Las encuestas fallaron otra vez. No hubo final cerrado, ni se dio la paridad que auguraban los sondeos; tampoco se debieron esperar demasiadas horas, días o semanas para que se confirmara el ganador de la contienda. La contundencia del resultado aventó además cualquier posible judicialización que prolongara incertidumbres en determinados estados o conteos que por lo estrecho de sus guarismos alimentaran infundados alegatos de fraudes inexistentes.
El excéntrico magnate republicano Donald Trump se impuso de modo claro a la actual vicepresidenta Kamala Harris y, después de un intervalo de cuatro años motivado por su derrota en 2020 frente al actual mandatario demócrata Joe Biden, volverá el próximo 20 de enero a presidir Estados Unidos.
A diferencia de la inesperada victoria que lograra en 2016 frente a la favorita de entonces, Hillary Clinton, a quien derrotó en el Colegio Electoral pese a perder por casi tres millones de votos de diferencia en el sufragio popular, el martes pasado Trump venció en ambos frentes.
Al momento de escribirse estas líneas, no habían terminado de computarse los votos del estado de Arizona, donde Trump marchaba arriba en el recuento. Si se confirmara allí su triunfo, el candidato republicano sumaría esos 11 electores en juego a los 301 que ya se había adjudicado, frente a 226 que cosechó la candidata demócrata, lejos de los 270 imprescindibles para establecer mayoría en ese cuerpo de 538 integrantes.
Números fríos y calientes
Arizona era uno de los siete estados pendulares o bisagras, en los que se ponía el foco como claves para decidir estos comicios. En los otros seis, Trump se quedó con el triunfo por márgenes variables, pero irremontables para Harris. De unos 115 mil votos fue la diferencia en Georgia; de 190 mil, en Carolina del Norte; de 72 mil sufragios, en Michigan; de unos 30 mil, en Wisconsin y de unos 46 mil en Nevada. En Arizona el cómputo se frenó cuando ya se había escrutado un 83 por ciento de los votos y la diferencia para el empresario del inconfundible jopo dorado era de más de 180 mil votos.
El escrutinio provisorio arrojaba 74.299.411 votos para Trump, equivalentes a un 50,5%, frente a los 70.339.966 de la actual vice, que significaron un 47,8%. Un par de candidaturas menores se repartieron el porcentaje restante de una elección en la que estaban llamados a participar unos 240 millones de norteamericanos, de los que más de 80 millones sufragaron por adelantado y otro número importante prefirió no ir a votar, lo que elevó la abstención respecto de 2020.
Allí quizá está una de las claves del resultado. Trump no sumó un caudal mucho mayor de adhesión respecto de lo obtenido hace cuatro años. Pero la cosecha de Harris cayó en casi unos 11 millones de votos con relación a los más de 81 millones, 30 electores y 51,3% que Biden alcanzó en 2020 para llevar a los demócratas a la Casa Blanca.
Claro que a la hora de dimensionar la magnitud del resultado logrado por el Partido Republicano debe añadirse el hecho de que esa fuerza se aseguró el control del Senado y en el conteo, aún parcial ayer, estaba a un puñado de bancas de poder ostentar la mayoría en la Cámara de Representantes. Datos no menores a los que analistas estadounidenses sumaron el hecho de que Trump dejó como herencia de su primer mandato el legado de una Corte con perfil conservador y afín a las posiciones controvertidas de quien volverá “recargado” al poder que se resistió a abandonar en enero de 2021.
Causas y culpas
Mientras, entre los demócratas se pasan facturas y buscan culpables de una debacle que meses atrás pintaba peor, cuando Biden se resistía a declinar una candidatura para la que mostraba en cada aparición pública no estar en condiciones.
Su reemplazo por Harris, con su perfil de exfiscal combativa, hija de inmigrantes y progresista, que cumpliría 60 años días antes de la votación, pareció ser el antídoto indicado para impedir el regreso de quien ya había ganado una vez prometiendo hacer grande de nuevo a Estados Unidos, levantando muros tan ominosos como el que cayó hace 35 años en Berlín, en la frontera con sus vecinos pobres del continente, y aislando a su país de la agenda global contra el cambio climático, entre otros temas.
La irrupción de Kamala reconfiguró la disputa y devolvió el entusiasmo a muchos demócratas o independientes que daban la batalla por perdida frente a la aceitada maquinaria proselitista de Trump, que sumaba apoyos económicos y comunicacionales de fuste, como el de Elon Musk.
Las encuestas empezaron a hablar de una contienda equilibrada en intenciones de voto, pero esas “fotos” de las semanas y los días previos se borraron en medio de la tormenta sufrida por el actual oficialismo el martes 5.
A la hora de buscar razones voceros del gobierno cruzaron dardos, mientras Harris felicitaba en la siesta del miércoles a Trump y luego hablaba ante seguidores, que en su mayoría eran mujeres, en la que fuera su Universidad y les advertía: “No es momento de darnos por vencidos”.
La reacción no había alcanzado o empezó tarde pero además, los años de gestión de Biden, su –para muchos– insatisfactorio manejo de la economía, y el papel de su gobierno en conflictos como el de Ucrania o los más espinosos de Gaza y el Líbano, avalando la feroz represalia de Israel a Hamas y a Hizbollah tras el cruento el ataque fundamentalista del 7 de octubre de 2023, restaron apoyos y movilizaron menos adherentes de origen árabe o universitarios en favor de los demócratas.
