Partiendo de una aseveración de Lucrecio, Lucas Soares describe aspectos internos de la actividad de un rapsoda, aquel que en la antigua Grecia ejecutaba la partitura ínsita en un poema, permitiéndose desordenar átomos poéticos para dar a luz sentido nuevos. “Cuando los átomos caen en línea recta a través del vacío en virtud de su propio peso, en un momento indeterminado y en indeterminado lugar se desvían un poco, lo suficiente para poder decir que su movimiento ha variado”, afirma Lucrecio, advirtiendo que el desvío es la razón de ser del universo.
Arrojarse al vacío conlleva alteración, inquietud y, sobre todo, creación: “la desviación/ permite a las palabras/moverse en otros sentidos/ y sostener/ encuentros clandestinos/ al chocar/ con otras palabras”, dice Soares, atento al fluir imperceptible de las palabras.
Tomando el desvío como modus operandi, el rapsoda ensambla fragmentos (samplea), logrando una pieza nueva cada vez. En esas variaciones reside el poder creativo del decidor que se convierte así en un antólogo ambulante. “El oyente pensó/ que el viejo rapsoda/ interrumpía a propósito/ los versos antes de lo previsto/ para hacer del poema/ otro poema”.
Rapsoda está dividido en seis partes, y consta de 29 poemas-escenas. Soares hace orbitar alrededor del recitado una secuencia de satoris e imágenes extrapoladas que completan la figura del rapsoda, como reponiendo piezas faltantes de un organismo roto: “una arañita/ que baja lentamente/ por el brazo de una estatua/ y se desvía de golpe/ al sentir que un insecto/ que parecía muerto/ rasgó parte de su tela”.
En esa dinámica, las palabras adquieren un peso inusitado, son piedras imbuidas de memoria. El rapsoda imparte una bendición tribal, se planta ante su audiencia como un emisario que dispone caprichosamente su mensaje. Soares se mete en las bambalinas mentales del artista artesano, lo sorprende sopesando sus elementos y en las nimiedades de pequeños desplazamientos que terminan de esmerilar la concreción de su acto. Lo ancestral se mezcla con resonancias del presente, tornando las escenas difusas y misteriosas. En esa transmigración temporal, se fusionan el pasado y el presente en una sola línea quebradiza. Cada detalle es significante, aunque se presente de manera circunstancial. Hay un contrapunto constante entre la vida y la obra, un reenvío que admite resoluciones insólitas como en la sección Resonancia magnética: “oyó a través de los auriculares/ el sonido de un lavarropas desencajado/ vuelto al ritornelo de una cajita/ de música antigua”.
El trabajo del rapsoda es indisociable del pulso vital y las contingencias mundanas: cualquier propósito está condicionado por hechos accidentales y aleatorios. En el desliz y la intermitencia, el rapsoda encuentra la esencia de su oficio, y en su ocaso vira de lenguaje y pinta aquellas palabras que fueron sonido: “pintó la desviación/ de las palabras/como gotas de lluvia/que se encuentran al caer/por los surcos de la corteza/de un viejo tronco”.
Rapsoda
Autor: Lucas Soares
Género: poesía
Otras obras del autor: El río ebrio; Platón y la política; El poeta y el buey; Un drama eléctrico; La sorda y el pudor; El sueño de las puertas; Mudanza; La médium; El sueño de ellas
Editorial: Mansalva, $ 19.800