CULTURA
Apuntes en viaje

El rito

Propagados con los ecos tartamudos de la distancia, asoman destellos de ardientes luces que se amplifican con el resplandor de un incendio forestal.

28_07_2024_rito_martatoledo_g
| marta toledo

En el dilatado cordón de aparcamiento que se extiende en paralelo a las costas del Parque 2 de Febrero ya no queda espacio. Las motos se suceden apiladas en una ristra interminable. Nadie en esta ciudad quiere perderse el espectáculo. Propagados con los ecos tartamudos de la distancia, asoman destellos de ardientes luces que se amplifican con el resplandor de un incendio forestal. Una vez dentro, tiendas desperdigadas en disposición coreográfica se entrelazan con los vigorosos escenarios que escupen magma de manifestaciones artísticas. El enjambre de familias fluye serpenteante entre pasarelas custodiadas por la fronda de lapachos, aguaribay, pimenteros, algarrobos y centenares de esculturas materializadas de múltiples maneras. Una limpieza de exposición quirúrgica se reproduce en la placa viva desde la Avenida de los Inmigrantes hasta las orillas del río Negro, que hoy parece más flaco que ayer. Estrangulado a sus extremos, el afluente almacena las rebabas del lodazal. Los días en Resistencia, en esta primavera invernal, son tibios y calmos. Y se deslizan, suavemente. Con la delicadeza y el encanto de un vuelo de gaviota. Y con una rapidez similar.

En el centro del predio, demarcado por cintas de seguridad, se encuentra el cuadrilátero que alberga a los contendientes al título: diez son los escultores de distintas nacionalidades que, armados con soldadoras, martillos y amoladoras, se esmeran para ejecutar la proeza, espléndidas máquinas de sangre con sus sombras extendidas en el asfalto. Pero aquí, en la Bienal del Chaco, a diferencia de un combate encarnizado de oponentes, aflora el gesto de camaradería. De súbito, Jimmy Lee estira la osamenta, cogotea hacia ambos lados a la vez que blande con la diestra un tarro de pintura; la conexión visual fecunda con Bernardi, Luis, el único argentino en competencia, que le transmite al traductor las indicaciones que este enhebra con pericia: You have to mix it with tinner. Well, it’s not tinner. It’s similar: aguarrás. El escultor norteamericano vuelve a su corral con satisfacción, metido en una órbita espesa en la que está girando a millones de vueltas por segundo.

A escasos metros, en el interior de la carpa de Maestros Artesanos de Pueblos Originarios, Rosa teje la cesta con una destreza admirable. Es una mujer sin edad, encantadora. Caderas anchas, los hombros flacos. Ostenta una cabellera bien alimentada, llagas en las manos, la cara surcada por prepotencia del sol criminal que anida en Villa Ángela, la ciudad donde vive. Su mirada es deslumbrante, profunda, hechicera. Si conseguís realmente detenerte en ella, o más que eso, penetrarla hasta el hueso, te das cuenta de que todo cabe ahí, en ese instante. Cada puntada que entrelaza persigue el milagro de la transformación.

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El vocerío llega del sector de comidas con entonación de comedia. Las palabras cursan el aire a ritmos discontinuos. Se precipita una brisa muy baja, intermitentes rulos de viento acercan el rechinar del cuero asado que expone una viva relente de ajo. El sol del atardecer rueda sobre la grama a velocidad pedestre, adquiriendo en el deslizamiento tonalidades vesperales, otorgando una luz de fantasía. Hoy he bebido a gotas la exuberancia de obras de arte en una fiesta popular sin precedentes, de manera que a esta hora estoy extasiado y extenuado, como participante de un rito de exploración psicotrópica. En escasos instantes la oscuridad llegará precipitada para cerrar el día como una almeja. En lo alto, el colosal David que la Ciudad de las Esculturas exhibe con orgullo, proyectará el conjuro sobre la multitudes, armónicos cuerpos deambuladores arrastrados por el despotismo de las expectativas.