CULTURA
vigencia de lovecraft

El llamado

La vida del autodidacta H.P. Lovecraft (1890-1937) fue sedentaria y en apariencia tranquila; sus relatos, sin embargo, refieren a un horror inasible y cósmico. Para él, la civilización humana es apenas un frágil momento de involución o decadencia, a merced de fuerzas mágicas y primordiales. Editorial Colihue preparó una nueva edición de sus Cuentos, que incluye los más conocidos, así como un apéndice que contiene cartas y los ensayos Detrás de las puertas y Algunas notas sobre alguien que no existe. A modo de adelanto, reproducimos pasajes del libro.

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Polímata. A consecuencia de su estado frecuentemente débil y enfermizo en su infancia, Lovecraft se convirtió en un autodidacta temprano, fascinado tanto con la literatura como con la química, la mitología, la geografía y la astronomía, que lo acompañarán a lo largo de su vida. | cedoc

En 1933, Howard Phillips Lovecraft (1890-1937), más conocido como H.P. Lovecraft, escribe un texto llamado Algunas notas sobre alguien que no existe (Some Notes on a Nonentity) para Unusual Stories, una publicación donde le proponen hacer una breve autobiografía. Por distintos motivos, el artículo no se publicará sino hasta 1943, es decir, seis años después de muerto Lovecraft. La postergación modifica involuntaria y fatalmente el sentido de aquel título, tornándolo tan literal como macabro: en efecto, Lovecraft ya no existía. En ese texto se ve con claridad el tono que el escritor adopta a la hora de hablar de su propia vida: “Para mí, la principal dificultad al escribir una autobiografía es encontrar algo de importancia para decir. Mi existencia ha sido tranquila, carente de hechos de relevancia e indistinguible, y en el mejor de los casos puede sonar deplorablemente chata e insulsa en el papel”. En cierto modo, su apreciación es auténtica: la suya es una vida más cercana a la austeridad, a la rutina y a la rigurosidad antes que a la peripecia. No hay grandes viajes (nunca sale de los Estados Unidos), ni múltiples casamientos (apenas una mujer con la que convive dos años), ni escándalos amorosos, ni pasatiempos arriesgados y distantes de la quietud de la escritura y la lectura, ni persecuciones políticas, ni exilios ni cárceles. Los cuarenta y seis años de Lovecraft –nacido en Providence, Rhode Island, y fallecido en el mismo lugar, como producto de un cáncer intestinal–, son años de estudio y de fascinación por el conocimiento, de una escritura prolífica, dispersa y heterogénea. También son años de frecuentes combates contra una salud frágil, de vívidas imaginaciones juveniles en convivencia con pesadillas y terrores nocturnos.

A consecuencia de su estado frecuentemente débil y enfermizo, Lovecraft se convierte en un autodidacta temprano, fascinado tanto con la literatura como con la química, la mitología, la geografía y la astronomía, que lo acompañarán a lo largo de su vida. Tras la muerte de su abuelo, recibirá una módica herencia de 2.500 dólares y se encargará de dosificarla para vivir muy modestamente, ayudado por pequeños empleos. Entre ellos, la escritura de relatos para diversas revistas, como por ejemplo Weird Tales, una publicación de pulpa, como otras tantas de corte popular en la década del treinta y del cuarenta, que prometía historias poco convencionales. Lovecraft publicará allí buena parte de sus cuentos y se volverá, al menos durante cierto tiempo, un ícono de la revista. De hecho, no sólo publicará con su nombre: en 1924, el editor Edwin Baird le propone escribir en calidad de escritor fantasma (ghost writer) el relato “Bajo las pirámides” (“Under the Pyramids”) para Harry Houdini, el conocido mago y espiritista, y le ofrece cien dólares como anticipo. Houdini no escribía relatos, pero la revista ambicionaba su presencia con el fin de incrementar su caudal de lectores. Uno de los biógrafos de Lovecraft, S.T. Joshi, cuenta que el mago, al leer el manuscrito de la historia, la aprobó fervorosamente.

