CULTURA
crítica

El fin de la compulsión

Como en las historias kafkianas de dilación perpetua, el autor se enfrenta al problema del corte final. ¿Cómo efectivizarlo y con qué justificación?

19_01_2025_cartas_akevin_cedoc_g
| cedoc

A Dios gracias, la escritura no precisa justificación. El norteamericano Stephen Dixon (1936-2019) estaba al tanto del asunto y fue capaz, por eso mismo, de despacharse con una novela como Cartas a Kevin. Ajena a las razones del verosímil realista o a las fórmulas de género, la escritura puede hallar en el absurdo motivos tan válidos como los de pergeñar una trama de caracteres o expresar los avatares de la condición humana.

En el caso de Dixon y, en particular, de estas Cartas a Kevin, hablamos de una escritura de ribetes compulsivos, que solo requiere, kafkianamente, del desplazamiento indefinido para prolongarse y discurrir.

Así las cosas, el neoyorquino Rudy Foy despierta un día con intenciones de comunicarse con Kevin Wafer, de Palo Alto, California. En primera instancia, como si de la operadora telefónica se tratara, le habla a la almohada para que lo comunique. Ante el fracaso de la empresa, le pide a los gritos a una vecina del departamento de enfrente –puesto que Rudy no tiene teléfono– que lo llame y hablen lo suficientemente alto para que él, del otro lado de la calle, pueda seguir la conversación. Por toda respuesta recibe una abrupta cerrada de persiana. Estos disparates abren la novela y no harán otra cosa más que escalar.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Ante sucesivos fracasos, Rudy decidirá viajar a Palo Alto como sea. Sin vehículo, sin una moneda, sin contactos; tiene, eso sí, un objeto que es mucho más que materia inerte: su máquina de escribir portátil, de la que nunca se desprenderá. En las sucesivas postas, escribirá entonces las mentadas cartas a Kevin para informarle de las vicisitudes de su travesía, y de que pronto, muy pronto, llegará, por fin, a su casa. El humor desbocado de Dixon se nutre de equívocos, de malentendidos y, en gran medida, cuando los personajes dialogan, de giros cuasi infantiles que ejecuta sobre la lengua. Por caso, un aparente idioma extraterrestre en el que se cambian ciertas consonantes por otras; metáforas que se literalizan; retruécanos, pleonasmos y paranomasias para todos los gustos,

La irrefrenable imaginación de Dixon no da tregua. En su travesía, Rudy es confundido con una bolsa de papas o un paquete de correo; interactúa en diálogo “leño” con leños de abedul; viaja en taxis que se desplazan marcha atrás o en caballos de tres patas; tiene encuentros reales con personajes mitológicos; es internado en un hospital en el que se habla con palabras que significan su contrario… y más, mucho más.

Como en las historias kafkianas de dilación perpetua, el autor se enfrenta al problema del corte final. ¿Cómo efectivizarlo y con qué justificación? Pero más allá del intríngulis narrativo subyace el miedo al fin de la compulsión: ¿qué pasará cuando Roy encuentre a Kevin? ¿Qué ocurrirá cuando la escritura cese, y qué será de aquello que la escritura sostenía? No se puede saber, no a ciencia cierta. Lo mejor, dirían Dixon y Rudy, sería ensayar una respuesta, con una máquina de escribir, una computadora o una lapicera. Lo mismo da.

Cartas a Kevin

Autor: Stephen Dixon

Género: novela

Otras obras del autor: Ventanas y otros relatos; Historias tardías; Calles y otros relatos; Gould; Interestatal

Editorial: Eterna Cadencia, $ 26.500

Traducción: Ariel Dilon