CULTURA
fenómeno editorial

Brotes verdes

Ya sea por el interés y preocupación que generan el calentamiento global y sus consecuencias, o por una simple búsqueda y salida hacia lo natural, desde hace unos meses narradores, ensayistas e investigadores nutren de manera sostenida el ecosistema del libro con títulos vinculados al mundo vegetal. Editoriales pequeñas y medianas, junto a los grandes conglomerados, encuentran en estas publicaciones un atractivo creciente por parte de los lectores y por ende una oportunidad de mercado. Las y los involucrados cuentan qué hay detrás de esta sustancia milagrosa.

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Plantado. Para el escritor Efrén Giraldo, consultado en esta nota, “deberíamos aceptar que el primer archivo, como dice Cristina Rivera-Garza, es el de la tierra y que, en ese sentido, plantas, hongos y animales ostentan la condición de archivo secundario, antes incluso de las tecnologías humanas.” | fotomontaje: verónica González

Cualquier mañana, a mediados de los dos mil, el bahiense Mario Ortiz pasaba en bicicleta frente a unos siempre ignorados yuyitos en Liniers y Castelar, Villa Mitre. La perenne flor amarilla captó sus pupilas, y develaron las correspondencias rizomáticas de tallos, sistema nervioso y lenguaje que brotarían poéticamente en su originalísimo Tratado de Fitolinguística. Soportando una dura sequía el sur bonaerense, que era también un bloqueo para el poeta, la humilde mata trasmitió entonces verdor, “la planta escribe adentro de mí con trazos de miel”.

Polen creativo, yuyo que otra poeta, la uruguaya Ida Vitale, rescataba del “descrédito de nuestro yoísmo”, que contagia al mercado editorial, a escritores, ensayistas e investigadores. Títulos que están entre los más vendidos de los sellos, grandes o pequeños: El planeta de los hongos de Naief Yehya (Anagrama) o La metamorfosis de las plantas de Goethe (Buchwald) marcan el fenómeno que en España algunos califican de los “brotes verdes que crecen cada vez en la literatura”.

En Europa son bestséller manifiestos de lo verde en Stefano Mancuso, La planta del mundo y La nación de las plantas (traducidos al español por Galaxia Gutenberg), y Así habló la planta: La consciencia secreta de las plantas y la sorprendente comunicación con ellas y entre ellas de Monica Gagliano, y encabezan las listas de los más buscados en distintas plataformas. “Es muy difícil determinar la autenticidad de un ‘furor’. Por experiencia, aprendimos a dudar del objetivo de algo en lo que se insiste, sobre todo en los medios. Pero, creo que más allá de lo que se mueve en las redes, es una exposición necesaria. Ya en los años ochenta, el artista Joseph Beuys, otro autor en nuestro sello, había colaborado en la fundación del partido político Los verdes. Obviamente que no es nueva la conciencia planetaria, pero sí el deseo de generar lazos menos destructivos con los otros seres con los que compartimos el espacio. Y ante ese deseo, el mercado se manifiesta”, señala Sol Correa de Buchwald Editorial.

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Junto a Enrique Xavier Salas dirigen esta editorial independiente, y artesanal, orientada a las letras germánicas, y que puso el clásico de Goethe del siglo XVIII, en cuidada versión, entre los libros de 2024. Este ensayo, fruto de la sensible observación del escritor alemán sin anteojeras cientificistas, y su asunción de que una simple semilla “encierra una existencia completa”, tiene un lazo fraternal con dos libros traducidos por la misma editora de la pionera de la entomología Maria Sibylla Merian. “En cinco años de observaciones presencié transformaciones maravillosas” arranca la naturalista de avanzada una bella publicación, cien años antes que al autor del Las penas del joven Werther, y que además de la calidad artística de sus ilustraciones, adelanta muchas nociones de lo que se llamaría ecosistema, cuando la sociedad de 1600 consideraba a las orugas repugnantes e inferiores “babas del diablo”.

“Merian es una figura interesantísima por muchas cuestiones. E ingresa a nuestro catálogo desde varios frentes: desde lo artístico (el grabado); desde ‘lo verde’ por su foco en los insectos y las plantas; pero también como una mujer con una fuerza y mirada única, con una vida fuera de norma en su tiempo”, detalla Correa, y bosqueja algunas de las puntas de estos libros, que suelen contener varias agendas desde los activismos verdes a los feminismos y las contemporáneas marchas artísticas.