En un período relativamente breve, Lovecraft escribe, siempre para Weird Tales, El horror de Red Hook (The Horror at Red Hook) y El llamado de Cthulhu (The Call of Cthulhu), en 1924 y 1926 respectivamente. Con posterioridad, en 1927, finaliza su ensayo El horror sobrenatural en la literatura (Supernatural Horror in Literature), que se publica en la revista The Recluse. Ese mismo año escribe dos relatos significativos: El caso de Charles Dexter Ward (The Case of Charles Dexter Ward) y El color que cayó del cielo (The Colour Out of Space). En el caso del primero, su aparición es tardía: Weird Tales lo saca a la luz ya muerto su autor, en 1941. Con respecto al segundo, se publica el mismo año en que lo escribe, en la revista Amazing Stories. Cabe agregar un detalle curioso: si bien la revista publica con celeridad el relato de Lovecraft, la relación del escritor con el editor, Hugo Gernsback, dista mucho de ser buena, debido a que éste paga muy poco por la historia, apenas veinticinco dólares. En los años siguientes, Lovecraft se negará a enviar otros relatos a Amazing Stories, y a su editor lo recordará en ocasiones como “la Rata” (“Hugo the Rat”).

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Temas de su literatura. H.P. Lovecraft definía el efecto que provoca su literatura como “horror cósmico”; de hecho, lo horroroso, según su concepción, se encuentra fuera de lo pensable, en un terreno cercano a lo inasible, que pone en crisis el universo tal como lo conocemos. En su literatura, el problema no reside en un individuo portador del mal (como sucede en Drácula, de Bram Stoker, por ejemplo) que viene a diseminarlo por el mundo y, por ende, a poner en riesgo su existencia. Esa circunstancia ofrecería potencialmente un rasgo consolatorio: el de saber que si se consigue eliminar al individuo amenazante, su desaparición conllevará por fuerza la desaparición del mal y el restablecimiento del orden. En Lovecraft la cuestión es más compleja porque el problema es que el mal ya está en el mundo (en nuestro mundo), y es tan antiguo como él, pero se halla oculto, velado tras siglos de civilización, aunque no por ello menos latente.

Es posible ver, en muchos de los cuentos de HPL, una poderosa dicotomía que los atraviesa: se trata del par Antigüedad/Modernidad. El mundo moderno, con sus paradigmas lógicos, científicos y racionalistas, y bajo un implacable sesgo capitalista, ha erradicado las antiguas supersticiones, los ritos, la magia y las tradiciones pretéritas. Las ha enterrado, las ha olvidado o, a lo sumo, las ha conservado a modo de pintorescos y anacrónicos fenómenos, tomados por inofensivas curiosidades. Sin embargo, la racionalización no ha sido total. El mundo arcaico subsiste, silencioso y terrible, al margen del conocimiento de los hombres, y su lugar está con frecuencia bajo la superficie. Su ubicación, desde luego, es fuertemente simbólica. Lo que ha sido tapado o enterrado bajo siglos de civilización ha sido también reprimido, de manera que su retorno se produce con una fuerza destructora. La grieta, la fisura, es la frontera que separa un mundo de otro, el pasaje que una vez cruzado descubre el ominoso velo que ocultaba hasta entonces el horror cósmico.

Este rasgo de la literatura lovecraftiana aparece previamente en uno de sus escritores predilectos, el galés Arthur Machen (1863-1947), autor de novelas como El gran dios Pan, Los tres impostores o La gloria secreta. En ambos escritores, la grieta, la fisura, es la conexión entre el mundo arcaico y el mundo moderno, universos con lógicas divergentes de los cuales uno, el antiguo, parece haber sido derrotado. Sin embargo, lo que en estos relatos se pone de manifiesto es su insospechada potencia, capaz de destruirlo todo. Las antiguas civilizaciones no han muerto, no se han extinguido; están dormidas, suspendidas, hasta que algo viene a despertarlas, sea esto el azar o la curiosidad de un individuo que se adentra demasiado en los secretos de la Tierra.

