“Vuela solo quien se atreve a hacerlo”, escribió Luis Sepúlveda, que voló alto y con coraje desde la dictadura chilena del siglo pasado hasta la pandemia que lo alcanzó ahora en España. El escritor, muerto a causa del Coronavirus en Oviedo, simboliza la solidaridad y el compromiso cívico sin fronteras, a pesar del miedo ante el abismo, como narra su libro Historia de la gaviota y del gato que le enseñó a volar.
Una abuelo mapuche y una nonna de Livorno, sobrevivió a torturas y cárcel durante el régimen de Augusto Pinochet, padeció el exilio, y resistió escribiendo y trabajando para hacer realidad un mundo más igualitario y amable. Sepúlveda escribía y trabajaba por el bien común, una expresión que parecía olvidada. Sin embargo en tiempos de crisis y de emergencia, muchas personas trabajan por el bien común.
Sepúlveda escribía y trabajaba por el bien común, una expresión que parecía olvidada
Médicos, enfermeros, farmacéuticos y numerosos hombres y mujeres que casi nadie menciona pero cuyo trabajo es imprescindible para vivir durante la pandemia del Covid-19.
Con miedo o no, estas personas realizan tareas imprescindibles, desde un supermercado hasta la higiene de la ciudad, desde el correo postal hasta el servicio de bomberos, por citar una mínima parte de las actividades para el bien común.
Gianluca Cerulli (48), licenciado en Ciencias Políticas y Master en Logística Integrada y Gestión de la Cadena de Provisión (SCM), trabaja desde hace nueve años en el sector servicios al cliente e informes (Customer Service and Reporting) de la sociedad Ups Healthcare Italia. La firma se ocupa de la distribución de productos farmacéuticos a hospitales y centros de salud. “En logística especializada y Reporting Trabajo ocho o más horas diarias durante cinco días por semana. Servimos, por ejemplo, a los hospitales que manejan la crisis del coronavirus”, explica Gianluca en la terraza de su casa, a pocos kilómetros del centro de Roma, y donde nos recibe recién llegado de trabajar, con el barbijo colocado y mientras la belleza del atardecer en las colinas mitiga la dureza de la charla a “distancia social” de varios metros. “Desde que comenzó la crisis en la empresa tenemos una unidad fija de cuatro personas, de la cual formo parte, mientras otras seis personas trabajan desde sus casas, con computadoras, Smart Working”, cuenta.
Esta tarea silenciosa hace llegar a los hospitales, entre otros productos, fármacos “salva-vida” oncológicos, anticoagulantes como la heparina, estupefacientes de “uso compasivo” para anestesias, “importantes para las entubaciones en terapia intensiva”.
Detrás de cada fármaco hay documentación de control, permisos, autorizaciones. Y no sólo: “hay medicamentos que exigen mantener la cadena de refrigeración y otros no. Todo se debe certificar”.
Para llegar a su trabajo Gianluca recorre en auto, a diario, 25 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, atravesando tres alcaldías (Riano, Castel Nuovo di Porto y Morlupo) hasta llegar a la de Formello, donde está ubicada la sede laboral. En todas ellas ha habido casos de Covid-19.
“¿Miedo? No, nunca en la empresa. Trabajamos con muchas medidas de seguridad. Controlan la fiebre con laser al ingresar al edificio, en el interior cada diez metros aproximadamente hay un dispenser con gel higienizante, nos entregan barbijos quirúrgicos que se usan solo dos días y luego se tiran, también nos dan guantes que se usan solamente una vez y se descartan, y en cada escritorio tenemos spray desinfectante para la computadora, el teclado y la bocina del teléfono… Desinfectamos todo”, explica Gianluca.
“Nosotros estamos. Siempre”, afirman por su parte dos miembros del cuerpo de bomberos, Antonio Castaldo (39), napolitano establecido ahora en Roma, y Andrea Bindi (36) del Comando Provincial de Arezzo, protagonistas del documental Fuoco Sacro sobre la vida e historia de los “ 9.000 vigili del fuoco” de Italia, aún en elaboración. “El Covid-19 no cambió la organización de nuestro trabajo pues seguimos haciendo los mismos turnos, listos para intervenir en cualquier momento del día o de la noche”, dice Antonio, que es diplomado en cinematografía de la Universidad de Siena. “Pero desde el punto de vista personal, en cambio, admito que vivo mal esta emergencia. Y mis colegas también la viven mal. Lo veo”, agrega y explica que “la mirada turbada sobre el barbijo ni miente. Son ojos que han visto lo que puede hacer el fuego, lo que pueden hacer el agua, el aire y la tierra. Pero tiemblan por un virus”.
“Y cada turno es como el desierto de los tártaros. Esperando un enemigo que nunca se hace ver. Controlar el horizonte esperando que pase. Esperar no es de bomberos”, comenta. “No recuerdo emergencias vividas lejos del frente, no recuerdo otra línea que no haya sido la primera. Pero esta vez nos toca mirar”, explica, se refiere a sus “hermanos de la salud” y destaca que “cuando no combato no comprendo. Quisiera estar allí, aunque fuese solo para tener el oxígeno”.
Su colega coincide. “Me levanto y voy a trabajar. Espero no llevar el enemigo a casa. Yo soy un afortunado. Uso un símbolo, un uniforme que me hace sentir absurdamente más protegido que cada barbijo. E intervención tras intervención comprendo que de todas maneras estamos siempre en la primera línea. Porque en realidad es la vida misma, la primera línea”. Finaliza "llamen como siempre. Aunque sea para escuchar dos palabras. Acá estamos. Y aunque lleguemos con barbijos y guantes somos los mismos, los fieles bomberos del barrio”.
Intervención tras intervención comprendo que de todas maneras estamos siempre en la primera línea. Porque en realidad es la vida misma, la primera línea”.
En tanto, la polémica sobre la apertura gradual está vigente en el país, enturbiada por motivaciones políticas y económicas. Las cifras oficiales del jueves 16 insistían en la curva descendente, pero la baja es aún lenta y despareja según las regiones. Los decesos entre el personal médico (127 desde el comienzo de la epidemia) y de enfermería son una herida abierta y este viernes, por ejemplo, han fallecido tres enfermeros más (un total de 34 desde el inicio de la epidemia). El total de personas contagiadas, siempre según cifras oficiales, era hasta el jueves de 168.941 cifra que incluye fallecimientos (22.170) y curas (40.164). Entre el miércoles 15 y el jueves 16 fallecieron 525 personas en Italia.
Y volvemos a dialogar con Gianluca Cerulli, quien puntualiza que, más allá de las cifras, la estadística indica la tendencia, nada más. Pues “¿qué datos se relevaron? ¿Se tomaron como punto las personas asintomáticas? ¿O los sintomáticos? ¿O los hospitalizados? Según lo que se tome variará la estadística”.
Un dato es seguro: “se ha pasado de la exponencialidad -5, 25, 625, etc- a la linealidad del crecimiento del contagio”. Con el distanciamiento social, Italia se encuentra en una fase de meseta, como si caminara “por la cresta de un altiplano”, aclara.
Con el distanciamiento social, Italia se encuentra en una fase de meseta, como si caminara “por la cresta de un altiplano”
“Al inicio de las medidas de seguridad, el 9 de marzo, una persona contagiada contagiaba a su vez a otras cuatro. Ahora una persona contagiada contagia a casi dos (1,7)”, explica.
Otro tema en debate es “¿cuáles serán las consecuencias sociales e individuales de la pandemia?”. El abanico es muy amplio y, por ahora, la esperanza es bajar de la cresta del altiplano a las llanuras. Y, por supuesto, que haya una vacuna.