Regando el paisaje interior. “En nuestro caso La vida secreta de las plantas de Peter Tompkins y Christopher Bird es el más vendido de esa temática. Hay un relato, un tipo de texto de no ficción que no es técnico, que tiene cierta complejidad, y que en definitiva lo que está haciendo es contándote qué pasa con las plantas”, sintetiza el editor de Ediciones Godot, Hernán López Winne, sobre la nueva edición en español del clásico de los años setenta. En partes discutible, algunos asunciones de “seres cósmicos” en la vida emocional de las plantas, otras menos, en cuanto se escribía en 1973 que “lo más extraordinario de todo es que ahora parece ser que las plantas están dispuestas y capacitadas para cooperar con la humanidad en la hercúlea tarea de volver a hacer un jardín de la corrupción y mugre”, este grueso volumen, traducido por Andrés Mateo, prosigue la línea que la casa empezó con la serie de publicaciones de Henry D. Thoreau, a partir de Una vida sin principios. Aquella célebre conferencia de 1854 donde el escritor de Elogio a la vida salvaje se “estremecía con el rumor entre los árboles”, oído a orillas del lago Walden. López Winne comenta que estos libros del escritor y filósofo norteamericano son importantes en el sello porque “puede combinar lo espiritual, de todo este vínculo con lo natural, con esta idea de lo contemplativo, de entender el medio ambiente, o las cosas que lo rodean. Y cómo puede combinar eso con cuestiones más sociales, o de entender qué está pasando en el mundo. Ahí hay un mensaje, y hay algo que exhibe, una filosofía de vida, más allá de por ahí la faceta más vinculada con lo natural, con las especies, con los frutos, con toda la parte que él tenía en relación con mirar, contemplar y vincularse con el mundo a su alrededor”, indica y sostiene que la actual aceptación de este tipo de libros viene por la genuina “preocupación porque es algo que está a la vista, desde lugares contaminados, la escasez de agua, los incendios forestales, los tsunamis. Todas esas cosas pasan y hay una injerencia del ser humano, inevitablemente. Y una necesidad de pensar todas las cosas que está haciendo la especie humana para destruir el planeta”, advierte.

Entre las novedades de Godot se encuentra Sumario de plantas oficiosas. Un ensayo sobre la flora del colombiano Efrén Giraldo, que el editor López Winne destaca por constituir un trabajo original de la no ficción latinoamericana, ganador de un premio latinoamericano de la edición independiente en 2022 y Premio Nacional de Ensayo Colombia 2024, y escrito por este ensayista y profesor con dos títulos de pluma heterodoxa, Caminos del moriche. Cuaderno vegetal de la vorágine y Escribir con las plantas. Por una poética del ensayo. Con experiencia en el cruce de disciplinas, y traductor de Emily Dickinson, que recorre fantasma Un ensayo sobre la flora con su herbario secreto, al igual que la ciencia ficción y el arte colombiano, en medio de un duelo muy personal, Efrén Giraldo defiende que “las plantas, al igual que los animales o los hongos, como dice bellamente Evando Nascimento, son “alteridades vecinales”, cuyo potencial pensante está aún subestimado. Llegados a este punto, y ya que hablamos de pensamiento, memoria y expresión, deberíamos aceptar algo: que el primer archivo, como dice Cristina Rivera Garza, es el de la tierra y que, en ese sentido, plantas, hongos y animales ostentan la condición de archivo secundario, antes incluso de las tecnologías humanas. En buena medida está establecido que hay escrituras no humanas a las que debemos poner atención sobre todo porque inauguraron la posibilidad de la significación”, sentencia.

“La idea de que las plantas viajan, se mueven, ocupan espacios inhóspitos desmonta una de las ideas que más apoyan el especismo y la mentalidad extractiva: que vegetar es una forma inferior de estar en el mundo”, refuerza Giraldo, en sintonía con las ideas de conciencia y dinamismo vegetal que Maria Sibylla Merian adivinaba en el siglo XVII y que varios autores, como el español Paco Calvo en Planta Sapiens (Seix Barral) hoy llaman “teoría de la información integrada”, intentando imaginar “cómo se siente” ser y vivir planta, “Vegetar como programa es una idea de un potencial político excepcional, pues redefine lo que entendemos por utilidad o producción. Por su parte, la noción de paisaje interior, que debemos a J.G. Ballard, es interesante porque obedece, no a una zona abstracta de la conciencia y la imaginación humanas, sino a un territorio concreto de negociaciones entre sujeto y objeto. El paisaje es “interior” porque está poblado, entre otras cosas, por vegetaciones reales y ficticias que hacen más llevadera la existencia consciente”, remata Giraldo, para quien el “universo vegetal es la vanguardia estética por excelencia”.