Hay, además, en la literatura de Lovecraft una exaltación del pasado; sus ficciones a menudo transcurren en un tiempo pretérito y ficticio que puede ser leído como respuesta al presente. Ese pasado que acecha es habitado por razas y especies infinitamente superiores y más desarrolladas que los seres humanos, quienes no son más que meras marionetas que creen haber construido una sólida civilización. Podría decirse que Lovecraft invierte el postulado darwiniano de la evolución de las especies para afirmar que quienes habitaron la Tierra millones de años antes que los humanos fueron realmente los más aptos. No hubo evolución sino involución, una larga decadencia que en verdad pone patas arriba el imaginario moderno del progreso; y el detalle perturbador es, ante todo, que aquellas antiguas razas no murieron por completo, sino que están en una larga hibernación.

Buena parte de la literatura lovecraftiana se erige como amarga contracara del paradigma del progreso y de la razón, en tanto desmiente el optimismo iluminista con respecto al saber, al tiempo que niega que la racionalización de la sociedad haya sido total: han quedado grietas e individuos dispuestos a encontrarlas. Dichas grietas nunca se abren del todo o, al menos, sus secretos permanecen ocultos; por su parte, los individuos que cruzan las fronteras son castigados. Sin embargo, de estos acontecimientos no debería extraerse un sentido moral. En Lovecraft, el aparente sentido moral de las advertencias y de las conclusiones de muchos de los narradores es engañoso, puesto que aquello contra lo que se advierte y se condena reviste un carácter inexorablemente seductor y atractivo, que supera con creces cualquier salvedad o desconfianza que se pueda tener hacia él. Hay demasiadas páginas de horror en Lovecraft como para pensar seriamente que ese horror quiera ser condenado; más bien pareciera ser que tiene una potencia atrayente, a juzgar por la abundancia de las escalofriantes descripciones, los detalles macabros y las observaciones truculentas.

Un gentleman sin dinero. Se ha dicho a menudo, y con razón, que Lovecraft se piensa a sí mismo no como un escritor profesional, sino más bien como un gentleman escritor, un caballero de la aristocracia. La ironía es que esta actitud no proviene, como podría esperarse, de un individuo que percibe la seguridad de una renta, sino, por el contrario, de alguien que vive muy modestamente, y que incluso soporta privaciones. Lovecraft conserva los modales de un dandy, y la preocupación por obtener dinero de la literatura le parece una bajeza. Es, paradójicamente, un dandy sin dinero. No hay en él deseos de profesionalización o de autonomía literaria, aunque al mismo tiempo debe ganarse la vida con sus publicaciones.

Podría decirse que hay un potente anacronismo lovecraftiano: por un lado, en el contenido de muchos de sus relatos, al postular la secreta presencia de deidades y seres de épocas remotas, monstruosidades de un mundo premoderno que aguardan en las sombras para retornar; por el otro, el anacronismo en su propia vida, debido a su fascinación por el siglo XVIII, reiterada una y otra vez en cartas a sus amigos; y finalmente, un anacronismo en su relación con el mercado, en tanto que Lovecraft es un escritor que, en un momento histórico en que la profesionalización y la autonomía literarias eran un hecho consumado, concibe a la literatura como una suerte de placer desinteresado, aun contra su propia conveniencia.

