades femeninas que vislumbran cercas familiares. En la tapa de esta antología, imaginamos, una madre parece animar a la hija cruzar el camino de rocas traicioneras. Atrás, la nada. La niña, pies en el aire, desconfía antes de que al llegar reciba el empujón del Primero, felicitaciones. Acá no hay prédicas para la juventud ni la madurez, arréglenselas, che.

Con Primero, felicitaciones, en forma del diario de una adolescente en vías de transformarse en una “chica feminista progre verde libre” (sic), arranca la compilación que crece en precisión y voz propia con el correr de las páginas.

Una vez que redime las afirmaciones identitarias, que se imponen varias de las escritoras centenial, aquellas nacidas en el filo del milenio, Martínez suelta la lengua y explora, precisa, las dificultades de la intimidad contemporánea, que hace difícil no “mantenerse a flote” sino “quedarse quieto”. El desasosiego corroe a sus personajes, de un tiempo que no repara en los detalles ni en los stickers pegados debajo de la piel, en la tónica que ya aparecía en el debut literario de hace un par de años, la novela El último hombre perfecto (Ediciones B).

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Hermana de las escrituras de sus compañeras de sello, Gabriela Bejerman y Vanina Colagiovanni, epigramas y candores, Martínez encuentra en los niveles de realidad un acercamiento de las maneras que somos con los otros. Y cómo los otros nos advierten la senda de la novela familiar con monstruos de sobra y pocos finales felices. Puede ser la vieja amiga en un manicomio, en La linda del grupo; o la abuela que hacha las cabezas listas para cortar, en Las flechas, donde la autora desembroza los miedos de cargar con las taras de un nuevo mundo bravo, la adultez.

“Hace frío. Todavía no lo siento en el cuerpo, me doy cuenta porque cuando suspiro me sale humo de la boca. Es blanco. En cuanto sale, se funde con la niebla”, remate del redondo Una gran nube blanca, el cual rearma el vértigo de legados con imágenes, diálogos y situaciones que abruman, sumergidas en un pasado nebuloso, que jamás se llegará a descifrar. Y, que como en Segundo plano, mejor salir arando luego de acariciar al perro moribundo.

El último cuento, Ensayo general, es la confirmación de los destellos y medianías de esta compilación de una escritora cachorra. Cegadora carga autobiográfica de la autora, hija de actores famosos, Manuela Martínez arrastra entre bambalinas la demoledora semblanza de la pareja de artistas que se pierden en el aplauso. Y que desconocen si el zumbido de la despedida es la turbina de avión, a la espera de nuevos aeropuertos, o el velador de la hija que, al fin, se duerme.

Días de estreno

Autora: Manuela Martínez

Género: cuentos

Otra obra de la autora: El último hombre perfecto

Editorial: Rosa Iceberg, $ 22.900