El contemporáneo de Dickinson y Thoreau, el padre de la poesía americana Walt Whitman, se preguntaba en el seminal Hojas de hierba, ¿Qué es la hierba? Y soltaba al viento, “Sospecho que es la bandera de mi carácter tejida con esperanzada tela verde”. Tal como sospechaban Gilles Deleuze y Félix Guattari, América toda, no se entiende en la raíz occidental o el canal oriental, más bien en el rizoma, sin el Uno o el Múltiple, sino en dimensiones que crecen y desbordan, con regímenes de signos distintos, incluso no signos. A la manera que la mexicana-holandesa Yasmine Ostendorf-Rodríguez, navegando en el Continente profundo en la novedad de Caja Negra Editora, entiende y clama ¡Seamos como los hongos!

Hongos del recontrapoder. Jornadas fúngicas en festivales literarios locales –Filba 2023–, o convocatorias para artículos urgentes sobre la dimensión política y cultural del micelio en “tiempos de desastres socio-ambientales”, –actual llamado online en Re-vuelta a la Tierra: Ensayos de ecología política de la editorial chilena Adynata Ediciones–, dan la pauta que los hongos dejaron el papel de indeseables y peligrosos en nuestros jardines. Seamos como los hongos. El arte y las enseñanzas del micelio de Yasmine Ostendorf-Rodríguez (Caja Negra) es un relato que reúne las sabidurías de diversos colectivos, desde las Amazonas a las alturas chilenas, micólogos, artistas, activistas y chamanes. En la traducción de Helen Torres, dan cuenta de cuestiones que se conocen mejor con los sentidos que con los conceptos y, en los cuales, los interpelados “nos hablan de la colaboración, de la búsqueda del equilibrio, de la supervivencia en condiciones adversas, de la transformación y la mutación”, que aprenden de los hongos.

“Reconocer a los hongos como maestros, como modos de inteligencia, en su multiplicidad y su unicidad, puede llegar a disminuir nuestro actual aislamiento del mundo natural” señala Ostendorf-Rodríguez. Un Reino Funga, diferente al animal y el vegetal, con cuestiones sorprendentes para “el pensamiento no binario ya que pueden tener 20 mil formas diferentes de reproducción”, mensajero y organizador del ecosistema.

Ante lo que se nos presenta como inexorable (el agotamiento de los recursos, el colapso planetario) “se vuelve urgente y también necesario a un nivel personal, de salud mental, buscar alternativas. Entender que hay otro modo de habitar el mundo y otra matriz cognitiva para explicar la realidad. Un acercamiento al habitar de las plantas, los hongos, los animales puede resultar inspirador en un momento donde escasea el optimismo”, reflexiona Ezequiel Fanego, editor de Caja Negra. Desde ese sello, en la colección Futuros Próximos, se establecen asegura Fanego puentes entre diversos autores, Janne Bennet, Laura Tripaldi, Anna Tsing, Paulo Tavares y la misma Ostendorf-Rodríguez, que “tienen que ver con romper la frontera que el pensamiento moderno levantó entre la humanidad y la naturaleza, para imaginar un modo de coexistencia distinto al que propone el antropocentrismo y el extractivismo capitalista”.

Y, en el plano conceptual, y las maneras de conformar el conocimiento, Fanego establece un gesto micelio, “Pese a que están firmados por Anna Tsing y Yasmine Ostendorf-Rodríguez, son libros que se asientan en pregonar saberes colectivos. Ambos comparten una forma de escritura que está entre la teoría y la crónica, y en ese pendular ingresan otras voces. La misma forma de los libros se asemeja a la reticularidad del micelio, que hace poco se popularizó como “la internet de los bosques”, por la capacidad que tiene para poner en contacto a las especies de un determinado ecosistema y regular su coexistencia. Es por eso que diría que no sólo comparten un interés común por el reino fungi, sino que también inauguran una nueva forma de hacer teoría, en donde la autoría en la producción de conocimiento está diluida”, señala además un rasgo de estos artículos verdes y fungis, que suelen emparentarse más bien con una ensayística imaginativa y poética, fuertemente transtextual, que con tratados académicos o de opinión. Incluso con algunas novedades narrativas como en Seamos como los hongos, que invita interactivo a encontrar tu “álter ego fungi”.