Homenajes, seguidores y detractores. Lovecraft es un escritor a quien el reconocimiento le llega tarde, luego de su muerte. Sin embargo, tampoco se trata de un reconocimiento completo, dado que es el que le profesan sus amigos, en primera instancia, y, con posterioridad, el público, los lectores. Estos lo convierten en un escritor de culto, popular, cuya obra encuentra continuaciones en el cine, en el comic y hasta en los videojuegos. Dar cuenta de los homenajes al oriundo de Providence, así como de las ediciones y reediciones de sus textos sería inagotable, pero vale destacar algunos de ellos. Una de las más notorias es la que realizó la Modern Library en 1944 bajo el título de Great Tales of Terror and the Supernatural. Por su parte, los medios de comunicación masivos no se quedaron fuera de la escena. El horror de Dunwich, por ejemplo, tuvo una versión radiofónica en 1949. Sin embargo, fue en los años sesenta cuando el escritor cobró una repentina notoriedad: tres films se estrenaron casi sucesivamente: The Haunted Palace (1963), Die, Monster, Die (1965) y The Shuttered Room (1967). El primero es parte de la adaptación que hace Roger Corman de los cuentos de Edgar Allan Poe, pero incluye numerosas referencias a El caso de Charles Dexter Ward. El segundo es una versión de El color que cayó del cielo, en tanto que el tercero, algo menos conocido, reúne algunos guiños al mundo del escritor. Asimismo, el director de cine Stuart Gordon, a mediados de los ochenta, hizo sus propias versiones cinematográficas de Herbert West, reanimador, llamada Re-Animator (1985), y de Del más allá, denominada From Beyond (1986). Uno de los films más recordados es En la boca del miedo (1994), de John Carpenter. En él, gran parte de los diálogos están extraídos de diversos cuentos de Lovecraft. Los homenajes y las referencias al escritor de Providence pueden encontrarse también en películas y series estrictamente actuales, desde un film norteamericano de 2011 llamado The Whisperer in Darkness, que remite al cuento homónimo; o la serie televisiva Gotham (2014), en la cual, uno de sus episodios lleva el nombre de “Lovecraft”. Jorge Luis Borges se refirió alguna vez a él como “un parodista involuntario de Poe”, relegándolo a su sombra. Sin embargo, en El libro de arena (1975), uno de sus relatos, There are more things, está encabezado por un epígrafe que dice “A la memoria de Howard P. Lovecraft”.

Aún hoy una parte no menor de la crítica y de la academia lo resisten. Quizás esto se deba al viejo parámetro estético al que Lovecraft adhería, según el cual la validez de una obra debía juzgarse solo atendiendo al cumplimiento de los efectos que ésta produce o deja de producir, algo que fue tomado como antiguo e impracticable; quizás obedezca a su dandismo intelectual, a sus numerosas arremetidas contra el campo literario –alguna vez dijo que la atmósfera de libros y de literatura lo aburrían mortalmente, y que prefería visitar un pueblo antiguo o ver un maravilloso paisaje antes que asistir a una conferencia–; o quizás, la resistencia a estudiar de manera sistemática su literatura se deba al carácter masivo que cobró tardíamente su obra, volviéndolo un autor de culto.

En cualquier caso, es innegable que, con el paso de los años, su lugar se ha ido consolidando. Sus textos siguen generando nuevas lecturas y produciendo debates y discusiones. No obstante, la polémica por su integración al canon continúa, y quedan pendientes aún ediciones críticas de sus escritos, para hacer que la literatura del oriundo de Providence pase definitivamente (y por derecho propio) del circuito pulp a la denominada “alta cultura”.

Extracto de ‘La sombra más allá del tiempo’ (Traducción de Luis Pestarini)

Título original: The Shadow Out of Time. Escrito entre noviembre de 1934 y febrero de 1935, publicado por primera vez en Astounding Stories (junio 1936).

Después de veintidós años de pesadilla y terror, salvado únicamente por la desesperada convicción del origen mítico de ciertas impresiones, no estoy dispuesto a garantizar la autenticidad de lo que creo haber descubierto en Australia Occidental la noche del 17 al 18 de julio de 1935. Tengo motivos para guardar la esperanza de que mi experiencia haya sido, en todo o en parte, una alucinación… para la cual, por cierto, existieron abundantes causas. Y, sin embargo, su realismo fue tan espantoso que a veces la esperanza me parece imposible. Si el hecho efectivamente ocurrió, entonces la humanidad tiene que estar preparada para aceptar nociones del cosmos y de su propio lugar en el efervescente vórtice del tiempo cuya sola mención es paralizante. También debe ponerse en guardia contra un peligro específico que está al acecho y que, aunque nunca abarcará a toda la raza, sí puede llegar a imponer horrores monstruosos e inimaginables sobre ciertos miembros desventurados de esta. Es por esta última razón que suplico, con toda la fuerza de mi ser, que se abandonen definitivamente todos los intentos de desenterrar esos fragmentos de edificaciones desconocidas, primordiales, que mi expedición fue a investigar.