“El Partido Demócrata dejó de lado los intereses de la clase trabajadora”, opinó con los hechos consumados el senador progresista por Vermont, Bernie Sanders.
Cada quien esgrimió sus razones para explicar que las impresionantes movilizaciones de diversos colectivos y minorías, que confluyeron en las urnas hace cuatro años para desalojar a Trump del Salón Oval esta vez no fueron tan poderosas, ni visibles, ni entusiastas.
Votos autodestructivos
Lo que no parece tan fácil de teorizar ni de comprender es el crecimiento del apoyo hacia Trump entre los votantes de origen latino. En ese aval de determinados integrantes de esa minoría (como las de orígenes cubano o venezolano en Florida) se cimentó quizá la victoria en el voto popular. Algo que los republicanos no conseguían desde la reelección de George W. Bush en 2004. Según desgloses del voto del martes, un 53% de hispanos varones se inclinó por el magnate neoyorquino. Entre las mujeres hispanas, el aval fue en cambio de sólo el 37%. Un promedio del 45%.
Difícil de entender o aceptar las razones que llevaron a este colectivo a apoyar a quien en su primer mandato ya hizo gala de su xenofobia, acusando a los extranjeros llegados en su mayoría del sur del río Grande de ser responsables de los crímenes más atroces. Imputación que repitió en esta campaña, al tiempo que prometía llevar adelante en su segundo mandato la deportación más grande de inmigrantes en la historia de su país. El republicano sembró ofensivos estigmas sobre los haitianos (a quienes acusó de comerse las mascotas de los vecinos de Springfield, Ohio) y sobre otros grupos que llegaron con el anhelo de concretar el “sueño americano”, al que Trump podría convertir en pesadilla si adopta en su próximo Ejecutivo el “Proyecto 2025”.
Paridades bien disímiles a la hora de las urnas
En un artículo que firmaron esta semana en The New York Times, Neil Vigdor y Simon Levien, dan algunas pautas de ese proyecto de 900 páginas pergeñado por la Heritage Foundation, una usina de ideas conservadoras o neoconservadoras que pregona como prioridades asegurar las fronteras, “restaurar” el estado de Derecho y “devolver a los padres el control de la educación de sus hijos”.
En la nota del Times se recuerda que Trump dijo en campaña desconocer qué era el Proyecto 2025, aunque algunos de sus ex funcionarios son parte de la Fundación que impulsa estas ideas, sugestivamente similares a la Agenda 47, que el magnate utilizó como parte de su plataforma política hasta el martes.
También el diario español El País, en un artículo firmado por Patricia Caro, señaló que la “la mayor deportación de indocumentados” que prometió Trump en campaña afectaría a unos 11 millones de personas. Ligando esta iniciativa al Proyecto 2025, la nota consignó que la medida impulsada por los ultraconservadores afectaría además a familias de los indocumentados, golpeando a unos 19 millones de latinos.
“Operación Aurora”, sería el nombre de la cuestionable acción para la que usaría una ley utilizada sólo en 1812 y en las dos grandes guerras mundiales. Si se hacen realidad los que hasta aquí fueron promesas de campaña con forma de amenaza, se suprimirían programas como el DACA, gestado por Barack Obama en 2012, para beneficiar a quienes hubieran entrado de modo ilegal a Estados Unidos siendo niños, o el de “Familias Unidas”, que el propio Biden aprobó este año para cónyuges de estadounidenses que hubieran vivido al menos 10 años en ese país sin registrar antecedentes penales y habiéndose casado antes del 18 de junio pasado.
Aun así, con todas esas señales en contra, el voto latino contribuyó al regreso de Trump. Alguien graficó esa conducta adoptada por muchos con la metáfora de un naufragio, en el que no hay botes salvavidas para todos. Los que ya tienen cómo salvarse, inmigrantes ahora con papeles y trabajo registrado (o no tanto), no quieren que otros se suban a su bote alegando que la solidaridad y la empatía los puede hundir a todos.
Planteos y argumentos reñidos a veces con el sentido común y siempre con un humanismo que no es el fuerte de estos tiempos de servidores de pasado en copa nueva. Contrasentidos de apoyar lo que se vuelve en su contra que no sólo ocurren en la potencia del Norte.
En otras pampas aún se preguntan las razones de la fidelidad hacia un presidente de parte de muchos dirigentes y afiliados de un centenario partido a quienes ese mismo mandatario ha vituperado y denostado de todos los modos visibles, incluido el escarnio hacia uno de sus históricos líderes.
Desde estas mismas pampas se celebró el triunfo de Trump casi como un logro propio, o en una nueva sintonía planetaria que incluye al magnate, a Javier Milei, a Giorgia Meloni y a Jair Bolsonaro y familia, entre otros.
Desde Buenos Aires imaginan una sólida alianza ideológica abonada por el “amigo” en común y futuro funcionario Elon Musk, para facilitar negociaciones con el FMI y pavimentar la llegada de inversiones. Por ahora prefieren no comentar las diferencias que suponen los altos aranceles y otras medidas de neto corte proteccionista que Trump baraja para defender y recuperar las industrias y productos norteamericanos.
Tampoco se comenta mucho de las primeras comunicaciones fallidas para felicitar al exgobernante reelecto. Acaso la inesperada interferencia sea por los daños colaterales que el último huracán haya dejado en los teléfonos fijos de Mar-a-Lago.