“Con respecto al boom del interés por los hongos en específico me gusta también especular con otra hipótesis: que son los hongos mismos los agentes de esta colonización fúngica”, una entelequia que hubiese agradado al fanático declarado de este universo, y también fuente de inspiración en su arte de la indeterminación, John Cage. Y alucina Ezequiel Fanego de Caja Negra, tal vez “decidieron colonizar nuestras mentes y usar nuestro naciente interés como estrategia reproductiva. O quizás para ayudarnos: si hay algo que saben los hongos es sobrevivir en contextos catastróficos”, cierra.

En otra punta de las hifas, el inclasificable Naief Yehya y su trip en primera persona con resonancias culturales, religiosas y tecnológicas de “El planeta de los hongos, inquiere, “es difícil cuestionar la certeza de que este es el planeta de los hongos y nosotros tan sólo somos visitantes”. Más heridas a nuestro narcisismo que las palabras de estos escritores, en lo salvaje, antes de propugnar refugios seguros, parecen proponer aliviar el peso de un supuesto poder del humano, que las repetidas e inminentes catástrofes avizoran infundado, y volverse más humilde y solidario en el grande finale.

Trazos naturales. “Creo que se debe al hecho de que escritura humana y escritura vegetal están entregadas a sondear en la oscuridad reinante la posibilidad de producir un espacio posible y una atmósfera donde se pueda reunir todo lo viviente. Si en un caso estamos ante la mixtura de los símbolos, en el otro estamos ante un devenir vegetal que abraza un programa que tiene por razón de ser la expansión del círculo de lo vivo” analiza Efrén Giraldo las afinidades electivas del reino vegetal y el arte, que constantemente se buscan en correspondencias; una “bioinspiración”, por otra parte, que apunta fundacional en el arte colombiano en novelas nacionales como La vorágine de José Eustasio Rivera de 1924.

Y así aparecen derivas artísticas en los nuevos libros verdes al tiempo que el racconto de la experiencia de artistas contemporáneos, en particular latinoamericanas, como Francisca Álvarez Sánchez y Carolina Caycedo, en la estela de los Contra-Bólidos Hélio Oiticica, “devolver tierra a la Tierra”, anunciaba el brasileño; y los sistemas autosustentables con papas, explorando otras formas de conciencia, del argentino Víctor Grippo.

En años dorados de la Universidad de Tucumán, los de Lineo Spilimbergo en la Dirección del Instituto Superior de Artes, se conformó un equipo editorial a fin de concretar el sueño del naturalista Miguel Lillo perseguido desde 1913. Con la fuerte impronta de la restauración nacionalista de la Generación del Centenario, y la concreta necesidad de un compendio de flora argentina, a partir de 1943 se editarían a lo largo de diez años, por las imprentas de Kraft, el lujoso y gigante Genera et Species Plantarum Argentinarum, que en 2021 la Editorial Ampersand condensó en Atlas de Botánica Argentina: La ilustración científica en el Genera et species plantarum Argentinarum con la introducción de la investigadora del Conicet Carla Lois.

“Fue necesario un paciente y minucioso trabajo de archivo –con la autorización de la Fundación Lillo– para ordenar, clasificar y analizar una enorme cantidad de imágenes muy variadas, que fueron elaboradas por personas distintas a lo largo de más de una década”, señala la reconocida profesional del Instituto de Geografía “Romualdo Ardissone”, y agrega, “Luego, se ha compilado una muestra representativa tanto de los diversos tipos de imágenes, como del trabajo de todos los y las ilustradores que participaron, y de las técnicas utilizadas (dibujo blanco y negro, acuarela, témpera y unas pocas fotografías blanco y negro). Sin embargo, como estoy convencida de que, por más impactante que sea, “ninguna imagen vale más de mil palabras,” nos preocupamos por proporcionar herramientas interpretativas que ayuden a dimensionar la calidad extraordinaria del Genera… Para eso es el largo estudio que introduce no sólo al Genera, sino también al papel activo que tienen las imágenes en las ciencias, en el que se explica que las ilustraciones científicas no son meros dibujos ingenuos y, aunque el término ilustración está bastante devaluado y da la idea de ser algo prescindible (o, cuando menos, subsidiario a los textos), es un acto epistémico”, justifica.