Suponiendo que yo estuviera cuerdo y despierto, la experiencia que viví esa noche fue algo que nunca antes le había sucedido a hombre alguno. Fue, además, una horripilante confirmación de todo lo que yo había pretendido descartar calificándolo de mito y sueño. Afortunadamente no hay pruebas, porque, presa del miedo, perdí el asombroso objeto que habría constituido una evidencia irrefutable, en caso de que hubiera sido real y que hubiera podido sacarla de aquel abismo maléfico. Cuando tuve mi encuentro con el horror estaba solo, y hasta ahora no se lo he contado a nadie. No pude evitar que los demás siguieran excavando en dirección a él, pero la casualidad y las arenas cambiantes hasta el momento los han salvado del hallazgo. Ahora debo formular una declaración definitiva, no solamente por el bien de mi propio equilibrio mental, sino también para transmitir mi advertencia a todos los que lo lean con seriedad.

Extracto de ‘Las ratas de las paredes’

(Traducción de Luis Pestarini)

Título original: The Rats in the Walls. Escrito entre fines de agosto y principios de septiembre de 1923, fue publicado por Weird Tales en el número de marzo de 1924.

Era una gruta en penumbras de enorme altura que se extendía hasta donde ningún ojo alcanzaba a ver, un mundo subterráneo de misterios ilimitados y horrendas insinuaciones. Había edificios y otros restos arquitectónicos –dando un aterrado vistazo, divisé un extraño conjunto de túmulos, un bestial círculo de monolitos, unas ruinas romanas de baja altura con techo abovedado, una pila funeraria sajona desmoronada y una antigua edificación inglesa de madera–, pero todo esto quedaba empequeñecido ante el macabro espectáculo que se veía sobre la superficie del suelo. A lo largo de muchos metros, partiendo del pie de la escalera, se extendía una maraña demencial de huesos humanos, o al menos tan humanos como los que había en la escalera. Se esparcían como un mar de espuma, algunos sueltos y otros total o parcialmente articulados en sus correspondientes esqueletos. Estos últimos, invariablemente, adoptaban posturas de violencia demoníaca, como si pelearan contra una amenaza o aferraran otros cuerpos con intenciones caníbales.

Cuando el Dr. Trask, antropólogo del grupo, se agachó para clasificar los cráneos, descubrió una mezcolanza de degradación que lo sumió en el más completo estupor. En su mayoría, los cráneos pertenecían a seres muy inferiores al hombre de Piltdown en la escala evolutiva, pero en todos los casos eran definitivamente humanos. Muchos cráneos eran de un nivel superior, pero muy pocos pertenecían a seres de máximo y pleno desarrollo. Todos los huesos estaban roídos, casi todos por ratas, pero también por criaturas de la especie semihumana. Entremezclados con ellos había gran cantidad de huesitos de rata…, soldados caídos del ejército letal que había marcado el final de una antigua epopeya.

Me pregunto si alguno de nosotros logró conservar su sano juicio a lo largo de aquel día de espantosos descubrimientos. Ni Hoffmann ni Huysmanns podrían concebir una escena más demencialmente increíble, más frenéticamente repelente ni más góticamente grotesca que aquella gruta tenebrosa por la que los siete avanzábamos a los tumbos, tropezando con una revelación tras otra y tratando, por el momento, de evitar pensar en los sucesos que debían haber ocurrido allí hacía trescientos, mil, dos mil o diez mil años atrás.