“Toda vida es un proceso de demolición”, escribió Scott Fitzgerald en Crack-up, el texto más emblemático de la serie que publicó en la revista Esquire en 1936. Así pues, la correspondencia que mantuvo con Maxwell Perkins, su editor en Scribner’s, puede leerse como la traza de una cartografía personal o, dicho de otro modo, como aquello que Truman Capote, a la hora de realizar el balance de su vida como artista, proyectó en un gráfico imaginario “registrando altos y bajos”, en “ciclos específicamente definidos”, con la salvedad de que en el caso de Fitzgerald esa proyección está delimitada por ejes que se encuentran en un único ciclo definido por el éxito prematuro, y a partir de entonces la caída en línea recta y sin posibilidad de error.
La primera carta es del 26 de julio de 1919 y la última del 13 de diciembre de 1940; en ambas, como una suerte de lazo que se une por sus puntas, se menciona A este lado del paraíso, el debut novelístico que le significó el éxito inmediato y la posibilidad de contraer matrimonio con Zelda Sayre (“Hay tanto que depende de su éxito, incluyendo, por supuesto, a una chica”), la beldad sureña que representó el espíritu indomable de la llamada Era del Jazz; patente que Fitzgerald en estas cartas reclamaba enfáticamente para sí. La novela se transformó en un manifiesto generacional que tiempo después era considerado más un objeto de estudio de la investigación historiográfica que del análisis literario.
En ese arco temporal, la figura de Maxwell Perkins se destaca como algo más que un editor: fue su amigo, su consejero y su refugio financiero. En casi la totalidad de estas cartas están presentes las eternas dificultades económicas de Fitzgerald y la mano siempre extendida y generosa de Perkins, pero sobre todo, y acaso esto haya sido lo más trascendente para su futuro de clásico norteamericano, fue un sólido sostén del valor de su obra en curso.
Quien se adentre en estas misivas sin el ánimo intrusivo de auscultar su nervio autobiográfico, encontrará un panorama de la literatura norteamericana de comienzos del siglo XX. En la entrelínea de esa trama de voces que tejen un futuro inmediato redefinido por la novedad de una generación perdida, se cuela la presencia en sordina, y no tanto, el rumor de otras voces significativas: la de Hemingway y la de Thomas Wolfe. Y si algo demuestra este intercambio, es que la vida de los escritores está hecha de reconocimientos transitorios y de olvidos, sobre todo de olvidos: es interesante, a medida que se avanza en la lectura, tomarse el trabajo de anotar los nombres de aquellos escritores que hoy son apenas sombras fantasmales en el margen de la historia de la literatura.
Finalmente, estas cartas son el recuerdo de cómo funcionaba la práctica de la edición antes de que el mercado editorial se despersonalizara casi por completo, y la figura del editor fuese vista como la de un sabio chamán a quien casi no le quedan herederos para transmitir los secretos de su vieja magia ancestral.
Querido Scott/Querido Max. Correspondencia entre Francis Scott Fitzgerald y Maxwell Perkins
Autor: F.S. Fitzgerald y M. Perkins
Género: cartas
Editorial: La Tercera, $ 24.200
Traducción: Santiago Featherston