CULTURA
ENTREVISTA A PAULA PÉREZ ALONSO

Cómo se narra lo inexpresable inapresable

“El Metropol” (Tusquets), de la escritora argentina nacida en 1958, da cuenta, en palabras de la autora, de “una fina línea, un filo entre lo interior y lo exterior, la tensión entre el mundo privado y el público. Cuando el afuera, lo otro, irrumpe o cruza el mundo privado, algo sucede, probablemente algo que no se puede controlar, fuera del sentido común”. En esta entrevista habla de los hoteles, “mal llamados no lugares”, que en realidad son esos sitios donde todo se transforma y donde todo recomienza, “altares menores que conjuran lo que pasó con lo que pasará”.

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Pérez Alonso. Su novela Kaidú obtuvo en 2022 el Premio Nacional de Novela Sara Gallardo. | cedoc

Dardanelos es un estrecho que desde la antigüedad funge de puente entre mundos, espacio de batallas y de confluencias de hombres y sentidos. Y es el último cuento de Paula Pérez Alonso en El Metropole, donde se captura su modo de contar, mirando como si fuera la primera vez, sin fábulas cerradas, relativizando la verdad y dejando habitar. El atajo al que subirse al final del recorrido de estos cuentos y que amarra, tal cual sirve a Rysard Kapuscinski para narrar el continente africano, quien escribió: “Vivo en una balsa que se encuentra en el callejón comercial de Acra. Y se llama Hotel Metropol”. En los mismos corrillos, porque lo real es solo la base pero es la base, “se avanza en el desconocimiento, como cuando una escribe”, dice la autora y editora argentina. Y en esa senda de narrar lo “inexpresable inapresable”, la literatura de Pérez Alonso está en el camino.

“Los une una fina línea, un filo entre lo interior y lo exterior, la tensión entre el mundo privado y el público. Cuando el afuera, lo otro, irrumpe o cruza el mundo privado, algo sucede, probablemente algo que no se puede controlar, fuera del sentido común”, señala la escritora de estos cuentos que fueron publicados, una parte en la última década en Página/12, y otros en gateras hasta la edición de Tusquets Editores. Una pareja va detrás de lo maldito, una niña lisiada se transforma en estrella de baile, un señor sale todas las mañanas con un medidor de angustias y un hotel costero es un fin y un principio, en catorce relatos que recogen el guante de Rodolfo Rabanal, y todo se vuelve escritura, hasta lo ominoso mismo, y de pronto, la belleza.

Como también estos personajes hermanos de los que regaba la expedicionaria Hebe Uhart, entre mentira y verdad, “algunas de mis novelas y cuentos encubren pequeñas investigaciones aunque no de manera explícita, claro. Cuando una escribe piensa y descubre cantidad de cosas. Vamos hacia el misterio, lo enigmático, como una experiencia de pensamiento, sentimiento, tono y lenguaje. En estos cuentos la imaginación se abre más y el juego es más ambiguo. Las cosas no son, devienen. En Enamorada del muro, ¿la escritora fantasma, finalmente, no soportaba el anonimato, a pesar de su convincente enunciado inicial de querer ser invisible? En Lo inconfesable, ¿la madre es una bruja o la hija imagina que la madre es una bruja y se instala a vivir en una pesadilla? Esta ambigüedad puede condensarse en la frase final: “Que exista el deseo de verdad no quiere decir que la verdad exista”, en el trasfondo filosófico que continúa Pérez Alonso; y que Uhart conciliaba en el destino común y en el disfrute de las diferencias. 