En este acto de revaloración, las ilustradoras tuvieron un papel fundamental, algo que confiere un vuelo estético con suma complejidad encerrada en aparentes “dibujos al natural”. Cambios de escalas y perspectivas son notables en estas artistas, “Fanny Alicia Silva, egresada como Maestra de Dibujo de la Escuela, fue una reconocida artista botánica e ilustradora que trabajó en forma permanente en la colección del Genera. Silva, además, también fue ilustradora en el Museo de la Plata. Este tipo de vínculo institucional sugiere que, aunque no existía en la currícula, las dibujantes formadas en la Escuela de Dibujo fueron desarrollando y consolidando de facto una especialización en el campo de la ilustración científica. Todas las ilustradoras tienen un perfil y una trayectoria muy interesantes. Una de ellas fue Juana Fernández de Tuero: egresada de la Escuela de Dibujo y Artes Aplicadas, ingresó al Instituto Lillo en 1939. Fue Jefa del Departamento de Iconografía, dependencia en la que tuvo a su cargo el trabajo de los dibujantes técnicos-científicos. Llevó a cabo las ilustraciones de muchas familias de plantas y supervisó las ilustraciones del Genera. En la mayor parte de sus trabajos empleó acuarelas”, señalando Lois también a María Luisa Valdez del Pino, Teresa Francisca Ferrero de Luminato y Delicia Pilar Villalón.

Y pensando en la difusión de nuestra flora, a la cual este Atlas colabora llevando al gran púbico aquella magna edición de los cuarenta, de los cuales solamente se imprimieron mil quinientos ejemplares en offset y cien en edición de lujo para bibliógrafos, “en la actualidad tenemos acceso a muchas fuentes de información: textuales, gráficas y audiovisuales, también recientes y antiguas, y también locales, regionales e internacionales. Hay mucha información disponible sobre la flora argentina en diferentes formatos. Pero, al igual que en otros dominios del saber, no siempre es fácil encontrarla dentro de una maraña inmapeable de información en movimiento. En este contexto, como autores, editores y comunicadores, el desafío que tenemos hoy consiste en poder organizar la información existente en formatos consistentes, atractivos, coherentes y articulados para que ese conocimiento llegue a públicos amplios”, asiente Lois, quien rescató archivos y artistas que recobran memorias y geografías, climáticas y sociales.

“Han sido, son y probablemente serán”. Y si bien el rescate desde hoy subversivas perspectivas podría resultar una impostura más del mercado, teorías de género, ética vegetal y neocolonialismos, “eso no implica que toda tendencia sea implantada (para seguir con las “metáforas verdes”). Muchas veces las tendencias de consumo tienen un origen en necesidades muy concretas, auténticas, y en eso los algoritmos tienen su sabiduría: saben detectar nuestros focos de interés y responder a ello”, retruca Ezequiel Fanego de Caja Negra, y pone de ejemplo la reciente valoración del “ambient” japonés. Claramente esa expansión algorítmica de un consumo tan específico no tuvo que ver con un interés del mercado por imponer artistas que hasta hace poco eran prácticamente ignotos fuera de su país, sino con un hábito contemporáneo muy específico de escucha compatible con el trabajo cognitivo a distancia”, remata. Texturas y emociones de diversos estatutos de las cosas y la existencia, fuera de ambientes cosificados y mercantilizados, que comprendió Alma de l’Aigle, una maestra de educación especial de Hamburgo de la primera mitad del siglo XX, que en Un jardín, próxima novedad de Buchwald Editorial, “convoca la riqueza de saberes olvidados” entre rosales y frutales.

De los discos menos valorados de Stevie Wonder es el soberbio Journey through the secret life of plants, que se adelantó al boom de las músicas del mundo, el new wave y en el uso de sintetizadores, la textura electrónica hoy corriente, incluido el uso de herramientas para intervenir la voz humana. En marzo y abril de 1979 el disco doble se escribió siguiendo en estudio las imágenes del documental de Walon Green, inspirado en el libro de Peter Tompkins y Christopher Bird. Stevie, claro, no veía las imágenes, pero escuchaba y se conectaba, dijo el productor Michael Braun, “a los sonidos llenos de vida de los árboles y la naturaleza”. Aquel Don, que está del “lado de los yuyos y los bichos”, en poesía de Mario Ortiz, guió a Wonder “más allá de nuestra realidad, en la que disponemos de todo sin consentimiento”, allí donde los plantas y hongos “han sido, son y probablemente serán”, y que sin ellos, estampó el músico norteamericano en la letra de The secret life of plants, “tú descubrirás que no serías nada”.