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Ojos bien abiertos. Estos relatos de la autora de El agua en el agua son mundos en expansión con una herramienta, “El ojo o la percepción, el registro, el oído y la palabra, el lenguaje, son los mediadores con lo real y lo imaginario. ¿Se ve lo que estaba ahí o una lo crea? La literatura y el arte en sí buscan manifestarse fuera de los estándares pautados, como es el algoritmo, que exige una conducta determinada y cierra el camino con inducciones precisas. Yo intento ir en el sentido contrario, el arte tendría que expandir el horizonte fuera de pautas cerradas. Volver a resaltar lo imponderable y lo sorpresivo, el destello. Por eso no es lo mismo ser un viajero que ser un turista. En estos cuentos no hay turistas”, advierte Pérez Alonso, que en aquel cuento-ensayo Dardanelos lo deja muy claro: “Él no quiso quedar registrado en el Libro de los viajeros occidentales”.

Enseguida replantea la escritora, que relata tensando las formas de lecturas y los géneros, en una prosa con una seña poética, a veces bajando a mundos subterráneos que se pueden hallar en un banco olvidado de Parque Lezama, otros en latitudes lejanas del ser: “Esos mundos solitarios se ponen en tensión frente a las condiciones de posibilidad que ofrece el viaje, el nomadismo, el errabundeo como gesto vital. Lo que se queda quieto se consume o se cristaliza. La ilusión documental es el cruce de dos tipos de viaje: se inicia de una manera y se topa con la contingencia de una pandemia, lo que fuerza un replanteamiento. Se mantiene, sin embargo, el imperativo del movimiento”, discurrir que se encamina al límite de lo soportable, de lo enunciable. Kaidú, de Paula Pérez Alonso, Premio Nacional de Novela Sara Gallardo 2022, el triángulo amoroso con un perro, o la provocación a viajar a lo incógnito, y de conectarse a la posibilidad de una existencia fronteriza, que es liberadora.

 

No sé si casarme u hospedarme en el Metropole. “No sé si casarme o comprarme un perro en sí es un significante distinto de lo que fue en su origen, ya no se puede leer de la misma manera, es claro que hoy no significa lo mismo. Los aislamientos de hoy son muy distintos de lo que fueron treinta años atrás”, señala Pérez Alonso de aquel suceso de 1996, con cinco ediciones y pequeño clásico adelantado a cuestiones de este milenio como el feminismo y los nuevos vínculos afectivos, antes de la era Tinder y TikTok. “La tentación de apartarse del mundo hoy es mayor. Aunque ya existía en La Ilíada (Aquiles está aislado en su propia tragedia) y también en La Odisea. Creo que No sé si casarme o comprarme un perro dialoga con los cuentos de El Metropole y también con mis novelas Frágil y El gran plan. Hay un hilo conductor que tienen los proyectos fallidos, en la incapacidad estructural de poder soportar lo impermanente, en sortear la tiranía del sentido”. Los dos últimos libros citados por la escritora son la inmersión de 360 grados en las arqueologías y las derivas de las subjetividades modernas, unos jóvenes psicocartografiando Buenos Aires; otros en el misterio del poeta Ezra Pound invocado en un hotel de Atacama.

Mal llamados no lugares, los hoteles son desde siempre aquellos lugares de transformaciones y nuevos comienzos. Altares menores que conjuran lo que pasó con lo que pasará. “El Metropole del cuento es un hotel a la orilla del mar en la Argentina pero no es un lugar de vacaciones sino más bien de tránsito, los pasajeros huyen de la ferocidad de las ciudades y se refugian ahí de todo lo que los atormenta, alcanzan un momento de sosiego, de cuidado, privado, pero tienen que seguir viaje. El viajero ansía llegar al hotel. No hay un ánimo imperial, podríamos pensar en una ciudadela de murallas endebles, sería el espacio propio y la salida inevitable hacia otro mundo, tal vez para encontrar un nuevo centro de destrucción, o de dispersión y liberación. Me gusta cómo suena la palabra ‘Metropole’ y la asociación con la película de Fritz Lang”, confiesa. En el film alemán la entidad de la mediadora es a la que se aferran los de arriba y abajo, en la promesa de unir los planos, entre lo crudo y lo utópico, una balsa al horizonte. Al viajar, partirás.